1977

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Quinta parte » Capítulo 22

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Mátalos a todos.

En el coche.

La radio puesta:

«Ayer se descubrieron en Hunslet Carr los restos calcinados de un hombre negro sin identificar.

»La autopsia ha revelado que había muerto por heridas de arma blanca antes de ser empapado con gasolina y quemado.

»Un portavoz de la policía declaró que se había hecho un evidente esfuerzo por ocultar la identidad de la víctima, lo que podría indicar que tal vez estuviera fichada.

»Se le ha descrito como un hombre de veintitantos años, cerca de dos metros de altura y de complexión fuerte.

»La policía apela a cualquier persona que pueda disponer de información tanto sobre la víctima como de su asesino para que se ponga en contacto urgentemente con la comisaría más cercana. La policía insiste en que toda información será tratada con la más estricta confidencialidad».

Apago la radio.

Conduzco, grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrito:

Mátalos a todos.

Amanece.

Paro al final de Durkar Lane.

Hay un coche en la entrada, leche en los escalones de la puerta, mi familia dentro.

Y espero sentado en el extremo de su entrada de coches, pienso que ojalá tuviera una pistola, lloro.

Paro.

Amanecer, 1977.

Pulso el timbre y espero.

Nada.

Lo pulso otra vez y no lo suelto.

Veo una silueta rosa detrás del cristal, oigo voces dentro, se abre la puerta y aparece su mujer y dice:

—¿Bob? Es Bob. Un minuto.

Pero oigo a Bobby y paso por delante de ella, subo las escaleras, abro a patadas todas las puertas hasta que los encuentro en el dormitorio del fondo, ella sentada en la cama con mi hijo en brazos, Rudkin se pone la chaqueta y se acerca a mí.

—Venga —digo—. Nos vamos de aquí.

—Nadie va a ir a ningún sitio, Bob —dice Rudkin y me pone una mano encima, empieza la pelea, yo le doy con la pata de una silla en un lado de la cabeza, él se toca la oreja, me lanza un puñetazo pero falla, yo le agarro del pelo y empujo su puta cara contra mi rodilla, una y otra vez, hasta que oigo gritos y exclamaciones y llantos, la mujer de Rudkin que tira de mí para separarnos, me araña las mejillas, Rudkin sigue lanzando golpes, fallando, hasta que al final da en el blanco y salgo por la puerta, me giro y me quito a la mujer de encima a bofetadas, Rudkin me pega con fuerza en los dos lados de la cara, me muerdo la lengua, sangre por todas parte, aunque no tengo ni puta idea de quién es, ella protege a Bobby, casi de pie en la cabecera de la cama doble, con los brazos fuertemente enlazados.

Y entonces hay un momento de calma, un respiro, sólo sollozos y llantos, palpitaciones y dolor.

—Basta, Bob —llora ella—. Basta, por favor.

Y lo único que soy capaz de decir es:

—Nos vamos.

Entonces Rudkin me da un puñetazo en la cara y todo vuelve a empezar, le atizo con la cabeza en la suya, veo estrellas por todas partes, él retrocede, yo voy detrás, cazando con los puños estrellas y meteoritos que explotan por toda la habitación, en la cara del jodido John Rudkin, le doy patadas y puñetazos hasta reducirle a un enorme agujero negro, me estiro por encima de la cama y cojo a Bobby e intento arrancárselo a su madre, pero Rudkin me agarra por el cuello y empieza a estrangularme hasta que casi me deja sin respiración.

—Basta —grita ella—. ¡Basta, por favor!

Pero no para.

—Basta, John —grita—. Le vas a matar.

Rudkin me suelta, caigo de rodillas y me desplomo en la cama con la cara en el colchón.

Da un paso atrás y se produce otra pausa, otro descanso, en el que siguen los sollozos y los llantos, las palpitaciones y el dolor, y cuanto más dure la pausa, el descanso, cuanto más me quede allí tumbado, antes se tranquilizarán.

Así que allí me quedo, comiendo cama, esperando a que Louise, Rudkin, su mujer, a que uno de ellos me dé una oportunidad, me deje recuperar lo que es mío:

Bobby.

Sigo tumbado, inerte, en guardia, hasta que Rudkin dice:

—Venga, Bob. Vamos a ir todos abajo.

Y cuando se agacha para ayudarme a que me incorpore noto que se debilita, le noto ablandarse mientras yo me agacho a por la pata de la silla, mientras la levanto y cojo impulso y le doy en la cara, cae aullando encima de la ventana del dormitorio y rompe el cristal, ella se le queda mirando y yo aprovecho para quitarle a Bobby y me pongo de pie y salgo del cuarto y adelanto a la mujer que se tambalea de espaldas por las escaleras tan deprisa como yo la sigo, Louise me pisa los talones, sin parar de gritar y de llorar, hasta que tropiezo con la mujer de Rudkin en los últimos escalones de abajo y Louise se precipita encima de mí, Rudkin tropieza con todo el montón, la sangre le corre por la cara, le entra en los ojos, le ciega al muy gilipollas, yo grito, bramo, aúllo:

—¡Es mi hijo, joder!

