1983

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Quinta parte » Capítulo 56

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Te llevan desnudo a una sala de interrogatorios de diez por cinco, sin luces blancas y sin ventanas. Te sientan delante de una mesa. Te esposan las manos detrás de la espalda. Te lanzan a la cara un cubo lleno de mierda y de pis. Te rocían con una manguera de agua helada hasta que te caes de la silla. Entonces te dejan solo.

Estás tirado en el suelo, esposado a la silla.

Oyes gritos en otras salas.

Oyes carcajadas.

Ladridos de perros.

Los gritos se prolongan durante horas.

Por fin cesan.

Cierras los ojos.

Sueñas.

Y en tus sueños…

En tus sueños tienes alas.

Pero esas alas en todos tus sueños…

Son enormes y están podridas…

La habitación roja.

Se abre la puerta. Entran tres hombres con traje. Llevan sillas en la mano.

Uno tiene un bigote gris. El otro es calvo, con algunos mechones de pelo fino y anaranjado: El Bigotes y El Pelopaja.

Al otro lo conoces:

Maurice Jobson; el inspector Maurice Jobson.

Gafas gruesas con montura negra.

El Búho.

Te levantan del suelo. Te sientan en la silla y te quitan las esposas.

—Las manos extendidas encima de la mesa.

Extiendes las manos encima de la mesa.

El Bigotes se pone a dar vueltas por la habitación. Juega con las esposas. Se sienta al lado del Pelopaja. Se pone las esposas en los nudillos y te mira fijamente.

Maurice cierra la puerta, se cruza de brazos y se apoya. Te observa.

Todos sonríen.

El Bigotes da un salto y te clava las esposas en la mano derecha.

Gritas.

—Las manos encima de la mesa —dice el Pelopaja.

Vuelves a poner las manos encima de la mesa.

—Extendidas —dice el Pelopaja.

Intentas extenderlas.

—Qué mala pinta tienen —dice el Bigotes.

—Tendría que verlas un médico —dice el Pelopaja.

Te sonríen.

El Pelopaja se levanta y sale de la habitación.

Maurice lo sigue.

El Bigotes no dice nada. Sólo te mira.

Tienes la mano derecha roja y a punto de estallar.

El Pelopaja vuelve con una manta y te la echa sobre los hombros. Se sienta y saca un paquete de JPS del bolsillo de la cazadora. Le ofrece uno al Bigotes.

El Bigotes saca un mechero y enciende los dos cigarrillos.

Se reclinan en las sillas. Te echan el humo a la cara.

Te tiemblan las manos.

El Bigotes se inclina sobre la mesa y deja el cigarrillo suspendido a escasos centímetros de tu mano derecha. Le da vueltas con los dedos.

Contraes la mano.

La retiras un poco.

El Bigotes se inclina y te agarra de la muñeca derecha. Te sujeta la mano y te apaga el cigarrillo en las heridas.

Gritas.

El Bigotes te suelta y se reclina en la silla.

—Las manos extendidas —dice el Pelopaja.

Extiendes las manos.

Huele a piel chamuscada:

La tuya.

El Bigotes aparta la ceniza y el tabaco de la mesa de un manotazo.

—¿Otro? —dice el Pelopaja.

—No me importaría —dice el Bigotes. Saca otro JPS del paquete. Lo enciende y te mira fijamente. Se inclina sobre la mesa y empieza a dar vueltas al cigarrillo a escasos centímetros de tu mano.

Te levantas:

—¿Qué quieren?

—Siéntate —dice el Pelopaja.

—¡Díganme qué quieren!

—Siéntate.

Te sientas.

El Bigotes y el Pelopaja se levantan.

—Levántate —dice el Pelopaja.

Te levantas.

—La vista al frente.

Pones la vista al frente.

—No te muevas.

No te mueves.

El Bigotes y el Pelopaja retiran la mesa y las tres sillas. Maurice abre la puerta. Salen todos al pasillo.

Oyes gritos.

Oyes carcajadas.

Ladridos de perros.

Cierran la puerta.

Te quedas en el centro de la sala, mirando la pared blanca. Estás desnudo y tienes ganas de mear. Oyes los gritos. Oyes las carcajadas. Oyes los ladridos. No te mueves. Cierras los ojos.

Sueñas.

Y en tus sueños…

En tus sueños tienes miedos.

Pero todos tus miedos, en tus sueños…

Son islas perdidas en lágrimas…

La habitación blanca.

Vuelve a abrirse la puerta. El Bigotes y el Pelopaja entran de nuevo.

Maurice no.

El Bigotes y el Pelopaja dan una vuelta alrededor de ti, en silencio.

Huelen a bebida y a curry. Huelen a sudor.

Vuelven a poner la mesa y las sillas en el centro.

El Bigotes te pone una silla detrás.

—Siéntate —dice.

Te sientas enfrente del Pelopaja.

El Bigotes recoge la manta del suelo y te la echa por encima de los hombros.

El Pelopaja enciende un cigarrillo.

—Las manos extendidas encima de la mesa —dice.

—Por favor, díganme qué quieren.

—Tú extiende las manos.

Extiendes las manos encima de la mesa.

El Bigotes sigue dando vueltas a tu espalda.

El Pelopaja deja un paquete marrón encima de la mesa. Lo abre y saca una pistola. La deja en la mesa y sonríe.

El Bigotes para de dar vueltas. Se detiene a tu espalda.

—La vista al frente —dice el Pelopaja.

Miras al frente.

El Pelopaja se levanta de un salto y te sujeta de las muñecas.

El Bigotes te echa la manta por encima de la cabeza y la retuerce.

Caes hacia delante. Toses. Te ahogas. No puedes respirar. Te das un golpe con el borde de la mesa.

Crac.

