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CISNE EN LOS VULCANOIDES

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CISNE EN LOS VULCANOIDES

Finalmente el consejo de Terminador había elegido al nuevo León de Mercurio, un viejo amigo de Alex y Mqaret llamado Kris. Poco después de ser nombrado para el cargo, Kris pidió a Cisne que se sumara a la comitiva que viajaría para entrevistarse con los vulcanoides; Kris quería reafirmar el acuerdo que Alex había cerrado con los vulcanoides relativo a la transmisión de la luz a los planetas exteriores.

—Fue otro de esos tratos verbales de Alex —explicó Kris con el ceño fruncido—, y desde que ella murió, y más aún desde que se quemó la ciudad, hemos visto indicios de que los vulcanoides negocian sistema arriba a nuestras espaldas. Ha hecho que algunos de nosotros dudemos. ¿Sabes si la Interplanetaria investiga a los vulcanoides como posibles sospechosos del ataque a Terminador?

—No creo que sean responsables.

Cisne no tenía ningunas ganas de ir, ni de pensar en la investigación en curso de Genette, ya que en ese momento estaba inmersa en la plantación del parque rediseñado. Pero sería un viaje breve, y el trabajo la esperaría a su regreso. Así que hizo la bolsa y se bajó con Kris y algunos ayudantes en el andén más próximo, el del cráter Ustad Isa, donde había unas instalaciones nuevas destinadas al lanzamiento de naves sistema abajo.

Las naves espaciales vulcanizadas eran bulbosas, muy protegidas y sin ventanas. Sus rutas las llevaban a los treinta kilómetros de cadenas de asteroides que orbitan en una zona situada a 0,1 unidades astronómicas del sol, es decir, a quince millones de kilómetros de la estrella. Descubierto desde Mercurio a finales de siglo XXI, este collar casi perfectamente circular de quemadas pero estables bellezas había sido colonizado recientemente, a pesar del hecho de que en la cara solar reinaba una temperatura de 1.000 grados Kelvin. Estos hemisferios, anclados por la gravedad de forma que siempre miran al sol, se habían tostado en la medida de varios kilómetros de roca perdida a lo largo de su existencia; eran objetos primordiales, tan viejos como los asteroides más antiguos. Ahora habían sido ocupados como cualquier otro terrario: ahuecados, con el material excavado utilizado en este caso para construir inmensos espejos solares que aumentaron la radiación solar recibida, lo cual contribuiría a la terraformación. Estos espejos se procesan y redirigen la luz del sol en haces láser que pueden apuntarse a espejos solares receptores situados en el sistema solar exterior, y que alumbran los cielos de Tritón y Ganímedes como las farolas del mismísimo Dios. El efecto fue tan dramático que había más colonias en satélites exteriores pidiendo farolas vulcanoides de las que los vulcanoides podían proporcionar.

Cuando el solmergible se aproximó a la órbita vulcana, la imagen mostrada en pantalla representaba al sol como un círculo rojo, y los vulcanoides como un collar suelto de brillantes motas amarillas que recorrían el rojo y lo bordeaban. Las líneas verdes representaban la luz dirigida con láser que se extendía hacia afuera desde los puntos amarillos a los laterales de la imagen. En todas las representaciones, el sol es una enorme bola. Era como un imponente y fiero dragón, y sin embargo seguían volando hacia él, con valentía, precipitadamente, demasiado cerca para su propia seguridad. Una transgresión que sería castigada. En una pantalla parecía un ardiente corazón rojo, cuya textura granulosa recordaba a la visión de células que fluyen sobre un corte muscular. Deben de estar demasiado cerca.

Desde su cara antisolar, el vulcanoide en especial al que se acercaban era una pelada roca oscura, un asteroide típico con forma de patata, rodeado por un paraguas argénteo que medía cien veces su tamaño. El atracadero estaba en mitad de la roca. En determinado momento próximo al final de su aproximación, el asteroide y su espejo solar crearon un eclipse, y la desconcertante visión del sol rojo se convertía al final en un simple halo de fuego coronario, agitando su aura eléctrica; y luego se vieron en la oscuridad, al abrigo de la sombra de los vulcanoides. Sintió un alivio tangible.

Las personas que había dentro de la roca eran adoradores del sol, tal como era de esperar. Algunos parecían los caminantes solares del interior de Mercurio, despreocupados e insensatos, mientras que otros parecían los ascetas de una orden religiosa. La mayoría eran hombres o hermafroditas. Vivían en la órbita solar más cerrada que un objeto pueda mantener. Los solmergibles eran naves que se arrimaban al sol antes de huir en dirección contraria. Era lo más cerca que se podía soportar.

Era un espacio inherentemente religioso; Cisne podía aceptarlo, pero le costaba imaginar cómo era la vida de los devotos. En el interior de la roca, el terrario era un desierto, lo cual era apropiado dadas las circunstancias, pero muy incómodo: caluroso, seco y polvoriento. A su lado el Mojave era un oasis exuberante.

