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KIRAN EN EL HIELO

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KIRAN EN EL HIELO

Fue mientras a Kiran le seguían observado los ojos de la caja cuando se le ocurrió pensar que no debería estar viendo algo como eso, y una mirada fugaz al alto guardia de seguridad dejó bien claro que también al guardia se le había ocurrido lo mismo. Mientras el guardia se disponía a cerrar de nuevo la caja, Kiran pensó lo que eso significaba, y, antes de que el guardia terminara de teclear, Kiran se alejaba por donde había llegado. Tomó la primera calle disponible y echó a correr hacia el siguiente cruce, antes de girar de nuevo tras echar un vistazo atrás. Aún no se veía al guardia. Siguió adelante reduciendo el ritmo, repasando sus opciones. El tren que cubría la ruta entre Vinmara y Cleopatra estaría vigilado, y sólo había uno.

Gran parte de la población de la ciudad seguía fuera celebrando el final del eclipse y el fin de las lluvias. Sabía dónde se encontraba la puerta en relación con su posición actual. Una vez más atajó en línea recta en su dirección. Encontró las calles de la ciudad prácticamente vacías. Al frente estaba la puerta, pero no vio a nadie de su nueva cuadrilla, ni guardias de seguridad, aparte de los porteros ordinarios. Tendió a uno de ellos la identificación original, mientras se acercaba a la esclusa. Al entrar se aseguró de que el traje de vacío estuviese en buenas condiciones.

Ya en las nevadas laderas de Venus vio un tropel de gente que descendía por la colina con vistas a la bahía, y rehuyó sus miradas mientras pasaba junto a ellos en dirección oeste, rodeando la ciudad. Una vez superó las afueras se deslizó por la colina, fuera de la vista de Vinmara, para dar un buen rodeo en dirección sur, hacia el lejano océano.

Aún seguían cubriendo el CO2 congelado ahí abajo, así que esperaba poder tomar una de las super pulidoras de hielo o uno de los aplicadores de roca falsa. Quería llegar a Colette, pero temía que hubiesen alertado a toda la red de transportes de su presencia. En ese momento empezó a comprender las implicaciones de ser un agente doble, un topo, o lo que fuera en lo que se había convertido: significaba que ninguno de los bandos se preocupaban por él, ni se molestarían en defenderlo si surgían problemas. Por otro lado, si podía volver a ver a Shukra, tenía la información que éste le había encargado. Así que ir a Colette era el camino más obvio.

Vinmara se encuentra justo al sur de Otonah Corona. Otonah era la diosa iroquesa del maíz, le informó el mapa del visor; sin duda era una deidad mucho más benigna que Lakshmi, quien, después de todo, era jefa de Kali. Todo lo que Kiran había oído contar acerca de Lakshmi le hacía estar bastante segura de que no podría sobrevivir a su decepción. Al pensarlo, lanzó un grito y sacó las gafas de traducción que ella le había dado del bolsillo del pecho. De mala gana, con un último beso en agradecimiento por todo lo que había hecho en favor de su vida amorosa, las tiró a la basura. Realmente era una lástima que no se le hubiese ocurrido hacerlo cuando estaba en la ciudad, pero de ninguna forma pensaba volver por eso.

Desde que había visto los imponentes vehículos de roca falsa en el horizonte de Vinmara, había dado por sentado que no podían estar muy lejos. Mientras caminaba por la nieve crujiente y resbaladiza, cuesta abajo hacia el mar de hielo seco, se dio cuenta de que la nueva ladera de la ciudad proporcionaría una vista más lejana de lo que había calculado. De hecho podría ser de muchos kilómetros.

Esta reflexión empezaba a angustiarlo cuando alcanzó una pequeña cresta en el hielo y vio una super pulidora de hielo, no inmediatamente cerca, sino a un par de kilómetros de distancia, bamboleándose con lentitud de la forma habitual. Echó a correr y procuró mantener un ritmo propio para no llegar cansado. El vehículo se movía transversalmente, así que no habría problema. No era necesario arriesgarse.

Sin embargo, para cuando lo alcanzó estaba resoplando. Desafortunadamente, si había alguien dentro, no estaban mirando por las ventanas de la cabina, que se encontraban en la parte superior frontal de la cosa. No había nada que Kiran pudiese hacer excepto correr junto al vehículo y saltar al costado, donde había una escalerilla que casi besaba el suelo. Subió por la escalera, se encaramó al techo de la cosa, donde no sólo encontró pasamanos, sino muchos instrumentos a los que aferrarse. Por desgracia era demasiado expuesto descolgarse por la parte frontal y tratar de llegar al punto donde arrancaban las ventanillas, y además no había nada a lo que aferrarse. Parecía como si las ventanillas estuvieran fuera de su alcance, y se sintió frustrado.

Sin embargo, había una escotilla en el techo, y al reparar en su existencia empezó a golpearla con los puños, y después lo hizo con los tacones de las botas. Miró a su alrededor, con la esperanza de encontrar algo que le permitiera golpearla con mayor fuerza, cuando el gigante dio una sacudida al frenar, y poco después oyó voces debajo y se abrió la escotilla.

—¡Gracias! —gritó—. ¡Me había perdido!

Dos venusianos lo llevaron dentro, y le costó dar con una historia para ellos que justificara su presencia allí, en el océano de hielo. Tuvo que aludir al consumo de drogas y la desorientación geográfica, pero hizo lo que pudo, sintiéndose afortunado de que la incomodidad fuese la emoción apropiada para su coartada y los lamentables particulares. Por suerte ambos tuvieron que atender la explicación a través del traductor, que trasladó las palabras al chino, y se limitaron a asentir como si se hubiesen sometido a menudo a insensateces de esa clase, antes de volver a concentrarse en la pantalla. Le dijeron que se dirigían a un campamento de trabajo que estaba al mando de Ba Het Patera, y que lo alcanzarían al cabo de cuatro horas. Por si le interesaba saberlo, no había cerveza en la nevera.

