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WAHRAM EN CASA

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WAHRAM EN CASA

Wahram volvió a Saturno hecho un andrógino preocupado. A pesar de todas sus teorías, seguía metido en el túnel. Trató de recuperar la seudoiteración de su vida en Jápeto, y, de hecho, en algunos aspectos le resultó sencillo hacerlo; no era una vida que pudiese olvidar. Durante uno o dos días no era descabellado sentirse raro en una ciudad de la que se había ausentado durante años y, sin embargo, ser capaz de despertarse una mañana sabiendo exactamente a donde ir, la ubicación de la pequeña tienda de alimentación situada en la esquina donde comprar pan y leche y eso; de pronto, los años de ausencia dejaban de tener importancia y de nuevo se sentía como en casa. A emprender la caminata de camino al trabajo por el largo paseo que recorría el ventanal de la pared norte, ventanal que daba a la ladera y el inmenso precipicio del bulto. Blancos salpicados de motas negras en la frontera de la región de Cassini: un vasto paisaje propio de la pintura china, negras pinceladas en papel blanco. Situadas en una pequeña plaza se encontraban las oficinas del consejo, piso superior de una torre chata de pared lisa, oficinas donde trabajaba un montón de gente que conocía; era como recuperar una vida anterior. Podía recrearla meticulosamente, podía representarla como si fuera el actor en una obra ambientada en el siglo anterior, podía convertirlo en un ejercicio diario, vivir la vida normal como si fuera el déjà vu de su propia vida. Pero no.

No. Porque la seudoiteración mucho más estricta del túnel todavía llenaba sus pensamientos, hasta el punto de cubrir las sensaciones del momento presente. Y el Jápeto del presente era en su mayor parte la recreación de Jápeto, algo mucho más vívido para él que su pasado más reciente, consistente en lo que acababa de vivir junto a su muy mercuriana amiga. Se preguntó qué sería de ella. Las mercurialidades de Cisne eran infinitas, pero había sufrido mucho ahí abajo, igual que él. Lo había protegido en el acceso del ascensor, sin necesidad de pensarlo, como si hubiera sido la decisión obvia, sin tiempo para pensar; simplemente una respuesta animal. Y con más tiempo del necesario para dedicarlo a pensar, él la había ayudado cuando el exceso de radiación la enfermó.

Por eso, cuando creía no estar pensando en nada, se descubría silbando fragmentos de Beethoven, y oía por encima la filigrana virtuosista del canto de la alondra. Se preguntó cómo habrían sonado recientemente, y si Pauline los había grabado todo el tiempo, porque quizá podría recuperar la música que habían interpretado ambos y escucharla. Otra especie de transcripción. Todos aquellos desdichados músicos… Tal vez una grabación no era más que un recuerdo distorsionado, algo que no había que buscar con mucho ahínco. Era mejor que escucharlo por medio de la recreación. Tan sólo volvería a escucharlo si lo interpretaban de nuevo.

No. Tenía que pensar en otra cosa, poner ambos pies en al presente. Cabía la posibilidad de que volviera a ver a Cisne, y entonces silbarían juntos, o no. Probablemente no, teniendo en cuenta cómo era el mundo. Así que, reciente o no, el pasado era el pasado; el presente constituía la única realidad. Así que en realidad, era necesario iniciar una nueva seudoiteración que no dependiera tanto de sus hábitos de tres o cuatro vidas anteriores. Necesitaba un nuevo Jápeto, con el recuerdo de Cisne adecuadamente grabado en él.

Así que paseaba por High Street hasta el parque que disfrutaba de las mejores vistas de Saturno para una celebración nocturna, para la comunión con el gran dios de los anillos, y tal vez para tener la oportunidad de ver Titán, su verdadero hogar, que se extendía sobre el gigante como una piedra preciosa. El simple acto de caminar sin ganas hasta el parque le supondría un aluvión de sentimientos, y, en el parque, el pequeño grupo de músicos no dejaría pasar la oportunidad de arrancar una melodía en la que todos participasen, y podría aventurarse a silbar algo, incluso el inicio de algún movimiento cuando le llegase el turno, el final de la Sexta, el final de la Séptima, y todo el mundo se sumaría con su instrumento. Con Saturno en lo alto, y la compañía de algunos músicos dotados del pequeño grupo, se sintió arrebatado por el momento, completamente trabado, y Cisne estaba allí con él en la mente. ¡Menudo mal genio tenía!

