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Ángel

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ÁNGEL

1

Eva se hace el desayuno. Hoy le tocan unas grandes tostadas con mermelada y una buena taza de café. Siempre lo hace natural, le encanta el olor del grano. Enciende la radio, es digital, pero le cuesta encontrar una emisora que no tenga ruido. La mayoría de las frecuencias están ahora vacías. Da con una en la que hablan del incidente del barco.

—Las últimas investigaciones de nuestra corresponsal apuntan a que todo fue un fallo del motor del buque militar. Por el momento, se cuentan cuarenta y ocho personas fallecidas, veintitrés heridas y siete desaparecidas. La mayoría de los heridos son militares, puesto que en el barco estaban transportando presos enfermos portadores del Virus G. Las autoridades insisten en que la población no debe alarmarse ya que el patógeno solamente se contagia por sangre o contacto directo. Aun así, el pueblo de Dena será puesto en cuarentena hasta verificar el estado de salud de todos sus habitantes.

¿Estarían haciendo ensayos con humanos? Ya tengo por dónde empezar, piensa en alto Eva. Muchas veces esto supone problemas para ella puesto que no se da cuenta de que la escuchan. Por eso prefiere trabajar como periodista autónoma: vende noticias y exclusivas a diferentes cadenas que pagan un dineral. El cuarto poder ahora es una fuerza económica más, aunque fomente la economía sumergida para ocultar las fuentes con más seguridad.

Suena el teléfono. Es Daniel.

—¡Ey! ¿Fue muy larga la noche? —pregunta Eva.

—No he pisado mi casa… Oye te vamos a necesitar en el pueblo como te dije. Hay demasiadas personas a las que ayudar.

—Está bien. Pero a mí me ayudaría… —Matiza mucho la palabra—… Que me echases un cable.

—Eva… no es buen momento. A las 12:00 llegan los del gobierno y tendrán a su jefe de prensa, pregúntale lo que quieras, aunque la entrada a la plaza ya está plagada de periodistas… Podría colarte para que te entrevistes con él en calidad de voluntaria.

—Más te vale. No todos los días revienta un buque militar con un virus letal dentro —dice, con bastante acritud—. He oído por ahí que podría tener una mutación. ¿Sabes algo?

Daniel guarda silencio.

—¿Dani?

—Tú solo ven, por favor. No damos abasto. Te veo luego.

Daniel le cuelga. Eva suspira y se rasca la cabeza. Daniel siempre sabe más de lo que cuenta y ha sido confidente de Eva en muchas ocasiones. Trabaja como inspector de policía nacional y se entera de muchas operaciones encubiertas, las cuales ha podido investigar Eva junto a sus colegas y desmontar tramas de corrupción en Iberia y Europa. Así que, muchas veces, se ha jugado el cuello por pasarle archivos, pero esta vez parece diferente.

Mira un calendario digital que tiene en la pared de la cocina. Es 14 de diciembre de 2032 y tiene que tener listo el artículo antes de Navidad, si no el invierno y el año van a ser muy duros. La noticia con la que cierran los medios el año es la más importante de todas. Incluso el Estado se hará eco de esta para tratar de limpiar su imagen, y cuanto más cruda sea más dinero recibirá.

Se sorprende de lo mercenaria que puede llegar a ser a veces y eso la molesta. Prefiere la verdad ante todo en el mundo que le ha tocado vivir. Así que Eva se pone en marcha.

Se da una ducha rápida y después se pone unos leggings gruesos para el frío con una camiseta negra de manga larga. Encima, su cazadora de cuero negro y botas marrones. Coge su grabadora y un cuaderno digital con su lápiz táctil. Por último, se hace una coleta y sale de casa.

Arranca el coche y se pone en marcha por el camino de tierra que bordea la cala. Aún están marcadas sus huellas de la noche anterior. Son borradas rápidamente por los neumáticos. Observa la playa, la orilla está completamente negra por el combustible del barco; los operarios trabajan con máquinas que filtran el agua en la playa y recogen con palas y cubos el chapapote. Desastre tras desastre, no sabe cómo el ser humano aún aguanta.

Eva desciende toda la cala hasta llegar a una carretera asfaltada. Al girar a la izquierda, se da cuenta de que a lo lejos hay unas cuantas vacas cruzando, así que decide ir más lenta. Una astuta estrategia para que las vacas ya hayan cruzado cuando ella llega al punto. Nunca ha soportado quedarse quieta sobre el asfalto. Ahora es el momento de acelerar. Tiene diez minutos hasta el pueblo por las maravillosas y serpenteantes carreteras de un solo carril. En el fondo, la divierte porque se lo conoce a la perfección y el coche al cargar sus baterías directamente con el sol, en un día despejado como el de hoy, no consumirá demasiada energía.

