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DANIEL

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DANIEL

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Eva Eva asciende la cala con tranquilidad. Se ha preocupado bastante de que nadie la siguiera. Aparca el coche y sale con prisas para ver la información que ha conseguido.

Una vez dentro, llega a la habitación de trabajo. Desenchufa la corriente del módem y conecta el ordenador al servidor por cable Ethernet. Su servidor es un monstruoso cubo lleno de discos duros que suena más que su propio ordenador y tiene más luces que una discoteca debido a su constante parpadeo. Esas luces indican el tipo de actividad que hacen los discos duros. Si una de ellas deja de parpadear y se apaga, significa que tiene que cambiar ese disco, si en cambio la luz es constante, significa que puede haber una avería, pero el disco es recuperable.

Abre una ventana del ordenador y el servidor aparece ya como un disco duro más. Accede a él y busca la carpeta «Para_putear (y_comer)» entre el mar de carpetas que hay. Nunca le ha dado demasiada importancia al orden y limpieza de sus archivos, aunque se repite mentalmente cada vez que enciende el ordenador que debe hacerlo.

Abre la aplicación de gestión de contenidos y descarga los datos enviados al servidor de la caja negra a su disco duro principal. Los datos están encriptados como siempre. Abre otro programa que comienza a desencriptar los archivos de vídeo. La notificación le dice que tarda aproximadamente dos horas. Son las 15:33 y le ruge el estómago, es hora de comer algo.

Se levanta y va directa a la cocina. En la nevera, hay bastantes cosas. Siempre ha sido precavida, en el mundo en el que vive sabe que cualquier día pueden acabarse los suministros de comida, por eso, además de tener una nevera gigante para guardar comida durante varias semanas, tiene un mueble de tres metros cuadrados solo dedicado a conservas.

Otras personas aún intentan hacer vida normal comprando en los supermercados, pero cada vez es más frecuente que todos tengan su propio huerto y algunos incluso ganado. Es otra de las razones por las que la economía ha caído en picado en todo el mundo. A veces entre los vecinos hacen trueques, especialmente cuando llega el invierno y la producción de ciertos alimentos favorece a unos más que a otros.

Saca una pechuga de pavo, una zanahoria y una patata. Después coge una lata de guisantes y una olla. Pone agua a hervir y echa todo de golpe, sin trocear la pechuga. Mientras se va prepara también un té, no le gusta beberlo caliente así que prefiere hacerlo ya, para que cuando termine de comer esté a la temperatura perfecta.

Eva siempre ha sido muy metódica con la comida. Tiene en la pared de la cocina un calendario con varios menús. Es la única forma de controlar lo que come. Incluso apunta cuando sale a comer fuera, independientemente de que lo haga sola o acompañada. No le gusta estar encerrada en su casa si no es por un buen motivo o claro está, por su trabajo.

Pasados cuarenta minutos la comida está lista. La sirve en un plato hondo y come directamente en el sofá. Se ha puesto cómoda para estar por casa. No espera visitas. Mira su teléfono móvil y tiene cuatro llamadas perdidas de Daniel. Lo llama.

—Dani, ¿qué pasa?

—¿Que qué pasa? La gente se ha vuelto loca en la plaza. ¿No estabas ahí para verlo? Luego los militares han empezado a disparar al cielo para que la gente se quedase quieta. ¿Qué pensaban? ¿Qué esto era una puta película?

—Yo estoy bien, gracias.

—Sí, suponía que lo estabas porque empezaron a detener a la gente. Han identificado a los que empezaron una pelea y tú no estabas entre ellos. Tampoco estabas en el centro.

—Me dio tiempo a salir sin llamar demasiado la atención. —Se ríe.

—¡No me jodas, Eva!

—¿Qué?

—¡No me jodas, Eva! ¿Tú le has metido el troyano al Ejército?

—¿Yo? ¿Troyano? Soy periodista…

—Eva…

—Yo no he hecho nada, Dani. Puedes venir a mi casa si quieres y comprobarlo.

