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EVA

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EVA

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Son las 23:55. La Navidad está cerca. A pesar de que el mundo entero se fuera a pique hace ya diez años, aún hoy, en 2032, la mayoría de los humanos supervivientes prefirieren mantener algunas de sus costumbres.

Eva está sentada frente a su televisor, colocado sobre un viejo mueble de madera que sostiene también otros altavoces. Deja pasar las imágenes de informativos mientras lee un viejo libro, sentada con una manta suave entre los pies, pues hace algo de frío. El libro cuenta las aventuras de un grupo de exploradores espaciales, que descubren el primer planeta con vida inteligente tras haber encontrado un objeto no identificado en nuestro sistema solar. Lee sin prestar atención, lleva así un buen rato. Decide cerrar el libro.

Está cansada. Mira el telediario. La mayor parte del tiempo se usan con fines propagandísticos del Estado. Ahora, mucho más que antes, están totalmente politizados. Las películas, las series y los programas de televisión de grandes producciones pasaron a mejor vida y a ocupar las estanterías de todos aquellos que las guardan. Ahora, la ficción se basa en la comedia para tratar de aborregar a los ciudadanos. Sin embargo, Eva tiene cuatro estanterías en su gran salón, dos de ellas dedicadas exclusivamente al audiovisual, tanto ficción como documentales y reportajes periodísticos de a lo largo de la historia.

Baja los pies del sofá. Tiene una alfombra bastante calentita sobre la que le encanta ir descalza. La rugosidad de las fibras bajo sus pies es una sensación gratificante e inmejorable para ella. A la derecha de su sofá, tiene un escritorio de cristal y madera obre el que hay una tablet de última generación a toda pantalla y un pequeño cubo a su lado del que sale un teclado holográfico, además de varias libretas y bolígrafos en un vaso por si la tecnología falla en algún momento. Las paredes son de un blanco mate que por el día hacen que la casa sea luminosa, sin llegar a molestar a la vista. Casi todas las casas son ahora así, para ahorrar el máximo posible de electricidad.

Deja el libro sobre la mesa y recoge su taza con una bolsita de manzanilla. Camina hasta la cocina, entra y la deja en la pila. Todo está perfectamente recogido y ordenado. Coge un vaso de agua y abre el grifo, pero está cortada. Esta semana toca racionamiento de agua, no me acordaba, piensa Eva.

Se va a su estudio. Atraviesa su largo y oscuro pasillo sin cuadros que conduce a tres habitaciones. Su estudio es un espacio para trabajar bastante sombrío y poco acogedor. Las persianas están bajadas y solamente hay una bombilla que cuelga del techo que lo ilumina: una mesa, un ordenador portátil ultrafino, más libretas y bolígrafos, esta vez, bastante menos ordenados junto a un taco de papel tamaño A4 bien gordo. La razón de tener las persianas bajadas es para evitar ser espiada por drones a larga distancia. Su trabajo como periodista debe ser estrictamente confidencial.

Se sienta. Pulsa una tecla y comienza a escribir en la pantalla del ordenador. Entra en la intranet de su empresa, un diario del norte de Iberia especializado en política internacional, La voz del norte. Accede a su pestaña de artículos y luego a otra de desarrollo. Escribe sobre las posibilidades de volver al sur de Iberia.

Hace doce años el mundo entero cayó en una pandemia causada por un patógeno al que denominaron Virus G. De dónde salió es aún un misterio. Sin embargo, fue la excusa perfecta para culpar a terroristas de oriente, China y Rusia, de un ataque biológico coordinado a occidente. De esta forma, surgieron los que llaman No-Humanos. La insaciable hambre de estas personas infectadas fue la causante de una guerra entre los países de occidente y de oriente, que en todo momento se declararon inocentes, pero tras el primer ataque estadounidense, hace seis años, estalló una especie de Tercera Guerra Mundial sin llegar al uso del armamento nuclear. Todavía.

El virus se desarrolló con más intensidad en la zona sur del planeta. Llegó a las puertas de Europa por Iberia y avanzó hasta que fue construido un muro tras la cordillera cantábrica. En el continente, las poblaciones de No-Humanos fueron controladas mediante bombardeos masivos al no existir una cura aparente. Todo ello, sumado al calentamiento global, cuyas temperaturas han supuesto el aumento de 5 ºC en el clima y han hecho que sea prácticamente inhabitable el sur de Iberia en los meses más cálidos, propiciando así la expansión de comunidades de No-Humanos. Todo lo que queda por debajo de la cordillera cantábrica es inhóspito y hostil debido a los infectados.