El paisaje es sencillamente espectacular. El verde se puede apreciar en cada detalle. Bien es cierto que faltan una gran cantidad de árboles que se talaron de forma masiva para construir la base de los muros que separan la frontera con el sur del país. El dinero escaseaba por entonces y fue la forma más rápida y eficaz de evitar filtraciones del virus por parte de personas y animales. En cualquier caso, nadie puede acceder ya más allá de los muros. Le recordaba a una vieja serie que sus padres veían. Casualidades.

La carretera se perdía en el horizonte como en las películas estadounidenses. Algunas viviendas aún seguían habitadas, pero la mayoría de la gente se había ido a los grandes núcleos de población para que no les faltase de nada. Solo los más jóvenes se atrevían a estar separados de la muchedumbre. Al pasar con el coche, se les puede ver haciendo una vida tranquila, donde parece que el tiempo no pasa para ellos. Sus propios huertos y ganado, completamente autosuficientes. Al haber nacido en este periodo, han conocido menos vicios y comodidades de la cultura occidental, por eso no los necesitan.

2

Eva llega al pueblo y deja el coche en uno de los parkings habilitados, cercano a la plaza. Comienza a caminar. Todo está excesivamente tranquilo. Aquel pueblo siempre puede resultar inquietante a pesar de haber conservado con encanto todas sus calles desde la Edad Moderna, completamente hechas de piedras y casas readaptadas de ladrillo y adobe para pasar el invierno y el verano a una temperatura constante.

Un común denominador en toda la arquitectura ahora es la inclusión de más zonas de sombra mediante toldos y otras estructuras que permiten la vida fácil al aire libre, sin el calentamiento del suelo. Los jardines en los tejados se han vuelto también muy comunes. Las plantas sobresalen de los tejados y posibilita una mayor refrigeración de los últimos pisos y menos entradas de calor. Los arquitectos han tenido mucho trabajo desde hace unos años para adaptar todos los edificios, así como la investigación y fomento de motores eléctricos para los coches.

Eva comienza a escuchar a la muchedumbre enloquecida. Acelera el paso. Parece un pueblo fantasma, todos están concentrados en la plaza, con un montón de periodistas a las afueras de la misma, intentando entrar, mientras los propios militares los mantienen a raya. Los que entran como voluntarios para ayudar son cacheados en busca de cualquier objeto. Eva llama a Daniel.

—Dani, estoy fuera.

—Enseguida voy.

Eva espera un rato y ve a Daniel a lo lejos. Levanta la mano para saludarle. Daniel y otros dos policías abren un pasillo para que Eva pueda llegar. Se encuentran ante las miradas de envidia de otros periodistas.

—Menudo follón tenéis —dice Eva.

—Sígueme, date prisa.

Al llegar a la entrada los militares los detienen.

—Hay que registrarla. —Dice uno de ellos.

—¿De verdad? —Eva está sorprendida.

Daniel asiente. Más no puede hacer. Así que los militares cachean a Eva y encuentran la libreta y el cuaderno digital. Daniel la mira con los ojos abiertos. Eva se encoge de hombros y los policías requisan el material.

—Cuando salga podrá recogerlos. ¿Nombre?

—Eva Salazar Herrero. —El militar introduce los datos en un portátil.

—Adelante.

El hospital parece estar abarrotado, visto desde fuera. Los militares han habilitado varias tiendas para atender a otros enfermos de menor gravedad. La policía vigila atentamente a todos los ciudadanos y algunos militares patrullan armados por la calle sin perder ojo. Todo parece excesivamente exagerado. ¿Habrá alguna amenaza? Ah, que ahora estamos en cuarentena, recuerda Eva. Aun así, todo es un caos ordenado. Enfermeros y médicos cruzan de un lado a otro respetando carriles imaginarios de ida y vuelta. Algunos enfermos vuelven a la ambulancia. Los voluntarios montan tiendas con los militares y otros asisten a los médicos.

—Están estables, pero necesitan ir a un hospital.

Eva se gira. Es Álvaro, un compañero de la infancia que ahora es médico. Alto, con barba y pelo recortado. De un físico envidiable incluso con la bata puesta. Eva le dedica media sonrisa. Álvaro va a saludarla dándole dos besos, pero Eva se aparta.

—¿Ni si quiera por cortesía? Sé que aún es pronto Eva, pero…

—¿Qué tal si hacemos como si nada y seguimos a nuestra bola? ¿Te parece?