Y ella grita, chilla, llora:

—¡No, no, no!

Bobby está pálido del susto y tiembla en mis brazos encima de la mujer de Rudkin, debajo de los otros dos, yo intento salir de debajo pero Rudkin me propina un puñetazo, o una patada, o vete a saber qué cojones, en la oreja y caigo de espaldas, pierdo a Bobby, ella me los quita de encima, Rudkin me inmoviliza, y soy yo el que grita, chilla y llora:

—No me puedes hacer esto. Es mi hijo, joder.

Y ella retrocede hacia la sala de estar con la mano en la cabeza, el pelo alborotado, y luego dice:

—No es tu hijo.

Silencio.

Nada más que silencio, ese silencio, sólo ese silencio largo, largo, hasta que ella repite:

—No es hijo tuyo.

Intento levantarme, quitarme de encima el pie de Rudkin, como si poniéndome de pie fuera a entender la mierda que está diciendo, y al mismo tiempo la mujer de Rudkin no deja de repetir una y otra vez:

—¿Qué? ¿Qué quieres decir?

Y él, cubierto de sangre de la cabeza a los pies, con las palmas levantadas, dice:

—Déjalo, por lo que más quieras, déjalo.

—Pero tiene que saberlo, joder.

—Ahora mismo no necesita saberlo.

—Pero se estaba follando a una puta, a una puta muerta, a una puta muerta embarazada, joder.

—Louise…

—Sólo porque esté muerta no quiere decir que cambie las cosas. No deja de ser su hijo el que llevaba dentro.

Me arrodillo con los brazos tendidos hacia ellos, hacia Bobby, mi Bobby.

—¡Lárgate!

Rudkin exclama:

—Louise…

Y entonces su mujer se acerca y le da una bofetada en la cara y se planta delante de él, mirándole, le mira antes de escupirle en la cara y sale por la puerta principal.

—Anthea —grita él—. No puedes salir así.

Me levanto, pero no me suelta aunque sigue gritando a su mujer:

—¡Anthea!

Mis manos siguen tendidas hacia Bobby, hacia su cabeza vuelta, mi Bobby.

—Vete —dice ella—. John, ¡no dejes que se acerque!

Pero John Rudkin está indeciso; indeciso entre dejar que se vaya su mujer y soltarme, lo que le debilita a él y me hace a mí más fuerte, veo a Bobby separado de mí apenas a unos cuantos centímetros y de repente ya puedo, un puñetazo en su cabeza de puta mentirosa y otro más hasta que me deja coger lo que es mío, me deja coger al niño, me deja coger a mi Bobby, Rudkin se pone a mi lado, yo, con Bobby en un brazo, le agarro con la otra del pelo a Rudkin y le atizo contra la chimenea de mármol y se lo echo encima a Louise, los dos caen aparatosamente, y Bobby y yo salimos de la sala al pasillo, cruzamos la puerta y recorremos el paseo de coches, Bobby llora y llama a su mami, yo le digo que no pasa nada, le digo que deje de llorar, que mami y papi sólo están de broma, y no dejo de oírles detrás de mí, sus pisadas, les oigo decir:

—¡John, no! ¡El niño! ¡Ten cuidado con Bobby!

Y de repente siento que me desaparece la espalda, como si ya no la tuviera, y caigo de rodillas en el camino de entrada y no quiero soltar a Bobby y no quiero soltar a Bobby y no quiero soltar a Bobby y no quiero soltar a Bobby y no quiero soltar a Bobby.

—¡No! ¡Le vas a matar!

Y me encuentro tumbado boca abajo en la entrada y Bobby ya no está, tumbado boca abajo en el camino y ellos pasan por encima de mí, corren en dirección al coche, él tira el bate de críquet al suelo al lado de mi cabeza y dice:

—Ya estamos en paz, Bob. En paz.

Y desaparecen, todo se vuelve blanco, luego gris y, finalmente, negro.

Oyente: Lees los periódicos, y ¿qué es lo que ves?

John Shark: No lo sé, Bob. Dímelo tú.

Oyente: [lee]: Los malos tratos infantiles se cobran seis vidas a la semana, y dejan miles de heridos. En la siguiente página; todos los niños del norte saludan a la reina. Luego, dimiten setenta y siete polis todos los meses y el paro aumenta en cien mil. Violaciones, asesinatos, el Destripador…

John Shark: ¿Adónde quieres llegar, Bob?

Oyente: Callaghan ya lo dijo bien claro, ¿o no? Gobernad o marchaos.

The John Shark Show

Radio Leeds

Viernes, 17 de junio de 1977

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