La información, internet especialmente, ha desaparecido parcialmente tal y como la conocemos. Solamente se mantiene en la actualidad para las redes militares y diferentes medios de comunicación, que directamente proveen este servicio a sus trabajadores, con la imposibilidad de acceder a ningún otro sitio web, solamente a las intranets de cada negocio.

Ahora algunos periodistas son grandes hackers en defensa de la verdad, pero solo unos pocos se atreven a ejercer como tales. Lógicamente, las represalias son fuertes para aquellos que hackean redes gubernamentales. De esta forma, han surgido los nuevos narcotraficantes: Los NetDealers o, popularmente llamados, traficantes de red. Al principio eran grandes cárteles de internet que hackearon satélites para proveer de internet a todos los que pudieran pagarlo. Eva es una de esas personas gracias a la fortuna que heredó de sus padres y al dinero que gana en su diario. Estos negocios ilegales han crecido tanto que ya no necesitan satélites gubernamentales y han empezado a poner en órbita los suyos propios desde países neutrales a la guerra, cuyos intereses económicos aun permiten esta práctica.

Así, los diversos negocios de investigación como el de Eva, son capaces de comunicarse de forma segura a través de la deep web mediante las redes tor.

Aun así, siempre hay agentes del Gobierno que se mueven entre estas redes para tratar de controlar la información que se comparte. Sin embargo, en el ámbito periodístico, la información se mueve de un lado a otro sin tapujos. De esta forma todos pueden distribuir historias para los que tengan acceso a estas redes. Solo así, poco a poco, Eva escribe su artículo para el diario en el que trabaja y trata de desvelar los horrores de esta guerra.

Por suerte, en Iberia, no existen batallas al no ser un frente estratégico, tras haber quedado el país tan reducido; y eso les ha permitido mantener cierta calidad de vida con respecto a otros países. La tecnología puede importarse desde países neutrales como Suecia o a través del mercado negro.

El calentamiento global y la guerra han provocado además una pequeña crisis energética, de tal forma que en la vida civil se ha prescindido de combustibles fósiles y toda la energía es solar, eólica o mareomotriz. Existen grandes hectáreas de paneles solares, molinos y plantas de generadores de las corrientes de mareas.

Esta es la situación del mundo en el que Eva vive. Actualmente hay un periodo de paz. Los ejércitos se reorganizan para los próximos ataques. Según los medios, occidente, los aliados, están ganando y tomando ventaja. Mientras en las calles se habla de que todo acabará pronto. Pero Eva no cree que los ejércitos de Rusia, China y Oriente Medio se dejen vencer sin tirar su última carta: el armamento nuclear.

Eva cierra el ordenador, no ha escrito ni una sola palabra, solamente ha repasado toda la his ia que ha escrito hasta ahora. Sale del cuarto y se detiene en un panel táctil que hay en la entrada, marca cuatro casillas y todas las luces se apagan. Con la luz de su teléfono recorre el que ahora parece un pavoroso pasillo hasta su habitación

Ya en la cama, no deja de mirar en el teléfono móvil diferentes titulares. Los lee por encima. Internet, por suerte, no se ha ido a pique, la mayoría de los servidores están en zonas habitables y todavía pueden ser mantenidos por operarios. Apaga el móvil y se da media vuelta. Últimamente tiene insomnio, puesto que su cabeza es un soliloquio constante.

Se escucha el mar. Hace cinco años se mudó a la casa en la que vive actualmente. Por esa razón, no personaliza demasiado los rincones. Se considera una nómada debido a su clandestina profesión, en la que frecuentemente es observada con lupa por el Gobierno.

Esta casa fue una buena oferta. Alejada de la muchedumbre en Dena, un pueblo de Cantabria. Situada en lo alto de una cala, a la izquierda de la playa sobre una elevación del terreno. También a su izquierda se extiende un enorme bosque del tamaño de varios campos de fútbol. La playa es enorme y prácticamente virgen, solo alterada por unas escaleras de piedra para poder acceder desde el extremo derecho de la misma. Si pudiera, no lo cambiaría jamás.