—Voy a seguir trabajando. Pasa un buen día Eva, si puedes…

Álvaro camina hacia el hospital. Hace poco más de un mes tuvieron una pequeña aventura que no salió bien. Álvaro resultó ser demasiado posesivo y frente a la introversión de Eva no resultó demasiado agradable. Una noche Álvaro destrozó varios cuadros de su casa por una rabieta injustificada porque Eva prefirió salir aquella noche sola. Iba a trabajar, pero él no lo entendía. Así que como nunca había tolerado esos comportamientos prefirió cortarlo de raíz antes de que fuera a más. Ni si quiera le sugirió que fuera a un psicólogo, Eva lo echó literalmente a bofetadas y empujones tras hundirlo moralmente. Sin darle opción de coger sus cosas, que posteriormente quemó en un barril.

Daniel se ha separado de Eva durante ese instante. Eva lo busca y lo encuentra cerca de una tienda.

—Dime, en qué te puedo ayudar —pregunta Eva.

—Sígueme.

Eva sigue a Daniel hasta una callejuela que sale de la plaza. Nadie circula por la zona.

—No quería decirte nada por teléfono.

—Entonces ¿puedo hacer mi trabajo? —Eva está emocionada, casi como una niña pequeña.

—Puedes y debes. Hay demasiada seguridad y no me gusta. Los heridos militares tienen algo que ocultar. A los oficiales de alto rango se los han llevado esta madrugada en helicópteros y han dejado a los suboficiales al cargo de la situación. En media hora, van a llegar esos hombres trajeados de las noticias que nadie quiere ver. Es todo lo que sé. Ve por ahí y entérate de qué cojones había dentro de ese barco, pero ten cuidado, no quieren que la prensa se acerque. Como ya has visto, hemos tenido que dejarles fuera de la plaza. —Daniel le da un Smartphone—. Con esto puedes hacer algo ¿verdad?

—Vaya antigualla. Pero sí, me vale.

—Haz lo que tengas que hacer y mantenme informado. No te vayas corriendo a vender la información. Lo mejor es que ayudes al personal sanitario y de esa forma puedas enterarte. Esta vez es bueno que no se te conozca del todo por el pueblo.

—¿Qué quieres decir?

—Que saben quién eres Eva, pero no saben a qué te dedicas. Solamente eres la mujer solitaria que vive encima de la cala. Inofensiva ante sus ojos. Que siga siendo así, por favor.

—Descuida. ¿En qué planta están?

—No lo sé. Tendrás que averiguarlo.

Eva sonríe y se pone manos a la obra. Baja la calle y se pierde entre la gente. Daniel la sigue y continúa con su trabajo, atendiendo a los lugareños.

3

—Ángel debería de estar ahí. Pero los militares están por todas partes, incluso en el tejado. Si aún piensan que no los puedo ver debería ser bastante fácil colarme entre ellos y buscar a Ángel. Debería… ¿Eh? ¿Y esos quiénes son? —Desde la esquina, Nuria, encapuchada con su sudadera negra, chándal y deportivas observa cómo llegan dos coches completamente negros. Se detienen antes de la barrera de periodistas, y bajan dos hombres y una mujer. Los periodistas corren a acosarlos a preguntas. Parece que hay dos personas que salen del otro coche encargadas de atenderlos. Salen otros militares de la plaza a recibir a esos hombres trajeados—. Puede que ni si quiera sean de Iberia… Es el momento.

4

Dentro del hospital, Eva se dedica a hacer de auxiliar de enfermería. Cura las heridas de varias personas, pone vendajes. Cuidados básicos, pero no menos agotadores al tratarse de tanta gente.

En uno de sus recorridos de una habitación a otra, se encuentra con el hombre de la camisa de fuerza que le pidió con terror que lo sacase de la playa. Está completamente sedado. Todo apunta a que son criminales. Tiene algo en la cara, parece un corte que no advirtió la noche anterior. Se acerca lentamente a examinarlo. Solo ve la mitad de la cara hasta que llega hasta él. El resto está vendado y la cicatriz recorre toda la mejilla hasta su ojo izquierdo.

—Hubo que sacárselo.

Eva se gira asustada. Es Álvaro.

—Eres especialista en asustarme ¿verdad? —El sarcasmo solo aumenta la tensión, aún más, entre ambos.

—No puedes estar aquí, Eva.

—¿Por qué? Venía a cambiarle el vendaje.

—No necesitas cambiarle el vendaje porque de este paciente se encargan directamente los militares.

En ese mismo instante, entra un teniente con dos suboficiales a la habitación. El teniente mira a Álvaro inquisitivamente.

—Márchense.

—Disculpe, teniente. Estaría bien que dejaran marcadas aquellas habitaciones a las que el personal del centro y voluntarios no pueden entrar.

—Lo tendré en cuenta. Váyanse, por favor.

Eva y Álvaro se marchan sin rechistar. Un suboficial cierra la puerta.

—¿Son prisioneros?

