1983

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Tercera parte » Capítulo 30

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—¡Por favor, demos una calurosa bienvenida al mundo de los clubs de Yorkshire a los Nuevos Zombies!

Sábado, 11 de junio de 1977.

Batley Variety Club:

Ella no está.

Él sí, aunque no se acuerda de BJ, pero BJ sí se acuerda de él y nota que ha envejecido; ha envejecido de terror, del terror de presenciar la ejecución de su exmujer en el jardín de su nueva casa a manos de su nuevo marido, desnuda bajo una luna nueva y sangrienta, con un clavo de veinticinco centímetros en la cabeza y un martillo a su lado.

—Lectura nocturna —dice BJ, y le pasa a Jack una bolsa por debajo de la mesa.

Whitehead la coge y empieza a abrirla, el muy gilipollas.

—Aquí no —dice BJ—. En el váter.

Jack se levanta y echa a andar entre las mesas vacías hacia los aseos de caballeros, mirando por encima del hombro para comprobar que BJ sigue ahí.

—Si quieres te echo una mano —dice BJ, pero Jack se escabulle en los aseos.

BJ termina su bebida mientras la banda toca una canción. Se quita todos los anillos y se los vuelve a poner. Enciende otro cigarrillo y se pregunta por qué hostias tarda tanto ese capullo. A lo mejor le han dado ganas de sacudírsela un poco. BJ sonríe, hasta que los ve: Joder, joder, joder.

Los cerdos.

Los putos cerdos.

Se desliza del asiento y se agacha para acercarse al escenario. Avanza en cuclillas para eludir las luces y ocultarse entre las sombras. Llega al borde del escenario. Se esconde detrás de una cortina, a un lado. Echa a correr entre cables y alambres. Sigue la luz roja que indica: Salida.

Empuja la barra, abre la puerta y la cierra de un portazo. Está en el aparcamiento trasero y sigue lloviendo.

A cántaros.

Pero el Austin Allegro está aparcado a la vuelta de la esquina y BJ se merece toda la mierda que le está cayendo encima, por gilipollas…

Joder, joder.

No puede retroceder/no puede avanzar; no puede ir a la izquierda/no puede ir a la derecha; no puede subir/sólo bajar.

Joder.

Agazapado contra la puerta de incendios, bajo el chaparrón de lluvia y el chaparrón de mierda, cuando de las sombras, de la oscuridad sale…

Un Ángel Negro.

—Estás empapado —dice.

Mi Ángel Negro.

BJ levanta la mirada.

—¿Qué coño quieres? —pregunta.

El Padre del Miedo.

El hombre se levanta el ala del sombrero negro y mira fijamente la noche negra y la lluvia negra. Ve caer objetos negros del cielo negro. Sonríe con su sonrisa negra y dice:

—Vas a morirte si sigues aquí, Barry.

—¿Tienes el coche?

—Más vale que nos demos prisa. La policía no tardará en cansarse de nuestro Jack.

BJ lo sigue hasta su viejo coche aparcado cerca de allí, un Morris algo…

No deja de mirar a izquierda y derecha, a izquierda y derecha.

El hombre abre el coche y BJ entra y se agazapa en el asiento trasero.

El coche húmedo y frío, un maletín negro en el asiento trasero.

—Agacha la cabeza —dice el hombre. Y arranca el motor.

BJ obedece y el coche echa a andar, pero frena al pasar por delante del club.

Joder.

El hombre con sombrero baja la ventanilla del conductor y asoma la cabeza.

—¿Qué problema hay, agente?

—Un coche robado —dice el policía—. ¿No habrá visto por casualidad a un chico joven, con pinta de skinhead, señor?

—Por suerte no.

—Gracias, señor —dice el Cerdo.

—Buenas noches, agente —dice el conductor. Y vuelve a subir la ventanilla.

El coche gira a la izquierda y enfila hacia Dewsbury.

BJ se incorpora en el asiento trasero.

El hombre lo mira por el retrovisor.

—¿Adónde vamos? —pregunta BJ.

—A la iglesia.

Es 1977.