Eva se adormece y se arropa bien con su edredón. Lentamente cierra los ojos, hasta que se duerme por completo.

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Se escucha una explosión. Eva se despierta de golpe. El corazón late tan fuerte que le duele el pecho. Son las 4:00 de la mañana. Se levanta rápido, sale de su habitación y recorre el pasillo hasta el salón a toda velocidad a pesar de la oscuridad y abre las puertas de su terraza.

A lo lejos, cerca de la playa hay llamas. Eva distingue un barco y según va saliendo del shock, comienza a oír gritos de hombres. Sale de la terraza, coge un abrigo y se pone las botas que usa siempre, viejas y a la vez limpias; tiene por costumbre dejarlas en la entrada de su casa. Debe ir hasta la otra punta para poder bajar por las escaleras habilitadas, así que mejor coge las llaves del coche para ahorrar tiempo.

Arranca el coche, como la mayoría de los vehículos actuales es eléctrico, con un diseño antiguo, de mediados del siglo XX. Cuando lo compró ya tenía toda la carrocería y el motor adaptados. También de segunda mano y con matrícula falsa.

Acelera formando una inmensa nube de polvo que termina por cubrir la fachada de su casa. Conduce rápido. Es muy hábil al volante. El camino no está iluminado y al ser de tierra puede caer fácilmente por el cortado hacia la cala. Sería una forma rápida de llegar, piensa.

Cuando llega al acceso y sale del coche deja la puerta abierta; con las prisas, casi se tropieza, pero se apoya en la barandilla que hay al inicio en las escaleras. A lo lejos, ve como hay cuerpos que llegan inertes y otros que hacen enormes esfuerzos por levantarse. Llevan camisas blancas que se ven perfectamente en la oscuridad. Se toca en los bolsillos, pero no encuentra el teléfono, se le ha olvidado cogerlo. No hay tiempo y tiene que ayudar a todos los que pueda a salir del mar.

Corre a toda velocidad por la playa; la arena no la desestabiliza. Está en forma, en parte porque le gusta cuidarse, en parte porque nunca sabe cuándo tendrá que salir huyendo. La adrenalina también la ayuda.

Al llegar a la orilla se quita su abrigo y trata de coger el primer cuerpo que encuentra. Es un hombre que tiene una camisa de fuerza blanca. Mientras intenta arrastrarlo se produce otra explosión en el barco que hace que suelte el cuerpo del hombre. Vuelve a cogerlo y lo lleva hasta la orilla. Está inconsciente; al tomarle el pulso ve que está vivo. Es un milagro que no se haya ahogado.

Se dirige hacia otro cuerpo, que claramente está sin vida, también con una camisa de fuerza. Tengo que priorizar, piensa. Mira a su alrededor y se encuentra con un sinfín de cuerpos de hombres que llegan solos a la orilla gracias a las olas, y otros boca abajo con sus camisas de fuerza. A unos cuarenta metros de ella, ve a un hombre vivo, lleva un uniforme militar. Corre hacia él y se adentra en el mar. Una ola de dos metros los derriba y la arrastra unos metros hacia la orilla. Hay resaca y eso le dificulta ponerse en pie, pero lo consigue. Se zambulle a por el hombre, claramente desorientado. Lo saca del agua, le coge el brazo y lo pasa por su hombro. Están cerca de la orilla, pero la resaca cada vez es más fuerte. Las olas chocan con ellos, pero el peso de los dos los mantiene en pie. Hace un enorme esfuerzo por seguir andando. Ya toca fondo con sus pies. Una enorme ola los derriba a los dos, pero la fuerza del mar les ha hecho llegar más rápido a tierra. Deja al hombre en la orilla, que enseguida escupe agua mientras tose y respira por su propia cuenta. Eva ve que varias personas bajan por la escalera del acceso. Al fin la ayuda ha llegado.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Eva, con la respiración agitada.

—¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí!

