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KIRAN Y LAKSHMI

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KIRAN Y LAKSHMI

La próxima vez que pasó por la estación de tren de Cleopatra, Kiran llamó al número que le había facilitado Cisne, y la llamada fue atendida por la mismísima Lakshmi. Después de escuchar la explicación de cómo había conseguido su número, le dio instrucciones para llegar a un puesto de fideos próximo al lugar desde donde llamaba, y lo citó allí al cabo de una hora. Y allí la encontró. Resultó ser una nativa venusiana con el aspecto que caracteriza a los oriundos del planeta: piel morena, alta, taciturna y guapa. La combinación de su ascendencia china y el nombre indio se parecía a la de otras personas que había conocido. Tenía entendido que eso distinguía a los venusianos que querían distanciarse un poco de la madre patria, y el nombre era una forma de decir que eran más venusianos que chinos.

—No dejes de trabajar para Shukra —le sugirió Lakshmi de inmediato, a pesar de que Shukra lo había sumido en un estado de xuanfu (caos creciente). Ella le ayudaría a llegar a cuo suo (ambas palabras significaban «lugar», según la traducción del cinto de Kiran, aunque suo era el lugar que le corresponde a uno, lo que también le remitía a la cuadrilla con la que trabajaba). Ella le proporcionaría encargos mejores, lo que implicaría hacer de mensajero en sus viajes, mover cosas e información de un xiaojinku a otro. Xiaojinku: pequeños centros de almacenamiento de oro, lo que a Kiran le sonó prometedor. Aceptó la propuesta. Sólo entonces le dijo Lakshmi que le pagaría en yinxing gongzi, salario invisible. Eso ya no sonaba tan bien, pero hubo algo en la forma en que lo dijo que le hizo pensar que no habría problema.

Al finalizar la descripción de su nuevo trabajo, Lakshmi le miró fijamente.

—Shukra te obtuvo de Cisne Er Hong, pero no te ha utilizado. ¿Acaso te toma por estúpido? ¿O tal vez Cisne? ¿O yo?

Kiran estuvo a punto de decir que quizá Shukra era el estúpido, pero en realidad Lakshmi no parecía esperar una respuesta por su parte. Se levantó y se marchó, y al cabo de una hora obtuvo un nuevo número de identificación, con la consiguiente nueva identidad y un nuevo nombre. A nadie parecía importarle lo más mínimo nada de todo esto. El primer encargo que recibió de parte de Lakshmi fue hacer de mensajero, llevando un pequeño paquete desde Cleopatra a Colette; debía volar de vuelta para llegar cuanto antes. Junto al paquete, Lakshmi le facilitó un par de gafas de traducción, parecidas a las de negra montura gruesa, pasadas de moda, con altavoces en las patillas. —Son mejores intérpretes que ese cinto— le explicó.

Así que reservó un vuelo, y en el proceso descubrió que su nueva identidad tenía en su haber una buena suma de créditos, tantos que incluso le dio un poco de miedo. Pero también le pareció interesante comprobar qué clase de recursos estaban a disposición de Lakshmi. Tal vez un xiaojinku entero, o más de uno. Las personas de su antigua cuadrilla de trabajo decían que formaba parte del Grupo de Trabajo, y el Grupo de Trabajo gobernaba el planeta.

Lo cierto es que las gafas de traducción supusieron una mejora; cuando miraba los signos de la lengua china, con los complejos ideogramas, se veían superpuestas en color rojo brillante las palabras dictadas en inglés. Fue sorprendente descubrir la cantidad de información que incluía el paisaje urbano, y lo hizo en rojo brillante: Ojo con la Tres Sin. Vota por Stormy Chang. Cerveza Montaña Imponente. Tu vía hacia el catálogo de Alteraciones Mitad del cielo. Pensó que debía de tratarse de una clínica de género. Da a un Padre su segunda hija, por lo visto, también era posible.