—Como algo y voy para allá. Más te vale no tener nada que enseñarme. —Cuelga.

Eva se ríe. Es pícara. Sabe que Daniel no está cabreado y que si tiene algo no dirá nada. Daniel simplemente resulta algo exagerado algunas veces, especialmente cuando se le complica el trabajo. Quizá haya tenido que retener a todos los periodistas en comisaría antes de que el ejército se encargase de ellos por su propia cuenta.

Está ansiosa por terminar de desencriptar las grabaciones. Ya ha terminado de comer, recoge todo y mira el ordenador. Aún le quedan treinta minutos. El tiempo perfecto para echarse una siesta después de una productiva mañana.

2

Llaman a la puerta. Eva no se inmuta. Vuelven a llamar más fuerte. Eva entreabre los ojos y vuelven a llamar, esta vez aporreando la puerta. De un salto, Eva se reincorpora, aunque le da un ligero mareo al haberse levantado tan deprisa.

—¡Ya va! ¡Ya va! —Se mueve con dificultad, intentando no caerse hasta que llega al recibidor. Abre la puerta, es Daniel, detrás de él dos policías—. ¡No estoy! —Eva le cierra la puerta otra vez.

—Venga Eva, son de fiar. —Eva no lo cree.

—Ya puedes volver con una orden de registro si quieres algo.

—Joder, Eva. Se quedan fuera si te parece bien para que vigilen que no viene nadie más —dice Daniel, en un intento desesperado por convencer a Eva.

Eva respira hondo. Le parece buena oferta. Abre la puerta. Daniel la mira seriamente, se gira y le hace un gesto a los otros dos policías, que asienten, se giran y se cruzan de brazos. Daniel entra y Eva cierra la puerta.

—Sígueme —dice Eva.

Entran en el cuarto de trabajo. La aplicación está cambiando de color cada medio segundo, indicando que ha terminado el trabajo con una ventana emergente por cada archivo que procesa. Eva le hace un gesto a Daniel para que se siente en la otra silla.

Abre la carpeta desencriptada con una gran cantidad de archivos. El programa se lo ha clasificado en varias carpetas según el tipo. Abre las carpetas de vídeo. Debe haber más de trescientos archivos.

—Joder. ¿Todo eso?

—Solo son los últimos diez minutos de grabaciones. Los datos técnicos los filtraré para ver qué me pueden decir con exactitud. Un tío que he conocido me ha confirmado que fue una explosión de los motores provocada por alguien. Vamos a ver el primero.

Eva abre el primer archivo de vídeo. Dura 12:35 minutos exactos. Piensa que ese debe de ser el bucle de tiempo por archivo. El primer vídeo muestra seis cámaras de la sala de máquinas. Todo está aparentemente tranquilo, hay un par de ingenieros militares comprobando las pantallas. Son las 3:55 de la madrugada. Avanza el vídeo y no ve nada significativo.

Abre el siguiente archivo. Los dos ingenieros se van, luego hay cuatro minutos donde no hay absolutamente nadie hasta que entra una persona. Al principio se la ve de espaldas y las demás cámaras aún no le han captado el rostro porque se ha quedado quieto en la entrada de la sala. Parece que busca algo. Ahora se mueve y otra cámara muestra su cara, se detiene en el fotograma en el que estaban los ingenieros. Ninguna cámara refleja bien el rostro. Eva para la grabación.

—Dame un segundo —le dice a Daniel.

—¿Qué vas a hacer?

—Espera.

Eva abre un programa de edición de vídeo. Se carga rápidamente. Crea un proyecto y vuelca todos los archivos en la ventana de los brutos del vídeo. Luego arrastra todos a la línea de tiempo y busca el que estaban viendo. Pincha sobre él y en otra ventana añade un zoom digital hasta la cara. Es Ángel.

—¿Sabes quién es? —pregunta Daniel.

—He conocido a este tío por la mañana. Fue el que me confirmó lo de la explosión. Y espera… —Eva se acuerda cuando estaba en el baño escondida mientras se quitaba el traje—. Esta mañana escuché una conversación que no debía.