Eva ve en sus ojos el terror. Llegan los lugareños a la zona. Muchos de ellos van directamente a por los cuerpos que flotan. Eva ve como uno de ellos saca a un militar. Su uniforme, con algunas quemaduras en la ropa, deja entrever la camiseta gris que lleva debajo y sus heridas sangrantes. Conserva en el hombro su insignia. Son de un barco de la marina. ¿Y está gente con camisas de fuerza? ¿Serán presos?, se pregunta. Entre un hombre y una mujer sacan a otro militar. Varios vecinos cercanos ayudan a sacar más cuerpos mientras comienzan a escucharse las sirenas a lo lejos.

Hay varios cuerpos en la orilla, algunos respiran. Las personas que han llegado para ayudar intentan reanimar a los que llevan la camisa de fuerza. Pero son muy pocos, apenas diez personas para sacar a toda una tripulación del agua, o al menos a los que habían conseguido llegar.

Al otro extremo de la playa, Eva ve como una mujer completamente desnuda se levanta de la arena. Eva, que se mantiene fría a pesar de todo, corre hacia ella. La mujer se recompone rápidamente y comienza a caminar hacia el bosque, tiene una herida profunda en la pierna y varias magulladuras en los brazos y en la espalda, pero parece tener fuerzas suficientes porque empieza a correr.

—¡Eh! ¡Eh! ¡Espera!

La mujer no hace caso a Eva y se adentra en el bosque. Eva sigue corriendo hacia ella. Se mete entre los árboles, pero ya no la ve. Está demasiado oscuro y hay muchos heridos en la playa a los que ayudar. Se da la vuelta y se dirige a ayudar al más próximo. Es un militar. Tiembla de frío. Las ambulancias ya han llegado y varios sanitarios bajan a toda velocidad a la playa con camillas.

—¡Necesitamos mantas! ¡Necesitamos mantas! —dice un hombre a lo lejos.

Algunos se quitan sus chaquetas para cubrir a los heridos. Eva vuelve con el primer militar que ha sacado del agua y lo sienta en la arena. Parece que aún le quedan fuerzas. Rápidamente le quita la chaqueta de uniforme y ella recupera el abrigo que había dejado en la arena para arroparlo.

—¿Puedes caminar? —El militar asiente.

Le pasa un brazo por encima de la espalda de Eva y entre los dos hacen un enorme esfuerzo para levantarse. Caminan unos metros hasta que dos sanitarios llegan a donde están ellos y toman el relevo. El militar le devuelve el abrigo a Eva.

—Gracias.

—De nada —dice con media sonrisa en su cara.

Eva ve como la policía acaba de llegar también. Entre ellos está Daniel, un amigo suyo desde que llegó a Dena y en algunas ocasiones esporádicas, algo más. Ambos caminan hasta encontrarse, la situación está ya controlada.

—¿Qué hacían tan cerca de la costa? —pregunta Eva.

—Ni idea. Pero las llamas del barco se ven desde cualquier lado por esa misma razón. Es un auténtico desastre.

El barco comienza a hundirse, pero las llamas no cesan de arder sobre restos del barco que aún se mantienen a flote. La luz de la luna ilumina el mar y, poco a poco, éste se tiñe de negro con el carburante del barco.

—Nos llevará tiempo limpiar toda la porquería. ¿Tú cómo estás? Agotada, supongo.

—Si… oí la explosión y fui la primera en llegar. Es horrible. ¿De verdad no sabes qué hacían tan cerca? Vosotros estáis avisados siempre.

—En serio Eva, no lo sé. Maniobras, quien sabe.

—Llevan a gente con camisa de fuerza.

—Entonces no creo que lo vayamos a saber. Ya hemos dado parte y tendremos aquí a los agentes del Gobierno mañana. Solo podemos ayudarlos durante esta noche. Vete a casa y descansa un poco. Seguramente tengamos que pedir voluntarios para esto y te necesitaremos. Pásate por el pueblo a primera hora. Pero por favor, no hagas locuras.

—¿A qué te refieres?

Eva sabe perfectamente que Daniel no quiere que investigue, y él simplemente la mira inquisitivamente. Al tratarse del Ejército, es mejor no inmiscuirse, pero puede ser una oportunidad única para ella. Mañana irá al pueblo y verá qué es lo que consigue. Eva sonríe y le da un abrazo para despedirse. Se aleja por la playa hasta llegar a las escaleras.

Echa una última mirada atrás. No hay más personas por rescatar, puede irse a dormir tranquila, pero mañana madrugará para ir al centro de Dena.

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