Despegó el avión, que se elevó por encima de las nubes turbulentas, en la noche permanente bajo el escudo solar de Venus. Sólo la luz de las estrellas iluminaba la parte superior de las nubes. Estar en un reactor le recordaba a la Tierra. Por la ventanilla, la Tierra se perfilaba en la lejanía como una azul estrella doble en lo alto, con la Tierra despidiendo el doble de luz que la luna, ambas juntas como dos joyas capaces de detener los latidos de su corazón. Entonces las nubes de debajo se despejaron, y pudo ver las crestas quebradas de los Montes Maxwell, que formaban una gigantesca cadena montañosa y eran el equivalente venusiano del Himalaya.

Al llegar a Colette, entregó el paquete de Lakshmi a una persona que se le acercó en la entrada de su casa, y dos días más tarde esa misma persona se le acercó de nuevo para pedirle que llevara otro paquete de Cleopatra, en otro vuelo.

De regreso a Cleopatra, Kiran se dirigió al paseo, corriendo alrededor de la circunferencia del cráter dentro de la cúpula, tal como le habían indicado. La nieve caía en el exterior de la cúpula en una avalancha perpetua. Debía llevar el paquete al punto 328 en el dial de 360 grados que dividía el paseo por el borde. Descubrió que el carril del paseo estaba numerado como las hileras de butacas de un teatro. La persona que lo esperaba en el punto 328, cuyo sexo era indeterminado, le habló en chino.

—Nosotros somos los pilotos nocturnos de Bengala. El nuestro es un trabajo muy importante. —Las gafas de Kiran traducían en voz alta, lo que arrancó una sonrisa a su interlocutor, quien al parecer entendía el inglés. Las gafas debían de haber dicho algo divertido, pero Kiran no supo qué era.

—Cuéntame más al respecto —se apresuró a pedir.

El pequeño lo llevó a un bar cercano.

Kexue (ciencia) se sentó en el extremo de la barra, mientras Kiran tomaba asiento en un taburete. Durante un par de horas, Kiran estuvo escuchando historias que las gafas le murmuraron al oído, relatos que no tenían mucho sentido para él, lo cual no les restaba interés. Formaban parte de un proyecto, Lakshmi era una diosa, Ciencia había besado una vez su pie y casi se había electrocutado, porque no se podía tocar a los dioses, tan sólo obedecerlos. Cuando se separaron, Kiran obtuvo el número de Kexue, y la promesa de que volverían a verse.

Su viaje de vuelta a Colette, con otro paquete, sería en esa ocasión por tierra en un todoterreno particular. Descubrió que sólo sería el conductor honorario del vehículo de seis ruedas, puesto que fue la Inteligencia Artificial quien se encargó de la conducción. Fue bastante rápido, zumbando al recorrer un camino de grava y gravilla apisonada, pasando junto a enormes camiones mineros con hábiles cambios de carril. La cabina del vehículo se inclinaba hacia atrás, debido al parecer al peso que llevaba en el compartimento posterior de carga. No había podido comprobarlo personalmente, pero en el salpicadero había un dosímetro que marcaba con chasquido metálico las lecturas. ¿Uranio tal vez? El paquete que Kexue le había confiado no estaba cerrado, de modo que lo inspeccionó con la esperanza de que nadie reparase en su intromisión. Vio que llevaba una serie de notas escritas a mano. Las letras chinas con la caligrafía garabateada parecía la obra de un borracho, y estaban bordeadas por algunos esbozos de aves y animales. Las gafas superponían la traducción con letras rojas:

«Sólo quien tiene ojos puede ver.»

«Incluso en el fracaso hay gloria cuando se aspira a lograr algo grande.»

Parecía estar escrito en código. No tenía manera de saber si eran mensajes personales u oficiales, importantes o rutinarios. Hubo un punto en que las gafas tradujeron a Kexue diciendo que para burlar tanto a Shukra como a los qubos, Lakshmi se veía obligada a limitarse a una única palabra al oído. Tal vez estas notas formaban parte de eso. En la cima las cosas estaban muy, muy poco claras, le había dicho Kexue.

—¿Igual que en China? —había preguntado Kiran.

—No —había respondido Kexue—. No como en China.

