1983

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Cuarta parte » Capítulo 48

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Un coche grande se desvía de la carretera, pasa entre los postes de piedra de la verja y sube por la larga avenida entre árboles desnudos y negros hasta el ala principal del hospital.

Hospital Psiquiátrico Stanley Royd, Wakefield.

El conductor aparca frente al viejo edificio y cruza con BJ la explanada de grava que conduce a la puerta.

BJ abre la puerta, lo deja pasar y lo sigue a la zona de recepción.

Una enfemera, con su nombre escrito en una etiqueta, M. White, está sentada detrás del mostrador, oyendo por la radio local la noticia de la detención del Destripador de Yorkshire.

—Buenas tardes —dice el hombre.

—Buenas tardes —sonríe la enfermera—. ¿Puedo ayudarlo?

—Eso espero. Venimos a por al señor Whitehead.

—¿Perdón? —pregunta la enfermera, apagando la radio.

—Venimos para llevarlo a casa.

—¿Jack Whitehead?

—Sí.

—¿Y usted es?

—El reverendo Laws.

—Tendré que avisar al doctor Papps —dice, desconcertada.

El reverendo, con la nariz rota y vendada, se quita el sombrero negro y sonríe:

—Podemos esperar.

M. White descuelga un teléfono con una mano y con la otra señala unas sillas:

—Siéntense.

BJ y el reverendo se sientan y miran la sala de día a través de las dobles puertas, abiertas.

Desde la sala de día los observan con sus pijamas y sus gorritos de papel.

Es la víspera de Año Nuevo de 1980.

BJ y el reverendo se levantan.

El hombre tiende la mano:

—Soy el doctor Papps.

—Reverendo Laws.

Se dan la mano.

—La enfermera White me ha dicho que están aquí por el señor Whitehead.

—Así es —asiente el reverendo—. Hemos venido para llevarlo a casa.

Papps está mirando a BJ, trata de recordar la coronilla de BJ.

Y acto seguido trata de no recordarlo.

Pero BJ sí lo recuerda:

BJ nunca olvida una polla.

Papps se pone colorado.

—Me temo que no es tan sencillo como piensan —balbucea.

El reverendo le pasa un brazo por encima del hombro y se vuelve a BJ.

—Este joven es un pariente suyo.

El buen doctor intenta no mirar a BJ.

—¿Un pariente?

—Su hijo.

El doctor Papps conduce a BJ y al reverendo por escaleras y pasillos que comunican el edificio principal con una de las alas del hospital, abriendo y cerrando puertas, hasta el último pasillo y la última puerta.

—El señor Whitehead no se encuentra bien últimamente —dice el señor Papps, con la llave en la mano—. Lo cierto es que acaba de volver de Pinderfields.

—Lo sé —dice el reverendo.

—No será fácil atenderlo, manejarlo.

—Su hijo es consciente de la responsabilidad.

El doctor Papps mira a BJ.

BJ sonríe y le guiña un ojo.

Papps abre la puerta.

Entran.

La habitación es fría y gris. Sólo hay una cama y un retrete.

Jack Whitehead está acostado en la cama, con un pijama blanco.

Mira la luz que entra por una ventana casi a ras de techo.

Tiene la cabeza afeitada y el agujero en sombra.

—¿Jack? —susurra el reverendo.

—Padre —sonríe Whitehead.

—Hemos venido a llevarte a casa.

Jack suspira y sus ojos se llenan de lágrimas.

Las lágrimas resbalan de sus ojos…

Por las mejillas…

Por el cuello…

Se filtran en la almohada…

En el colchón…

Y caen al suelo…

Charcos…

Ríos…

Ríos de lágrimas en el suelo de piedra…

Salpican las puntas de nuestras alas.

Jack vuelve la cabeza hacia la puerta:

—Tantos corazones rotos.

—Tantas piezas —responde el reverendo con voz suave.

—Pero ¿encajan? —pregunta BJ.

—Ésa es la cuestión —susurra Jack—. Ésa es la cuestión.

Papps conduce a Jack, con su pijama blanco, hasta la puerta, por el pasillo, abriendo y cerrando puertas, hasta el edificio principal, por más pasillos y escaleras.

En recepción, el reverendo le entrega al mal doctor un sobre grueso de papel manila y sonríe.

—Creo que esto le ayudará a resolver el papeleo.

Papps coge el sobre, se toca los labios y asiente.

El reverendo se pone el sombrero negro:

—Buenos días, señor Papps.

—Buenos días, Padre.

