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KIRAN Y CISNE

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KIRAN Y CISNE

Todo cambió el instante en que Kiran vio a la mujer que retenían sus primos. Era mayor, alta, atractiva. Se movía como si estuviera nadando. Supo de inmediato que era una viajera espacial, y que secuestrarla era una idea lamentable. Después todo se precipitó a una velocidad que no le permitió decidir qué hacer. Eso solía pasarle cuando se veía sometido a presión: se veía a sí mismo hacer las cosas desde atrás y a un lado. La gente decía que era frío, cuando en realidad se debía a que era lento. A pesar de todo no habían dejado de pasarle cosas buenas.

Ella tenía el pelo negro; parecía china o mongola. Tenía los ojos castaños, y tenía una mancha azulada en uno de los párpados inferiores. En realidad habían sido sus ojos los que lo habían atrapado. La coincidencia le parecía muy atractiva, ya que las jóvenes que había en su lugar de origen tenían los mismos ojos oscuros con blanco luminoso, enmarcados por un rostro de piel oscura. Le había mirado. Ella le había mirado desde el instante en que la tomó del brazo, para demostrarle hasta qué punto quería ser libre, una mirada muy pasional, como si supiera lo que suponía ser cautiva y temiese la perspectiva. Le impresionó la expresividad de su rostro, la intensidad con que le llamó la atención. Su amigo Zasha lo había llamado Síndrome de Lima. Tal vez fuera eso. Puede que se hubiese convertido en un peruano incompetente.

Pero iría al espacio. Eso significaba marcharse, a pesar de lo cual podía enviar dinero a sus parientes. De todos modos estaban cansados de tener que mantenerlo. Podía irse de allí, y ver todo aquello que siempre había soñado ver. Todo, en realidad, cualquier cosa, pero sobre todo, desde niño, el espacio. Marte, los asteroides. Cualquier lugar que estuviese fuera de allí. Todo el mundo había oído historias.

La mujer los llevó a Newark. Embutido en un asiento pequeño tras ellos, empezó a comprender lo que sucedía en realidad. Algo. Los idiotas de sus primos no le encontrarían y le darían una paliza. Una vida nueva: se puso a temblar, como si el secuestrado fuese él. En cierto modo así era. Atrapado por una mirada, embutido en el asiento trasero de un coche.

Llegaron a un aeropuerto que no parecía de Newark. Condujeron hasta un hangar, y allí los escoltaron escalerilla arriba hasta un pequeño reactor. Nunca había estado tan cerca de semejante vehículo, así que le impresionó la velocidad en el momento del despegue. Le asignaron asiento de ventanilla, así que desde las alturas observó Manhattan, convertida en una nave luminosa. Y así se adentraron en la noche.

Al cabo inclinó la cabeza en la ventanilla y se quedó dormido. Más adelante se despertó con cierta rigidez en el cuello, y observó la paulatina cercanía del océano. El reactor aterrizó en una isla verde cuyo terreno estaba compuesto por tierra rojiza.

Salieron del avión en mitad de la noche, el ambiente era húmedo como en pleno agosto en Jersey, casi como en su hogar de la infancia en Hyderabad. Arrozales. Los recuerdos de la niñez permeaban todo cuanto veía y olía, y de nuevo anduvo como distanciado de sí mismo. Estaba muy distraído cuando entraron en un edificio. «Casa de Mercurio», rezaba el letrero.

Una vez dentro lo llevaron a una sala espaciosa, donde precintaban y cargaban en palés inmensos tubos de plástico blanco, como los utilizados en las cocinas industriales.

—De acuerdo, jovencito —dijo el amigo de Cisne, Zasha, que aún estaba un poco disgustado por tener que hacer eso por ella—. Adelante, entra. Ponte antes este traje de vacío, y luego el casco. Después vamos a cubrirte de tierra y gusanos, y al espacio. —Y, volviéndose hacia Cisne, dijo—: Mi amigo no inspeccionará las cajas que tengan mi signo en ellas. Hace la siguiente guardia.