De vuelta en Colette, Kiran entregó el paquete a la misma persona a la puerta de su casa de campo, y luego se reunió con su cuadrilla de trabajo, y pasó unas semanas en el hielo. Entonces recibió otra llamada de Lakshmi y fue a Cleopatra para hacerse cargo de otro paquete. Esto ocurrió unas cuantas veces, sin ningún detalle destacable que distinguiese cada encargo. Como Kiran continuó viviendo con su cuadrilla en Colette, y trabajando para Shukra, supuso que podría haberse convertido accidentalmente en una especie de topo o de agente doble, pero no podía estar seguro de ello. Tendría que llamar a Cisne para defenderse si alguien se molestaba. Un día hizo por casualidad un descubrimiento al ajustarse las gafas de traducción en la nariz, que traducían con rojas palabras flotantes en las lentes tanto el chino hablado como los ideogramas chinos escritos. Fue un descubrimiento importante, que le ayudó a aprender ambos más rápido y mantenerse a la altura mientras aprendía. La roja escritura se imponía sobre el mundo visible, lo que podía ser desconcertante, pero era muy agradable entender por fin las cosas, así que las tuvo más tiempo encendidas que apagadas.

Por tanto, los paquetes con mensajes y el ocasional todoterreno radiactivo le fueron encargados como correo de un lado a otro a lo largo de la columna vertebral de Ishtar. Contemplando el mapa, Kiran vio que la meseta gigante que dominaba la mitad occidental de Ishtar (¿serían los hombros de Ishtar o el trasero de Ishtar?) se llamaba Lakshmi Planum. No sabía si se trataba de una coincidencia o de una alusión. Tenía que llevar un dosímetro personal, y los milisievert no dejaron de ir en aumento. ¡Era una suerte que los tratamientos de longevidad incluyesen buenas terapias de reparación de mutaciones!

Hizo muchos encargos solo, y el manejo de la Inteligencia Artificial instalada a bordo de los todoterreno era muy sencillo. Las gafas de traducción se parecían cada vez más a un perro, atento pero predecible. Nunca le habían gustado los perros, pero en su empeño por comprender su situación no tenía más remedio que tolerar ése.

En Cleopatra, después de sus encuentros con Kexue, salía en busca de los bares más ruidosos que podía encontrar. En un callejón oyó cantar en inglés, un grupo interpretaba «La balada de John Reed», y casi echó a correr por la calle para asegurarse de que no desaparecerían. Pero resultó ser sólo la canción de un bar donde abundaba la mala cerveza, se contaban los peores chistes que quepa imaginar y tan sólo unas pocas personas hablaban inglés. Sin embargo, allí conoció a una mujer llamada Zaofan (Alzarse en rebelión), y se fue con ella a su cuarto, y cuando ambos emergieron después de practicar el sexo, de vuelta al mundo de las palabras, y se puso a hablar a oscuras antes del amanecer artificial que imponía la cúpula, ella mencionó que también trabajaba para Lakshmi. Kiran sintió una punzada de miedo, preocupado por algo que no parecía ser mera coincidencia. Le hizo algunas preguntas, con mucha cautela, y al cabo de un rato a juzgar por sus relatos tuvo la impresión de que la mitad de los habitantes de Cleopatra trabajaba para Lakshmi, por tanto, después de todo, su encuentro había sido posiblemente una coincidencia. Lo cual estaba bien, pues no quería involucrarse en las intrigas que no comprendía. Por otro lado, quería involucrarse en las intrigas que sí entendía. Eso supondría un progreso, así que empezó a pasar el rato en el bar de la canción, y entre las gafas y que allí la gente hablaba algo de inglés, y en una o dos ocasiones algo de telugu, pudo charlar con un montón de gente. Se sentaba entre un uigur y un vietnamita, y recurrían al inglés para comunicarse, roto su inglés hasta el punto de parecer poesía, pero comprensible. Él bendecía a los imperios británico y estadounidense, y se impregnaba de cada frase.

