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WAHRAM Y GENETTE

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WAHRAM Y GENETTE

Wahram regresó junto a Genette, que partía en dirección a Vinmara y no tenía tiempo que perder, por lo que se limitó a decir:

—Vamos. —Corría tan rápido como un terrier. Wahram giró la silla dispuesto a seguirla, y Genette se volvió hacia él y le preguntó si todo iba bien con Cisne. Wahram respondió que sí, a pesar de no estar muy seguro de ello. Sin embargo, había llegado el momento de centrarse en el plan.

Mientras volaban a Vinmara, Genette habló con algunos de sus asociados, sirviéndose de su qubo de muñeca Passepartout a modo de radio. Wahram lo señaló con un gesto y arrugó el entrecejo.

—Hay qubos que trabajan para nosotros, como Cisne mencionó —dijo Genette al tiempo que sacudía la cabeza—. De hecho, es muy posible que el suyo sea uno de ellos. Pero no he podido comprobarlo todavía, y probablemente hiciste bien en mantenerla al margen. Cuesta saber cómo reaccionaría. Pero mientras tanto, hemos comprobado a Passepartout y el qubo de Wang, y ambos nos ayudan tal como les ordenamos. Eso creo —aseguró, mirando cruzada al qubo de muñeca.

—¿Crees que los qubos están comenzando a funcionar como su propia sociedad, en grupo, organizados, incluso con disensiones? —preguntó Wahram.

Genette levantó ambas manos.

—¿Y cómo íbamos a saberlo? Es posible que reciban instrucciones de distintas personas y, por tanto, actúen de manera independiente. Así que lo mejor será capturar al fabricante de estos qubos humanoides en Vinmara, a ver si así averiguamos algo más.

—¿Qué pasa con los venusianos? ¿Te permitirán hacer lo que te has propuesto?

—Shukra y su grupo nos apoyan. Están en pleno forcejeo en este momento, y hay mucho en juego. La gente de Lakshmi o bien fabrica a estos humanoides o bien se beneficia de su existencia, no sé muy bien qué es exactamente, pero de todos modos el grupo de Shukra está dispuesto a ayudarnos. Creo que el Grupo de Trabajo está lo bastante dividido para que podamos hacer lo que debamos y abandonar el planeta antes de que puedan reaccionar.

A Wahram esto le sonaba terrible.

—¿Sumergirse en una guerra civil?

—No hay más remedio que seguir adelante —dijo Genette, con un rápido encogimiento de hombros.

Llegaron al espaciopuerto y caminaron apresuradamente por él hasta el túnel de embarque y un avión pequeño. Una vez subieron a bordo y estuvieron en pleno vuelo, Genette miró por la ventanilla y comentó: —Esto se parece mucho a China. Es más, cabe la posibilidad de que sigan obedeciendo órdenes de China, pero es difícil estar seguro. De todos modos, las decisiones están en manos de un grupo muy reducido. Y ahora están divididos sobre lo que quieren hacer con el escudo solar. Cómo lo considera cada uno se ha convertido en una especie de prueba de lealtad para ambos bandos. Pensaba que había más venusianos que habían llegado a aceptar la dependencia como uno de tantos peligros. Pero los que se oponen a ello tienden a mostrarse más vehementes en sus sentimientos. Para ellos es una especie de cuestión existencial. Y están dispuestos a adoptar comportamientos extremos para salirse con la suya.

—Entonces, ¿tú qué crees que hicieron?

—Creo que lo que pudo suceder es que uno de sus programadores decidió encargar a algunos qubos que contribuyeran al esfuerzo de deshacerse del escudo solar. Tal vez fue una orden abierta, algo así como «hallar una manera de hacer esto». Eso significa que algunos qubos ejecutan un algoritmo de resultados probables. Y quizá el algoritmo no estaba bien delimitado. Dispuesto a considerar cualquier cosa, por decirlo de algún modo. Muy similar a la vida real. Entonces, ¿y si ese qubo propuso entonces instalar qubos en cuerpos humanoides, para que pudieran efectuar ataques que los qubos-caja, inmóviles, no podían hacer por sí mismos, ataques que los humanos no podían o no querían hacer? Me refiero al sabotaje. O llámalos espectáculos educativos, es decir, desastres organizados. Si pudieran hacer que la mayoría de los venusianos creen que el escudo solar corre peligro de ser atacado, que todos ellos podrían acabar achicharrados, sin duda entonces el sentimiento público apoyaría otra era de bombardeo sobre Venus para alterar la rotación.