—¿Por qué los gusanos?

—Es una manera de demostrar que no lo uso por que sí. Sólo utilizo este método para enviar al espacio a un par de personas al año. Naturalmente él obtiene favores a cambio.

—¿Y las inspecciones de la Inteligencia Artificial?

—¿Qué pasa con ellas? Hacemos muchas cosas fuera de ese sistema. —Zasha sonrió a Cisne con ferocidad—. Éste es el ascensor de hawala, el conjunto está pensado para prescindir de ciertos controles.

Entonces Kiran se convirtió en un hombre de una sola pieza, con casco y todo, respirando aire fresco por tubos cobrizos. Lo ayudaron a introducirse en la caja, donde lo tumbaron como si estuviera dentro de un ataúd, y procedieron a cubrirle con tierra negra y gusanos. Abandonaría la Tierra sepultado en gusanos.

—¡Gracias! —dijo a la mujer y a su amigo.

Fue un viaje largo. Kiran permaneció tumbado, pensando en cómo los gusanos se arrastraban por todo su cuerpo. Si perdía los nervios e hiperventilaba, el casco y el traje parecían encargarse de cubrir sus necesidades. Al cabo siempre acababa por tranquilizarse. Contaba con tubos que suministraban agua y alimento a la altura del cuello, de forma que bastaba con inclinar la cabeza y sorber. La comida era una especie de pasta, pero era muy nutritiva. No tenía ni mucho frío ni mucho calor. La sensación del movimiento de los gusanos resultaba desconcertante, a veces rayaba lo horripilante. Eso debía de ser estar muerto y enterrado. Los gusanos te devoraban. O era como los ritos de purificación de ciertas festividades, en el Durga puja, por ejemplo, donde te cubrían de ceniza o estiércol hasta que llegaba la hora de limpiarse. Le gustaba esa festividad. Y ahí estaba ahora. Si tenía que comer y beber, y luego orinar y defecar, no era tan diferente de los gusanos. Su abuelo solía decir que en esta tierra el hombre no es más que un gusano que no tarda en acabar en el pico de algún pájaro.

A medida que transcurrió el tiempo adquirió una creciente sensación de ingravidez. Había oído que la ascensión llevaba unos cinco días. Pero se le hizo más largo. Empezó a aburrirse. Sintió al cabo una fuerte sacudida, y seguidamente la luz inundó la capa de tierra que tenía encima y la tapa desapareció. Se incorporó con todo el cuidado que pudo, pensando que los gusanos de la caja eran compañeros de viaje que no merecían perjuicio alguno.

—¡Cuidado! —ordenó a los que le ayudaban a salir de la caja.

Cisne se rió de él.

Lo llevó a un pequeño cuarto de baño. Cuando se hubo quitado el traje, se dio una ducha. En el agua caliente pensó, ah, sí, ha llegado la hora de limpiarse. Después venía la purificación; ¿qué sería? ¿Sería esa mujer que se había adueñado de él una manifestación de Durga, la madre de Ganesh, que en ocasiones también se manifestaba como Kali?

—Tienes buen aspecto —dijo Cisne cuando salió del cuarto de baño—. ¿Ha sido muy traumático?

Kiran negó con la cabeza.

—He tenido tiempo para pensar. Y ahora, ¿qué?

Ella rió de nuevo.

—Esta nave lleva rumbo a Venus —respondió—. Yo me dirijo a Mercurio, así que te dejaré allí de camino.

—¿Venus no es un lugar chino? —preguntó Kiran.

—Sí y no —dijo Cisne.

—Entonces, ¿me convierto en chino? —insistió él.

—No. Allí vive toda clase de gente. Mis amigos te proporcionarán una identidad. Después puede pasar cualquier cosa. Pero Venus es un buen lugar para que empieces.

Viajaban en un terrario llamado Delta de Venus, un asteroide dedicado al cultivo de alimentos para la Tierra, principalmente arroces enriquecidos pero también otros cultivos necesitados de humedad y calor. La gravedad interna era similar a la que había en la Tierra; Kiran no detectó el famoso efecto Coriolis que empuja a un lado.