Se mantuvo fiel a su amiga Zaofan cuando podía encontrarla, y gracias a ella y a su cuadrilla descubrió más cosas acerca de Lakshmi. Lakshmi había formado parte del Grupo de Trabajo, en eso coincidían todos. No le gustaba Shukra y no le gustaba China. De hecho, nadie sabía si había algo que le gustara. Circulaban rumores de que en la mitología hindú, Lakshmi era un avatar de la diosa Kali, diosa de la muerte, o tal vez fuera al revés porque nadie estaba seguro. Se decía que su Lakshmi era hermafrodita, y cambiaba de amantes como una viuda negra. Nadie quería convertirse en su centro de atención. De joven había vivido en Venus, y algunos decían que estaba a cargo de una red de protección en Beijing durante sus años sabáticos, bajo el nombre de guerra Zhandhou (Guerrea). Shukra corrió grandes apuros: «Él estará sanwu antes de que todo haya terminado, ya lo verás, o puede que incluso pierda más de lo que suena, ¡si además lo castra!»

Al parecer, Lakshmi había querido expulsar dióxido de carbono congelado de Venus con cierto ángulo al espacio, un proceso que con el tiempo habría acelerado la rotación de Venus hasta acomodarse y adoptar el día natural. Ese plan terminó siendo rechazado en favor del gran secuestro, pero como era tan importante en el Grupo de Trabajo, siempre cabía la posibilidad de que esa decisión cambiase algún día. ¿Cómo saberlo? El Grupo de Trabajo era un club muy exclusivo y secreto, propenso a arrebatos de entusiasmo. La mayoría de los parroquianos del bar lo consideraba una fuerza peligrosa, a quien no le interesaba lo más mínimo la población venusina excepto en lo que concernía a su utilidad en el proceso de terraformación. ¡En otras palabras, la misma China de siempre! ¡La versión 2.0 de China! ¡Mundochina! ¡El Reino Medio reubicado más cerca de Sol! Es decir, ¡el Reino Interior! Tenían un montón de nombres para la misma.

Había algunos en el bar que tachaban todo eso de exageración, de ser un cliché. Después de todo se encontraban en el bar de la canción, y no estaban allí estaban fuera, dedicados a hacer grandes cosas a diario, razón por la cual eran parte de la historia de Venus, y no importaba lo que dijera la gente acerca del gobierno. Pero estos sentimientos eran objeto de burla y risas. Obviamente, la mayoría en el bar sólo se sentían observadores impotentes de un drama gigante que les pasaba por encima de la cabeza, un drama que finalmente acabaría por absorberlos en su vorágine, sin importar lo que quisieran o pensaran. Por tanto era preferible beber y hablar y cantar y bailar hasta caer exhaustos de cansancio, listos para tambalearse de madrugada por las calles. Kiran seguía a Zaofan hasta su puesto en la matratzenlager de su cuadrilla de trabajo. Después de que esto se repitiera algunas veces, Kiran fue aceptado como parte del dormitorio de la cuadrilla, lo cual era agradable.

Una vez en que se disponía a volver a Colette, tuvo la impresión de que alguien le estaba observando, y cuando cayó en la cuenta de ello, la persona se le acercó. Era un hombretón, y bastó una mirada para revelarle a Kiran la existencia a su espalda de un tercero. Inmediatamente Kiran salió disparado hacia una de las callejuelas atestadas, y se coló por la parte trasera de una tienda sin escaparate, provocando un escándalo que esperaba retrasase a quienes le seguían. Después fue cuestión de correr todo lo rápido que pudo, adentrándose más y más en el laberinto de tortuosos callejones que conformaba el centro de Colette. Zigzagueó a menudo, corriendo a la pequeña oficina que tenía Lakshmi en Colette y se acercó con aplomo a la persona encargada de la seguridad que atendía el mostrador.

—Vengo a ver a Lakshmi —dijo, resoplando.

El de seguridad enarcó ambas cejas, y al instante sacó una pistola con la que encañonó a Kiran a la cara.

Lakshmi tardó un tiempo en llegar a Colette, y en ese rato los guardias no quisieron que se marchase de la oficina. Era casi como si lo hubieran arrestado, aunque al llegar Lakshmi, ésta se mostró contenta de ver que había logrado huir.

—Hay un edificio cerrado bajo el borde, en el 123 de Cleopatra —dijo cuando hubo terminado con su historia—. Trasládate a Cleopatra, quédate con tu amigo allí, y dedícate a matar el tiempo. Mira a ver si llegas a hacerte una idea de la gente que entra y sale a diario de ese edificio. Creo que Shukra trata de establecer un xiaojinku en mi ciudad.

