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KIRAN EN VINMARA

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KIRAN EN VINMARA

La nueva cuadrilla de trabajo de Kiran comenzó a conducir regularmente un todoterreno de ida y vuelta desde uno de los complejos cerrados de Lakshmi en Cleopatra, hasta la nueva ciudad de Vinmara, pasando siempre de camino junto a Harbor Stupid. Vinmara seguía creciendo como un banco de moluscos en torno a su bahía vacía de aguas poco profundas, y hacia el sur a través de la nevada por la que podía verse el brillo argénteo del mar de hielo seco.

Después de una de estas rutas, ya de vuelta en Cleopatra, Kiran se reunió con Kixue en un bar de juego que ambos frecuentaban, y el menudo voluble dijo:

—Ven a conocer a una amiga mía. Te gustará.

Resultó ser Shukra, la barba y el cabello largo y gris, tanto que parecía un mendigo errante. Kixue sonrió mientras Kiran reconocía al tipo.

—Ya te dije que te gustaría.

Kiran murmuró algo ininteligible.

—Está bien —dijo Shukra, mirándole fijamente—. Fuiste el cebo, ya te lo dije. Y mordieron el anzuelo. Así que aquí me tienes, dispuesto a decirte qué hacer a continuación. Lakshmi te ha puesto a trabajar cubriendo la ruta entre su complejo aquí y esa ciudad costera, ¿verdad?

—Correcto —respondió Kiran, que entendía que seguía debiéndole sus servicios al primero de sus contactos venusianos, pero a quien no se le escapaba lo peligroso que era jugar para ambos bandos. Bajo ningún concepto quería ponerse a Lakshmi en contra, pero ese hombre tampoco parecía alguien con quien se pudiera andar jugando. De hecho, en ese momento no había forma de rechazarlo—. Hay envíos que van en ambas direcciones, pero no vemos lo que llevamos.

—Quiero saber de qué se trata. Mira a ver si puedes ir un poco más allá, y hazme saber qué averiguas.

—¿Cómo me pongo en contacto contigo?

—No lo harás. Yo me pondré en contacto contigo.

Después, sintiéndose profundamente inquieto, Kiran se mantuvo ojo avizor cuando hacía la ruta a Vinmara. Reparó en que todo estaba preparado para que la tripulación del transporte no conociese el contenido de los todoterreno, había guardias en cada viaje, y la oficina del centro de Vinmara estaba tan cerrada a los extranjeros como las diversas instalaciones de Cleopatra. Los todoterreno se retiraban a un muelle de carga y se conectaban con el edificio, y al cabo de un tiempo se marchaban, y eso era todo. Una vez, cuando las fuertes nevadas los retrasaban en mitad de la ruta, Kiran escuchaba sin ver cómo el guardia en su cabina mantenía una conversación telefónica con lo que parecía ser los ocupantes del compartimiento de carga del vehículo; hablaron en chino, y más tarde Kiran hizo que sus gafas de traducción le interpretasen la grabación que había hecho.

—¿Estáis bien ahí atrás?

—Estamos bien. Están bien.

¿Ellos? Fuera como fuese tenía algo que contar a Shukra, siempre y cuando hiciera acto de presencia.

Dio la casualidad de que estaban en Vinmara cuando por fin las fuertes nevadas cesaron. Los cielos se despejaron, las estrellas se dibujaron con todo su esplendor en la negra cúpula del firmamento. Como era de esperar, se sumaron a los habitantes del lugar a la hora de ponerse el traje de vacío y salir a las puertas de la urbe, en dirección a las colinas desnudas que había sobre la ciudad. El continuo diluvio de nieve y aguanieve y granizo y lluvia se había prolongado durante tres años y tres meses. Todo el mundo quería ver qué aspecto tenían las cosas bajo las estrellas.

Casi todo el paisaje que podían ver estaba cubierto de nieve, que resplandecía a la luz de las estrellas. Muchas puntas de piedra negra horadaron el blanco reluciente, y el terreno que envolvía la ciudad hubiera sido un trazado diabólico para un campo de golf. El resultado era que sobre sus cabezas el cielo negro estaba tachonado de estrellas brillantes, mientras que a su pies las colinas blancas parecían salpicadas por afloramientos de motas pequeñas, de forma que el conjunto semejaba el negativo fotográfico del otro.

Y ya se podía respirar el aire libre. Hacía un frío del demonio, por supuesto, y a medida que la gente se quitó el casco se pusieron a gritar, expulsando bocanadas de vaho por la boca. Aire respirable, mezcla compuesta por nitrógeno, argón y oxígeno, a 700 milibares, y diez grados bajo cero. Era como respirar vodka.

La nieve bajo sus pies era demasiado dura para excavar bolas de nieve, y la gente se caía tras resbalar aquí o allá. Desde la cima de la colina que miraba a la ciudad podían verse grandes distancias en todas direcciones.

