21-12

21-12


14 de DICIEMBRE de 2012 » 17

Página 24 de 52

17

Mis plumas escarlata tienen franjas azules y amarillas. Cuando llegué aquí, me moría de hambre y habría podido morir si él no me hubiera salvado. Era la época de migración y perdí a mi bandada cuando atravesábamos Kanuataba, y sólo el escriba me dio vida. Comí gusanos de tierra que sacó del suelo. Ha pasado tanto tiempo desde las lluvias que hasta los gusanos de tierra están marchitos y resecos, pero nos dimos mutuo consuelo.

Yo, Paktul, escriba real de Kanuataba, me siento animado por la presencia de un guacamayo escarlata, que ha entrado volando en mi cueva. La forma espiritual que recibí al nacer era la de un guacamayo, y el pájaro siempre ha significado un gran presagio cuando me lo he encontrado por casualidad. La noche del asesinato de Auxila, llegó herido. Le di gusanos porque no podía ofrecerle semillas de fruta, y después dejé caer gotas de sangre de mi lengua para darle la bienvenida. De esta forma nos convertimos en uno. Yo encarno el espíritu del ave en mis sueños. Ahora estoy tan agradecido por su presencia como él por la mía. No suele suceder que un espíritu animal encuentre a su hombre en carne y hueso, y ésta es la única felicidad que conozco ahora.

Porque sólo ha caído lluvia en nuestros sueños, y la gente de Kanuataba padece cada día más hambre. Maíz, frijoles y pimientos escasean casi tanto como la carne, y la gente se alimenta de arbustos. He dado mis raciones a los hijos de mis amigos porque estoy acostumbrado a la alimentación de subsistencia cuando entro en comunión con los dioses, y mi apetito ha disminuido.

La muerte de Auxila, hace sólo doce soles, todavía me atormenta. Auxila era un buen hombre, un hombre santo, cuyo padre me adoptó cuando yo era pequeño y no tenía padres. Sólo conocí a mi padre, pues mi madre había muerto cuando me expulsó del útero. Mi padre no podía encargarse por sí solo de un niño, pero el rey, el padre de Imix Jaguar, no le permitió tomar otra esposa de Kanuataba. Así que huyó solo al gran lago que hay junto al mar, el país de nuestros antepasados, para reunirse con ellos, como el ave que vuelve con su bandada. Nunca regresó, y el padre de Auxila me adoptó como huérfano y convirtió a Auxila en mi hermano. Ahora mi hermano ha sido asesinado por el rey al que sirvo.

Me dirigí a palacio con mi guacamayo, un día en que la luna estaba mediada, y la estrella del anochecer iba a atravesar Xibalba. Me tragué mi tristeza por la muerte de Auxila, pues expresar descontento por un decreto real es imprudente. El rey me había convocado por motivos que desconocía.

El guacamayo y yo pasamos ante otros nobles que estaban en el patio central cuando nos encaminábamos hacia el palacio. Maruva, miembro del consejo que jamás tenía una idea propia, se encontraba apoyado contra una de las grandes columnas que rodeaban el patio, empequeñecido por la piedra que alcanzaba una altura de siete hombres. Habló al embajador de un rey, famoso por proporcionar alucinógenos al mercado negro de las Afueras. Ambos me miraron con suspicacia y susurraron cuando pasé de largo.

Llegué al palacio y uno de los guardias me condujo a los aposentos reales. El rey y sus lacayos acababan de comer, otro ritual secreto al que sólo tenían acceso él y sus aduladores. Los hombres estaban finalizando un festín real. El olor a incienso invadió mi nariz y se impuso al olor de carne animal. El incienso era inconfundible. Ya había llegado en otras ocasiones al final de estas fiestas reales, y siempre perdura un olor amargo en el aire procedente del fuego que arde para santificar su comida. La mezcla secreta de plantas quemadas es una fuente de poder para los reyes, y el aroma del incienso es una gran fuente de orgullo para Imix Jaguar. Cuando dejé en el suelo al guacamayo y besé la abyecta piedra caliza, el aroma había cambiado, y ya no pude notarlo en el fondo de mi lengua como antes.

Imix Jaguar me ordenó entrar en los recovecos de sus aposentos, y sentarme en el suelo debajo de su trono real, donde el sol brilla en el solsticio y la luna brilla cuando llega la cosecha. El rostro de Imix Jaguar es afilado, y siempre ha cosechado poder de su distinción. Su nariz es puntiaguda como la de un ave, y su frente chata se presenta como prueba de su poder divino. Se viste de algodón, hecho en telares reales y teñido de verde real, y casi nunca se le ve sin su tocado de cabeza de jaguar.