—¿Eso es como una hawala? —preguntó Kiran.

Lakshmi no respondió. Fue como si no hubiese hablado. Cuando se marchó, Kiran quedó en libertad para irse.

Así que la próxima vez que estuvo en Cleopatra, Kiran se dedicó a matar el tiempo. Fue al otro lado de la ciudad, al distrito 110, donde era menos frecuente encontrar bulevares radiales y edificios que a menudo no sólo eran industriales en tamaño, sino también en propósito. Los bares eran correspondientemente mayores. Entró en una instalación cercana a la 123, y se sentó cerca de la zona de servicio donde el encargado de la barra servía las bebidas a los camareros. Se puso las gafas de traducción y miró al frente como si mirara algo a través de ellas, sorbiendo mala cerveza, atento a la traducción de las voces que había a su alrededor.

«Son demasiado hermosos, es un error.»

«Lakshmi lo quería así.»

«¡Shh! ¡Ella, a quien no hay que nombrar!»

Pero Kiran los oyó reír. Las gafas no imprimían en rojo los Ja, ja, ja, como en los bocadillos de las novelas gráficas, pero deseó que lo hicieran.

Después de pasar la noche escuchando a los parroquianos, anduvo con calma por la calle, y tomó un vehículo cable hasta el paseo del borde, donde circuló sobre el vecindario en cuestión, echando de vez en cuando un vistazo como quien no quiere la cosa. Llevaba puestas las gafas para grabar las conversaciones que tuvieran lugar cerca. Esa noche, más tarde, volvió al centro de la ciudad, se sentó a una mesa del rincón de un bar y reprodujo las traducciones verbales de lo que había grabado, con la esperanza de haber topado con personal de seguridad. «Ella tiene que parar esto, es demasiado». A la otra voz no le hizo feliz el comentario: «Trabajamos para Peras Grandes, así que hazlo».

Kiran siguió reproduciendo las grabaciones y las traducciones, tratando de captar los matices de los acentos, tanto como reflexionar sobre el sentido de aquellos fragmentos de conversación. Por lo visto había «un hombre de Shanghai». Nánrén husheng. Parecía un pez gordo. Shanghai se inundó, pensó Kiran. Tal vez era otra frase en código. Había una canción en el bar de la canción: «Tenía mi hogar en Shanghai/que ahora está bajo el agua/vine a Venus porque no quise vivir entre peces/y ahora aquí me tienes/y esto es más húmedo que el fondo del mar/¡y de tiburones lleno a rebosar!»

Cuando aparecía la palabra «ellos», tamen, debía de referirse al Grupo de Trabajo, o alguna otra fuerza poderosa que obraba en la sombra. «Ellos» quieren esto, «ellos» harán lo otro. El Grupo de Trabajo era absolutamente opaco desde abajo. Fue elegido o nombrado, nadie sabía muy bien qué. Había aproximadamente unas cincuenta personas allí. Algunos dijeron que eran como los tong de la Tierra; otros que habían encontrado su método en las costumbres pre Han, o incluso de la olvidada Liga iroquesa de Norteamérica.

Zaofan y su cuadrilla tenían historias para dar y tomar, contadas por fragmentos cuando estaban en la calle. Lakshmi colaboraba con otros, Vishnu incluido (naturalmente), también con una tal Rama y una Krishna. Adoptar un nombre indio se comparaba a cortarse la cola durante la dinastía Qing. Así que si la gente involucrada en esto estaba en el Grupo de Trabajo, ¿qué decía eso acerca de las relaciones entre China y Venus? Nadie estaba muy seguro.

Vishnu y Rama tan sólo aparecían en las reuniones celebradas en el espaciopuerto de Cleopatra, así que posiblemente llegaban de fuera del planeta o viajaban mucho. Krishna vivía en Venus, pero en Nabuzana, una ciudad repleta de cañones en Afrodita. En una ocasión, hicieron entrar a Kiran en la habitación de Lakshmi, cuando Krishna estaba de visita, o eso le dijo más adelante Zaofan cuando le describió a la visitante, que no se había presentado ni había pronunciado una sola palabra.

