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INSPECTORA JEAN GENETTE

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INSPECTORA JEAN GENETTE

A la inspectora Jean Genette, veterana oficial de investigación de la Policía Interplanetaria, le gustaba madrugar y salir a dar un paseo hacia una cafetería con terraza, donde sentarse a tomar un café turco sin azúcar, y consultar la selección que hacía Passepartout de las últimas noticias del sistema. Después, a Genette le gustaba seguir paseando por cualquiera que fuese la ciudad donde hubiera amanecido, para personarse al cabo de un rato en la oficina local de la Interplanetaria, oficina que siempre consistía de un conjunto de estancias pequeñas cercano a la sede de gobernación. Por desdicha la Interplanetaria no era un cuerpo de policía universalmente reconocido, sino que disfrutaba de la naturaleza propia de un cuerpo semiautónomo y casi-gubernamental que velaba por el cumplimiento de los tratados existentes, así que su labor solía verse comprometida, y Genette podía, en ocasiones, sentirse como un agente privado o la tocahuevos de turno de una organización no gubernamental. Sin embargo, la Interplanetaria disponía de datos de primera categoría.

A Genette le gustaba repasar los datos. La oficina estaba bien, los colegas eran buenos elementos y la información era importante, pero el ingrediente crucial era el paseo. Era paseando que la inspectora experimentaba las visiones y las epifanías que, cuando las tenía, constituían tanto la solución al problema como los mejores momentos de la vida.

A veces sucedía también estando en la oficina, mirando documentación nueva, o repasando las cosas que guardaban en los archivos para comprobar una hipótesis que pudiera haberse planteado durante el café. Las salas de gráficos eran siempre potentes espacios de representación, con flujos tridimensionales y cortes temporales dotados de un interés real y una gran belleza. Estando de pie en mitad de nubes compuestas por puntos y líneas de colores a veces la confundían más, pero en otros casos, Genette veía cosas en las representaciones, y luego volvía al mundo real para reparar en detalles que todo el mundo había pasado por alto, lo cual la complacía. Ésa era la mejor parte.

Obtener resultados de las visiones que tenía era más desagradecido. Con mayor frecuencia de lo que la inspectora hubiese confesado a nadie, había sido necesario llegar a acuerdos en ciertos campos muy acotados (estando de malhumor podría haberlos tachado de anárquicos) para que sus descubrimientos tuviesen impacto en el mundo. Pero hasta el momento la Interplanetaria no había sufrido consecuencias, y en un negocio como el suyo no podía pedirse más.

En calidad de investigadora jefa, Genette podía por lo general escoger los casos a investigar, aunque por supuesto la destrucción de Terminador lo había truncado todo y exigía de atención inmediata, algo que se reclamaba desde todos los rincones del sistema solar. Además, puesto que Terminador formaba parte del Mondragon, y la Interplanetaria se asociaba más a menudo con el Acuerdo que con cualquier otra entidad política, era normal tomar cartas en el asunto. Además, nunca había llevado un caso como ése. Pensar que la única ciudad de Mercurio había acabado incendiada (se construía un Fósforo, cuyas vías se encontraban en el septentrión mercuriano, tenía que echar un vistazo, no sería la primera vez que conflictos de propiedad desembocaban en un incendio provocado). Como era de esperar, todo el sistema solar se había quedado sin habla. No estaba claro qué era lo que había sucedido, ni cómo, ni el porqué o quién; a la gente le encantaban esas cosas y exigía respuestas. De hecho habría varias agencias compitiendo en la investigación. Pero el León de Mercurio había sido buena amiga de la inspectora, y cuando lograron devolver a su lugar a los cachorros de éste tras la evacuación, y nombrar a las autoridades locales para que dirigieran la investigación, habían pedido a Genette que se hiciese cargo. Ni se había planteado rechazar semejante oferta, la cual serviría de paso para adelantar los proyectos que tenía en colaboración con Alex y Wahram. Por supuesto, la investigadora creía que la destrucción de Terminador, producida después del ataque en Ío, además de la muerte de Alex, formaban parte de una pauta. La autopsia había confirmado que la muerte de Alex había sido de resultas de causas naturales, pero Genette no estaba convencida del todo, ya que hay ciertas causas naturales que pueden provocarse.