Imix Jaguar, el santo gobernante, habló. Su voz resonó de forma que todos pudieran oírle:

—Honraremos al gran dios Akabalam y los muchos dones que ha derramado sobre mi reino soberano. ¡Alabado sea! A ti, Akabalam, dedicaremos una fiesta santa, y te hacemos esta insignificante ofrenda para que puedas bendecirnos con tus numerosos dones. Prepararemos un festín de carne como jamás se haya visto en esta ciudad, para todos los habitantes de Kanuataba. Se celebrará en honor de Akabalam con el fin de santificar la iniciación de la nueva pirámide…

Yo estaba confuso. ¿De qué fiesta hablaba? ¿Y de dónde sacaría comida para tal festejo, cuando nuestra ciudad se está muriendo de hambre?

Hablé:

—Perdonad, alteza, pero ¿se va a celebrar una fiesta santa?

—Como no ha visto esta ciudad en cien vueltas de la Rueda Calendárica.

—¿Qué clase de fiesta?

—Todo se sabrá a su tiempo, escriba.

Imix Jaguar hizo un ademán a una concubina que había venido a reunirse con nosotros, y la mujer introdujo la mano en un pequeño cuenco que tenía al lado y sacó una piel de árbol. La colocó entre los dientes de su amo, y él masticó mientras hablaba de nuevo:

—Paktul, sirviente, mientras me encontraba en trance, me comentaron los dioses que desaprobabas el nuevo templo. El que cuestiones la fiesta ordenada por Akabalam confirma lo que los dioses me dijeron. Ya sabes que yo lo veo todo, escriba. ¿Es cierto lo que dicen los dioses? ¿Que pones en duda que yo sea su portavoz?

Estas palabras equivalían a una sentencia de muerte, y experimenté más miedo que nunca. Los ojos de la corte estaban clavados en mí, preparados para el derramamiento de sangre. Habían sacrificado a Auxila por menos. ¡Me arrancarían el corazón en el altar! Miré a Jacomo el enano, que bebía de una taza de chocolate con canela y chile. Supe entonces que ningún dios era responsable de esto, tan sólo un enano malicioso.

Con miedo en el corazón, hablé:

—Imix Jaguar, santísimo gobernante, exaltado. Hablé en la reunión del consejo sólo para preguntar si era el momento propicio para la construcción de una nueva pirámide. Deseo que la pirámide se yerga durante diez ciclos grandes para que tu nombre sea recordado por siempre jamás como el más santo. Espero adornar la fachada con mil glifos que te representen, pero no deseo pintar sobre piedra caliza pobre, porque no tenemos hombres ni materiales para construirla.

Incliné la cabeza en señal de penitencia, y en ese momento Imix Jaguar escupió la piel de árbol en el suelo y mostró los dientes. Exhibió el conjunto de empastes de jade y perlas más hermoso jamás creado en Kanuataba. A Imix Jaguar le encanta sonreír y recordar a todos los que se encuentran por debajo de él su tesoro. La lealtad es lo que más exige Imix Jaguar a su pueblo, y muchas veces le he visto complacerse en la humillación de un hombre, sólo para ordenar ejecutarle antes de otro giro de la gran estrella del cielo.

Cerré los ojos y esperé la llegada de los verdugos. Me conducirían a lo alto de la pirámide y me sacrificarían como hicieron con Auxila.

Pero entonces el rey habló con palabras que yo no esperaba:

—Paktul, sirviente, estás perdonado. Perdono tu indiscreción y confío en que te redimirás mediante los preparativos de la santa fiesta en honor de Akabalam.

Abrí los ojos sin dar crédito a sus palabras. Y el rey continuó:

—Mi hijo, el príncipe, siente afecto por ti, y por ello te será perdonado tu pecado en esta ocasión, para que puedas enseñar a Canción de Humo a seguir el linaje de su destino. Le enseñarás el poder de Akabalam, el más reverenciado dios que se me ha revelado. Enseñarás a Canción de Humo las virtudes de la fiesta inminente.