Y los días en que el consejo y los diversos comités laborales no se reunían, tomaba el tranvía hasta la puerta, donde, una vez a bordo de la barca esquí, descendía por la imponente ladera del bulto de Jápeto, que en esa parte permitía un descenso ondulante moteado de puntos negros que en ciertas zonas era como una sábana de nieve removida, y en otras como el agua congelada de un tobogán. Había protuberancias del tamaño de grandes colinas. Las barcas esquí se deslizaban por la ladera de la colina, descendiendo por el bulto, grabando surcos en la superficie, dando saltos, botes; pero también era posible trazar un rumbo recto y mantenerse fiel a él dando bordadas, o incluso descender en línea recta en una caída de cuarenta y cinco grados, e incluso a velocidad máxima el descenso llevó todo el día. Los descensos eran tan largos que a menudo la gente embarcaba en barcas de mayor calado donde celebrar fiestas, tal como Wahram había probado algunas veces. Entonces, al pie del bulto, subían a funiculares para un trayecto de vuelta en el que todos estaban de buen humor, lo que a menudo se traducía en canciones. La gente compartía aguardiente y cantaba lieds de Schubert. Wahram lo había probado al principio durante el primer año que pasó en Jápeto, pero por algún motivo había dejado de hacerlo. Ahora, al pensar en Cisne, recordó aquello.

Incluso el trabajo le recordaba a Cisne, ya que el consejo y el personal adjunto hablaba sobre lo que debía hacerse con el trato con los vulcanoides, después de la destrucción de Terminador. Wahram señaló a sus colegas que Terminador sería rápidamente reconstruida y repoblada, que por tanto no había dejado de ser el socio con quien ya tenían ese acuerdo. La muerte de Alex no había cambiado las cosas. Comprendió que, si bien esto era obvio, decirlo en voz alta sólo habría servido para atribuirse entre sus colegas la etiqueta de partidista, lo cual era cierto; así que después guardó silencio y se limitó a escuchar lo que otros dijeron al respecto, lo cual no le sorprendió precisamente: a muchos de ellos no les había gustado desde el principio el acuerdo firmado con Mercurio, recuperaron el discurso de que habría que cerrar acuerdos con algún tipo de liga vulcanoide, o incluso con vulcanoides a título particular. Después de todo no eran naves espaciales, sino asteroides pequeños ubicados en órbita gravitacional estable, entre 0,06 y 0,21 unidades astronómicas del sol: treinta kilómetros de rocas, al rojo vivo, tanto que se volvía blanco, en la cara que daba al sol, y apenas lo suficientemente grande como para hacer girar el eje y albergar en su interior los hábitats donde vivían sus operadores o devotos. Eran ciudades estado, igual que cualquier otra ciudad estado, insistieron algunos de los colegas de Wahram, y no deberían dejar que una potencia externa como Terminador las representara, sin importar lo que hubiese afirmado Alex. ¿Qué opinarían las ciudades estado de la Liga de Saturno si un grupo joviano asegurase representarlos, sólo porque orbitaba entre Saturno y el resto de la civilización? En última instancia, ¿no era ése el argumento que había defendido Terminador en este caso? De hecho, ¿no se trataba de otro movimiento hacia algo que algunos habían denominado la Integración Alexandrina, el esfuerzo sin conexión de burlar las Inteligencias Artificiales y unificar todo el sistema… bajo la égida de Alex?

No exactamente, respondieron otros para alivio de Wahram, ya que él había estado trabajando con Alex en este proyecto, que no era precisamente tal como lo describían estos colegas, pero que resultaría complejo explicar en el contexto de esa acusación. Mucho mejor para observar en silencio y dejar que la discusión se prolongase a la manera larga y pausada tan típica del consejo, hasta que se hubiera transformado en algo distinto. Los consejeros de Hiperión y Tetis eran las razones principales de que aquello se alargase más de la cuenta, pues ambos tenían cuerda para rato y cuando se aferraban a algo eran como perros de presa, pendientes en todo momento de las menudencias. El consejo era una de las muchas organizaciones de la Liga de Saturno compuestas por miembros temporales que servían tras tomar parte en un sorteo, y el personal permanente para ayudarlos a menudo tenía que hacerse el Sir Humphrey durante todo el proceso, orientando con discreción a sus superiores en todas y cada una de sus decisiones. Pero algunos de los ministros, después de haber sido seleccionados por sorteo y después de que se les asignara durante un año la responsabilidad de velar por el bienestar del sistema de Saturno, tenían la intención de tomar sus propias decisiones con libre albedrío, y tomar las mejores decisiones posibles estando totalmente informados. Lo cual era admirable en teoría, pero extremadamente lento en la práctica.

Así que en este debate el conflicto siguió oscilando entre la idea de que Mercurio era el intermediario legítimo o, en todo caso, consensuado, en la materia, y que además podía dificultar aún más las cosas, por no mencionar que tenía cosas que ofrecer a Saturno, y la idea de que los mercurianos eran intrusos que habían logrado imponer una red de protección en los nuevos asentamientos pequeños que había en su interior, razón por la cual había que apartarlos, aprovechando aquel momento de debilidad.