El nuevo edificio de Shukra en Cleopatra 123 (si eso es lo que era) contaba con una seguridad estricta y una modesta población que residía allí a tiempo completo, a juzgar por los envíos de alimentos y el volumen de reciclaje que generaba. Kiran pasó bastante tiempo en las inmediaciones, paseando y vigilando la zona, a veces desde el paseo del borde. La gente de Lakshmi también contaba con varios edificios privados en Cleopatra, tal como Kiran iba averiguando, así que tal vez pensaba que Shukra también había apostado espías en su territorio.

Un día en que regresó a la casa de Zaofan en Cleopatra, encontró a su sección de la matratzenlager ocupada por un grupo totalmente distinto de personas. Zaofan se había marchado, y Fuerza de la Nación, y Gran Salto, todo el pequeño grupo que lo había acogido como uno más. El administrador del albergue dijo que se habían marchado todos juntos, tras recibir una llamada procedente de Afrodita. El encargado se encogió de hombros. Así funcionan las cosas en Venus, venía a decir aquel gesto. La gente recibía sus encargos de trabajo y se trasladaba como una unidad. Si no formabas parte de la cuadrilla, no era asunto tuyo; eras un xuan, te quedabas colgando.

—¡No! —protestó en voz alta Kiran—. ¡Zaofan! —Habían reído todos juntos. Cuando traducía sus nombres al inglés, bastaba con eso para hacerlos reír.

La gente nueva del matratzenlager le dio la espalda hasta que estuvo dispuesto a hablar.

Después de presentarse, y puesto que pudo informarles de dónde estaban los mejores bares del barrio, y cosas por el estilo, lo adoptaron como uno más, de la misma manera que lo hizo en su momento la anterior cuadrilla. Seguía sintiéndose otro, y se mostró más reservado con ellos de lo que había sido con la primera cuadrilla, aunque en realidad no era la primera sino la segunda, pensándolo bien. Comprendió que aquello no dejaría de pasarle. Sólo puedes entregarte un número limitado de veces.

El encargado del albergue, con quien había trabado amistad, percibió eso en él.

—¡No pienses así o te aislarás! Puedes entregarte todas las veces en que se te presenten ocasiones de hacerlo. No es algo que se acabe.

—Me duele mucho que los demás desaparezcan.

El encargado se encogió de hombros, un gesto muy propio de él.

—Aferrarte a ello es inútil. Olvídate y sigue adelante. Tu cuo es tu suo.

Tu casa es tu lugar. La filosofía de un encargado de albergue. Sin embargo, todos los edificios de Venus eran albergues. O todos los edificios del sistema solar.

Entretanto, había en el nuevo grupo algunas personas que también trabajaban para Lakshmi, en la costa sur, donde se dedicaban a la construcción. Estaban construyendo ciudades para avanzarse al océano, que seguía cayendo todos los días en forma de nieve. En los próximos años, el nivel del mar se convertiría en un juego de elevadas apuestas, con un buen número de jugadores involucrados. Había incluso un mercado de valores futuros dedicados al mismo. En él se podía apostar sobre qué altura alcanzaría el nivel del mar en última instancia. La horquilla de valores por la que se apostaba era bastante amplia, cerca de dos kilómetros verticales, que en la horizontal suponía un amplio trecho de terreno. Se habían hecho tratos con el Grupo de Trabajo, o incluso con China, luego se habían roto y rehecho; las nuevas directivas se sucedían unas tras otras. Se estaban desplazando grandes masas de hielo seco que todavía no estaban clavadas, y entonces abruptamente cesaban los desplazamientos, dibujando diques como las curvas de nivel de un mapa, que se curvaban por todo el paisaje blanco. Había que sepultarlo antes de que subieran todavía más las temperaturas, o, de lo contrario, se evaporaría de nuevo en la atmósfera y los envenenaría a todos. Se decía que la terraformación se estaba convirtiendo en un oficio mortífero.

Todo aquello era nuevo para Kiran, y en su siguiente encuentro con Lakshmi le habló de su nueva cuadrilla del albergue. Luego le preguntó si podía unirse a ellos la próxima vez que viajasen a la costa.

Al principio ella negó con la cabeza, luego frunció el ceño y, finalmente, aceptó.