—Asustar a la población civil para que tome una determinada opción política —concluyó Wahram.

—Sí. Lo que por sí solo podríamos definir como acto de terrorismo. Sin embargo, un qubo programado para buscar resultados podría no considerarlo tan evidente.

—Por tanto, ¿el ataque a Terminador fue una especie de demostración?

—Exacto. Y te aseguro que también tuvo ese efecto aquí en Venus.

—Pero este nuevo ataque contra el escudo solar podría haber sido mucho más que un susto —sugirió Wahram—. De haber tenido éxito, habría matado a un montón de gente.

—Ni siquiera eso podría hacer que las Inteligencias Artificiales lo considerasen negativo. Depende del algoritmo, lo que equivale a decir que depende del programador. Hay un montón de gente en la Tierra disponible para reemplazar a cualquiera que fallezca aquí. Sólo China podría repoblar fácilmente el planeta. Podrían asesinar a toda la población de Venus, que esto se llenaría de chinos y China ni siquiera notaría su ausencia. ¿Quién sabe lo que estarán tramando? Esos programadores podrían haber dirigido a sus qubos en nuevas direcciones, incluso proporcionado nuevos algoritmos, pero fuera lo que fuese que hicieron, no los han convertido en seres pensantes, en seres humanos, ni siquiera si han logrado que pasen un test de Turing.

—Así que definitivamente existen estos qubonoides.

—Ah, sí. Cisne ha conocido a algunos, y yo también. La criatura de Ío era uno de ellos. Y me ha parecido muy interesante averiguar que un gran número de ellos proviene de Marte, que se hacen pasar por humanos y que participan en las tareas de gobierno. Ahora, a la luz que arrojan estas revelaciones, los problemas de Marte con el Mondragon y con Saturno me parecen muy sospechosos.

—Ah —dijo Wahram, pensativo—. Entonces, ¿qué pasos estáis llevando a cabo?

—Vamos a detenerlos a todos a la vez —respondió Genette, comprobando rápidamente la lectura de Passepartout—. Acabo de enviar la orden codificada para iniciar la operación. Ha llegado el momento. Medianoche, hora de Greenwich, once de octubre de dos mil trescientos doce. Ha llegado la hora de atacar.

Desembarcaron a las afueras de Vinmara, y después Wahram agradeció el hecho de ir en silla de ruedas, ya que Genette fue de una reunión breve a otra a una velocidad increíble, tanto fue así que incluso Wahram, sobre ruedas, apenas pudo mantenerse a su altura.

Kiran llegó unos minutos más tarde en otro vuelo, y se reunió con ellos para mostrarles en qué edificios había visto los globos oculares. Poco después llegó un grupo armado, y no hubo tiempo que perder en torno al edificio. Tras un breve retraso, franquearon el acceso principal y corrieron armas en mano, ataviados con el traje de vacío. Una densa nube de gas gris se extendió en el interior desde el momento en que derribaron la entrada con explosivos.

En menos de cinco minutos, el edificio estaba asegurado. Inmediatamente, Genette fue a consultar con el equipo de asalto, y luego con Shukra, que se presentó con otro contingente de partidarios armados, allí presentes para asegurar la zona en caso de que hubiese resistencia local ante la rápida extracción de los contenidos del lugar.

Genette conversaba continuamente con la gente, tanto en persona como a través de dispositivos móviles, tan ajetreada como volcada en la labor de coordinación. Estaba acostumbrada a estas cosas. Hecha incluso a la idea de verse envuelta en una lucha entre las facciones de Venus, lo cual Wahram pensaba que debía de ser extremadamente peligroso.

Cuando Genette se tomó unos instantes para descansar, con la situación bajo control, se sentó en el borde de una mesa, tomándose un café y consultando el qubo de muñeca.

—¿Entonces el ataque de las piedras es responsabilidad de una facción de Venus, empeñada en influir en su población? —preguntó Wahram, curioso—. ¿Para ganar la mano en su brega con otra facción?