Por último, el consejo llegó a una conclusión que Wahram había previsto horas antes: como Wahram era tan parcial hacia los mercurianos, regresaría allí y valoraría la situación, hablaría con los cachorros del león y averiguaría quién iba a ser el sucesor. Después visitaría a los vulcanoides, a ver qué opinaban de la situación, qué pensaban de la propuesta que Mercurio había hecho a Saturno. Tenía órdenes de dejar Terminador al margen de la oferta si pensaba que eso podía funcionar.

Probablemente tendría que haberse negado a hacerlo, alegando la aversión que sentía por la última instrucción, pero al final pensó que otro delegado podía arrojar un resultado aún peor para los mercurianos. Después de todo, el encargo significaba que en breve volvería a viajar hacia el sol, interesante perspectiva a contemplar. En cuanto a sus instrucciones, ya vería qué hacer cuando llegara. En el reino de Alex en particular, un embajador recuperaba la figura de antaño, la del diplomático encargado tanto de la toma de decisiones como de la transmisión de éstas. En el momento en que llegase allí, la cosa podía ser muy distinta. Con algo de previsión, casi podría asegurarse de que lo fuese.

De modo que no dijo nada más, aparte de la simple aceptación del encargo.

En ese momento el Sátiro de Pan se levantó para hablar.

—Tienes que informarnos de si crees que este esfuerzo dificultará los otros proyectos que Alex tenía en marcha. ¿Podrías recordar al consejo qué es lo que está en juego aquí, y cómo progresan esos proyectos en su ausencia?

Wahram, muy tenso, asintió mientras meditaba la respuesta. Los otros alejandrinos y él trataban de mantener un perfil bajo, y algunos de los miembros del consejo no habían prestado suficiente atención a las autorizaciones y presupuestos de sus proyectos integradas en los grandes gastos.

—Alex mantenía las cosas separadas en sus cálculos, por lo que para nosotros eso no supondrá un problema. Hay ciertas cuestiones de las que se encarga un grupo encabezado por Wang y la inspectora Jean Genette. Tendríamos que someternos a un cono de silencio para hablar de todo esto en detalle, pero baste con decir que Alex estuvo muy involucrada con un proyecto del Acuerdo Mondragon para ayudar a la Tierra a afrontar sus diversos problemas sirviéndonos de medios ecológicos. Muchos de los terrarios del Mondragon trabajan en ello, es un proyecto que ya cuenta con su propia inercia, y hemos acordado ayudarlos. También existe una investigación en marcha sobre el papel de los qubos en algunas actividades cuestionables, en Marte, Venus, Ío, y otros lugares. Esto también saldrá adelante sin importar lo que suceda con los vulcanoides, ya que se trata de un asunto muy importante.

El consejo, sin querer someterse al cono y perder la conexión con la nube y la radio, dio por concluida la reunión. Wahram volvió a su cuarto. La guardería donde se educó tenía unos apartamentos situados en un pequeño bloque, agrupados todos en torno a una plaza que estaba ocupada casi en su totalidad por la gente de Titán, con tiendas y restaurantes propias de su satélite. Allí vivió entre sus compañeros, disfrutando de su apoyo, el cual era tan benigno y comprensivo que la vida allí se parecía mucho a hacerlo en completa soledad. A medida que pasaban los días hasta que el crucero espacial lo llevara hacia el Sol, anduvo por la columna vertebral de la ciudad para tomar parte en las reuniones del consejo, siguió a diario los progresos del trabajo en Titán, e hizo su parte del trabajo de Jápeto en la cocina del comedor en la planta baja de su edificio. Acudió a buen número de conciertos, se sumó al pequeño grupo de músicos del parque, llenó y vació el lavavajillas. Esquivando a comensales y al personal de la sala, los repetidos e insignificantes desafíos de navegación le recordaban la comparación de Proust de las mesas llenas de un restaurante con los planetas que giran en torno al sistema solar, que se le había antojado extravagante (por no hablar de la enorme diferencia de escala) hasta que tuvo ocasión de constatarla con sus propios ojos en un restaurante tras otro: sus asuntos eran elaboraciones de la segunda ley de la termodinámica, difusiones beckianas de energía a través del universo, y alrededor de ellos se extendía el gran planetario de sus vidas. Pronto descendería hacia el sol en busca de Mercurio.

Pero entonces ella lo llamó. Se disponía a visitar Saturno, acompañada por Jean Genette; se habían propuesto descender a las nubes de Saturno en busca de una nave espacial que posiblemente estaba a la deriva, situada en las capas superiores de gran belleza. Quería que organizara la inmersión en Saturno, si eso era posible, y acompañarlas a ellas en la expedición.

Estupendo, respondió Wahram. Estoy a vuestra disposición. Era sin duda una forma como cualquier otra de expresarlo.

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