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20 de DICIEMBRE de 2012 » 35

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Continuaron atravesando la cumbre de la montaña, con lentitud, en busca de cualquier otra señal de la ciudad perdida entre la maleza. La estela y la pequeña pirámide eran señales indicadoras de que habían llegado a los límites exteriores de la metrópolis, pero todavía tenían que encontrar el centro de la ciudad.

Stanton los guió con cautela sobre arbustos y enormes raíces de árboles que se extendían en todas direcciones, cortando con el machete en una mano y asiendo la de Chel con la otra. Intentaba recordar qué plantas estaba cortando (orquídeas rosa, lianas, enredaderas estranguladoras…), por si resultaban ser importantes.

También escuchaba con atención mientras andaban. Lobos, zorros, incluso jaguares, podían encontrarse en la zona. Stanton había ido de safari en una ocasión, al terminar la carrera de medicina, y eso era lo más cerca que había estado de animales peligrosos. Estaba muy contento de que sólo podía oír pájaros y murciélagos a lo lejos.

Pasaron ante estelas y pequeños edificios de piedra caliza de una sola planta, envueltos en follaje y pequeños árboles desde la base hasta la punta. Chel señaló zonas donde era muy probable que hubieran vivido los criados de los nobles, en el límite de la ciudad, y lo que había sido el lugar donde los antiguos practicaban su extraño híbrido de voleibol y baloncesto. Sin ella, Stanton habría pasado por alto con facilidad todas estas señales invadidas por la maleza.

Intentaba no apartar los ojos de Chel en ningún momento. Parecía estable, pero era difícil saber hasta qué punto la agotadora travesía de la selva, con un calor de cuarenta y tres grados, había exacerbado o acelerado sus síntomas. Estaría mejor en Kiaqix, bajo los cuidados de Initia. Pero jamás habría encontrado la ciudad sin ella.

Ahora tenían que fijarse como objetivo el templo donde estaba enterrado el rey, el último edificio construido en Kanuataba antes del colapso. Paktul había descrito la construcción como un proyecto caprichoso, erigido y terminado a toda prisa con recursos inadecuados. Para excavar un templo sería preciso, en circunstancias normales, un equipo importante, pero Volcy y su socio habían sido capaces de hacerlo con picos. Por lo tanto, o bien estaba construido de manera precaria, o bien lo habían dejado inacabado.

Los cimientos serán colocados en veinte días, a menos de mil pasos del palacio. La torre vigía será construida de forma que esté encarada hacia el punto más alto del desfile solar, y creará un gran triángulo sagrado con el palacio y la pirámide roja gemela.

—Para los antiguos, un triángulo sagrado era un triángulo rectángulo —explicó Chel—. Se consideraban místicos. —Existían muchos ejemplos de que los mayas habían utilizado triángulos rectángulos de la proporción 3-4-5 en el trazado de sus ciudades, la construcción de edificios individuales, e incluso en prácticas religiosas. El uso más notable de ellos en la planificación urbana era Tikal, donde una serie de triángulos rectángulos integrales estaba centrada en la acrópolis sur—. Imix Jaguar quería que su tumba formara un triángulo con uno de los templos y el palacio. Deberíamos encontrar con facilidad los templos gemelos.

—¿Estamos buscando el templo rojo? —preguntó Stanton.

—Ya no será rojo. El rojo es el símbolo del este.

—¿Estamos buscando el que se encuentra más al este?

—El que da al este de la plaza.

Cuanto más se acercaran a la acrópolis central, le dijo Chel, más grandes serían los edificios, y por eso sabía que se estaban aproximando. Pero los brazos de Stanton estaban agotados de abrirse paso entre la maleza a machetazos. Tenía la impresión de que el machete había multiplicado su peso y de que la hoja se había vuelto roma. Hasta las ramas pequeñas exigían un esfuerzo excesivo. El sudor se le metía en los ojos.

Veinte minutos después, llegaron a una columnata. Estaba casi cubierta de musgo, y había nidos de pájaros en la parte superior de al menos la mitad de las columnas, pero aún seguían en pie, más altas que la estela, doce de ellas formando un cuadrado. El patio original había quedado enterrado bajo la maleza mucho tiempo atrás, pero Chel lo supo al instante: era exactamente como Chiam lo había descrito.

Después de todo, el primo de su padre había llegado hasta aquí.

—Hemos de estar cerca, ¿verdad? —preguntó Stanton tras oír las explicaciones de Chel.

—Era un lugar de reunión de las clases altas. No estaría lejos del palacio.

—¿Seguimos en la misma dirección?