—Correcto.

—Pero… Si el ataque contra el escudo solar hubiese tenido éxito, ¿los terroristas no se habrían matado también a sí mismos?

—Creo que habrían tenido tiempo para efectuar la evacuación. A estas alturas los autores podrían haber abandonado el planeta. Además, si los qubos tomaron la decisión, es posible que no les preocupara lo más mínimo. Quienesquiera que fuesen los programadores originales, tal vez en ese momento no tenían el control de las decisiones que se tomaron. Los propios qubos pudieron pensar que… bueno, es una pérdida, pero allí de donde venimos hay más de los nuestros. Así que obtendrían lo que buscaban tanto si el ataque funcionaba como si no.

—¿Y el terrario saboteado del cinturón de asteroides? —preguntó Wahram tras pensar unos instantes—. ¿El Yggdrasil?

—A saber. Tal vez tuvo por objeto hacer que la gente se sintiera vulnerable. Quizá sólo estaban probando su método. Pero coincido en que es muy raro. Es una de las razones por las que quiero ver a estos qubonoides y a cualquiera que haya sido detenido aquí.

Un grupo de personas salió por la puerta principal del complejo, y Genette se fue derecha hacia ellos. La mayoría eran menudos; por lo visto el ataque al edificio había tenido un fuerte componente de caballo de Troya, con un montón de menudos deslizándose a través de los conductos de ventilación, lanzando botes de humo para iniciar el ataque.

—Muy bien, vamos —dijo Genette cuando regresó junto a Wahram—, salgamos de aquí. Tenemos que sacar a estas cosas fuera del planeta tan rápido como nos sea posible.

Una fila compuesta por dos docenas de personas, en su mayor parte de tamaño normal, incluidos un menudo y un hombre alto, franquearon la puerta, prácticamente inmovilizados por chalecos de seguridad. Genette los detuvo al pasar uno a uno, haciendo preguntas muy cortésmente, entreteniéndose únicamente unos segundos con cada uno de los detenidos. Wahram también los inspeccionó al pasar, observó su forma de moverse, que quizá le pareció más grácil de la cuenta, además de reparar en la inexpresividad de los ojos vidriosos, o la mirada atenta de algunos de ellos. Pero no habría apostado por su propia capacidad para determinar cuáles eran humanos y cuáles fabricados. Como mínimo resultaba desconcertante. Una pequeña gota de miedo parecía haberse deslizado por la garganta hasta su estómago, donde se estaba extendiendo.

Genette retuvo a la última persona de la fila.

—¡Ajá!

—¿Quién es? —Preguntó Wahram.

—Creo que se trata del jugador de petanca de Cisne. —Genette levantó a Passepartout y fotografió a la persona, y luego asintió al emparejar las fotos en pequeña pantalla del qubo de muñeca—. Y, por lo visto —añadió, deslizando una varita a la altura de la cabeza del joven—, un ser humano después de todo.

El joven los miró fijamente en silencio.

—Tal vez éste sea nuestro programador, ¿eh? —se preguntó Genette—. Habrá tiempo de investigarlo de camino. Quiero abandonar Venus tan pronto como nos sea posible hacerlo.

Esto supuso cruzar de nuevo con rapidez la ciudad, y un tenso paso a través de las esclusas hasta el improvisado helipuerto. Más de una vez, los funcionarios, que deberían haber tenido motivos para dudar de un grupo tan numeroso, los dejaron pasar sin trabas, manteniendo a veces nerviosas conversaciones a través del micrófono de los auriculares.

Una vez alzaron el vuelo, Genette dedicó a Wahram el gesto de un mimo que se limpia la frente sudorosa. Su helicóptero voló rumbo a Colette, y en el espaciopuerto aterrizó en una pista que lo llevó hasta el interior de un transbordador espacial, que despegó hasta establecer una órbita baja, donde a su vez abordaría un crucero en órbita de la Interplanetaria.

Era el Justicia Rápida, y cuando todo el mundo estuvo sano y salvo a bordo, puso rumbo a Plutón.