Temblando, tartamudeé mis palabras:

—Alteza, he buscado en los grandes libros, y no he encontrado a este tal Akabalam. He buscado por todas partes, y no hay descripciones de él en los grandes ciclos de tiempo. Deseo enseñar al príncipe, pero ¿qué voy a enseñarle?

—Continuarás impartiendo lecciones al príncipe tal como estaba planeado, humilde escriba, con los grandes libros que conoces tan bien. Y cuando la fiesta en honor de Akabalam esté preparada, te lo revelaré todo para que puedas dejar constancia de ello en los nuevos libros sagrados, y así Canción de Humo y los divinos reyes que le seguirán lo sabrán por siempre jamás.

Salí de los aposentos reales, embriagado de la nueva vida que el rey me había instilado.

Las lecciones del santo príncipe son más importantes que cualquier otro deber, y han salvado mi vida del sacrificio. Intenté sepultar mis preocupaciones cuando fui a la biblioteca de palacio para reunirme con el príncipe, con sólo el pájaro enjaulado, encarnación de mi espíritu, con quien compartir mis temores.

La biblioteca real, donde imparto clase al príncipe, es el lugar más prodigioso de toda nuestra gran ciudad terraplenada. En ella me he parado debajo del árbol del conocimiento que los hombres sabios han reunido a lo largo de diez vueltas de la Rueda Calendárica. Hay libros de toda descripción, que se leen a causa de su santa sabiduría. Estos libros enseñan los conocimientos religiosos de los astrónomos, quienes se referían al mundo celestial como la serpiente de dos cabezas.

Entré en la biblioteca, una sala de piedra cubierta de telas teñidas con el azul marino más intenso. La ventana cuadrada abierta en la piedra arroja luz blanca sobre la tela. El día del solsticio de verano, al amanecer, el sol la baña directamente para simbolizar el nacimiento de la pasión por el conocimiento que nuestros antepasados trajeron al mundo. Hay estanterías sobre las que descansan grandes libros, pilas de ellos, algunos desplegados, de una época en que el papel amate abundaba y nunca un escriba se veía obligado a robar para pintar este libro.

Más de mil soles antes, el rey me confió enseñar al príncipe real la sabiduría de nuestros antepasados, además de enseñarle a comprender el tiempo, el bucle interminable que se dobla sobre sí mismo. Sólo estudiando nuestro pasado podremos soñar el futuro.

Canción de Humo, el príncipe, es un muchacho fuerte de doce vueltas de la Rueda Calendárica, con los ojos y la nariz del rey, su padre. Pero no es vengativo, y cuando entré en la biblioteca cargado con el pájaro, Canción de Humo estaba preocupado.

Habló:

—He visto el sacrificio de Auxila, maestro. Y en la plaza vi a su hija, Pluma Ardiente, por quien siento afecto, llorando a su padre. ¿Puedes decirme dónde está ahora?

Miré a Kawil, el criado del príncipe Canción de Humo, quien se quedaba esperando de pie al príncipe hasta que terminábamos la clase. Kawil es un buen criado y muy alto. Guardó silencio, con la vista clavada al frente.

Era demasiado doloroso explicar lo que sería de las chicas, las hijas de Auxila, de modo que me limité a decir:

—Sí, príncipe, ha sobrevivido, pero has de borrar de tu mente a Pluma Ardiente, porque para ti es intocable. Has de concentrarte en tus estudios…

El chico parecía triste, pero señaló el guacamayo y habló:

—¿Qué es eso, maestro? ¿Qué me has traído?

Mi espíritu animal es de lo más sociable, de modo que le dejé salir de la jaula para enseñárselo al príncipe. Mientras repasábamos sus conocimientos sobre espíritus animales, expliqué que el mío me había llegado en la forma de este guacamayo, y que me había convertido en uno con el ave mediante unas gotas de mi sangre. Después, el ave, mi forma animal, voló alrededor de la sala, lo cual pareció complacer al muchacho. Volamos hasta el techo y descendimos. Dimos vueltas a su alrededor y nos posamos sobre su hombro.

Le dije al príncipe que mi espíritu animal se había detenido en Kanuataba en el gran sendero de la migración que siguen todos los guacamayos con su bandada. Le conté que, al cabo de pocas semanas, continuaríamos nuestro viaje en busca del país al que nuestras aves antepasadas han regresado durante la estación de la cosecha durante miles de años.

Dije al príncipe:

—Todo ser humano ha de trascender el mundo humano cotidiano, y el yo animal es la encarnación de ese ideal.

