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GOLPE DE REALIDAD

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GOLPE DE REALIDAD

1

Nuria desciende por la rampa de la hiperautopista. Está peor conservada que la de Madrid. Algunas raíces de enormes árboles han agrietado parte del asfalto y las placas magnéticas están completamente resquebrajadas. Sin embargo, el sistema modular de esta tecnología permite que las demás placas funcionen con independencia de las otras.

A lo lejos, se ve el paisaje árido que asola a toda Andalucía. Edificios enterrados entre rocas y arena, destruidos por los lanzamientos de bombas contra los No-Humanos. Las paredes de estos ahora son negras. Algunos coches sobresalen como escombros entre la arena. Se acaba de fijar en que el color de la arena es grisáceo. Está llena de restos de hormigón y acero y el asfalto se deja entrever en algunas partes.

Polvo eres y en polvo te convertirás, pensó Nuria. Un paisaje apocalíptico. Desde el mismo, el localizador que señala el artefacto aún marca la misma posición en el mapa. Nuria emprende la marcha nada más terminar el descenso de la rampa. Su velocidad se ve reducida al circular entre arena y asfalto y al encontrar numerosos obstáculos en su camino.

La concentración que emplea es altísima y le faltan horas de sueño para poder recuperarse bien de tanto desgaste emocional. Además, el cielo está nublado, muy oscuro, por lo que puede llover en cualquier momento. Nuria no ve ni un solo claro a su alrededor o alguna zona. La nube es inmensa. Tanto como la bruma que hay dentro de ella.

Sus emociones siempre le han pesado, a lo largo de toda su existencia. Muchas veces el hecho de no haber podido exteriorizarlas con nadie la ha llevado a grandes periodos de depresión, y otras tantas veces, como con Eva, a conflictos. Sin embargo, en su misión las emociones son lo único que no deben interferir en ella, aunque ya es demasiado tarde para eso.

Vuelve a fijarse en el paisaje. A pesar del aspecto árido, apenas hay calor en el aire que entra por las ventanas del coche. Es una temperatura agradable, alta para ser finales de año, pero no demasiado. En parte lo agradece en esos momentos, mientras deja que el viento choque con su cara y haga ondear su largo pelo anaranjado. Su mente se relaja y vuelve a recordar.

2

Habían pasado varios años desde que me fui de la casa de Andrés. Falsifiqué varios currículums con tal de poder ganar algo de dinero. Empecé como simple repartidora de comida a domicilio. Este trabajo me permitía observar, en cierto modo, durante unos instantes la vida familiar en diversos hogares y atender a numerosas personas en la tienda mientras observaba cómo se comportaban entre ellos y las diferentes personalidades que existían en esta época. Más adelante conseguí otro trabajo en una empresa de consultoría de negocios donde pude entender cómo se movía el dinero en ese instante. Después, comencé a trabajar directamente con Sergio.

A veces, me gustaba ir a congresos sobre ciencia para ver los progresos en el mundo. En uno de ellos, en Londres, conocí a Sergio, que por entonces planteaba lo que sería el germen del artefacto que permitiría descender la temperatura del planeta. Apenas un diseño previo, solamente algo conceptual que contaba a sus diferentes colegas que lo miraban como a un loco. Él pensaba diferente al resto, incluso su forma de ser era totalmente distinta y eso fue lo que me hizo confiar precisamente en él, y, por tanto, ser la otra persona a la que contarle mi verdadero origen.

No tardé demasiado en ganarme su confianza, tras una larga conversación en la barra del bar del hotel en el que tenía lugar el evento. Sergio se quedó fascinado con todas las propuestas que le hice sobre cómo podría llevar a cabo la construcción de su invento, y a mí me fascinó toda su ilusión por buscar un verdadero cambio a mejor dentro de la civilización.

Sergio y yo colaboramos durante los siguientes cuatro años. Desarrollamos el artefacto mientras todo el planeta se iba a pique la pandemia del Virus G. No podíamos alzar mucho la voz, puesto que seríamos eliminados antes de conseguir nuestro objetivo, así que terminamos de construirlo y lo probamos en una cámara de contención.

El artefacto funcionaba perfectamente en los ensayos de laboratorio. Las simulaciones por ordenador que hicimos estimaban que podríamos enfriar el planeta entero en diez años, reducir la temperatura hasta 5º y ser capaces de mantenerla con las ayudas de los gobiernos, gracias a la producción de energía limpia. Aunque… ya conocéis el resto de la historia.