Fue mientras iniciaba el viaje a Mercurio, cuando caminaba por el recinto del espaciopuerto hasta la puerta del transbordador, disfrutando de la vista de la gente que se apresuraba por las puertas, que de pronto, ante los ojos de la inspectora, se presentó la solución al problema del ataque a Terminador. La imagen vívida fue como lo único que se recuerda a veces de un sueño, y en el vuelo que siguió pudo seguir una serie de líneas de investigación que se revelaron útiles. Sobre todo, experimentó una certidumbre que le resultó muy agradable. Sirvió para aliviar algo que podría haber resultado muy preocupante.

Para cuando la inspectora llegó a Mercurio, los refugiados de Terminador o bien se habían refugiado en los refugios, o bien se habían trasladado fuera del planeta. La tasa de mortalidad era del 83%, la mayoría debida a motivos relacionados con problemas de salud o accidentes con los trajes de vacío o las esclusas de aire, el surtido habitual de accidentes causados por el pánico, los errores o los fallos del equipo. Las evacuaciones constituían con diferencia una de las actividades humanas más peligrosas, eran incluso peores que los partos.

Teniendo en cuenta todo esto, así como el hecho de que la propia Terminador seguía ardiendo en la cara solar, la investigación no había hecho más que empezar. La conclusión era que las cámaras de ese tramo de vía se habían destruido de resultas del impacto, junto al andén llamado Hammersmith, donde se temía que habían perecido los concertistas. Por otro lado, el sistema orbital de prevención contra meteoros de Terminador había mostrado lecturas para la hora en cuestión, en las cuales no figuraban datos que apuntasen a la caída de un meteoro proporcionados por radar, medios visuales o infrarrojos. Las imágenes visuales tomadas vía satélite de la zona del impacto no mostraban indicios asociados a la caída de meteoros. «¡Un ataque de la quinta dimensión!», aseguraba la gente.

Genette, que no era la primera vez que se enfrentaba a algo así, decidió que era posible que fingir ignorancia pudiese hacer bajar la guardia al causante, además de impedir la aparición de imitadores, así que permaneció en el espaciopuerto de Rilke, entrevistando testigos. «Un fogonazo de luz». Oh, gracias. Tal vez había llegado la hora de avisar a Wang, para llevar a cabo algunos estudios de viabilidad de la solución al misterio concebida por Genette.

Llegó la noticia de que habían encontrado a otros dos supervivientes en la cara solar, una de los cuales resultó ser la nieta de Alex, la artista llamada Cisne Er Hong. Parecía extraño que la hubiesen rescatado en mitad de la cara solar, así que la inspectora se acercó al hospital de Schubert a visitarla.

Cisne yacía tumbada en una cama, con un par de vías en los brazos; estaba muy pálida. Por lo visto se recuperaba de la radiación causada por una descarga solar que la había alcanzado justo antes de que sus compañeros y ella se refugiasen bajo tierra.

Genette tomó asiento en la silla situada junto a la cama. Bolsas oscuras alrededor de los enrojecidos ojos castaños. Wahram, que la había acompañado en la caminata por el complejo de túneles, estaba sentado al otro lado de la cama. Por lo visto él no estaba tan enfermo, aunque tenía aspecto de estar muy cansado.

Cisne reparó en la presencia de Genette.

—Tú otra vez —dijo—. Joder. —Miró a Wahram, que incluso levantó instintivamente la mano para protegerse de la intensidad de aquella mirada—. ¿Se puede saber qué os traéis entre manos? —dijo con tono de exigencia.

Genette encendió a Passepartout, un qubo del tamaño de un reloj de pulsera antiguo, y dijo:

—Por favor, no te alteres. Soy inspectora general de la Policía Interplanetaria, como ya te dije cuando nos conocimos. Me preocupó la muerte repentina de Alex, y, aunque parece que se debió a causas naturales, no he podido evitar seguir con atención la cadena de sucesos que podrían estar relacionados con ella. A ambas os unía una relación muy estrecha, estuviste presente cuando se produjo el ataque a Ío, y ahora también cuando Terminador ha sido atacado. Podría tratarse de una coincidencia, pero ahora entenderás por qué razón no dejamos de vernos.

Cisne asintió con aire desdichado.

—¿Llegaste a averiguar algo de los restos de la figura que se precipitó sobre la lava en Ío? —preguntó Wahram.

—Más tarde hablaremos de eso —dijo Genette, dirigiendo una mirada cálida a Wahram—. Por ahora tenemos que concentrarnos en la destrucción de Terminador. ¿Os importaría explicarme qué visteis?