—Eso parece. Ese de ahí llegó anoche en shock. Lleva toda una farmacia dentro del cuerpo. —Álvaro se detiene—. ¿Qué quieres saber, Eva? Las paredes escuchan.

—Tengo que seguir trabajando. —Se marcha. Álvaro se queda mirándola y niega con la cabeza.

Eva se acerca a una sala de descanso del personal. Algunas enfermeras fuman mientras toman un café rápidamente. Eva va a la máquina a servirse otro café. Se sienta en uno de los sofás. Mira el teléfono que le ha dado Daniel. Busca una red wifi y encuentra la interna del hospital. Pulsa dos teclas del smartphone, después una tercera varias veces y accede a un menú oculto con el que descifra rápidamente la clave. La copia y la pega. Abre el navegador y pone una dirección IP. Enseguida accede a un servidor donde la pantalla de inicio es la cara de Eva estilo manga, sonriente. Le hace gracia, se la diseñó una amiga que perdió en Madrid. Ella sí que era una buena persona. Carla se llamaba… Pero vuelve a concentrarse. No tiene tiempo para distracciones.

Pincha en la cara y se descarga una .apk. Da permiso al teléfono para instalarla. Es una aplicación desarrollada por colegas de la profesión. Puede encontrar datos de la red por la que se mueve la información militar y gubernamental. Además, enlaza directamente con sus servidores, cifrados. Una auténtica herramienta de robo extremadamente sigilosa. La emoción y concentración de Eva se interrumpe por dos enfermeras que hablan.

—A algunas nos están trasladando a la planta de los militares.

—Lo sé, algo he oído. Tienen a la mitad del ejército en Asia y tienen que ponerlos en servicio cuanto antes.

—¿Por qué tenemos a ese tío aquí y no se lo llevan de una puta vez? El de la cicatriz te digo.

—No quiero ni saberlo.

Las enfermeras apagan sus cigarros en la ventana.

—Perdón. —Eva se hace la despistada. Las enfermeras se giran a mirarla—. Me han asignado con los militares. Soy voluntaria y no conozco muy bien el centro…

—¿Tienes la identificación?

—No…

—Entonces ve a que te la de uno de los suboficiales que hay en las tiendas de fuera. Si estás en la lista te dará esto. —La enfermera saca una tarjeta negra con una banda magnética gris.

—Gracias.

—De nada, guapa.

Las enfermeras se van. Eva va detrás de ellas y sale directamente a la calle.

Hay un total de cinco tiendas militares en la plaza. De la del centro, salen dos enfermeros con dos identificaciones. No parecen demasiado contentos. Eva se dirige directamente a la tienda. Hay demasiada gente. Normalmente tardaría veinte segundos, a paso rápido, en cruzar de una punta a otra, pero esta vez está siendo frenada por todos los miembros del personal sanitario y voluntarios del pueblo. La situación empieza a descontrolarse y ella parece el salmón que va a contracorriente.

Los militares están ahora más nerviosos de lo habitual. Hay algo que se sale del esquema. El cansancio es el gran protagonista de la mañana en todos los presentes allí.

Consigue llegar a la tienda y ve como hay una cola de tres enfermeras y dos enfermeros. Los militares hacen fotografías con una webcam en sus ordenadores «todo en uno» de pantallas ultrafinas. Tecnología punta tienen estos cabrones, piensa Eva, con ironía. Hay un cambio de turno de los militares y llegan nuevas personas para continuar el trabajo.

Ve que hay otra enfermera joven que termina de fumar y tira su cigarro a la calle. ¿Aquí fuman todos o qué?, piensa. La enfermera lleva su identificación en la mano y se pone en marcha dirección al centro médico. Eva rodea rápidamente a la muchedumbre que se interpone entre ella y los militares y rápidamente se coloca en sentido contrario a la enfermera. Aprovecha que unos sanitarios cruzan con una camilla y otro cuerpo para después chocarse con ella.

—¡Perdón!

—No te preocupes, hay demasiada gente. ¿Estás bien? —le dice la enfermera, que resulta ser muy amable.

—Sí, sí. Gracias. Hasta luego.

Ambas siguen cada una por su camino. Eva se mete dentro de la tienda central. Hay tres mesas con suboficiales encargados de revisar las listas y dar las acreditaciones. Eva se pone en la cola que menos gente tiene. Dos de los suboficiales cambian de turno con otras personas. Eva se cambia de cola.

Pasados cinco minutos a Eva le toca su turno.

—Buenos días, acabo de estar aquí hace veinte minutos y uno de sus compañeros se ha equivocado con la fotografía porque no me han dejado pasar.

—Déjeme ver…

Eva le entrega la identificación. El suboficial coloca la tarjeta sobre un pad para comprobar los datos. Mira a Eva detenidamente. Vuelve a mirar a la pantalla.