—Para variar. —le recrimina Daniel.

—Cállate. Había tres hombres, hablaron de un tal Ángel Ceballos que estaba relacionado con las cajas negras. Que fue el mismo tío que me dijo lo de la explosión. —Eva le termina de contar todo lo que dijeron los tres hombres y lo que habló en la habitación con Ángel.

—Asegúrate de que ha sido él, por favor.

Eva sigue avanzando el vídeo, ve como Ángel manipula el cuadro y luego mueve algunas manivelas en las máquinas con guantes para no quemarse las manos. Daniel habla.

—Vale, tenemos a un tipo que ha matado aproximadamente a sesenta y cinco personas intencionadamente. ¿Por qué?

—Eso debe de estar en las otras grabaciones, pero hay mucho trabajo que revisar, tengo una línea de tiempo de ochenta horas, Dani —dice agobiada por la magnitud de la información que tiene delante.

—De aquí no me muevo hasta que veamos todo el material.

—¿Estás loco? Como poco puedo tardar una semana en revisar todo esto.

—Estos tíos saben algo de informática. Podrían ayudarnos a revisar material.

—Ni de coña. Además, solo mi ordenador puede con estos archivos y está protegido contra intrusos.

—¿Y no tienes más?

Eva le mira fijamente y le sonríe.

—A veces hasta pareces listo. Diles que pasen.

Dani se pone en marcha. Eva abre un armario y tiene una pila de portátiles. Seis en total.

Dani vuelve con los otros dos policías, a los que ha recalcado que cuando salgan olviden todo lo que han visto. Entre los cuatro montan los seis ordenadores en el salón.

—Bien, estos portátiles tienen más de cuatro años, así que no tienen tanta potencia. Lo que vamos a hacer es colocarlos en red para que uno solo renderice utilizando la cpu y la gráfica de todos los demás y… —Los policías la miran sin saber qué dice—. Dani me ha dicho que sabíais de informática.

—Bueno, nos gusta bajarnos cosas. —dice uno de ellos.

—Es igual. Yo me entiendo. —ataja Eva.

Eva enciende los dos portátiles más nuevos, coloca los otros cuatro detrás de cada uno, dos por cada portátil. Con dos cables Ethernet los conecta entre sí a los traseros y mediante un usb los vuelve a conectar a los principales. Ahora enciende todos.

Abre el programa en los dos principales y los configura. Ahora funcionan correctamente. Luego va a una de sus estanterías y busca un disco duro portátil con la etiqueta de seguridad. Lo conecta al ordenador; contiene un único archivo. Hace doble clic y se inicia un proceso automático que reconfigura el ordenador por la cantidad de ventanas emergentes negras que aparecen y desaparecen generando diferentes códigos. Termina a los pocos segundos.

—Vale, vosotros dos, venid. De esta carpeta, volcáis aquí los archivos. Luego los metéis en la línea de tiempo. —Eva se da cuenta de que ya ha hecho el trabajo por ellos—. En fin. Yo reviso las veinticinco primeras horas, tú las veinticinco siguientes y tú las otras veinticinco. Las otras cinco horas restantes ya nos las repartiremos. ¡Ah! Otra cosa. No hace falta que lo veáis a tiempo real, para pasarlo rápido podéis moveros con el ratón o dándole a la L para avanzar, la J para retroceder y la K para pararlo. Cuantas más veces le deis a la L o a la J más rápido irá. ¿Me habéis entendido?

—Más o menos —dice uno.

—Nos apañamos, no te preocupes —dice el otro.

—Así da gusto. Buscamos imágenes donde aparezca este tío. —Eva señala a Ángel en su pantalla. Los otros asienten y sonríen; se sientan ante sus ordenadores—. Dani, ya que tú no haces nada por qué no vas a comprar café y pizzas, que lo vamos a necesitar.

—Oído plato. —Dani se da la vuelta y se va.

Eva se sienta. Se pone los auriculares y se gira otra vez.

—Por cierto, ¿vuestros nombres?