Cisne se incorporó en la cama y describió el impacto, el regreso a la ciudad y el momento en que se habían dado cuenta de que no podrían beneficiarse de la evacuación; luego la huída al este hasta el andén más próximo, y su descenso al complejo de túneles. Wahram se limitó a asentir de vez en cuando para confirmar sus palabras. Esto llevó unos minutos. Después, la descripción que ofreció Cisne del tiempo que pasaron en los túneles fue muy breve, y Wahram no amplió la información, y tampoco asintió para corroborar nada. Veinticuatro días podían hacerse muy largos. Genette basculó la mirada entre ambos. Ninguno había visto gran cosa en el momento del impacto, eso quedó claro.

—De modo que… ¿Terminador sigue ardiendo? —preguntó Cisne.

—Estrictamente hablando, ya ha dejado de arder. Ahora está en plena incandescencia.

Apartó la vista y torció el gesto. En las últimas transmisiones, las cámaras y las Inteligencias Artificiales abandonadas en Terminador habían grabado cómo la ciudad se prendía fuego a la luz del sol: los incendios, los materiales que se fundían, las explosiones y demás, todo ello hasta que los propios instrumentos dejaron de funcionar. No se había incendiado toda ella, sino que más bien lo hizo por sectores, pequeños incendios que se habían declarado en momentos distintos. Algunas Inteligencias Artificiales resistentes al calor seguían transmitiendo datos, documentando lo que sucedía cuando impera una temperatura de 700 grados Kelvin. Un collage de todas esas imágenes daba fe la incineración, aunque parecía bastante claro que Cisne no quería verlo.

Pero de hecho sí quería. Cuando logró recuperarse, dijo:

—Quiero verlo todo. Muéstrame algo. Tengo que verlo. Me he propuesto hacer una especie de monumento fúnebre a modo de recordatorio. Pero por ahora, dinos todo lo que sepas. ¿Qué ha pasado?

La inspectora se encogió de hombros.

—Algo se precipitó sobre las vías de la ciudad. Ese lugar sigue en la cara solar, y hasta que se ponga el sol no podrá efectuarse una investigación en toda regla. El objetó responsable del impacto escapó a la detección de vuestros sistemas de prevención de meteoros, lo cual no debería de ser posible, que debía de tener varios miles de kilómetros. Hay quien dice que deberíamos decir que se trata del impacto de un cometa. Yo prefiero llamarlo evento. Aún no se ha establecido con certeza que no fue una explosión subterránea.

—¿Una mina bajo la superficie o algo así? —preguntó Wahram.

—Bueno, algunas fotos tomadas vía satélite apuntan más bien a un impacto, pero surgen dudas.

El qubo que la inspectora llevaba en la muñeca dijo con cierto sonsonete:

—Tienes visita, alguien llamado Mqaret.

—Dile dónde estamos —respondió Genette—. Pídele que se reúna con nosotros.

Cisne se había sonrojado.

—Quiero ver Terminador —anunció.

—Sería posible visitarlo brevemente en un vehículo protegido, pero por ahora hay poca cosa que pueda hacerse allí. Las cuadrillas que hay en la zona se limitan a refugiarse a la sombra de los restos. El atardecer alcanzará esa longitud dentro de unos diecisiete días.

Mqaret entró entonces en la habitación, y Cisne pronunció en voz alta su nombre al tiempo que extendía los brazos hacia él.

—Creíamos que habíais muerto —exclamó Mqaret—. Todos los presentes en el concierto desaparecieron, pensábamos que estabais con ellos, y luego la evacuación fue un caos y creímos que habíais muerto.

—Logramos tomar el ascensor —dijo Cisne.

—Buscaron en los andenes, pero no vieron a nadie.

—Decidimos caminar al este, para no quedarnos de brazos cruzados.

—Lo entiendo perfectamente, pero tendríais que haber dejado una nota.

—Creía que lo habíamos hecho.

—¿De veras? Es igual, no te preocupes. ¡Qué delgada estás! Tenemos que llevarte al laboratorio para echarte un vistazo a conciencia. —Mqaret rodeó la cama y abrazó también a Wahram—. Gracias por devolver a mi Cisne a casa. Nos hemos enterado de que cuidaste de ella en los túneles.

Genette reparó en que a Cisne el comentario no le hacía mucha gracia.

—Todos nos ayudamos mutuamente —dijo Wahram—. Ojalá podamos ver pronto a los tres jóvenes caminantes solares que nos acompañaron.

—Los están buscando, y confío en que se encuentren bien —dijo Mqaret—. Han podido rescatar a un número considerable de caminantes solares.