En torno a mediodía, y entre las estrellas en lo alto, colgaba el círculo negro del sol eclipsado. Un contorno negro en el cielo: el escudo solar, que no dejaba pasar la luz del sol, a excepción de ese día en que se produjo un uneclipse programado. Hacía un tiempo que estos uneclipses se habían programado una vez al mes, para hacer que el lugar alcanzase una temperatura más apta para el ser humano, pero nadie en el planeta había sido capaz de verlo debido a que la lluvia y la nieve habían bloqueado la vista. Pero ése serían capaces de verlo.

Mucha gente se puso de nuevo el casco; la realidad del frío era cada vez más patente. Kiran tenía la nariz tiesa y le ardían los oídos, ya que se había quedado helada. La gente decía que se podían romper las orejas congeladas sin más, y ahora se lo creía. La música sonaba a través de los altavoces en la ciudad, sonaba algo estrepitoso con címbalos, campanas, algo muy eslavo, muy fuerte y ruidoso.

Entonces, justo encima del escudo solar se dibujó un hilo perfectamente circular de luz diamantina, que ardía cerca del borde del disco negro. A pesar de que este anillo anular era un cable liso de color amarillo brillante, un delicado aro de fuego, todavía iluminaba las blancas colinas y la ciudad, el mar de plata hacia el sur y los penachos de hielo que llovían desde las gargantas que gritaban, brillaban ahora con una luz de bronce que le hizo recordar la luz del sol, toda la luz del sol que había conocido o soñado. El tinte bruñido era como la mismísima luz de la vida, una luz que casi habían olvidado, devuelta ahora por aquella atmósfera amarilla.

Después de una hora gélida, el anillo de fuego creció más y más delgado, eclipsando desde su interior hacia fuera, hasta que el disco del sol se volvió completamente negro de nuevo. La circular persiana veneciana había cerrado su llama abierta. El terreno cubierto de nieve se oscureció hasta adquirir su habitual luminosidad, y las estrellas se volvieron grandes de nuevo. Habían recuperado la noche cerrada, con toda su sombría familiaridad. Justo encima del disco negro del sol, un planeta blanco brillante relucía pequeño pero constante: Era Mercurio, le dijeron a Kiran. Estaban viendo Mercurio desde Venus, y brillaba como un diamante en bruto. Y más allá del horizonte occidental colgaban la Tierra y también la Luna, una estrella doble con un tinte azul.

—Guau —dijo Kiran. Había algo en él que parecía volar como un globo. Tuvo que respirar hondo.

Sin embargo, sus compañeros de la cuadrilla le tiraban del brazo.

—¡Chico de la Tierra! ¡Chico de la Tierra! ¡Bye Bye Miss American Pie! Tenemos que volver rápido a la ciudad, hay un vehículo averiado y Lakshmi nos necesita ahora mismo!

—Adelante —exclamó Kiran, que los siguió bajando por la colina hacia las puertas abiertas de Vinmara.

Justo en la puerta de la ciudad siguieron las instrucciones dadas por teléfono hasta el todoterreno que estaba en peligro. Tenía el mismo aspecto que el suyo. El conductor y un trío de agentes de seguridad estaban de pie junto a él, con aspecto de sentirse muy desdichados. El todoterreno no tenía potencia, y había unos cuantos paquetes que necesitaban transporte a la oficina del centro de la ciudad lo más rápida y discretamente posible. Kiran hizo cola con sus compañeros, y llegado el momento tomó una caja grande que le tendió uno de los agentes de seguridad, pensando que ésa podría ser su oportunidad para averiguar lo que estaban transportando. Luego atravesaron la ciudad en fila, como si fueran porteadores.

La ciudad seguía casi vacía, los residentes estaban aún festejando en la colina. La caja que Kiran transportaba pesaba unos cinco kilos, pero no era excepcionalmente pesada para su tamaño. Tenía un teclado numérico cerca del candado, lo que le proporcionaba el aspecto de un maletín reforzado. No estaban lejos de la oficina. Las bisagras parecían pequeñas y endebles, y se preguntó qué pasaría si se precipitara al suelo por ese lado.

Pero entonces el trío de agentes de seguridad del todoterreno averiado apareció gritando:

—¡Corred! ¡Corred! ¡Rápido, a la oficina! —Miraban hacia atrás con miedo y las armas desenfundadas. Todo el mundo echó a correr desbocado, y Kiran, siguiendo a los demás, al verlos nerviosos, cambió el maletín de mano para apoyarse las bisagras en el costado. Cuando sus compañeros doblaron la esquina de un callejón, fingió tropezar, y golpeó con fuerza la maleta contra la pared por la parte de las bisagras.

La maleta no acusó el golpe.

—¡Vaya mierda! ¿No los habrás roto? —gritó alguien a su espalda; era uno de los guardias de seguridad, un chino alto, situado de pie junto a él con expresión horrorizada.

—¿Qué pasa? ¿No serán huevos? —preguntó Kiran mientras se levantaba.

—Como si lo fueran —dijo el guardia, tomando la caja y descargando golpes en el teclado—. Y si están rotos, lo mejor será abandonar la ciudad. —La parte superior de la maleta se levantó, y dispuestos en una hilera de recipientes transparentes vio una docena de globos oculares humanos. Todos ellos, Kiran pensó que por casualidad, vueltos hacia él.

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