Pasaron los días en los campos, trabajando junto a los tractores, las embarcaciones fluviales y muchos otros trabajadores, la mayor parte de ellos pasajeros. Al cabo de una hora, el trabajo te cargaba la espalda, y se dedicaron a charlar para matar el tiempo mientras los pasajeros chapoteaban arriba y abajo por las hileras de cultivos, algunos de los cuales no superaban por mucho la altura de los arrozales, mientras que otros eran altos como gigantes, lo que al principio constituía una visión asombrosa. Las quejas y el deseo de estar en otro lugar eran temas habituales. «Ya estoy harto de esta fiesta». «Lo he intentado con todos». «El único lugar donde tiene sentido la terraformación es la Tierra, y allí se les da fatal». «Está resultando ser un trabajo muy arduo». «Podríamos haber subido a bordo del Grindewald y habríamos pasado el tiempo escalando montañas. El Monch, el Eiger, el Jungfrau, han reproducido hasta la última grieta». «Preferiría en un acuario y pasarme el día nadando. Vivir como una sirena durante una semana».

Los mundos playa eran maravillosos, con eso estaban todos de acuerdo. Desaparecidas las playas de la Tierra, todo el mundo amaba las existentes en el interior de los acuarios.

Otros abogaban por los mundos bosque, estancias en un paraíso cubierto de bosques, una vuelta a la vida de los primates. «¡Ser mono es una bendición!»

—O bonobó. Querría haber ido en una nave sexual.

Esto levantó una pared hecha de reticencias, e hizo que la conversación girase en torno a los actos sexuales que tenían lugar en esos transportes, diseñados a menudo a imagen y semejanza de los antiguos hoteles caribeños. Danzas dionisíacas, orgías tántricas perpetuas, panmixia kundali, todo el mundo tenía una anécdota que compartir. Uno de ellos dijo, lamentándose:

—Podría haberme pasado todo el viaje dentro de una caja del tacto, y aquí me tenéis, con una hoz en la mano.

—¿Una caja del tacto? —no pudo evitar preguntar Kiran.

—Te metes en una caja cubierta por agujeros grandes, y la gente introduce la mano por los agujeros y hace lo que quiere.

—Me sorprende que la gente haga cosas así.

—De todos modos los viajes se hacen largos, estando dentro o fuera de esa caja.

—Tendría que haber pensado en los gusanos de ese modo —dijo Kiran a Cisne—. Me habría sentido la mar de feliz durante el tránsito en ascensor.

—Prefiero estar aquí que en uno de esos —dijo otro de los presentes—. ¡Las granjas son sexy! ¡Todo este fertilizante…!

Muchos gruñeron al escuchar aquello. No fue precisamente una broma que encontrase eco.

—La última vez que estuve en una nave sexual, hubo un grupo de bisexuales que fue a bañarse a la piscina —explicó alguien—. Eran unos veinte, todos con las tetas y las pollas más grandes que podáis imaginar, y unas erecciones de caballo. Se pusieron en círculo uno tras otro y se la metieron sin más. Fue como ver un montón de insectos amontonados en un día de verano. No dejaron de follar hasta caer rendidos.

Esto impuso un largo silencio que se rompió cuando alguien dijo, muy serio:

—Pues me hubiera gustado ver algo así.

Un comentario que movió a la risa a casi todos los demás, puesto que los otros protestaron por las imágenes a las que había dado pie. Yo sólo digo, continuó el testigo de lo anterior, que estas cosas pasan. Es un deporte habitual.

Kiran pensó que después de hablar de las naves sexuales ya no se le hacía tan pesado bregar en los arrozales. Y cuando esa gente dio por terminada la jornada de trabajo y volvió al dormitorio, tuvo la impresión de que, después de todo, la granja se convertiría en un lugar cargado de sexualidad. Había en la mirada de la gente algo que Kiran creyó reconocer.

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