Me encontró escondido…

En la iglesia de Cristo Abandonado, en la séptima planta del Hotel Griffin, en la antigua y maldita ciudad fantasma de Leodis, BJ está perdido, muerto de sueño y borracho en una cama doble, perdido en la habitación 77; ya se ha afeitado la cabeza y ha sacado brillo a sus botas de cordones, para convertirse en el Hijo Nórdico. El Ángel Negro está a su lado, en la cama, con la ropa arrugada y las alas quemadas; el Padre del Miedo solloza y entre trago y trago de vino susurra sus cánticos de muerte: Sabía que no era feliz.

—Y entonces, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto, por miedo a los judíos, suplicó a Pilatos que le permitiera llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilatos se preguntó si no estaba muerto y, llamando al centurión, le preguntó si había pasado un rato muerto. Y cuando el centurión se lo dijo, Pilatos permitió a José que se marchara. Y así José se llevó el cuerpo de Jesús.

Estaba hecho un lío.

—Y vino también Nicodemo, que se acercó a Jesús de noche para llevarle casi cien kilos de ungüento de mirra y aloe. Entonces se llevaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lino impregnado con el ungüento, como acostumbran los judíos a enterrar a sus difuntos.

Confundido a más no poder.

—En el lugar donde lo crucificaron ahora había un jardín; y en el jardín un nuevo sepulcro, en el que jamás se había enterrado a ningún hombre, pero cuando lo tendieron sobre la lápida, vieron que de sus heridas manaba sangre que atravesaba el lino blanco, y comprendieron que no estaba muerto…

Sentado en un rincón, temblando de miedo…

—Sólo estaba sangrando…

Me sentía atrapado…

—Y cuando, asustados, bajaron la cabeza, él les dijo: ¿Por qué buscáis a los vivos entre los muertos?

Me desnudo y me meto en la cama.

—Estoy aquí; he sufrido y he resucitado de entre los muertos y vosotros sois testigos. Pero, sabed, quienes me habéis hecho esto, que sólo una persona es capaz de hacer esto, el que no me ha abandonado, aquél para quien la muerte no es el final.

Los movimientos en su cama.

—Y partieron de Tierra Santa y se adentraron en el Asia Menor y cruzaron las montañas de Europa hasta que llegaron al puerto de Francia donde aguardaba un Navío Blanco para llevarlos a la Tierra de los Ángeles, y reinaba entre todos un espíritu de celebración, pues ya divisaban su destino, y ávidos por alcanzar este lugar Pagano se hicieron a la mar tras caer la noche.

Tan arrepentido y tan, tan confundido.

—Pero él era un Dios celoso y se enfureció, y el Navío Blanco chocó contra una roca en la oscuridad de la noche, y en su costado se abrió un agujero por el que José se apresuró a subir a cubierta al Cristo Herido para cargarlo en un bote más pequeño. Se alejaron hacia un lugar seguro mientras el resto de la tripulación pugnaba por alejar el navío de las rocas. Entonces Cristo oyó que su esposa lo llamaba, le suplicaba que no la abandonase en el mar, y ordenó a José que diera la vuelta, aunque la situación era desesperada.

Entre la vida y la muerte.

—Cuando Cristo se acercaba de nuevo, el Navío Blanco comenzó a hundirse entre las olas. Todos estaban en el agua y luchaban en vano por subir al bote. La agitación y el peso terminaron por volcar la embarcación de Cristo, que se fue a pique sin dejar rastro.

Perdido en una habitación.

—Y se dice que la única persona que sobrevivió para contar la historia del naufragio fue María Magdalena, la esposa de Cristo, pero nunca volvió a hablar ni a sonreír, sino que esperó sola y perdida en una estancia a que el Navío Blanco volviera a surgir de las olas y devolviera el cuerpo envuelto en lino de Cristo Herido y Abandonado a estas costas paganas, a las costas de la Tierra de los Ángeles.

Me encontraron escondido.

En la iglesia de Cristo Abandonado, en la séptima planta del Hotel Griffin, en la antigua y maldita ciudad fantasma de Leodis, BJ está perdido, muerto de sueño y borracho en una cama doble, perdido en la habitación 77; ya se ha afeitado la cabeza y ha sacado brillo a sus botas de cordones, para convertirse en el Hijo Nórdico. El Ángel Negro está a su lado, en la cama; la ropa arrugada y las alas quemadas; el Padre del Miedo solloza y entre trago y trago de vino susurra:

—Tienes que elegir de qué lado estás.

En la sombra.

BJ se quita todos los anillos.

En la sombra de los Cuernos.

Inclina la cabeza.

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