El espíritu animal de Canción de Humo es un jaguar, como corresponde a todos los futuros reyes. Le vi examinar al animal, reflexionar sobre cómo el guacamayo podía ser mi puente al otro mundo. Lamento que Canción de Humo nunca vuelva a ver a su espíritu animal. Ya quedan pocos jaguares que vaguen por el país.

Cuando dejamos de hablar de espíritus animales, el muchacho habló:

—Sabio maestro, mi padre el rey me ha dicho que quizá pueda acompañar al ejército para combatir en nombre del pueblo de Kanuataba. Que tal vez vayamos hasta Sakamil, Ixtachal y Laranam para hacerles la guerra, tal como ha decretado la estrella de la mañana que se hunde en la oscuridad. Será una gran guerra de la estrella del anochecer. ¿No estás orgulloso, sabio maestro?

La ira creció en mi interior, y escupí palabras que habrían podido costarme la vida.

—¿Has ido a las calles y los mercados vacíos, asolados por la sequía? Es difícil contemplarlo, príncipe, pero ves el sufrimiento de la gente con tus propios ojos. Incluso el ejército se está muriendo de hambre, por más técnicas de salazón nuevas que utilicen ahora. ¡No podemos permitirnos librar guerras en tierras lejanas!

Pero el muchacho replicó:

—¡Mi padre ha recibido la revelación de que hemos de librar la guerra estelar contra los reinos lejanos! ¿Sabes tú más que las estrellas? ¡Lucharemos como nuestros dioses han ordenado! ¡Lucharé con los guerreros de Kanuataba!

Miré al muchacho con el corazón adolorido y hablé:

—El fuego arde en el corazón de todos los hombres de Kanuataba, príncipe, pero un día has de conducirnos a la salvación, y has de demostrar tu sabiduría. Estás sumergido en tus estudios. ¡No vine aquí para adiestrarte como guerrero, con una cerbatana o una cuerda, para que mueras en el sendero de la guerra!

El príncipe salió corriendo de la biblioteca, disimulando las lágrimas que manaban de sus ojos. Le llamé, pero no volvió.

Esperaba que el criado del príncipe, Kawil, le siguiera al punto, pero ante mi sorpresa no se movió. Me habló:

—Iré a buscarlo para traerlo de vuelta, escriba.

—Ve, pues.

—¿Puedo hablar antes, santo escriba? Con relación a Auxila.

Di permiso al criado.

Kawil me dijo que estaba sentado delante de los muros del palacio, varias noches después del sacrificio de Auxila, y entonces había visto a Haniba, la esposa de Auxila, con sus dos hijas.

Explicó:

—Habían ido a rendir culto en el altar donde Auxila fue sacrificado.

Me quedé estupefacto al oír aquello. Todas las mujeres saben lo que han de hacer cuando su marido es sacrificado en el altar. Haniba había insultado a los dioses al no cumplir con su deber. Kawil explicó que la siguió hasta las Afueras, donde vivía ella.

Ya no albergaba la menor duda sobre lo que debía hacer.

Alguien tenía que recordar su deber a la esposa de Auxila. Durante toda nuestra historia, Itzamanaj ha decretado que las esposas de los nobles sacrificados han de reunirse con sus maridos en el más allá mediante un suicidio honorable. Auxila era mi mejor amigo, mi hermano, y su esposa merecía algo más que los horrores de las Afueras.

Si ella no quería obedecer a la llamada de los dioses, tendría que ayudarla.

Cuando la estrella de la mañana atravesó una vez más la parte más roja del gran escorpión en el cielo, me vestí con un taparrabos de plebeyo y sandalias de cuero, para que nadie me reconociera.

Las Afueras albergan a la escoria de Kanuataba, donde hombres y mujeres han escapado de la muerte gracias a presagios, pero han sido exiliados de la ciudad por sus crímenes. Aquí vivían ladrones y adúlteros que habían salvado el pellejo gracias a un eclipse, prestatarios errantes que vivían sólo por la gracia de la estrella de la noche, drogadictos, e incluso aquellos que, según nos han dicho, son los mayores pecadores de todos, condenados a recorrer la Tierra por toda la eternidad, de norte a sur; aquellos que, estúpidamente, veneran tan sólo a las deidades por las que se consideran favorecidos.

