2312

2312


CISNE Y ALEX

Página 8 de 93

CISNE Y ALEX

Al día siguiente, Cisne volvió al laboratorio de Mqaret. De nuevo lo encontró con la mirada perdida clavada en un punto indefinido. De pronto, Cisne comprendió que era un alivio tener algo por lo que enfadarse.

Mqaret se levantó al verla.

—¿Qué tal tu viaje con Wahram?

—Es lento, brusco y autista. Un plomo.

Mqaret esbozó la promesa de una sonrisa.

—Pues escuchándote, cualquiera diría que lo encontraste interesante.

—Por favor.

—Bueno, te aseguro que Alex sí lo hacía. Hablaba de él a menudo. Algunas veces me dio a entender sin ambages que estaban metidos en asuntos que ella consideraba muy importantes.

Esto hizo reflexionar a Cisne, tal como Mqaret pretendía.

—Abuelo, ¿puedo echar otro vistazo en su despacho?

—Claro.

Cisne recorrió el pasillo hasta la puerta que daba al despacho de Alex, entró y la cerró. Se dirigió a la única ventana que había y contempló la ciudad, las tejas y los patios verdes que se divisaban desde ese punto.

Anduvo por el despacho, mirándolo todo. Mqaret no había tocado nada. Se preguntó si llegaría a hacerlo, y si lo hacía, cuándo lo haría. Todas las cosas de Alex estaban tan desordenadas como de costumbre. Su ausencia era una especie de presencia; de nuevo sintió una punzada en el pecho y tuvo que sentarse.

Al cabo de un rato, se levantó e inició un examen más metódico. Si Alex le había dejado algo, ¿dónde lo habría dejado? Cisne no tenía ni idea. Alex siempre se esforzó por mantener todo lo relacionado con el trabajo al margen de las conexiones, fuera de la nube, no registrado, experimentado únicamente en la inmediatez del momento presente. Pero si realmente había sido fiel a ese método, tenía que haber ideado una manera. Conociéndola, podría tratarse de una carta, una nota de papel, por ejemplo, abandonada allí mismo, en la superficie del escritorio.

Así que Cisne rebuscó en las montañas de papeleo que había en el escritorio, sin dejar de pensar en ello. Si tenía información que quería legar de algún modo a Cisne, sin que Cisne supiera exactamente de qué se trataba… Si había muchos datos… posiblemente se trataba de algo que iba más allá de una simple nota. Posiblemente querría que sólo Cisne diera con ella.

Empezó a dar vueltas por la estancia, hablando sola, mirándolo todo con mayor atención. La Inteligencia Artificial sabría que el despacho estaba ocupado únicamente por una sola persona y, por la voz y la retina, sería capaz de reconocer su identidad.

Había un cuarto de baño diminuto contiguo al despacho, con una pila y un espejo. Entró en él.

—Aquí estoy, Alex —dijo Cisne, entristecida—. Aquí estoy si me necesitas.

Miró el espejo de pared, luego el pequeño espejo con forma de óvalo situado de pie en el estante que había junto a la pila. Los ojos de Cisne, tristes, inyectados en sangre.

Se abrió el joyero que estaba junto al espejo con forma de óvalo. Cisne reculó asustada. Pasado el susto, recuperó la presencia de ánimo. Miró el joyero. Asomaba una bandeja; tiró de ella hacia sí. Debajo había tres sobrecitos de color blanco. Todos tenían escrito en un lateral «En caso de mi muerte»; en el extremo opuesto había escrito «Para Mqaret», «Para Cisne» y «Para Wang, de Ío» respectivamente.

Con mano temblorosa, Cisne tomó el sobre dirigido a ella y lo abrió. Dos pequeñas pastillas de datos se deslizaron por el papel blanco. Una de ellas murmuraba: «Cisne, Cisne, Cisne». Cisne se la llevó al oído y apretó los dientes con fuerza mientras rompía a llorar.

«Querida Cisne, siento que tengas que escuchar eso», dijo la voz de Alex. Era como oír la voz de un fantasma. Cisne se cogió de manos a la altura del pecho.

La vocecilla continuó:

«Lo siento mucho, entre otras cosas, porque si lo haces es porque he muerto. La IA de mi despacho ha oído la noticia de mi muerte y sabe que debe abrir esta caja si entras aquí sola. No se me ocurrió mejor plan. Siento tener que importunarte de este modo, pero es importante. Considéralo un seguro, porque tengo varios asuntos en marcha que mi muerte no puede frenar, y no quiero poner al corriente a nadie más aquí. Además, a nuestra edad puedes morirte en cualquier momento, así que prefiero curarme en salud, por así decirlo. Si me estás escuchando, necesito tu ayuda. Por favor, lleva a Ío el sobre para Wang, y entrégaselo en persona. Wang y yo y unos pocos más trabajamos juntos en un par de proyectos muy importantes, y hemos estado intentando mantenerlo todo fuera de la nube, lo que resulta muy complicado cuando se vive tan lejos. Me ayudarías mucho si se lo llevaras. Pero, por favor, no lo comentes con nadie. Además, si dejaras que Pauline leyera el otro chip que encontrarás en el sobre, y luego lo destruyeras, serviría como copia de seguridad. Ambas pastillas son de lectura única. Odio tener que hacer esto, por insignificante que parezca. Pero sé que no sueles unir a Pauline con otros qubos, y si siguieras haciéndolo sería mejor para nuestro plan. Wang te dará más detalles, al igual que Wahram, de Titán. Adiós, Cisne mío. Te quiero.»

Eso era todo. Cisne intentó reproducirlo de nuevo, pero el contenido se había borrado.