—Los nuestros fueron de mucha ayuda —comentó Wahram, a pesar del bufido de Cisne.

Mqaret no parecía afectado por la destrucción de la ciudad; había sucedido poco después de la muerte de Alex, y sin duda para él apenas tenía importancia. Desaparecida Terminador, sin embargo, los mercurianos se veían forzados a vivir en refugios repartidos por todo el planeta, de un modo no muy distinto de los habitantes de Ío. No era la situación óptima desde la cual plantearse la reconstrucción. Pero podían hacerlo, y de hecho habían iniciado el trabajo, utilizando refugios y robots resistentes al calor. Pronto, cuando anocheciera en la ciudad quemada, podrían arreglar las vías y poner de nuevo en movimiento la estructura urbana; entonces reconstruirían al amparo de la oscuridad, tal como habían hecho la primera vez.

Entretanto seguían en estado de emergencia, y en consecuencia su influencia en el sistema se había visto reducida.

—Cuando reconstruyamos todo volverá a ir bien —dijo Mqaret a Cisne, mirando a Genette y Wahram—. Quienes hablan de nuestros problemas tienen problemas propios. En el espacio todos somos vulnerables. No hay una sola colonia fuera de la Tierra que no pueda ser destruida, exceptuando a Marte.

—Lo cual forma parte de lo que hace insufrible a Marte —comentó Genette.

—Levantaré un monumento que recuerde nuestra pérdida —prometió Cisne, que hizo ademán como de levantarse de la cama e incluso tiró de las vías—. Haré un abramovic en las ruinas que exprese el pesar de la ciudad. Quizá un periodo de crucifixión sería apropiado.

—Arder en la hoguera —sugirió Wahram.

Cisne le dirigió una mirada envenenada. Mqaret objetó con más tacto, señalando que Cisne no estaba aún lo bastante recuperada para usar su cuerpo a modo de lienzo.

—Siempre te pasa factura, Cisne. No puedes.

—¡Lo haré! Desde luego que lo haré.

Pero el qubo de Cisne habló, proyectando la voz desde un lateral del cuello.

—Debo informarte de que me diste instrucciones para objetar ante cualquier proyecto abramoviciano que te propusieras hacer mientras tu estado de salud no fuese óptimo. Son tus propias órdenes.

—Es ridículo —dijo Cisne—. A veces las circunstancias exigen un cambio de planes. Nos enfrentamos a un evento capaz de cambiar el rumbo de las cosas, una catástrofe en toda regla. Exige una respuesta adecuada. Y tú cierra la boca, Pauline. Ahora no quiero oírte hablar.

Mqaret se había movido para bloquear el paso e impedir que Cisne se levantara de la cama.

—Querida Cisne, tu Pauline no dice ninguna tontería —dijo—. A pesar de ello, tienes razón, lo cual dice mucho de ti. No tengas prisa. Tienes formas mejores de actuar en estos momentos de necesidad. Hay mucho trabajo que hacer.

—El trabajo que me propongo hacer expresaría el destino de Terminador de forma artística.

—Lo sé, y especialmente para ti. Pero eres una de nuestras diseñadores de biomas, por tanto es en ese aspecto que vamos a necesitarte. Podemos aprovechar esta oportunidad para renovar el parque y la granja.

Cisne parecía alarmada.

—¿Supongo que nos limitaremos a remplazarlos? Nadie querrá cambiar nada. Al menos, sé que yo no quiero.

—Bueno, eso ya lo veremos. Pero tienes que ponerte a disposición de la ciudad.

Cisne se sonrojó.

—Lo estaré, por supuesto. ¿Podemos al menos tomar un vehículo aéreo para echar un vistazo?

—Creo que sí. En cuanto sea posible, reservaré asientos en uno de los que hacen la ruta matutina. Pero antes debes recuperarte.

Al cabo de unos días se acercaron en vehículo aéreo, siguiendo las vías al este hasta la cara solar y los restos de Terminador. Abajo el terreno, visto a través de potentes filtros, era de un blanco nuclear, con anillos negros y algunas líneas ondulantes que se antojaban una especie de alfabeto escrito con compás. Las vías eran estrechas franjas de resplandeciente alambre blanco.

Entonces, sobre el horizonte asomó Terminador. El marco de la cúpula relucía tan blanco como las vías. El interior era un amasijo negro que, a medida que fueron acercándose, se convirtió en pequeños conjuntos de ceniza, metal y tierra renegrida. El cuadro recordaba a las viejas fotografías de ciudades terrestres arrasadas por el fuego.