En las semanas que duró el viaje de vuelta, interrogaron al jugador de petanca en más de una ocasión, pero nunca dijo una palabra. Era definitivamente humano. Se trataba de un joven de treinta y cinco años de edad. Pudieron seguir sus pasos desde que Cisne lo había conocido en Chateau Jardín hasta una de las fábricas independientes, una que no quería dar su nombre a extraños. La Interplanetaria la había nombrado en su lista, con accidental presciencia, U-238.

Durante el vuelo a Plutón y Caronte, el qubo de Wang pudo averiguar un poco más acerca de la breve vida del jugador de petanca. Era una historia triste, aunque no fuera poco común: terrario pequeño dirigido por una secta, en este caso fieles de Ahura-Mazda; estricta división de sexos; patriarcal, polígamos, obsesionado con los castigos físicos por transgresiones demoníacas. En ese pequeño mundo aparece un niño inestable. Informes de agresión sin remordimiento. Metido allí desde los cuatro años hasta que desertó con 24. Aprendió a programar en Vesta, nadie lo conocía. Estuvo volcado durante un tiempo en el diseño de qubos en la Academia de Ceres, aunque acabó abandonando el centro; distanciado de la cultura escolar. Finalmente lo expulsaron de Ceres por transgredir demasiadas veces los códigos de seguridad; después regresó a su piedra natal, donde, hasta donde se sabía, había vivido una temporada. Claro que, de hecho, nadie lo había estado observando. No estaba claro cómo había llegado a tomar parte en las obras de Venus, esa temporada quedaba oculta en la niebla que envolvía al Grupo de Trabajo de Venus: en este caso concreto, Lakshmi y su empeño anti escudo solar, un grupo que había ocultado todas sus acciones de forma muy eficaz. También Vinmara y el laboratorio que había fabricado humanoides, como los que habían ido a Marte y se habían infiltrado en órganos de gobierno. Y los que se habían mudado a la Tierra y el cinturón de asteroides, construido y operado el aparato que había proyectado al espacio los guijarros. De modo que había sido ese joven el responsable de inventar las turbas de guijarros, o diseñado a los qubos que luego habían ideado esa arma. Luego él, o sus creaciones, habrían ejecutado los ataques.

—¿Yggdrasil? —preguntó una vez Genette al jugador de bolos.

Los monitores de diagnóstico conectados al cuerpo y el cerebro del joven mostraron un salto pronunciado.

Genette cabeceó en sentido afirmativo.

—No fue más que una prueba, ¿eh? ¿Una prueba de concepto?

Una vez más los monitores dieron fe de la alteración de su metabolismo. La idea de que estos saltos constituían un detector de mentiras fiable se había abandonado hacía mucho tiempo, pero los saltos fisiológicos seguían siendo muy sugerentes.

El joven permaneció en silencio, así que no había manera de asegurarse de que ninguna de estas cosas hubiese sucedido. Sin embargo, estaba claro que existía una relación con el Yggdrasil.

Para Genette, eso era lo único que importaba.

—Creo que los ataques a Terminador y Venus se debieron a causas políticas —dijo a Wahram, con el joven presente en la estancia, contemplando silencioso la pared, mientras las líneas del monitor se desplazaban alteradas, hablando por él con una especie de grito mudo—. Tengo la sospecha de que los ataques fueron aprobados por Lakshmi. Pero sabotear el Yggdrasil fue lo primero que sucedió, y probablemente se deba a este sujeto. Una demostración dirigida a Lakshmi, tal vez. Una prueba de concepto. Y así murieron tres mil personas.

Genette se volvió para mirar el rostro tenso del joven, y seguidamente dijo a Wahram:

—Vamos, salgamos. Aquí ya no hay nada que hacer.

En las tres semanas que tardaron en llegar a Plutón y Caronte, la pierna lesionada de Wahram empeoró, y tras una consulta con los miembros del equipo médico de a bordo hubo que amputarla justo debajo de la rodilla, e iniciar el trabajo con células madre pluripotentes que provocaría el crecimiento de una nueva pierna izquierda. Wahram soportó esto prestando la mínima atención posible, procurando calmar el temor que crecía en su interior y recordarse a sí mismo que con ciento once años, todo su cuerpo era un ingenio médico, y que el crecimiento de miembros amputados era una de las intervenciones corporales más sencillas y antigua. Sin embargo, resultaba espeluznante a simple vista, por no mencionar el picor fantasma, la sensación de ausencia, así que se mantenía distraído comentando a menudo con Genette el plan que el equipo de la inspectora estaba ejecutando. Pero no importa lo mucho que se distrajera, porque nunca se acostumbró a la sensación de la nueva pierna que le crecía por debajo de la rodilla.