Introdujo la otra pastilla en la membrana de Pauline, en el pliegue de piel situado en la base del cuello. Cuando Pauline dijo «Hecho», guardó las dos pastillas vacías y los otros dos sobres en el bolsillo y fue a ver a Mqaret.

Lo encontró en su despacho, atento a la imagen tridimensional de algo que parecía ser una proteína.

—Mira lo que he encontrado —dijo Cisne, que explicó lo sucedido.

—Esa caja estaba cerrada —comentó Mqaret—. Sabía que era su joyero, y supuse que tarde o temprano encontraría la llave.

Se quedó mirando el sobre, sin prisas aparentes por abrirlo; era posible que incluso temiese hacerlo. Cisne, discreta, salió del despacho.

—Pauline —dijo tras salir—, ¿tienes el contenido de la pastilla?

—Sí.

—¿Qué información incluye?

—Tengo instrucciones de transmitirla al cubo de Wang, en Ío.

—Dime sólo de qué se trata, aunque sea a grandes rasgos.

Pauline no respondió, y al cabo de un rato Cisne la maldijo y la apagó.

Ambas pastillas habían quedado inertes; el fantasma de Alex se había ido. Cisne no lo lamentaba. La emoción de escuchar la voz de Alex hablándole aún la hacía temblar.

Volvió a entrar en el despacho de Mqaret. Estaba lívido, con los labios prietos. Levantó la vista hacia ella y preguntó:

—¿Te ha dado algo para que lo lleves a Ío?

—Sí. ¿Sabes de qué se trata?

—No, pero sé que Alex trabajaba con un grupo de personas muy afines. Wahram formaba parte de ese grupo, y también Wang.

—¿Y a qué se dedicaban?

Mqaret se encogió de hombros.

—No compartía conmigo esas cosas. Pero sí me parecía que era muy importante para ella. Algo relacionado con la Tierra, creo.

Cisne lo meditó unos instantes.

—Si se trataba de algo importante, y conservaba los datos sin conexión, debió de suponer que su muerte podía causar problemas. Por ese motivo nos ha dejado estas grabaciones.

—Era como un fantasma —dijo Mqaret, tembloroso—. Me ha hablando.

—Sí —admitió Cisne, incapaz de añadir más—. En fin, supongo que voy a tener que llevar a Ío el tercer sobre que me ha dejado, tal como quería que hiciera.

—Bien —dijo Mqaret.

—Ahora que lo pienso, Wahram ya me ha pedido que lo acompañe. Y no dejó de preguntarme si Alex nos había dejado algo.

Mqaret asintió.

—Él formaba parte de ello.

—Sí. Y también esa inspectora. Así que supongo que iré. Pero no creo que quiera ponerle al corriente de estos mensajes. Alex no mencionó nada al respecto.

—Puede que el hecho de que decidas hacer ese viaje le dé una pista.

—Pues que le dé una pista.

Mqaret la miró con una mirada de complicidad.

—Vas a tener que desempeñarte como mejor puedas. Puede incluso que tengas que implicarte y hacer algunas de las cosas que hubiese hecho Alex.

—¿Cómo voy a hacerlo? Nadie podría.

—No lo sabes. Pauline te ayudará, y tal vez también lo haga ese titán tuyo. Y si tienes que actuar en lugar de Alex… Eso a ella le habría gustado.

—Puede que sí. —Cisne no estaba tan segura.

—Alex tenía un plan. Siempre tenía un plan.

Cisne exhaló un suspiro, profundamente dolida de nuevo por la ausencia de Alex. Aquellos espectrales mensajes ni siquiera llegaban a poder considerarse un sustituto adecuado de ella.

—De acuerdo. Iré a visitar al tal Wang.

—Muy bien. Y prepárate para actuar.

Cisne averiguó dónde se alojaban los diplomáticos procedentes de otros mundos que permanecían aún en la ciudad, y se dirigió al lugar donde se encontraba la delegación de Saturno. Nada más entrar en el patio, se topó con Wahram, que charlaba cabizbajo con la menuda inspectora de policía, Jean Genette. Le sorprendió verlos juntos, y había algo en su lenguaje corporal que le dio a entender que se conocían bien. Cualquiera los habría considerado compañeros de conspiración.

Cisne se les acercó con las mejillas encarnadas.

—¿Y esto? —preguntó con tono de exigencia—. No sabía que os conocierais.

Al principio, ninguno de ellos respondió. Al cabo, la inspectora hizo un gesto con la mano.

—Fitz Wahram y yo colaboramos a menudo en varios asuntos relativos al sistema. Estábamos decidiendo si visitar a un conocido que tenemos en común.

—¿Wang? —preguntó Cisne—. ¿Wang, de Ío?

—Vaya… Pues sí —respondió la inspectora, mirándola con curiosidad—. Wang es un socio nuestro, y también lo fue de Alex. Trabajábamos juntos.

—Tal como te mencioné cuando volvíamos de Tintoretto —dijo Wahram con su grave croar.

—Sí, claro —dijo Cisne con cierta brusquedad—. Me pediste que te acompañara en el viaje sin explicarme en realidad por qué.

—Bueno… —El ancho rostro del hombre sapo adoptó una mueca incómoda—. Es verdad, pero es que, verás, hay motivos para mostrarse discreto… —Bajó la mirada hacia Genette, en busca de apoyo.

—Iré —dijo Cisne, interrumpiendo la mirada—. Quiero ir.

—Ah. —Wahram dirigió una nueva mirada fugaz a Genette—. Espléndido.

Ir a la siguiente página

Report Page