1983

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Quinta parte » Capítulo 61

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No había sirenas, sólo silencio: Tampoco luces, sólo oscuridad.

Entramos en el aparcamiento subterráneo de Millgarth. Me quedé en el coche.

Angus estaría esperando:

Más asesinatos y más mentiras, más mentiras y más asesinatos.

Crucé el mercado. Crucé el amanecer.

Jueves, 9 de junio de 1983.

Atajé por los callejones y subí por la avenida Headrow.

Giré en Cookridge Street.

Abrí la puerta de la iglesia de Saint Anne.

Avancé a trompicones por el pasillo lateral.

Caí de rodillas delante de la Pietà.

Me quité las espantosas gafas y cerré los ojos cansados.

Recé:

«Señor, no comprendo mis propios actos.

Sé que no hay nada bueno en mí, en mi carne.

No hago lo que quiero sino lo que más odio.

Puedo desear lo que está bien, pero no soy capaz de hacerlo.

No hago el bien que deseo, sino el mal que no deseo.

Cuando deseo hacer el bien, el mal siempre se cruza en mi camino.

¡Soy un hombre miserable y maldito!

Te ruego que me libres de este cuerpo de muerte».

Abrí los ojos y miré a Cristo.

El cristo herido y muerto.

Llorando me levanté.

Llorando di media vuelta para marcharme.

Llorando lo vi.

Estaba sentado entre las Estaciones de la Cruz. Con la cabeza afeitada.

Iba vestido de blanco y sangraba por las manos y los pies.

Rodeado de niñas y niños.

—¿Jack?

Me sonrió.

—¿Jack?

Me miró como si no me viera.

—¿Qué pasa? —grité—. ¿Qué ves?

Sonreía y miraba a la Pietà.

—¿Cómo coño puedes seguir creyendo después de todo lo que has visto? —grité.

—Por las cosas que no he visto —dijo.

—No te entiendo.

—Cuando hay un eclipse no se ve el sol —sonrió—. Sólo hay oscuridad…

—No…

—El sol sigue estando allí. Sólo que no lo vemos.

—Yo…

—Pero en el fondo de tu corazón sabes que el sol volverá a brillar, ¿a que sí?

Asentí.

—Fe —susurró.

La sustancia de las cosas que se esperan, la evidencia de las cosas que no se ven.

Me volví de nuevo a la Pietà. Me volví al Cristo herido.

Nadie más.

Una mano apretó mi mano.

Una niña de diez años, ojos azules, perlo largo, liso y rubio, con un chubasquero naranja, jersey de cuello alto azul marino, vaqueros azul claro con el dibujo de un águila en el bolsillo trasero izquierdo y botas de agua rojas, con una bolsa de la Cooperativa en la otra mano.

Miré mi mano en la suya.

No había heridas en el dorso de mis manos.

—A él no lo abandonaron —sonrió Clare—. A él lo aman.

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