1977

1977


Primera parte » Capítulo 2

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Y se veía borrosa y giraba y yo me perdía entre líneas, entre las cosas que tendría que haber escrito y las que había escrito realmente.

Cuentos, otra vez había estado contando cuentos en el bar.

Gánsteres de Yorkshire y polis de Yorkshire y, después, Cannock Chase y la Pantera Negra.[5]

Cuentos, nada más que cuentos. Guardando para mí las historias de verdad, los

testimonios reales, los que me habían llevado hasta allí, a encontrarme contra aquel muro en el que se leía ODIO.

Clare Kemplay y Michael Myshkin, los tiroteos del Strafford y los asesinatos de

El exorcista.

A todo cerdo le llega su san Martín y siempre hay un roto para un descosido, pero también todos los vasos tienen la gota que los derrama y todo Napoleón tiene su Waterloo.

Blanco y negro contra el muro que decía ODIO.

Pasé los dedos por el relieve de la pintura.

Y allí estaba yo, preguntándome precisamente dónde se habían metido todos los

skinheads.

Y de repente los vi, rodeándome.

—¿Qué pasa, abuelo? —dijo uno.

—Vete a cagar, maricón —respondí yo.

Retrocedió con sus compañeros.

—¿Por qué coño has tenido que decir eso, viejo capullo de mierda? —dijo—. Porque, joder, ahora sabes que voy a tener que darte lo tuyo, ¿verdad?

—Puedes intentarlo —dije justo antes de que me diera un golpe y me impidiera seguir recordando, de que interrumpiera los recuerdos por un instante.

Sólo por un instante.

La rodeo con los brazos en medio de la calle, con las manos manchadas de sangre, sangre en su cara, sangre en mis labios, sangre en su boca, sangre en mis ojos, sangre en su pelo, sangre en mis lágrimas, sangre en las suyas.

Pero ahora ni siquiera puede salvarnos la magia antigua y yo me vuelvo e intento ponerme de pie y Carol dice: «¡Quédate!». Pero han pasado veinticinco años o más, y yo tengo que escapar, tengo que dejarla sola en esa calle, en este río de sangre.

Y miro para arriba y sólo está Laws, sólo el reverendo Laws, la luna y él.

Carol se ha ido.

Estaba de pie en mi habitación, las ventanas abiertas, amoratado como la noche.

Me había servido un vaso de Escocia para enjuagar la sangre de los dientes, y me llevé la Philips Pocket Memo a los labios.

—Es 30 de mayo de 1977, año cero, Leeds, y he vuelto al trabajo…

Y quería decir más cosas, no muchas más, pero las palabras no me obedecían, así que apreté el botón de stop y me acerqué a la cómoda, abrí el cajón de abajo y contemplé las pequeñas cintas en sus pequeñas cajas con sus pequeñas fechas y localizaciones limpiamente escritas, como aquellos libros de mi juventud, todos los libros sobre Jack el Destripador, los del Doctor Crippens, los de Seddon y Buck Ruxton,[6] y saqué una al azar (o eso me dije a mí mismo) y me tumbé de espaldas, con los pies encima de las sábanas sucias, con la mirada clavada en el techo viejo, viejo, mientras los gritos de la mujer llenaban la habitación.

Me desperté una vez, en el oscuro corazón de la noche, pensando, ¿y si no está muerta?

Oyente: A lo largo de las últimas dos o tres décadas, los criminólogos de Estados Unidos han realizado intentos sistemáticos de medir y analizar las cifras ocultas de crímenes…

John Shark: ¿Las cifras ocultas de crímenes?

Oyente: Sí, las cifras ocultas de crímenes, el porcentaje de personas que han logrado ocultar en su pasado delitos que las autoridades desconocen por completo o, si se conocen, han sido pasados por alto. En un estudio sistemático, el doctor Raazinowicz dudaba de que salieran a la luz más de cinco de cada cien.

John Shark: Es escandaloso.

Oyente: En 1964 sugirió que los crímenes que se descubrían por completo y eran castigados no suponían más de un quince por ciento del enorme volumen de crímenes cometidos.

John Shark: ¡Un quince por ciento!

Oyente: Y eso fue en 1964.

The John Shark Show

Radio Leeds

Martes, 31 de mayo de 1977

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