Naves espaciales de todo el sistema solar fueron convergiendo para sumarse a ellos en Caronte, ya que éste era el lugar donde el grupo Alejandrino y los agentes de la Interplanetaria que colaboraban con ellos reunían a todos los humanoides qubo que habían sido detenidos, quienes, que ellos supieran, eran todos lo que se habían fabricado. Los habían apresado a todos el mismo día que había cerrado la instalación en Vinmara, la mayoría a la misma hora. Casi la mitad de ellos estaban en Marte. Toda la operación había sido planeada y coordinada de forma verbal, y en el momento preciso de la ejecución del plan comunicado el día anterior, Genette envió un mensaje por radio, que consistía en una interpretación de la pieza clásica de jazz Now’s the Time. En todos los detalles el plan se había ejecutado sin problemas significativos, a pesar de que más de dos mil agentes habían participado en la operación y se había capturado a cuatrocientos diez humanoides. Ninguno de ellos dio muestras de haber previsto la posibilidad de que pudieran correr peligro de ser arrestados.

El plan de Genette consistía en exiliar a todos estos humanoides, junto con el jugador de petanca y una treintena de personas involucradas en los ataques qubo. Se había llegado al acuerdo de utilizar una de las naves en construcción de Nix, la luna de Plutón. De hecho, esta nave no era más que un terrario especializado, un sistema de soporte de vida biológica casi completamente cerrado, excepcionalmente bien suministrado y con motores extremadamente potentes. Serviría ahora como una especie de pontón, similar a los que orbitan el cinturón de asteroides, pero expulsado del sistema solar. El terrario del interior de la nave quedaría sellado, la Inteligencia Artificial se colocaría fuera del cilindro sellado, y así la pondrían rumbo. Cuatrocientos humanoides qubo, el jugador de petanca y el grupo de personas que habían sido declaradas culpables de complicidad en todos los ataques. No era un grupo numeroso, ya que el jugador de petanca parecía haber concebido y diseñado el ataque de forma que necesitase recurrir a pocos aliados humanos para que surtiera efecto. Resumiendo: el exilio, del sistema solar y del resto de la humanidad.

—Sin duda, Lakshmi tendría que acompañarlos —protestó Wahram ante Genette.

—Estoy de acuerdo, pero no he podido atraparla. Los venusianos tendrán que encargarse de ella, o quizá podamos procesarla en Ceres y ver en qué acaba la cosa.

—Respecto a la nave del exilio —preguntó Wahram—. ¿Qué pasa si los qubos logran hacerse con el control? Invierten el rumbo y regresan, con sed de venganza y más inteligentes que nunca.

—Hablamos de velocidades demasiado grandes —explicó Genette con desenvoltura—. El combustible a bordo se quemará rápidamente para alcanzar una velocidad tremenda. Para cuando solucionen el problema de la recarga de combustible, necesitarán siglos para regresar. En ese tiempo, la civilización ha trazado un plan para lidiar con ellos.

—¿En qué crees tú que consistirá?

—No tengo ni idea. Vamos a tener que tratar con los qubos, no hay manera de evitarlo. Tenemos cogido al toro por los cuernos. Mi sensación es que si los qubos se mantienen fuera de los cuerpos humanoides, y fuera de las manos de programadores enojados, sólo formarán parte del conjunto, como lo hace Passepartout ahora.

—¿O la Pauline de Cisne?

—Tal vez introducir un qubo en tu cabeza no sea buena idea —admitió Genette—. Me pregunto si Cisne estaría de acuerdo en pasarse el qubo a la muñeca, como el mío.

Wahram lo dudaba, aunque no estaba seguro de por qué. Con Cisne no había forma de saberlo, sin importar de qué tratara.

Luego le inundó una nueva inquietud.

—¿No hablamos de un caso claro de castigo cruel e inusual?

—Es inusual —admitió Genette con una sonrisa—. Incluso único. Pero su crueldad es relativa.