Un poco más atrás en el tiempo, cuando Sergio y yo supimos lo que estaba por llegar, volví hasta la casa de Andrés para advertirle y ofrecerle asilo.

3

Nuria estaba sentada ante la mesa con un plato caliente de lentejas. Andrés las preparaba de maravilla. Dedicaba horas a cocer lentamente las semillas y luego la carne a fuego lento junto con las verduras. El sabor y el color eran únicos. Nuria se sentía como en casa cada vez que las comía.

Andrés se sentó junto a ella con su plato ya servido, con una sonrisa por tenerla de nuevo en su casa tras varios años habiendo mantenido el contacto por teléfono. Andrés rompió el silencio y fue al grano, como siempre había hecho:

—Se habla mucho de que ese virus puede llegar hasta Europa.

Nuria comió un poco más del plato de lentejas. Lo disfrutó, probablemente porque sabía que sería el último que comería cocinado por Andrés. Se limpió los labios con su servilleta de tela, suave y casi perfumada, con su olor a la madera del cajón donde el párroco las guardaba.

—¿Vendrás conmigo?

Nuria fue tan directa como él. Con esa pregunta, contestó a Andrés claramente, pero sabía que era imposible hacerlo marchar, así que su pregunta sonó más a esperanza que a una orden imperativa camuflada. Andrés dejó la cuchara dentro del plato a medio terminar.

—¿Qué sabe sobre ti ese tal Sergio?

—Todo.

—Comprendo… —Andrés da otro sorbo.

—Sinceramente, Andrés. No sé cómo afrontar todo esto y necesito saber tu opinión.

—Nunca hubiera imaginado que acabarías pidiéndome consejo.

—Quiero saber si he hecho lo correcto desde tu punto de vista.

Andrés suspiró y esta vez el estómago se le cerró. Apartó su plato.

—Si le dices a cualquier animal, por ejemplo, al lince, que le vas a arrebatar su hábitat porque hay que remodelarlo, pero mientras tanto tendrá un parque solamente para él, su descendencia, nunca le faltará comida, podrá convivir con otras especies, sobrevivir al fin y al cabo… pero sin salir de sus fronteras, como en una cárcel, porque si lo hace morirá. ¿Qué crees que te respondería?

Nuria agachó la cabeza.

—No se trata de lo que yo opine Nuria, sino de lo que es necesario.

Andrés se levantó, recogió su plato y lo llevó hasta la cocina. Una lágrima recorrió la mejilla de Nuria y cayó hasta que se precipitó contra el suelo. Andrés volvió y se asomó por la ventana a contemplar el vacío pueblo, sin vida alguna ya.

—Tu propósito escapa a mi comprensión, jamás podré entenderlo y mucho menos compartirlo. Será un reinicio total. —Andrés se gira hacia Nuria—. ¿Pero por qué decidiste aparecer aquí, en Iberia y no en cualquier otro lugar?

Nuria se giró también, ya recuperada de su malestar. Una lágrima recorrió su mejilla y lo miró fijamente.

—Donde yo nací no existían ya las fronteras. Todos éramos uno solo, formábamos parte de un todo como especie. Nunca he elegido donde reaparecer, salvo esta última vez, porque dio la casualidad de que el contexto geopolítico era, y es, más favorable para llevar a cabo el golpe de realidad.

—¿Siempre fuimos más manipulables? —Andrés estaba visiblemente ofendido.

—En parte, y aunque me duela decirlo, sí. Pero por otro lado sois la única nación capaz de resistir tantos golpes constantes viniendo de todas partes. Siempre os mantenéis a flote aún sin el capitán. Y eso es honorable.

Hay una breve pausa.

—No soy yo quien necesita recibir elogios, Nuria. Son todas esas personas que perderán su vida por una causa que nunca conocerán. Llevo treinta años dedicado a servir al Señor, y sé que no es una cruzada contra mi camino, ni un castigo. Sería de un egocentrismo mayor aun que tu propósito. Pero no puedo dejar de sentir rabia e impotencia por pagar los pecados de otros.

—Mi decisión no está tomada, Andrés.

—¿Acaso será favorable a nosotros? Nos habéis dado un ultimátum, Nuria, y por primera vez en mucho tiempo, he dejado de tener fe.

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