1985

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CAPÍTULO VI

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—Confiaba en que fueses tú la que se resolviese a actuar así, querida. En cuanto vi lo que sucedía en la Tierra, me hice la intención de volverme a Hermes... siempre que tú accedieses a ello, porque has de saber que no te abandonaría por nada del mundo.

La muchacha quería arrojarse del lecho.

—Aguardemos a que se haga de noche —sonrió Howard con no fingido humorismo—. No tenemos dinero para pagar la cuenta del hotel.

A la noche se descolgaron por una ventana y, como dos ladrones, huyeron de allí en dirección al lugar donde habían aterrizado.

* * *

Fue una marcha frenética, sin descanso, que les hizo llegar agotados y exhaustos al pie del cohete. Treparon a duras penas por la escalera y, tras cerrar la compuerta, se instalaron en los sillones anti-G.

Antes de oprimir la palanca de gases, Howard estrechó con fuerza la mano de la muchacha.

—Di adiós a la Tierra, querida. Ya no volveremos más a verla.

—No me importa, Ho. Mi Tierra será donde tú estés y mi mundo será el tuyo, porque no te dejaré jamás hasta la muerte.

—Ni yo tampoco a ti, amor mío. Amén —dijo Howard, y empujó la palanca a fondo.

* * *

Media hora más tarde, ya muy altos en el espacio, Howard conectó el transmisor y empezó a llamar.

El amable rostro de Andro tardó algo en surgir en la pantalla. Cuando lo hizo, Howard pudo verle inmensamente satisfecho.

—Vamos a vosotros —dijo el joven.

—Venid —contestó Andro sencillamente—; os esperábamos.

La cola del cohete emitió un fulgurante chispazo que duró unos segundos; luego el resplandor desapareció, dejando paso a la eterna noche del espacio.

Para Howard y Tatiana era, sin embargo, el amanecer de un eterno día.

 

F I N

[1] Auténtico.

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