—Un segundo. —El suboficial se levanta y se marcha.

Eva observa que los otros dos suboficiales están demasiado ocupados atendiendo a sus pantallas. Con cuidado, gira la pantalla de su suboficial para ver los datos. Leticia Quirós Sánchez, 00452315AK.

—¡Eh! ¿Qué está haciendo? —Es el suboficial de la otra mesa.

—Es que mi fotografía está mal y su compañero se ha marchado. No entiendo por qué.

—Pues espere ahí a que vuelva, por favor.

El suboficial vuelve con otro militar. Se sienta.

—¿Me dice su nombre y documento de identificación por favor?

—Leticia Quirós Sánchez. 00452315AK.

—Me lo enseña, ¿por favor?

—Lo tengo en la taquilla. Lo he guardado ahí después del registro porque llevaba demasiadas cosas encima y con la identificación no pensé que haría falta.

El militar la mira y luego se dirige al suboficial.

—Se habrán equivocado los del turno anterior. Hazle una foto nueva y que se vaya a hacer su trabajo. Hay mucho lío. Deprisa. —Ahora se dirige a Eva—. Discúlpenos, señorita. Un pequeño error técnico. —Se levanta y el suboficial vuelve a sentarse. Coge la webcam.

—Bien. Mire al objetivo, por favor.

5

Los agentes consiguen pasar el muro de periodistas que arremeten en avalancha para intentar acceder. Los militares los retienen y Nuria se cuela por un resquicio, encapuchada entre todos ellos sin llamar la atención.

Sigue de lejos a los hombres trajeados. Sale a recibirlos un médico militar, se dan la mano y se dirigen a la tienda de la derecha. Nuria ve a lo lejos la entrada del centro médico y se dirige hasta ahí rápidamente.

6

Eva cruza el pasillo central del hospital. Todo el personal médico parece más relajado en contraste con el nerviosismo que hay fuera. Ve a la enfermera de antes que se dirige con su pase al ascensor. Eva la sigue. Llegan al ascensor a la vez y se meten dentro.

—Ahí abajo no es como en la primera planta. La mayoría de los militares no pudieron huir de la explosión y los que lo hicieron tienen heridas muy graves. Vas a ver de todo, guapa. Espero que tengas estómago.

Eva le sonríe tímidamente. El ascensor llega al piso menos tres, uno antes de la morgue. Se abren las puertas y a cinco metros de distancia hay un cabo con el identificador digital. La enfermera usa el suyo y continúa su camino girando a la izquierda. Eva pone el suyo con total normalidad. El cabo comprueba en la pantalla que es ella y la deja pasar.

Ahora Eva no sabe a dónde dirigirse, así que empieza a caminar por el pasillo que ha ido la enfermera del ascensor. Ve a una doctora que atiende a un militar al que acaban de amputar parte de una pierna y tiene vendada hasta la rodilla. En otra habitación, una mujer está completamente cubierta de vendas. Dos enfermeros le están curando las quemaduras de un brazo parcialmente calcinado mientras grita del dolor. Parece que el suero que lleva en el gotero no le hace nada.

—¡Despejad el pasillo por favor!

Un grupo de enfermeros y doctores con vestimentas de quirófano llevan en camilla a una mujer que se está ahogando en su propia sangre. La escupe dejando un reguero por el suelo. Para Eva esta escena pasa a cámara lenta, no puede evitar retener cada segundo de lo que pasa. Es un escenario dantesco.

—¡Eh! —Eva sigue distraída—. ¡Eh! ¡Guapa! —Eva se gira. Es la enfermera de antes—. ¿Por qué no vas a la 103 y me echas un cable cambiando las sábanas del hombre que hay allí?

—Sí, enseguida.

Eva vuelve a ser consciente de dónde está. Mira y está enfrente de la habitación 107. No está demasiado lejos. Se dirige a la 103, llama a la puerta y entra.

No hay nadie, pero se escucha la ducha. Ni si quiera hay un porta sueros al lado de la cama. Eva quita las mantas y las deja todas en el suelo. Alguien sale de la ducha y Eva se gira. Es el militar que ayudó en la playa. Está con la toalla sobre los hombros. Eva se queda sin habla. Rápidamente el militar se tapa y se pone la toalla alrededor de la cintura.

—¡Qué casualidad! Discúlpame, no sabía que hubiera nadie. ¿Te importa?

—No te preocupes… Ya me iba.

Eva coge las sábanas del suelo y se marcha de la habitación. Se detiene a la salida.

—¿A ti no te ha ocurrido nada? —pregunta Eva.

—No, solo tenía un golpe fuerte en la cabeza.