El Pelopaja te sujeta las muñecas.

El Bigotes retuerce la manta.

Caes al suelo de rodillas. Toses. Te ahogas. No puedes respirar.

El Pelopaja te suelta las muñecas.

Giras con la manta en la cabeza y chocas contra la pared.

Crac.

El Bigotes tira de la manta. Te agarra del pelo. Te pone en pie contra la pared.

—Media vuelta, vista al frente.

Das media vuelta.

El Pelopaja tiene la pistola en la mano derecha.

El Bigotes tiene varias balas. Las lanza al aire y las recoge.

—Maurice dice que este cabrón quiere morir —susurra el Bigotes—. Así que haremos que parezca que se ha quitado la vida.

El Pelopaja sostiene la pistola con las dos manos y los brazos extendidos. Apunta a tu sien.

Cierras los ojos, con las mejillas lenas de lágrimas.

El Pelopaja aprieta el gatillo.

Clic.

No pasa nada.

—Mierda —protesta el Pelopaja.

Se aleja y toquetea la pistola.

Te has meado encima.

—Ya está —dice el Pelopaja—. Esta vez no fallará.

Vuelve a apuntar con la pistola.

Cierras los ojos.

Aprieta el gatillo.

Bang.

Crees que estás muerto.

Abres los ojos. Ves la pistola y los jirones de humo negro que salen del cañón. Flotan y caen al suelo.

El Bigotes y el Pelopaja te están mirando.

—¿Qué quieren? —gritas.

El Bigotes se acerca y te da una patada en las pelotas.

Caes al suelo.

—¿Qué quieren?

—Levántate.

Te levantas.

—De puntillas —dice el Bigotes.

—Por favor, díganme qué quieren.

El Bigotes vuelve a acercarse y te da otra patada en las pelotas.

Caes al suelo.

—Tuvieron que extirparle las pelotas a raíz de la paliza que le propinó el Grupo Especial de la Policía de Leeds —me susurra al oído.

El Pelopaja se acerca. Te da una patada en el pecho. Te da una patada en el estómago. Te esposa las manos detrás de la espalda. Te empuja la cara contra el suelo.

En tu propio pis.

—¿Te gustan los perros, Johnny?

—¿Qué quieren?

—¿Te gustan los perros?

—¿Qué cojones quieren?

—Yo creo que no te gustan, ¿verdad que no?

Se abre la puerta.

Un policía de uniforme entra con un alsaciano atado.

El Bigotes se sienta a horcajadas en tu espalda, te agarra del pelo y te levanta la cabeza.

El perro te está mirando, jadeando.

Con la lengua fuera.

—¡A por él! ¡A por él! —grita el Bigotes.

El perro gruñe. Ladra. Tira de la correa.

—Cuidado —le dice el Pelopaja al poli de uniforme.

El Bigotes te empuja la cara contra el suelo.

—Está muerto de hambre —dice—. Como la pequeña Hazel.

Forcejeas.

El perro se acerca.

—Como la pequeña Hazel.

Intentas soltarte.

El Bigotes te empuja.

—Muerta de hambre.

Lloras.

El perro está a menos de medio metro.

—Sola en esa habitación.

Le ves las encías. Le ves los dientes. Hueles su aliento. Sientes su aliento.

—Muerta de hambre.

El perro gruñe. Ladra. Tira de la correa.

Te cagas encima.

—¿Lo sabías, verdad?

El perro está a pocos centímetros de tu cara.

—Y no hiciste nada.

Todo se vuelve negro.

—¡Nada!

Se vuelve negro.

—Díganme qué he hecho.

—¡Otra vez!

—Por favor…

—¿Por favor qué?

Negro.

—Por favor, díganme qué he hecho.

—Un chico listo —dice.

Todo se ha vuelto negro.

Caes hacia atrás, esposado, en una silla de plástico.

Atraviesas el suelo de la celda y las paredes de la comisaría.

La tierra y los mares.

La atmósfera, y sales al espacio exterior.

A los abismos entre las estrellas.

Te alejas del perro.

Te alejas de allí.

De ese suelo de linóleo podrido y repugnante.

A años luz de distancia, Jobson sigue a tu lado.

El perro no está.

Sueñas…

Y en tus sueños…

En tus sueños ves cosas.

Pero todas esas cosas, en todos tus sueños…

Son grandes y negras como cuervos.

La habitación azul.

Abres los ojos.

Maurice Jobson te está mirando.

Sigues en la sala con luces blancas y sin ventanas.

Pero estás vestido otra vez, con tu propia ropa.

Maurice Jobson se quita las gafas y se frota los ojos.

—Yo no la maté —dices.

—¿Inocente? —sonríe.

—Inocente.

Se pone las gafas de cristales gruesos y montura negra.

—Todos somos culpables, John.

Niegas con la cabeza.

—Yo no.

—Sí, todos lo somos.

Cierras los ojos.

Cuando los abres sigue mirándote.

Sigue esperando.

—¿Vas a portarte bien? —pregunta.

Asientes.

—Sí, señor.

Sueñas…

Y en tus sueños…

En tus sueños lloras lágrimas.

Pero todas esas lágrimas, en todos tus sueños…

Son islas perdidas en miedos.

La habitación roja, blanca y azul (como tú).

Te acompaña por el pasillo hasta las dobles puertas y el patio.

Una furgoneta negra está esperando con las puertas traseras abiertas.

El Bigotes y el Pelopaja están sentados dentro.

—¿Usted no viene? —preguntas.

Niega con la cabeza.

—Ya he estado allí.

Otra vez se te llenan los ojos de lágrimas.

—¿Volveremos a vernos?

—No sé dónde, ni cuándo —dice, sin sonreír.

—¿En algún lugar soleado? —preguntas.

—Donde no haya oscuridad.

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