1977

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Quinta parte » Capítulo 23

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Miro el reloj. Son las 7.07.

Voy en un ascensor viejo, viendo cómo pasan los pisos, arriba y arriba.

Salgo del ascensor al descansillo.

Un niño con pijama azul me espera allí.

Me coge de la mano y me conduce por el pasillo, por la alfombra desgastada, las paredes sucias, el olor.

Llegamos a una puerta y nos detenemos.

Pongo los dedos en el picaporte y lo giro.

Está abierta.

La habitación 77.

Me desperté en el suelo, con un dolor horrible, negro y pesado, que me cruzaba todo el cráneo.

Me llevé la mano a un lado de la cabeza, palpo la sangre seca, endurecida.

Levanté la cabeza, el cuarto estaba bañado en luz brillante.

Luz matinal, una luz matinal que llegaba del parque de enfrente, del parque donde el vapor manaba de los lomos de los ponis y los lomos de los caballos.

Me incorporé envuelto en aquella luz matinal, encima de un mar de papel arrugado, de los muebles destrozados, y volví a reunir las fotografías y las notas.

Eddie, Eddie, Eddie… por todas partes.

Pero ni todos los caballos ni todos los caballeros del rey podrían volver a juntar los trozos de Eddie.[37]

Y tampoco podrían juntar los de Jackie.

Intenté ponerme de pie, sentí las náuseas en la boca, me incliné sobre el lavabo y escupí.

Me levanté, abrí el grifo y me eché aquella agua fría y grisácea en la cara.

En el espejo le veía a él, a mí.

Miembros de paja y voluntad de mimbre, pisoteado por los cascos, los cascos de los caballos, caballos chinos.

Miré el reloj.

Eran las siete pasadas.

7.07.

En el coche, en el aparcamiento del Redbeck, me aprieto el puente de la nariz, toso.

Encendí el motor, apagué la radio y me puse en marcha.

Entré en Wakefield, pasando los ponis y los caballos de Heath Common, manchas negras donde habían estado las hogueras, y seguí por Ossett hasta Dewsbury, negros montones de escoria donde antes hubo campos, pasé por delante de RD News y salí de Batley para llegar por fin a Bradford.

Paré en su calle, aparqué al lado de un roble alto adornado con sus mejores ojos de verano.

Verde.

Volví a llamar.

En las escaleras hacía frío, al abrigo del sol, las hojas golpeaban las ventanas.

Puse los dedos en el picaporte y lo giré.

Entré.

El piso estaba silencioso y oscuro, no había nadie.

Me quedé quieto en su pasillo, escuchando, pensando en el piso de encima del RD News, en los lugares donde nos escondíamos.

Entré en la sala de estar, el cuarto en el que nos habíamos conocido, las cortinas naranjas echadas, y me senté en la silla en la que me sentaba siempre y decidí esperarla.

La blusa crema y los pantalones a juego, aquella primera vez. Las rodillas desolladas y sucias, la última vez.

Al cabo de diez minutos me levanté, fui a la cocina y enchufé la tetera eléctrica.

Esperé a que hirviera el agua, la eché en una taza y volví a la sala.

Y me quedé sentado en la oscuridad, esperando a Ka Su Peng, preguntándome cómo había llegado hasta allí, pasando lista a todas:

Mary Ann Nichols, asesinada en Buck’s Row, agosto de 1888.

Annie Chapman, asesinada en Hanbury Street, septiembre de 1888.

Elizabeth Stride, asesinada en Berner Street, septiembre de 1888.

Catherine Eddowes, asesinada en Mitre Square, septiembre de 1888.

Mary Jane Kelly, asesinada en Miller’s Court, noviembre de 1888.

Cinco mujeres.

Cinco asesinatos.

Sentí que subía la marea, la marea de sangre, que me lamía los zapatos y los calcetines, que subía por mis piernas:

¿Qué ha pasado con nuestros 25 Años?

Subía la marea, la marea de sangre, que me lamía los zapatos y los calcetines, que subía por mis piernas:

Carol Williams, asesinada en Ossett, enero de 1975.

Una mujer.

Un asesinato.

Sentía cómo subían las aguas, las aguas ensangrentadas de Babilonia, esos ríos de sangre en la vida de una mujer, los paraguas abiertos, chaparrones sangrientos, charcos de sangre, lluvia roja, blanca y azul de sangre:

Joyce Jobson, agredida en Halifax, julio de 1974.

Anita Bird, agredida en Cleckheaton, agosto de 1974.

Theresa Campbell, asesinada en Leeds, junio de 1975

Clare Strachan, asesinada en Preston, noviembre de 1975.

Joan Richards, asesinada en Leeds, febrero de 1976.

Ka Su Peng, agredida en Bradford, octubre de 1976.

Marie Watts, asesinada en Leeds, mayo de 1977.

Linda Clark, agredida en Bradford, junio de 1977.

Rachel Johnson, asesinada en Leeds, junio de 1977.

Janice Ryan, asesinada en Bradford, junio de 1977.

Diez mujeres.

Seis asesinatos.

Cuatro agresiones.

Halifax, Cleckheaton, Leeds, Preston, Bradford.

La marea sangrienta, una riada de sangre.

Cerré los ojos, el té frío en las manos, la habitación todavía más. Ella se inclinó hacia mí, separándose el pelo, y volví a escuchar su canción, nuestra canción:

¿La indulgencia y el perdón de los pecados, el final de la penitencia?

Necesitaba mear.

Oh, Carol.

Abrí la puerta y encendí la luz y allí estaba:

Tirada en el baño, el agua roja, la carne blanca, el pelo azul; el brazo derecho colgando por un lado, sangre en el suelo, profundas serpientes talladas en sus muñecas.

De rodillas:

La saqué de la bañera, la saqué de las aguas, envolví su cuerpo en una toalla y traté de devolverle la vida con mi abrazo.

De rodillas:

La acuné en mis brazos, su cuerpo frío, los dos labios azulados, los agujeros negros en sus manos, los agujeros negros en sus pies, los agujeros negros en su cabeza.

De rodillas:

Pronuncié su nombre, se lo supliqué por favor, le dije la verdad, no más mentiras, sólo que abriera los ojos, que escuchara mi nombre, que escuchara la verdad:

Te quiero, te quiero, te quiero

Y ella dijo:

Yo también, Jack. No me queda más remedio.

Oyente: Yo leo la Biblia.

John Shark: Ya lo sé.

Oyente: [lee]: Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar. Y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos.

John Shark: ¿Adónde quieres llegar?

Oyente: Y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos.

The John Shark Show

Radio Leeds

Viernes, 17 de junio de 1977

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