—¿Exiliado con qubos? ¿No es una extraña clase de confinamiento en solitario, algo concebido en una pesadilla?

—El exilio no es cruel. Créeme porque sé de qué hablo. La mente es un lugar por derecho propio. En teoría, podrían crear un espléndido terrario allí, luego colonizar una Tierra vacía en algún lugar distante, e iniciar una nueva era para la humanidad. No hay nada que se lo impida. Así que no es más que el exilio. Yo misma soy una exiliada, y se trata de una forma reconocida de castigo severo, sin ser letal. Hablamos de alguien que ha matado a tres mil personas sólo para probar un arma. Que ha programado ordenadores cuánticos que ahora son incapaces de determinar si lo que hacen es bueno o malo. Se les ha atribuido intencionalidad sin límites adecuados, constituyen un peligro evidente, y en este momento no tenemos una buena defensa contra ellos. Así que creo que enviarlos lejos supone una declaración acerca de cómo tratamos a los qubos. No nos limitamos a apagarlos y separarlos, tal como algunos nos están pidiendo, sino que enviaremos a los peligrosos al exilio, al igual que hacemos con los seres humanos. Eso tiene que constituir un buen mensaje para los qubos que se quedan atrás. Los mantendremos en cajas para que podamos tenerlos bajo control, al menos espero que lo hagamos. Eso podría funcionar. O no. Pero lo que sí espero es que podamos impedir que se fabrique ningún qubo, de ningún tipo, al menos por un tiempo, y darnos un respiro para mirar más de cerca lo que podrían suponer los qubos inteligentes, los qubos intencionales o los que están integrados en organismos. Así que, en lo que a mí concierne, hemos administrado justicia, y eso nos ha dado un respiro. Por tanto, me alegro de que haya habido un acuerdo entre la de Plutón, el Mondragon y todas las demás partes interesadas, incluido Shukra. Y es de esperar que Cisne también, cuando se entere, y también todos los demás.

—Quizá —dijo Wahram.

Seguía sin sentirse cómodo con la solución de Genette. Pero todas las alternativas que se le ocurrían eran demasiado duras (condena a muerte para todos ellos) o demasiado indulgente (reintegración en la sociedad). El exilio, la primera nave espacial convertida en prisión… Bueno, después de todo había terrarios prisión en el cinturón de asteroides, cerrados al exterior y con condiciones en el interior que iban desde la utopía al infierno. Así el grupo del jugador de petanca y sus creaciones podrían hacer lo que quisieran. Supuestamente. Aún le parecía una versión del infierno. Cuando todo estaba dicho y hecho, la menuda inspectora Jean Genette podía mostrarse tan inhumana como el jugador de petanca. Optimista, alegre, impenetrable. Miraba fijamente a Wahram con una mirada que era la misma para todos: la de una santa, una criminal, una extraña, una hermana. Todos le dirigían la misma mirada de pájaro, evaluándolo sin tapujos, interesados y dispuestos a dejarse convencer.

Wahram seguía inquieto, y consultó los archivos de todos los seres humanos y humanoides que habían apresado, lo que a esas alturas alcanzaba miles de páginas.

Una vez hubo terminado, volvió a Genette más molesto que nunca.

—Hay algo que has pasado por alto —dijo, brusco—. Lee las entrevistas y verás que hay alguien en ese laboratorio en Vinmara que estaba soltando a algunos de esos qubonoides, a los que enviaba a visitar a otras personas del sistema que ayudaban a esconderlos. Los que conoció Cisne en el Mongolia Interior, y al menos otros cuatro más, cuentan todos historias similares. Quienquiera que sea el responsable les dijo que eran defectuosos y que tenían que darse a la fuga si querían evitar la destrucción. Los qubos no supieron qué hacer al respecto, y algunos de ellos actuaron de manera extraña una vez liberados. Tal vez fueran defectuosos, no tengo ningún motivo para pensar lo contrario. De todos modos, ¡esa persona del laboratorio los estaba alejando de Lakshmi! Entonces, ¿merece también el exilio? ¿Y los qubonoides defectuosos que se escaparon también merecen el exilio?

Tras escuchar esto Genette arrugó el entrecejo y prometió examinarlo con detenimiento.

