2000
La tierra
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La Tierra
Amarillo, amarillo sigue siendo
el perro que detrás del otoño circula
haciendo entre las hojas circunferencias
de oro,
ladrando hacia los días desconocidos.
Así veréis lo imprevisto de ciertas
situaciones:
junto al explorador de las terribles
fronteras
que abren el infinito, he aquí el predilecto,
el animal perdido del otoño.
Qué puede cambiar de tierra a tiempo, de
sabor a estribor,
de luz velocidad a circunstancia terrestre?
Quién adivinará la semilla en la sombra
si como cabelleras las mismas arboledas
dejan caer rocío sobre las mismas
herraduras,
sobre las cabezas que reúne el amor,
sobre las cenizas de corazones muertos?
Este mismo planeta, la alfombra de mil
años,
puede florecer pero no acepta la muerte
ni el reposo:
las cíclicas cerraduras de la fertilidad
se abren en cada primavera para las llaves
del sol
y resuenan los frutos haciéndose cascada,
sube y baja el fulgor de la tierra a la boca
y el humano agradece la bondad de su
reino.
Alabada sea la vieja tierra color de
excremento,
sus cavidades, sus ovarios sacrosantos,
las bodegas de la sabiduría que encerraron
cobre, petróleo, imanes, ferreterías, pureza,
el relámpago que parecía bajar desde el
infierno
fue atesorado por la antigua madre de las
raíces
y cada día salió el pan a saludarnos
sin importarle la sangre y la muerte que
vestimos los hombres,
la maldita progenie que hace la luz del
mundo.