Pero ella ya no le estaba escuchando. Stanton siguió su mirada. Delante, los últimos rayos del sol atravesaban el dosel de hojas y bañaban piedras blancas. Chel soltó su mano enguantada y se desvió casi con alegría, sin prestar apenas atención a los incontables obstáculos que encontraba en su camino.

—¡Espera! —gritó Stanton. Pero ella no contestó.

Corrió tras la muchacha, contento de que su estallido de energía fuera una señal de que se estaban acercando, pero temeroso de la obsesión que sugería. Antes de que pudiera alcanzarla, algo se estrelló contra su mascarilla y estuvo a punto de derribarle. Intentó golpearlo con la linterna, hasta que se alejó aleteando. Lo vio marchar: un murciélago, que empezaba su cacería nocturna. Cuando se volvió hacia Chel, la última luz del día se había desvanecido. La piedra que un momento antes había llamado su atención había desaparecido en la oscuridad.

Sólo cuando la alcanzó vio por fin lo que había encontrado. Estaba parada en la base de lo que había sido una escalinata, desmoronada al cabo de mil años. Los ojos de Stanton siguieron la maleza inclinada que trepaba desde el suelo. Era un templo que empequeñecía todo lo demás.

Se volvió hacia Chel.

—No vuelvas a alejarte sin avisar. No quiero perderte aquí.

Ella no le miró.

—Éste es uno de ellos —dijo—. Tiene que serlo.

—¿Los templos gemelos?

Ella asintió, y segundos después se puso en marcha de nuevo.

Chel subió a una extensa infraestructura de piedra caliza. Era más baja que cualquier templo, y las paredes casi no se tenían en pie, pero la reconoció en cuanto la vio y empezó a trepar. Sus pantalones de algodón y la camisa de manga larga estaban mojados y pesaban. El pelo le arañaba la nuca. Pero siguió ascendiendo los escalones invadidos de malas hierbas, saltando de un pequeño saliente a otro hasta que llegó a la primera de seis enormes plataformas.

—¿Qué estás haciendo? —oyó desde abajo.

Indicó con un ademán a Stanton que se callara, concentrada. Chel imaginó a trece hombres sentados en círculo delante de ella, la cabeza cubierta con tocados de animales, todos aplaudiendo en honor del hombre que estaba hablando. Todos, excepto uno: Paktul.

Stanton cogió su mano cuando llegó arriba.

—Este es el palacio real —susurró ella.

Él contempló la serie de plataformas elevadas colindantes entre sí, y después pronunció las palabras sin ni siquiera pretenderlo.

—Así que aquí es donde…

—Guisaban —dijo Chel sin la menor emoción. Esperaba sentirse estremecida por pisar el lugar donde sus antepasados habían preparado carne humana. Pero con expresión imperturbable se limitó a escudriñar de nuevo la oscuridad.

—Según el escriba, el palacio es el segundo punto del triángulo —dijo—. De modo que si es un triángulo rectángulo de tres-cuatro-cinco, la distancia entre…

De pronto, Chel se sintió mareada. Las piernas le estaban fallando.

—¿Te encuentras bien?

—Estoy bien —mintió, y tosió dentro de la mascarilla—. La distancia desde el palacio hasta el templo gemelo es el primer lado del triángulo. —Señaló hacia el oeste—. Jamás habrían construido un templo funerario en la plaza central, así que debe de estar por ahí.

—¿Necesitas descansar un poco más antes de continuar?

—Cuando encontremos la tumba.

Stanton la ayudó a bajar del palacio. Continuaron avanzando entre la maleza a la luz de las linternas, en la dirección que les indicaba el triángulo rectángulo. Él seguía abriéndose paso entre los arbustos con el machete, pero se negaba a soltar a Chel, incluso en los tramos más difíciles. Ella tenía tanto calor que pensó que iba a vomitar, pero se reprimió. Y se obligó a continuar.

Fue Stanton quien lo vio primero.

Minutos después, se acercaron a una pequeña loma invadida de pequeños arbustos. Daba la impresión de que la base del edificio era cuadrada, tal vez de unos quince metros de lado, y formaba una pirámide de cuatro lados de tres pisos de altura.

—Mira eso —dijo él.

Se hallaban a unos cincuenta metros de la entrada, pero pese a tanta vegetación, Chel vio que el edificio estaba inacabado. Las losas de piedra caliza ocultas bajo la tierra y los árboles no estaban cortadas como era debido, ni bien colocadas.

—¿Es la tumba del rey? —preguntó Stanton.

Chel rodeó la enorme pirámide en busca de alguna inscripción. Cuando llegó a la esquina noroeste del templo, algo destelló a la luz de la linterna de Stanton.

Algo metálico, caído en el suelo.

El pico de Volcy.

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