La reacción de Genette no resultó satisfactoria para Wahram. Había colaborado desde un primer momento con ella y Alex en el problema de los qubos extraños, y ahora sentía que lo estaban haciendo a un lado. Hizo rodar la silla de ruedas hacia una reunión de los investigadores de la Interplanetaria y otros miembros del grupo enfrascados en comentar la situación, donde abogó de nuevo por los inocentes que se habían visto atrapados con el resto de los cautivos. Al final, a pesar de que no hubo unanimidad, se llegó al acuerdo de que todos los qubonoides afrontarían el exilio, mientras que el ayudante de laboratorio que había estado apartando a las unidades defectuosas no lo haría. Resultó que el ayudante de laboratorio no sólo los había liberado, sino que también los borró de los registros del laboratorio, valiéndose de ingeniosas triquiñuelas, tal como Genette informó a Wahram, como si fuera su astucia lo que al final le había valido el indulto. Wahram, que seguía profundamente insatisfecho, aparcó el asunto. El ayudante de laboratorio de Venus, un joven apenas mayor que el jugador de petanca, era libre de marcharse. Y los pobres qubos defectuosos tal vez estarían más a gusto entre los demás miembros de su propia especie.

Así que cuando llegó el momento, Wahram se sentó en la galería del crucero de la Interplanetaria, dispuesto a observar junto al resto de los presentes cómo se encendía el motor de materia-antimateria, y el Primer Trimestre de Nix inició su viaje a las estrellas. Parecía cualquier otro terrario en pleno vuelo, quizá algo mayor. El hielo constituía un porcentaje importante de su masa, y el exterior parecía una estatua de hielo de algo parecido a un gran delfín blanco que volaba en la estela de un rayo.

—¿Qué pasa con la gente que lo construyó? —preguntó Wahram—. ¿Ésa no era su nave?

—Tenemos que reemplazarla. Se han propuesto enviar cuatro formando una especie de flota, por lo que vamos a hacer otra para sacarlos de Hidra. También podemos sacar algunos de Caronte si lo necesitamos. Así que conservarán sus cuatro naves.

Wahram aún se sentía turbado.

—Todavía no sé qué pensar al respecto.

Eso a Genette no parecía preocuparle.

—Me temo que es lo mejor que podemos hacer. Ha costado mucho manejar el asunto sin recurrir a la conexión y hacerlo en la más absoluta confidencialidad. Si te interesa mi opinión se trata de una operación muy ingeniosa. Sorprende ver lo que se puede hacer con papel y relojes sincronizados. Todas las persona involucradas tuvieron que actuar con la mayor discreción y confiar plenamente en las personas que conocían en sus redes, y ninguno de ellos disfrutó del menor margen de error a la hora de cumplir con su cometido. Si lo piensas bien supone un auténtico logro.

—De acuerdo —dijo Wahram—, pero ¿bastará con eso?

—No. El problema persiste. Esto sólo nos da un poco de espacio para respirar.

—Y ¿estás segura de que los habéis detenido a todos?

—En absoluto. Pero parece que la instalación de Venus era la única que los fabricaba, o eso parece creer el qubo de Wang. Tenemos suficientes registros de su consumo de energía y la entrada de materiales para obtener un cálculo máximo de cuántos pudieron fabricar, y casi alcanzamos la misma cantidad. Posiblemente aún corran uno o dos por ahí, pero creemos que son muy pocos para perjudicarnos. Cabe la posibilidad de que haya más unidades defectuosas liberadas por ese joven ayudante de laboratorio. De todos modos vamos a tratar de capturarlos si están ahí fuera.

Lo que significaba, pensó Wahram, que en este momento, en alguna parte del sistema, podía haber máquinas con forma humana, ocultas entre la multitud, esforzándose al máximo para seguir en libertad, tal vez, cuando un equipo de rayos X u otro dispositivo de vigilancia revelarían lo que eran. Escondidas por ahí, tratando de lograr las metas que se habían propuesto, o las nuevas que pudieran elegir por sí mismas, de acuerdo con algún algoritmo de supervivencia inventado por sí mismas. Dañadas, peligrosas, distanciadas de toda conciencia, solitarias e invadidas por el miedo. En otras palabras, igual que todo hijo de vecino.

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