—Limítate a acercarte y echar un vistazo a la población, memoriza su trazado. Ya te haré saber si quiero que me sirvas de correo allí.

De modo que se unió a su nueva cuadrilla para el viaje en todoterreno a Vinmara. De camino por la ladera sur de la enorme Ishtar, pasaron junto a otra nueva ciudad que construían con un puerto en la vacía ladera. Luego condujeron por gigantes curvas muy cerradas y descendieron al menos otros mil metros, puede que dos, antes de llegar a Vinmara, que también construían con miras a convertirla en ciudad portuaria. Kiran cayó en la cuenta de que existía una fuerte disputa sobre el nivel del mar futuro, pero sus nuevos compañeros se burlaron de la ciudad por la que habían pasado, tachándola de esfuerzo inútil. Dijeron que, llegado el momento, sus habitantes no tendrían más remedio que instalar una piscina frente al puerto.

Más que edificada, Vinmara estaba más crecida, o esa impresión daba, ya que estaba hecha principalmente de materiales biocerámicos, festoneado en pilas redondas en torno a una línea costera. El paseo marítimo afianzaría un distrito urbano, circundando la bahía que daba a un océano que ocuparía ese lugar llegado el momento. Por encima y por detrás de la curva costera, se alzaba la ciudad hasta una cresta que le servía de respaldo, cubierto ya con formas que recordaban a caparazones de crustáceos, principalmente de colores blanco o beige, con detalles azul pastel al estilo griego.

—¿Esto es obra de Lakshmi? ¿Este pueblo?

Sí, era un proyecto ejecutado por su sección del Grupo de Trabajo.

—¿Y hay alguien más construyendo la ciudad portuaria por la que hemos pasado, en la ladera de la colina?”

Sí, esa era la ciudad construida por la gente de Shukra. Eran unos insensatos y unos idiotas.

—Pero ¿no saben qué altura tendrá el océano? —preguntó Kiran—. Quiero decir que el agua ya está allá arriba en la atmósfera, ¿no? —Gesticuló brevemente hacia la eterna ventisca—. ¿Por qué los modelos han sido incapaces de calcularlo adecuadamente?

Los compañeros de la cuadrilla se encogieron de hombros. Uno o dos cruzaron miradas que dieron a entender a Kiran que había que sumar esa pregunta a los Misterios Pendientes de Resolver del archivo del Sistema Solar. Era un gran archivo. Finalmente, dijo uno de sus compañeros:

—Hay decisiones que tomar. Algunas cuencas se inundaron y otras no.

Lo llevaron a una cafetería con terraza exterior que miraba al malecón nuevo y con vistas también a otro modesto puerto deportivo de roca negra. Cada mesa redonda de la cafetería contaba con su propia sombrilla, a pesar de la sombrilla enorme que abarcaba el pueblo. Al principio eran prácticamente los únicos allí presentes, pero al cabo empezaron a llegar otros, y un trío de guitarristas se sentaron dispuestos a tocar, tras lo cual la gente se animó a bailar. Una fiesta en el puerto deportivo, bajo una tormenta negra junto al mar vacío. Las estufas estaban encendidas, y si se bailaba lo suficiente bastaba para calentarse los pies. Kiran siguió bailando con alguien de su nueva cuadrilla, una joven, sí, cosa del magnetismo entre el hombre maduro y la mujer joven que seguía siendo la norma más fiable del sexo, al menos en lo que a Kiran concernía; vio a su alrededor otras muestras, variaciones del mismo tema, en la pista de baile. De hecho, a menudo costaba discernir quién era qué, y en realidad aquella chica medía medio metro más que él, era muy masculina, y en respuesta Kiran estaba dispuesto a derretirse como una chica que quiere quedarse embarazada esa misma noche. ¡Lo que fuera necesario! ¡Le gustaba levantar la vista para mirarla a la cara!

Trató de hablar.

—¿Lyánhé? ¿Shengren syingyu? ¿Unión? ¿Extraño deseo sexual?

Syin Pengyu syingyu —dijo ella, burlándose.

«Deseo sexual amiga nueva», escribieron en rojo las gafas sobre el mundo. ¡Mejor aún!

Tyauwu —le ordenó ella.

Baila.

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