Me he quedado esta noche por precaución. Según la doctora está todo bien. —Sonríe—. Gracias por tu abrigo anoche.

—No hay de qué… —Eva se gira. El militar ya está cambiado. Ahora se calza las botas. En su uniforme pone su nombre: Ángel—. ¿Puedo preguntarte qué pasó exactamente?

—Algo falló en el motor. Provocó una reacción en cadena. Los buques aún no son cien por cien eléctricos. Un accidente.

—Si, pero muy trágico. ¿A cuántos habéis perdido?

—Nadie me ha dicho el recuento. Pero sé que muchos compañeros no llegaron a salir…

—Lo siento…

Ángel le sonríe como gesto para restarle preocupación a Eva.

—Oye no sé si me meto donde no me llaman… pero anoche en la playa había varias personas con camisas de fuerza que terminaron ahogadas por ello. ¿Son criminales?

Ángel termina de abrocharse las botas. Se levanta y se pone un cinturón. Se acerca a Eva.

—Tú no trabajas aquí ¿verdad?

—Soy voluntaria y me han traído a esta planta.

—Pues haces muchas preguntas para ser voluntaria.

—Mejor me voy…

—Espera. Ven. —Eva se acerca a Ángel dubitativa—. Si lo que quieres son respuestas para vender información es mejor que utilices un ordenador y te conectes a la red privada que estarán usando ahí arriba.

—¿Cómo?

—Los periodistas de hoy en día podríais hackear los servidores de la bolsa si quisierais. Yo no tengo ni idea, pero sí sé que las redes móviles militares últimamente son una porquería y cualquiera que se lo proponga puede acceder así que… échale imaginación. —Eva sonríe, sabe que ya no cuela hacerse la despistada—. Es una red oculta. No creo que tengáis muchas por aquí así que te será fácil encontrarla. Si quieres ocultar algo ponlo delante de todo el mundo. No diré nada, pero ten cuidado, siempre hay gente mirando en nuestra red por esa misma razón. Es igual de fácil acceder para ti que para ellos detectarte.

—Lo tendré en cuenta. Gracias. ¿Por qué me lo has contado?

Ángel le sonríe y se pone su chaqueta. Eva no pregunta más y sale de la habitación.

Cruza el pasillo por el que había venido y deja las sábanas en el cesto de la lavandería. Está lleno, así que aprovecha el cesto con ruedas como excusa para salir sin llamar la atención. De camino al ascensor, se cruza con una mujer que va en un chándal negro, pelirroja y piel muy blanca con pecas. Su mirada azul es tan profunda que llama su atención, pero decide seguir. Tiene que salir cuanto antes. Al llegar al ascensor, se abre la puerta. Es Leticia, la enfermera a la que robó la identificación escoltada por dos militares.

—¡Es ella! —Eva, asustada empuja el carro de la colada con fuerza contra ellos y echa a correr.

—¡Pare! —grita el militar de la entrada.

Los otros dos militares que van con Leticia, apartan el carro y corren a por Eva, que sigue las indicaciones para llegar a las escaleras de emergencia a toda velocidad. Otros militares se unen a la persecución.

—¡Mujer sospechosa! ¡Uno ochenta! ¡Castaña, corto, atlética! ¡Se dirige a las escaleras de emergencia!

Eva llega a las escaleras, escucha que se abre una puerta arriba así que no le queda otra que bajar a la morgue. Corre escaleras abajo. Los militares la ven.

—¡Está en el depósito de cadáveres!

Eva entra con fuerza. Hay un silencio aterrador, solo se escuchan las botas militares pisando el acero de las escaleras de emergencia. Eva corre y se mete en el primer cuarto que ve abierto y cierra la puerta.

Sus ojos se adaptan rápidamente a la oscuridad. Está en el cuarto de la limpieza. Parece bastante amplio. Escucha a los militares correr por el pasillo y aguanta la respiración. Vuelve a respirar y se da cuenta del frío que hace. Seguramente haya cadáveres con el Virus G, por lo que no debería permanecer demasiado tiempo expuesta, además de todos los patógenos que pueda haber.

Enciende la luz. En las estanterías hay trajes aislantes. Saca uno del envoltorio y comienza a ponérselo.

7

Nuria aprovecha que todos los militares están pendientes de la mujer de la playa para adentrarse con más facilidad en la planta militar. Abre las puertas disimuladamente. Llega a la 103 y una mano tira de ella con fuerza. Ángel cierra la puerta.

—¿Qué coño haces? ¿Por qué no te has ido ya? —le recrimina Ángel a Nuria.

—No puedo Ángel. Tengo que esperar una semana más.

—Entonces ¿qué haces aquí? Me han dado el alta y ya no voy a poder cubrirte. Ahora mismo habrán recuperado las cajas negras del barco y verán lo que hice.