—Javier, pero puedes llamarme Javi.

—Guillermo, pero puedes llamarme Willy.

—Eva, pero podéis llamarme por mi nombre. —Sonríen y se ponen a trabajar.

3

Pasadas cuatro horas Eva encuentra nuevos datos. Ángel comienza a abrir las celdas de diferentes presos tras dejar inconscientes a los guardias sin que lo vean venir. Avanza y libera más presos hasta que empieza a sonar la alarma y deja el resto de las celdas sin abrir. Muchos presos se vuelven violentos pidiendo ser liberados mientras otros gritan y sacan los brazos. Algunos consiguen frenar a otros presos para que los liberen.

Javi y Willy avanzan bastante rápido, en sus imágenes la gente huye despavorida de la catástrofe que se avecina. Algunas cámaras registran cómo las explosiones arrasan con varias personas de una llamarada. La mayoría de sus horas de vídeo son una tragedia.

Eva sigue la pista de Ángel a través de los vídeos. Como tiene más experiencia y un ordenador más potente, utiliza una herramienta de multicámara. Puede ver hasta diez imágenes seguidas a tiempo real y así avanzar más rápido sin tener que buscar en qué cámara está según el compartimento del buque.

Ángel ha llegado hasta el final de un corredor. Al fondo hay una cámara acorazada que abre con una tarjeta magnética. Mueve una puerta de acero con dificultad, parece pesada. Entra y deja la puerta abierta. Eva busca imágenes que muestren el interior de la cámara. No hay ninguna en su rango de tiempo. Avanza cinco minutos más. Una de sus cámaras registra la primera explosión. Vuelve a la cámara acorazada y Ángel sale con una mujer cogida de su hombro. Está cubierta con una manta. Es la mujer que huyó de la playa. ¿Por qué la tendrían ahí?, se pregunta. Con cada dato que consigue Eva solamente se hace más preguntas. Los sigue la pista hasta que consiguen saltar por la borda.

—¿Habéis visto algo interesante? Yo tengo todo lo que necesito a pesar de todas las horas restantes.

Javi niega. Pero Willy tiene algo.

—Puedo confirmarte que además de que fue una auténtica masacre, transportaban muestras del Virus G. Tengo imágenes del laboratorio antes de las explosiones.

Eva se acerca a verlas. A esas horas, no había nadie en el laboratorio. Las imágenes tienen una calidad muy buena y se pueden ver varios cultivos del virus en placas de petri correctamente etiquetadas. La alta resolución de las imágenes permite ver con claridad como han nombrado cada cepa una vez han ampliado la imagen.

—Es evidente que estaban haciendo pruebas con todos los que estaban encerrados. ¿Buscaban una cura quizá? —dice Daniel.

Ninguno responde. Eva se retira y se echa las manos a la cabeza mientras bosteza.

—Muchísimas gracias por vuestra ayuda. Ya recojo yo todo esto.

Willy y Javi se levantan, recogen sus cazadoras y un trozo de pizza para finalmente marcharse. Dani y Eva se miran y se abrazan.

—Gracias por tu ayuda.

—No hay de qué.

Se separan, se miran con algo de tensión y comienzan a besarse. Eva sabía desde que Daniel la llamó que esa noche iba a dormir acompañada. La pasión se apodera de los dos y no tardan mucho en desnudarse y caminan como pueden hasta el cuarto de Eva. Al entrar, Daniel cierra la puerta.

4

La luna ilumina por completo el interior de la habitación de Eva, que no deja que Daniel lleve la iniciativa y enseguida ella le da la vuelta. Entre caricias y besos, Eva realmente se cuestiona si busca algo más con él cuando le mira a los ojos. Pero enseguida rectifica sus pensamientos y sigue a lo suyo, un mero pasatiempo con el que disfrutar de vez en cuando.

Al terminar, Daniel la besa en la mejilla y se da media vuelta. Eva le sonríe, pero se queda pensativa mirando al techo. El sexo no le ha servido para despejar la cabeza.