Compungido, Mqaret sacudió la cabeza al verlo.

—Ya veis por qué tenemos que permanecer en la cara oscura.

Cisne contemplaba el terreno, sin oír lo que decían. Genette reparó en que no había fingimiento alguno. Pura desolación en un rostro vacío. Parecía estar en alguna otra parte. Wahram la miraba sin tapujos.

Dominaba en la reluciente ruina de la ciudad el Muro del Alba. La cara externa, que miraba al este, era tan plateado y puro como siempre, pero el interior se había convertido en un amasijo curvo de balcones negros. Algunos de los tejados, hechos de cerámica azul, permanecían intactos, e incluso conservaban su color. La Gran Escalera aún se perfilaba, tramo negro a tramo negro, el mármol importado de los peldaños iridiscente al sol. Los listones que conformaban la cúpula se curvaban hacia el cielo como lo hacía la cúpula de Hiroshima.

—Era tan hermosa —dijo Mqaret.

—Y aún lo es —dijo Cisne.

—Replantaremos árboles importados y el resto crecerá a partir de las semillas que plantemos. Aunque debo decirte que las negociaciones con las compañías de seguros no van bien encaminadas —informó Mqaret—. Nos discuten la definición contractual de compensación total. Además aún no tenemos claro si fue un accidente natural o un acto de guerra. Los abogados del consejo creen que el seguro nos apoyará de todos modos, pero quién sabe. Será costoso, ésa es la cuestión. Vamos a necesitar ayuda. Por suerte el Acuerdo nos respaldará. Y sustituir a los animales será fácil, ya que los terrarios cuentan con un excedente importante.

Miró a Wahram y carraspeó.

—Me he enterado de que los vulcanoides también desean ayudar. Naturalmente están preocupados.

—Nos necesitan —dijo Cisne—. Por eso aceptaron la propuesta de ayuda que les ofreció Alex.

—Bueno, esto pondrá a prueba hasta qué punto creen necesitarnos.

Cisne sacudió la cabeza como un perro después de darse un chapuzón. Genette vio que en ese momento no quería pensar en los vulcanoides. Tal vez estaba molesta por el hecho de que Mqaret quisiera pasar página mientras seguían mirando las ruinas ardientes.

Wahram se mostró más comprensivo con su humor.

—El recuerdo de algo en concreto no es más que el pesar por un momento particular; y las casas, los caminos, las avenidas son tan huidizas como, ay, los años.

Cisne le miró, ceñuda.

—¿Otra galletita de la fortuna, oh, sabio profundo?

—Sí. —Una sonrisa imperceptible.

Genette reparó en que aún conservaba la capacidad de divertirla, a pesar del tiempo que habían pasado juntos bajo tierra. Tal vez había aprendido a hacerlo allí. Era asombroso ver lo poco que habían contado acerca del tiempo que pasaron juntos.

—Me gustaría unirme a la investigación de la inspectora Genette —dijo Cisne—, siempre que te parezca bien, inspectora. Querría ser tu enlace en Mercurio.

—Toda ayuda es bienvenida —dijo, diplomática, Genette—. Este incidente nos afecta a todos, pero por supuesto afecta a Mercurio especialmente. Por eso daba por sentado que querríais que alguien colaborase en la investigación.

—Bien —dijo Cisne—. Estaré en contacto con el equipo de diseño —dijo dirigiéndose a Mqaret.

No se habló más acerca de la performance artística que había propuesto en primera instancia, aunque Genette pensó que quizá la investigación acabaría convirtiéndose en ello.

Cuando regresaron al espaciopuerto, Wahram cabeceó y se despidió de Genette. Luego se volvió hacia Cisne, inclinándose ligeramente, con la mano en el corazón.

—Debo regresar a Saturno y ocuparme de los asuntos que he dejado pendientes allí. Estoy seguro de que volveremos a vernos pronto. Terminador surgirá de sus cenizas como el ave fénix, y luego habrá toda clase de pequeños detalles que rematar.

—No cabe duda de eso —dijo. De pronto lo abrazó, apoyando brevemente la cabeza en su amplio pecho. Una vez se hubo separado, añadió—: Gracias por salvarme. Lamento haber estado tan trastornada ahí abajo.

—En absoluto —dijo Wahram—. Tú me salvaste. Logramos salir de ahí.

Y con una última inclinación de cabeza, se marchó.

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