—Vámonos entonces. —Nuria le coge de la mano y tira de él.

—Nuria, no.

Nuria se detiene en seco. Lo mira.

—No puedo estar huyendo toda la vida.

—Entonces te encerrarán de por vida.

—Pero tú habrás vuelto a tu hogar. Y con eso me basta.

Nuria lo mira seria. No le hace ninguna gracia. Ángel la besa. Nuria se deja llevar por un tierno beso y luego se funden en un abrazo.

—Perdóname por todo lo que os he hecho. —Le dice Nuria.

Ángel la abraza con más fuerza y la suelta. A Nuria le cae una lágrima.

—Ahora tenemos algo de esperanza gracias a ti.

—A cambio de mi libertad… —Nuria se aparta de él y le da la espalda.

—Nuria…

—¿Cuál es el precio de la vida de una persona comparado con todas las demás, Ángel? ¿Cuánto tienen que sufrir un número de personas elegido al azar contra su voluntad para alcanzar una cura imposible? ¿Por qué vuestra única reacción solo es que económicamente es rentable para ellos? —Nuria mira hacia arriba. Ángel agacha la cabeza. Una lágrima resbala por la mejilla de Nuria. Se relaja—. Me he hecho estas preguntas en muchos otros lugares. ¿Sabes tú darme una respuesta?

Ángel se sienta en la cama. Se rasca la cabeza y la mira a los ojos.

—¡Y qué esperabas que hiciéramos! ¿Quedarnos de brazos cruzados esperando una cura mientras mueren millones de personas cada día? Seguramente hayan tomado la iniciativa otros países también pero no lo sabemos. Aquí cada uno sigue su interés por los suyos. Tú no has estado en el sur. No tienes ni idea del horror que hay allí.

—Te equivocas. Lo sé de sobra.

—Claro. Por supuesto que lo sabes… —Se calma. Respira hondo—. No sé, Nuria… supongo que tú ya has decidido qué hacer.

Nuria lo mira con rabia y lágrimas en los ojos, contenidas por el amor que siente por Ángel.

—Ahora mismo no estoy en posición de decidir ni voy a estarlo. ¿Te quedas o vienes? —Es un ultimátum.

Ángel deja de mirarla. Contiene el aliento y se arma de valor para mirarla directamente a los ojos otra vez.

—Me quedo.

—Bien. —Nuria se seca las lágrimas con la manga de la sudadera. Respira, se pone la capucha y sale. Ángel se queda cabizbajo. Nuria necesita tiempo para conseguir su objetivo y él solo puede ayudarla si están separados. Entiende que no es la forma que ella habría querido, pero como humana, a veces el amor ciega a la personas.

8

Eva ya está lista con el traje. La máscara que filtra el aire le cubre la cara por completo y el plástico está tintado de negro. Es imposible que la reconozcan.

Sale del cuarto. Hay militares al fondo del pasillo hablando con los forenses, cerca del ascensor. Echa a andar por el pasillo con seguridad. Al llegar, el forense la detiene.

—¿A dónde va?

—Uno de los presos que había en el barco ha fallecido. Voy a recogerlo y lo traeré directamente. Me están esperando.

—De acuerdo. Gracias.

Eva sale y coge el ascensor. Está sorprendida por sus dotes de actriz el día de hoy.

El ascensor se detiene en la planta militar. Nadie se sube. Cuando las puertas se cierran la mujer del chándal negro entra rápidamente.

El ascensor sube hasta la planta central. Eva sale antes que la mujer y cuando se gira para verle la cara ve que son aproximadamente de la misma altura y cruzan la mirada. Eva se siente intimidada y el ascensor se cierra con la mujer dentro.

El traje que lleva llama demasiado la atención, todos se fijan en ella por lo que entiende que no debería de estar ahí. Ahora una militar custodia la puerta del paciente de la camisa de fuerza. Eva se mete en otra habitación. Está vacía. Entra al servicio y comienza a quitarse el traje. Lo hace todo lo rápido que puede. Se dispone a salir, pero se mueve la cerradura de su habitación. Se vuelve a meter al baño y se encierra. Escucha varios pasos entrar en el cuarto. La puerta de la habitación se cierra y echan el pestillo.

—Bien, cuénteme. —Es la voz de un hombre mayor. Eva saca rápidamente la grabadora y la pone contra la puerta.

—Las cajas negras contenían las grabaciones en perfecto estado. Fue una explosión intencionada como habíamos apuntado. El responsable es el sargento primero Ángel Ceballos Rodríguez.

—¿Qué sabemos del Sujeto 0?