Las dudas sobre quién es esa mujer le asaltan la mente, y por qué un militar ha arriesgado su vida para salvarla aún más cuando parece que se trata de alguien muy peligroso al estar encerrada en una cámara acorazada. Esa mujer se habrá puesto ya en contacto con él, aunque habrá sido difícil de haberlo hecho. Podría ser… Eva trata de recordar el rostro de la mujer con la que se cruzó esta mañana e intenta compararla con la de la playa. No sabe si realmente es la misma persona. Lo más probable es que Ángel se someta a un juicio militar en cuanto descubran que fue él quien provocó las explosiones.

¿A qué fuentes más podía acudir? La plaza mejor ni pisarla por el momento, los militares deben estar ojo avizor y más con los periodistas. Podría buscar en la prensa del día siguiente si alguno ha descubierto algo interesante o quizá ella es la única con información privilegiada. Tampoco ha visto a ningún compañero con el que se haya mandado mensajes encriptados en alguna ocasión. En cualquier caso, tendría que hacer copias de los vídeos que le interesen de las cajas negras para después eliminar el contenido. Demasiadas cosas, demasiadas tareas para conciliar el sueño. Así que se levanta y se queda sentada en la cama. Daniel empieza a roncar. Suspira y sale de la habitación.

Lo cierto es que no tiene ninguna gana de volver a trabajar, quiere tomar un poco el aire por lo que recorre la casa hasta la terraza del salón, donde se fija en una foto de ella de niña con sus padres. Coge una manta gruesa que tiene en el sofá, se la echa encima y con la foto en mano sale a la terraza a sentarse.

Eva recuerda parte de su infancia en Madrid con ciertas lagunas. Nunca fue una niña con problemas, tenía amigos, sus estudios fueron buenos, una estudiante universitaria ejemplar y muy familiar. Le encantaba cuando su madre le llevaba hojaldres de una pastelería que tenían cerca de su casa, simbolizaba una especie de premio a su buen comportamiento cada semana, hasta que acabó por convertirse en rutina como la paella de los domingos.

Su padre, su héroe. Ella era su princesa guerrera y ningún hombre la iba a querer tanto como él a ella. Cuando creció un poco más se contaron todos sus miedos e inseguridades, eso marcó una adolescencia tranquila y llena de confianza en él. Siempre la vio segura de sí misma y fuerte sin habérselo enseñado. Era y es innato en Eva. Con su madre fue una época algo violenta. Hubo largas y duras discusiones, pero al final siempre acababan de buen humor entre todos ellos; los enfados nunca pasaban de más de un día.

¿Dónde estarán ahora? Eva se niega a aceptar la posibilidad de que sus padres hayan muerto, pero más allá de la frontera de la zona habitable era muy difícil la supervivencia. Eva solo la cruzó una vez, al separarse de sus padres mientras huían de Madrid. Le viene a la cabeza la imagen de su madre conduciendo y su padre herido de bala en el brazo. Los militares no escatimaban y eran demasiadas personas para hacer las pruebas del Virus G en las ciudades, así que todos los que intentaban cruzar la frontera sin un permiso eran cosidos a tiros. Prefiere no recordar ese episodio más por el momento.

Ahora mira hacia el horizonte. Tiene una vista privilegiada con el mar de fondo y las estrellas sobre el cielo con la luna. Hay pocas nubes, así que el clima no empaña la bóveda celeste. Mirar al cielo le hace sentir una humildad enorme. ¿Quiénes eran ellos comparados con el resto del universo? Ya lo decía Carl Sagan, un instante. Apenas unos segundos en toda la historia del cosmos. Y en ese instante han pasado tantas cosas y siguen ocurriendo otras tantas… yo no me ganaría la vida como filósofa, piensa Eva con sarcasmo mientras bosteza. Ya tiene el suficiente sueño como para ir a dormir.

Sale de la terraza, deja la foto en su lugar y se va a la habitación. Daniel duerme profundamente, como una marmota. También ha sido un día duro para él. Se mete en la cama y esta vez rápidamente se queda dormida.

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