No se malgasta ni piedra caliza ni mármol en los edificios de las Afueras, y si sorprenden a algún cantero robando piedra caliza, se le condena a morir en público, porque los edificios están hechos de barro y paja. Sólo hay comercios ilegales: el mercado de los hongos de los sueños, los juegos de pelota y la prostitución.

Había tapado mi cara con la toalla de secarme, que utilizo para preparar el gesso de los libros. En la palma de la mano llevaba varios granos de cacao, y los iba repartiendo a las mujeres de las calles que me guiaban hasta Haniba. Todas estas mujeres me ofrecían su cuerpo a cambio de los granos, y se quedaban muy confusas cuando las rechazaba. En cambio, me puse a hablar con una ramera anciana. Me envió doscientos pasos más allá, hasta una serie de puestos callejeros que no había visto desde que fui a las Afueras, cuando era adolescente, con el fin de perder la virginidad.

En la parte posterior de uno de dichos puestos, oí gemir a una mujer. Me giré y descubrí a un hombre encima de Haniba, un hombre malvado que la estaba embistiendo. ¡Haniba se estaba deshonrando! Había cuatro vainas de cacao en el suelo al lado de ellos, y enzarzados en su cópula no me oyeron cuando me agaché para inspeccionarlos. No encontré granos dentro de dos de las vainas. El hombre era un estafador.

Recogí una piedra grande que había en una esquina del puesto y la alcé sobre mi cabeza. La descargué con todas mis fuerzas. El hombre se derrumbó sobre la esposa de Auxila y ella chilló, sin comprender lo que ocurría. Creo que pensó que el mismísimo Iztamaal había lanzado la piedra para castigarla por sus transgresiones. Pero cuando levanté al hombre y vio mi cara, desvió la vista. Haniba estaba muy avergonzada. Sin embargo, no podía existir vergüenza más profunda a los ojos de los dioses que el hecho de que siguiera viviendo en esta Tierra.

Habló:

—Me lo han robado todo, Paktul, mi casa, toda mi ropa y los bienes de Auxila.

—Sé por qué estás aquí, y he venido a implorarte, Haniba. Has de proceder con prudencia. Tus hijas se mueren de hambre porque nadie las aceptará hasta que hayas muerto. La gente sabe que aún sigues con vida.

La mujer lloró, casi incapaz de respirar.

—No puedo obedecer la orden hasta saber que mis hijas están a salvo. ¡Pluma Ardiente está llegando a una edad en que será acogida por algún viejo ansioso de carne fresca! Ya has visto cómo el propio príncipe Canción de Humo mira a mi Pluma Ardiente. ¡Podría haber sido reina, Paktul! El rey estaba considerando la posibilidad de desposarlos, y el príncipe es bueno, es merecedor de ella. Pero ahora que su padre ha sido deshonrado, todos sabemos que no pueden desposarse. ¿Qué buen hombre se quedará con Pluma Ardiente? Has de comprenderlo, Paktul. ¡Esta vergüenza es la misma que debiste sentir tú cuando tu padre te abandonó!

Estuve tentado de abofetearla por hablar así, pero cuando vi su mirada de tristeza, fui incapaz de golpear a la mujer que conocía desde que Auxila y yo éramos pequeños y la perseguíamos con palos.

Hablé:

—Has de encontrar una enredadera y ceñirla alrededor de tu cuello cuando el siguiente sol haya girado. Has de ahorcarte con orgullo, Haniba, para cumplir tus deberes como esposa de un noble sacrificado a los dioses.

—¡Pero no fue sacrificado a los dioses, Paktul! ¡Fue asesinado por un rey! ¡Imix Jaguar ordenó su muerte porque Auxila tuvo la valentía de hablar en su contra, y el rey le sacrificó en nombre de un dios que no existe! ¡Este dios, Akabalam, no puede haber exigido el sacrificio de Auxila, pues jamás nos ha revelado su poder ni a nosotros ni a ningún otro noble en un sueño!

No dije nada acerca de mis dudas sobre el nuevo dios, porque un simple escriba no debería poner en duda una adivinación, como tampoco una viuda a un rey.

Hablé:

—¿Qué puedes saber tú de la conversación entre un rey y un consejero al que sacrifica? ¿Cómo puedes saber que Akabalam nunca se ha revelado al rey?

Haniba sepultó la cara en sus manos.

Como noble, después de ver a esa mujer cometer tal transgresión contra los dioses, mi deber era matarla.

Pero me sentí impotente delante de su tristeza.

Ir a la siguiente página

Report Page