Así que era una forma de tortura personal, y si bien Cisne había intentado muchas formas de torturarse en su juventud, así como durante el apogeo de sus abramovics, ya no creía en torturarse como un fin en sí mismo. También consideraba que esta nueva tecnología de los escudos solares había alterado la naturaleza devocional de la vida de estas personas, transformándolas en algo similar a un farero. Su nuevo sistema era diez millones de veces más potente que la antigua tecnología mercuriana de transferencia, que en adelante se volvería anticuada, como una lámpara de aceite. Tanto la contribución de Mercurio al Acuerdo Mondragon, como su capacidad para ir más allá, disminuyeron en gran medida por este desarrollo, y una parte de la compensación que el comité Mondragon había sugerido consistía en que Terminador debería de ser el agente encargado de la coordinación y el negociador de esa nueva capacidad vulcanoide para transferir la luz; pero eso debían resolverlo los directores. Antes lo había hecho Alex; pero ahora que Alex había fallecido, y la correduría se había incendiado, ¿seguirían sus clientes y/o conciudadanos manteniendo el trato? ¿Colaborarían en la reconstrucción de su agencia, del banco, de su antiguo hogar?

—Bueno —dijo uno de ellos, después de que Kris hubiera descrito la esperanza de Terminador de que se mantendría el trato—. Transportar la luz al exterior del sistema constituye nuestra contribución al Acuerdo Mondragon y a la humanidad. Estamos en mejor posición para hacerlo que vosotros en Mercurio. Sabemos que nos ayudasteis a empezar, pero ahora los saturninos se ofrecen a cubrir el coste de construir escudos solares en todos los vulcanoides que puedan permitírselo. Y realmente ahí necesitan nuestra luz. Por lo tanto, vamos a aceptar su oferta en la medida en que nos sea posible. Supera lo que nos podemos permitir en este momento, a decir verdad. Todavía afinamos las segundas generaciones. Aún estamos trabajando en ciertos asuntos. No tenemos gente suficiente para aprovechar todo lo que nos ofrecen.

Kris asentía.

—Necesitáis nuestra ayuda para coordinar todo el esfuerzo. Estáis aquí abajo, cociéndoos a toda velocidad, atentos a vuestros puestos.

Lo meditaron.

—Tal vez sea así —dijo el portavoz—. Pero no tuvimos problemas cuando Terminador estuvo fuera de servicio. Ahora creemos que Mercurio debe contribuir al Acuerdo Mondragon con más cosas aparte de la luz. Tenéis metales pesados, historia del arte y la propia Terminador es como una obra artística, un destino turístico para el gran tour y para los observadores solares. Os irá bien.

Kris negó con la cabeza.

—Somos la capital del sistema interior. Con el debido respeto, aquí vosotros operáis centrales de energía. Necesitáis administración.

—Puede.

—¿Qué saturnianos han estado hablando sobre esto? —preguntó Cisne.

Se miraron fijamente.

—Se dirigen a nosotros como liga —respondió uno de ellos—. Pero tenemos el mismo enlace de Saturno que vosotros, su embajador de los planetas interiores. A juzgar por lo que hemos oído, tú lo conoces mejor que nosotros.

—¿Te refieres a Wahram?

—Por supuesto. Nos dijo que vosotros los mercurianos conocen la situación interplanetaria, y que entenderíais lo importante que es nuestra luz para el proyecto Titán. Y también para todos los demás planetas exteriores.

Cisne no respondió.

Kris comenzó a discutir la solución de Tritón y el plan de allí para suministrar a Neptuno.

—Sí —respondió uno de los vulcanos—. Pero los saturnianos no harán eso por Saturno.

Cisne los interrumpió.

—Quiero saber más sobre Wahram, ¿cuándo te visitó?

—Hace un par de años, creo.

—¿Dos años?

—Espera —intervino otro—. Nuestro año sólo dura seis semanas, así que sólo era una broma. Fue hace poco.

—Desde que Terminador se incendió —aclaró el primer orador, mirándola con curiosidad.

Kris llenó el silencio que siguió, recordando a los vulcanos que en calidad de nuevo León de Mercurio, era jefe titular de su orden. Pero aquellos vulcanos en particular no eran Grises, tal como se apresuraron a informar a Kris. Eran seguidores de una secta cismática que no consideraba que el León de Mercurio fuese su líder. Sin embargo, se mostraron muy educados, y Kris siguió tratando de convencerlos de que mantuvieran el acuerdo. Sin embargo, a Cisne le costaba seguir la conversación. A medida que lo pensaba se enfadaba cada vez más con Wahram, hasta el punto de no prestar atención a lo que se decía. Justo en el momento en que le dijo que colaboraría con ella, después de haber abordado la nave flotante en las nubes de Saturno, había ido ahí a socavar su causa. Un duro golpe dado a traición.

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