El campamento de trabajo al que llegaron formaba parte de una serie, tal como Kiran comprobó en el mapa, que se extendían en dirección oeste a lo largo de la orilla septentrional del nuevo océano y proporcionaban refugio a las personas que sellaban las últimas tandas de CO2. Kiran mostró la tarjeta de identificación original a las personas del campamento, quienes se limitaron a mirarla brevemente antes de señalarle la cocina con un gesto. Comió con apetito mientras estudiaba minuciosamente el mapa en la pantalla de su mesa. Ya había reparado en la existencia de pequeñas motos de nieve en el aparcamiento, y el mapa parecía indicar que los campamentos que salpicaban la costa estaban lo bastante cerca unos de otros para que una moto de nieve pudiera cubrir la distancia sin necesidad de recargar combustible. Quizá eso formaba parte del plan.

Estupendo. Puesto que mantenían un horario regular a pesar de la noche perpetua, se limitó a esperar a que todos se hubieran ido a la cama, salió en busca de una de las motos de nieve, comprobó que tuviera el depósito lleno, la puso en marcha y se fue en dirección oeste.

Esas motos de nieve eran pequeñas y preciosas, más parecidas a coches que se desplazaban sobre esquíes que a los monstruosos ingenios utilizados para trabajar. Disfrutó a menudo conduciendo durante los primeros meses que pasó en Venus, pero al cabo se recostó para dar órdenes a la Inteligencia Artificial y contemplar del paisaje tenuemente iluminado por donde pasaba. La nieve se había compactado, y el vehículo se deslizó sin problemas. Conduciría toda la noche, por llamarla de algún modo, y llegaría al siguiente campamento cuando la gente se estuviera levantando. Tal vez se limitaría a aparcar la moto allí y subirse a otra con intención de reanudar su viaje, ¿por qué no? En el hielo nadie se preocupaba por estos vehículos, puesto que no tenían propietario. Además, no había ningún lugar a donde ir con ellos.

O al menos eso se dijo mientras se quedaba dormido. Al despertar, ordenó a la Inteligencia Artificial estacionar en el aparcamiento más cercano, y todo salió como esperaba. De uno a otro, y vuelta a empezar; nadie se molestó siquiera en mirarle.

—Venus me encanta —dijo al piloto de la Inteligencia Artificial. Su viejo cinto de traducción pronunció en chino aquellas palabras, aunque probablemente la Inteligencia Artificial del vehículo también dominaba el inglés. El viejo cinto era un lamentable paso atrás comparado con las gafas, aunque poco importaba en esa situación.

Otros dos campamentos más, y otras dos motos de nieve más, y alcanzó un campamento que había visto en los mapas, uno que tenía una vía ferroviaria que lo llevaría a través de Rupes Ut y Vesta Ut y, finalmente, hasta Colette. Al llegar al campamento, vio un tren, y lo que allí hacía las veces de estación, un muelle de carga junto a un modesto edificio. Cuando se subió a la motonieve, observó que estaban cargando el vagón de carga bajo potentes luces. Al estar a la luz de las lámparas, no podían ver fuera del cono de luz, así que se les acercó con sigilo sin abandonar la oscuridad, y en el instante en que terminaron su trabajo arrojó una piedra al edificio, junto a las vías. Los operarios fueron a investigar el ruido, saltó al interior del vagón y se agazapó entre las cajas que había en el interior. No mucho tiempo después se vio encerrado dentro, sintió el tirón del vehículo al arrancar con suavidad y emprender la larga cuesta en dirección a Colette, muy por encima de él en Lakshmi Planum, un lugar cuyo nombre se le antojaba ominoso.

Se había quedado dormido, y despertó hambriento cuando las puertas del vagón se abrieron finalmente. Esperó el momento adecuado, saltó del vagón y se apartó de él. No había nadie en los alrededores. No estaba seguro, pero después de salir de la estación pudo confirmarlo: se hallaba bajo la cúpula de Colette. Habían pasado tres días desde que salió de Vinmara, y, aunque se sentía algo desazonado por el hambre, también estaba muy satisfecho.

Ahora tenía que encontrar a Shukra. Regresaría al pabellón, aunque había sido ahí donde lo había conocido el agente de Lakshmi… Al final paseó por las anchas calles de la ciudad, tratando de mostrarse inocente, y fue a las oficinas adonde, hacía tanto tiempo, Cisne lo había acompañado para presentarle a Shukra. Desde aquel primer encuentro, Shukra siempre había acudido a él, razón por la que Kiran no sabía a dónde ir. Había tenido mucho tiempo para pensar en ello, pero todavía no estaba muy seguro de cuál era la mejor manera de afrontarlo. Cabía la posibilidad de que se estuviera arrojando de cabeza de la sartén al fuego, pero debido a que Shukra se había puesto en contacto con él, y le había dicho lo que debía buscar, podría decirse más bien que era como salir del fuego para volver a la sartén, aunque con suerte saldría del todo del fuego. De todos modos no veía cómo podía evitar el riesgo de recurrir a alguien, y Shukra era su mejor opción. Así que fue a la puerta exterior de la primera oficina, se acercó al mostrador de seguridad y anunció ante las tres personas presentes:

—He venido a ver a Shukra. Decidle que tengo lo que me pidió, por favor, y que quiero dárselo.

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