La enfermera White sostiene la puerta mientras BJ y el reverendo ayudan a Jack a bajar los escalones de piedra y cruzar la explanada de grava.

—Esperen —grita la enfermera White—. ¡No lleva zapatillas, no lleva zapatos!

BJ mira los pies descalzos de Jack, que han dejado un pequeño reguero de sangre en la grava cortante y fría.

El reverendo ya ha abierto la puerta del coche:

—No se preocupe, pronto estará en casa.

BJ ayuda a Jack a sentarse en el asiento trasero y cierra la puerta.

—Pronto estará en casa —repite el reverendo mientras arranca el coche y da la vuelta para volver por la larga avenida hasta los postes de piedra de la verja y la carretera principal, entre los árboles negros y desnudos con sus nidos viejos y sus corazones tallados que gritan:

«Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio…

Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio…

«Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio…».

Está lloviendo y es de noche en la vieja y maldita ciudad fantasma de Leodis cuando el coche grande y negro sale de Calverley Street a Portland Square, entre las sombras de la catedral y los juzgados.

El reverendo aparca en la puerta del número 6.

Hay luz en la ventana del segundo piso.

El reverendo abre la puerta.

BJ ayuda a Jack a salir del coche y a subir los tres escalones de piedra para entrar por la puerta. Lo guía entre la alfombra de hojas quebradizas y cartas sepultadas, por las escaleras hasta el primer piso, por el rellano y otro tramo de escaleras hasta el segundo.

Hasta la puerta del apartamento 6.

La puerta donde alguien ha escrito en el buzón: Destripador.

La puerta donde alguien ha añadido dos seises: 6 6 6.

Pero hay muchas más puertas:

Muchas puertas que conducen al infierno; Abiertas.

Todas abiertas.

Entran.

Huele a amaranta y a aldehído.

BJ y Jack van por el pasillo hasta la sala de estar: Hay cortinas azotadas y velas encendidas; hay palabras escritas en las paredes y fotos en el suelo; hay sombras y hay sonidos: … no a ella no yo la quería destruí el mal que se había alojado dentro de ella tenía que hacerlo y ahora estoy tranquilo de haber hecho lo que debía de haber destruido el mal que se había alojado dentro de ella porque carol era buena pero le metieron el mal dentro y yo tenía que matarlo y él me preparó para matarla anoche en su iglesia de Fitzwilliam pasamos allí toda la noche y él te dirá que fue una noche muy larga bailó alrededor de mí y quemó mi crucifijo pero ya era tarde porque mi crucifijo estaba contaminado por el mal y aunque él lo intentó por todos los medios tuve que hacerlo tuve que destruirlo y ahora estoy tranquilo y en paz aunque fue terrible me tuvo toda la noche en la iglesia mira cómo tengo las manos de dar golpes en el suelo porque la fuerza estaba dentro de mí y no podía librarme de ella y él tampoco podía porque era una fuerza interior que me obligó a destruir todo lo que hubiera con vida en la casa todo incluido el perro todo lo que hubiera con vida pero eso era un mal menor porque ahora el mal que se había alojado dentro de ella ha sido destruido el mal que estaba dentro de carol que era mi mujer que era mi amor ay cuánto quería yo a esa mujer no a carol no ella era buena yo la quería…

La cinta se detiene.

Hay una toalla blanca encima de la cama.

El reverendo Laws cierra las cortinas.

Coloca una silla de mimbre en el centro de la habitación.

—Ven aquí —dice.

Jack no se mueve.

—Ven conmigo —repite.

No mira a Jack.

Mira a BJ.

BJ obedece.

El reverendo le quita la camisa.

—Siéntate aquí —dice.

BJ obedece.

Coge una cuchilla que está envuelta en la toalla blanca.

Jack está en mitad de la habitación, con su pijama blanco, sangre en los pies y lágrimas en los ojos.

El reverendo termina. Le sopla a BJ en la coronilla. Quita los pelos sueltos. Vuelve a la cama y deja la cuchilla. Se pone detrás de BJ.

Está mirando a Jack:

—Por aquí se va al mar y al camino de las aguas verdes, y tus pasos son desconocidos.

Se abre la puerta del cuarto de baño.

Un skinhead grande y corpulento, con un mono azul, aparece en la puerta.

Lleva un destornillador Philips en una mano y un martillo en la otra.

—Éste es Leonard —dice Martin Laws—. ¿Te acuerdas del pequeño Leonard?

BJ cierra los ojos.

Espera.

Siente la punta fría del destornillador en la coronilla.

Con la cabeza inclinada, coronado: BJ ha elegido.

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