1983

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Cuarta parte » Capítulo 40

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Asiento con la cabeza.

Me da la mano y me acerca.

—No puedo —digo.

Me mira.

—Tengo que volver.

—Tenía alas, Maurice. Alas manchadas de sangre.

Asiento.

—La he visto.

—Lo sé.

Me aprieta la mano.

—Volveré en seguida —digo.

—¿Lo prometes?

—Te lo juro.

Vuelve a apretarme la mano.

—Cierra con llave —le digo.

Hay tres sobres encima de mi mesa. Me siento con un cigarrillo sin encender. Abro el sobre de arriba. Saco dos folios escritos a máquina y tres fotos ampliadas, en blanco y negro.

El examen postmórtem.

Me seco los ojos y miro el reloj:

Las once y media.

Sábado, 14 de diciembre de 1974.

Cojo la agenda y paso las páginas. Encuentro el número que quiero. Acerco el teléfono. Marco y cubro el micrófono con un pañuelo.

El teléfono suena.

—Ossett 256199. Dígame —contesta una mujer.

—¿Está Edward?

—Un momento, por favor.

Una pausa.

Beethoven al otro lado de la línea.

—Edward Dunford al habla.

—¿Un sábado por la noche es buen momento para dar un paseo? —digo.

—¿Quién es?

Espero.

—¿Quién es?

—No le hace falta saberlo.

—¿Qué quiere?

—¿Le interesa el mundo de los gitanos?

—¿Qué?

—¿Furgonetas blancas y gitanos?

—¿Dónde?

—La salida Hunslet Beeston de la M1.

—¿Cuándo?

—Ya llega tarde. —Y cuelgo.

4LUV.

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