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CISNE Y LA INSPECTORA » LA TIERRA, EL PLANETA DE LA TRISTEZA

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LA TIERRA, EL PLANETA DE LA TRISTEZA

Cuando se observa el planeta desde una órbita baja, resulta obvio el impacto de la cordillera del Himalaya en el clima de la Tierra. Crea la madre de todas las sombras orográficas, pues se alza transversal sobre la latitud de los vientos alisios, de los cuales exprime toda la lluvia antes de que se dirijan al suroeste, aportando su grano de arena a ocho de los ríos más caudalosos de la Tierra, pero secando también no sólo el Gobi, que está inmediatamente al norte, sino todo lo que queda al suroeste, incluidos Pakistán e Irán, Mesopotamia, Arabia Saudita, e incluso el norte de África y la Europa meridional. La franja seca se extiende hasta más allá de la mitad del trecho euro asiático y africano, creando paisajes de roca quemada que han servido de sede a religiones que luego se extendieron e incendiaron el resto del mundo. ¿Una coincidencia?

En el norte de África, el patrón se ve ahora perturbado por muchos grandes lagos de aguas poco profundas que salpican el Sahara y el Sahel. El agua fue bombeada del Mediterráneo para depositarse en depresiones en el desierto, a menudo en el lecho de antiguos lagos. Algunos de ellos son tan extensos como los Grandes Lagos, aunque mucho menos profundos. Son lagos de agua dulce, puesto que el agua que proviene del Mediterráneo ha sido progresivamente desalinizada cuando fue transportada al interior, y las sales recuperadas se han amalgamado mediante sustancias fijadoras para hacer excelentes ladrillos y tejas blancas. Las tejas blancas, destinadas a tejados, cubiertas por una película transparente fotovoltaica, se han empleado en todas las construcciones nuevas desde el Accelerando, y adaptado a muchos techos más antiguos. En estos tiempos, vistas desde el espacio, las ciudades parecen manchas de nieve.

Pero la tecnología limpia llegó demasiado tarde para salvar a la Tierra de las catástrofes del Antropoceno temprano. Fue una de las ironías de su tiempo el hecho de que pudieran cambiar tan radicalmente la superficie de otros planetas, pero no la de la Tierra. Casi todos los métodos que emplearon en el espacio eran invasivos, violentos. Sólo con la mayor precaución posible podían manipular cualquier cosa de la Tierra, debido al precario equilibrio con que estaba todo hilvanado. Por lo general, algo beneficioso en un lugar concreto solía ser perjudicial en otra parte.

Esta cautela sobre terraformar la Tierra se transformó en coágulos y disputas que a veces adoptaron una naturaleza militar. Las intrigas políticas desembocaron en parálisis legal. Se decía que todos los grandes proyectos de geoingeniería conducirían a un accidente como la Pequeña Edad de Hielo de 2140, de la que suele decirse que causó la muerte de millones de personas. Ahora nada podría superar ese miedo.

Además, no había nada que hacer para solucionar la mayoría de los problemas de la Tierra: el calentamiento y posterior expansión del agua de los océanos, así como su acidificación… No hubo nada que hacer al respecto. No había ninguna técnica de terraformación que fuese de ayuda. Habían bombeado un poco de agua hacia las áridas cuencas del norte de África y Asia Central, pero no era posible retener el exceso de volumen del océano. El mantenimiento de la única capa de hielo sana que les quedaba en lo alto de la Antártida Oriental era una prioridad que suponía que nadie estuviera muy cómodo bombeando agua salada hasta allí para que se congelase, tal como se había propuesto en ocasiones, porque si algo salía mal y perdían toda la capa de hielo, el nivel del mar ascendería otros cincuenta metros, lo que supondría algo más que el golpe de gracia para la humanidad. Por tanto la precaución era algo prioritario, y en última instancia hubo que admitir que el nuevo nivel del mar no podría alterarse sustancialmente. Y sucedió lo mismo con muchos de los demás problemas. Las diversas delicadas situaciones físicas, biológicas y legales estaban tan relacionadas entre sí que no fue posible adaptar a las necesidades locales ninguna de las obras de ingeniería cósmica que se llevaban a cabo en otros rincones del sistema solar.

A pesar de esto, se intentaron cosas. Disponían de un poder mucho mayor que antes, tanto que algunos pensaron que por fin podrían dar la vuelta a la Paradoja de Jenkins, la cual establece que cuanto más mejora la tecnología humana, más daño se hace con ella. Esta dolorosa paradoja nunca ha dejado de cumplirse en la historia humana, pero tal vez había llegado el punto de inflexión, que por fin la palanca de Arquímedes se disponía a levantar el mundo, que había llegado la hora de obtener algo positivo de su creciente poder, aparte de doblar su capacidad de destrucción.

Pero nadie podía estar seguro. Seguían suspendidos entre la catástrofe y el paraíso, dando vueltas el planeta azul en el espacio como el argumento de una telenovela espantosa. Por lo visto Scheherezade era la musa de la Tierra; una maldita cosa tras otra, rematadas sin falta por un emocionante final en suspenso, aferrándose a la vida y la cordura por las puntas de los dedos; y así los viajeros espaciales seguían volviendo a casa, al hogar donde se habían originado todas las pesadillas, con el nudo gordiano en las entrañas.

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