—No ha podido salir del pueblo. La alarma fue emitida y establecimos un cordón de seguridad a cinco kilómetros alegando cuarentena. Nadie sale sin ser visto. Además, hemos colocado diversos grupos que peinan constantemente la orografía. Es imposible que salga, señor.

—Gracias, capitán. Puede retirarse.

—Gracias, señor.

Eva escucha los pasos del capitán y la puerta de la habitación cerrarse de nuevo. Ahora hay un breve silencio…

—Identifique a todos los supervivientes portadores del Virus G y deshágase de ellos. Tanto los sujetos como los militares. Cuando acabe su tarea busque a la Sujeto 0, interrogue a Ceballos si es necesario y haga lo que tenga que hacer para sacarle la información, tiene cuarenta y ocho horas para hacerlo, pasado ese tiempo lo detendremos y será enjuiciado. ¿Alguna duda?

—¿Estoy autorizado para usar la fuerza contra el Sujeto 0 si fuera necesario?

—Siempre y cuando no le corte la cabeza, haga lo necesario para recuperarla.

Eva escucha el silencio y caminan hacia la salida.

—Ah y una cosa más. —Se detienen—. Si alguna persona o grupo de personas estuvieran ocultando al Sujeto 0, elimínelos también. Puede estar en cualquier lado de este puñetero pueblo. —Abren la puerta y se marchan definitivamente.

Eva abre la puerta y le da al botón de stop de la grabadora. Ahora sí que se ha puesto interesante. ¡Lo sabía!, piensa Eva, es momento de ver las grabaciones de las cajas negras. Eva sale de la habitación. Cruza el pasillo todo lo rápido que puede. Saca el smartphone y busca las redes de conexión ocultas.

La ha encontrado. En la pantalla un mensaje indica «conexión establecida».

9

Hay un soldado atento a su ordenador en una de las tiendas de la plaza. Bebe un café caliente. Le sale una alerta. Se atraganta con el café y lo escupe. Los otros compañeros lo miran con incredulidad. Comienza a teclear para comprobar la amenaza.

—¡Tenemos un troyano! —grita a todos sus compañeros.

Los hombres trajeados están presentes y lo han escuchado.

—Putos periodistas. ¡Dónde está! —grita el hombre trajeado mayor de la habitación. Es canoso, tiene cerca de sesenta años y está en buena forma. A su lado está el agente encargado de las ejecuciones, joven de unos cuarenta años, con barba de tres días, pelo perfectamente cortado y gafas de cristal redondas. Tiene rasgos latinos muy marcados.

—En esta misma plaza señor. A veinticinco metros de nosotros. ¡Se está moviendo!

Otro soldado llega con un portátil en la mano. El soldado informático accede con las claves al mismo programa. Se levanta y asiente al hombre trajeado.

—¡Salgan inmediatamente! ¡Retengan a todos los periodistas que hay en la calle! ¡Que nadie salga de esta maldita plaza!

Eva se mueve entre la multitud. El caos es total. Su móvil está descargando datos a la vez que los envía a un servidor privado. Advierte a varios soldados que salen de la tienda. El soldado informático señala en su dirección. Eva aparta la mirada. Ya sabe que la están buscando y empieza a otear una posible salida. Será mejor crear una distracción, piensa en alto.

Eva comienza a caminar y empuja a un joven que ayuda a una persona tendida en el suelo. Eva sigue su camino. El joven se gira y empuja a otro hombre que tiene detrás, más corpulento y lleno de tatuajes. Comienzan a pelearse. Uno de los soldados de la salida más cercana se apresura hasta ellos para separarlos.

Aún queda un 40 % de los datos de las cajas negras. Realmente, el teléfono solo hace de puente entre los servidores, no almacena la información previamente, pero Eva no puede alejarse demasiado o perderá la señal. Vuelve a presionar los tres botones del teléfono. Accede a un menú oculto y configura el teléfono para que aumente el voltaje de la batería progresivamente y lo tira en una papelera. Ve como los soldados aún tratan de resolver la pelea mientras el militar informático mira a todos los lados buscando el origen de la señal junto a más compañeros.

Eva se mueve con agilidad entre todas las personas. Se escucha un disparo al aire. La gente empieza a correr y a gritar.

—¡Pero que cojones haces! —Se escucha a lo lejos, recriminando al tirador.

Eva aprovecha la estampida de la muchedumbre para correr. Los militares tratan de retenerlos, pero la gente consigue pasar por fuerza y número. Dentro de la papelera, el móvil ha transferido al 84 % los datos, pero está demasiado caliente y la batería estalla. El interior de la papelera comienza a arder.

Eva sale de la plaza. Sabe que algo podrá recuperar. Pone rumbo a su casa para comprobar los datos. Tiene que darse prisa, no le ha dado tiempo a encriptarlos en el segundo servidor.

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