1977

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Segunda parte » Capítulo 8

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—Ha habido otro —dijo Hadden.

Pero yo sigo tirado, esperando, observando hombrecillos en blanco y negro de rodillas que arrancan terrones de tierra del suelo con las manos desnudas, mientras el teléfono se me resbala de las manos y pienso,

Carol, Carol, ¿es que va a ser siempre así, toda la eternidad, oh, Carol?

—La rueda de prensa es mañana.

—¿Domingo?

—El lunes es fiesta.

—Va a ser una putada para la cobertura de los 25 Años.

—No está muerta.

—¿En serio?

—Ha tenido suerte.

—¿Tú crees?

—Oldman supone que el agresor estaba perturbado.

—Me quito el sombrero ante su perspicacia.

—Oldman dice que tienes que ponerte en contacto inmediatamente en cuanto recibas cualquier cosa.

—¿O sea que se llevó algo?

—Oldman no lo ha dicho. Y tú tampoco deberías.

Oh, Carol, ¿no hay milagros para los muertos?

Jubelum

Se oía otra voz en el piso de Bradford, en la oscuridad detrás de las tupidas cortinas.

Ka Su Peng levantó la cabeza, movió los labios, las palabras retrasadas:

—En octubre del año pasado era prostituta.

Había viajado quince mil kilómetros para venir aquí y meterse en un cuchitril sórdido con muebles manchados y astillados, la piel gris, el pelo azul, quince mil kilómetros para follarse a los hombres de Yorkshire a cambio de billetes sucios de cinco libras que le ponían en las palmas sudorosas.

Quince mil kilómetros para acabar así:

—No conozco a muchas de las otras, así que normalmente estoy sola. Salgo a primera hora por Lumb Lane, antes de que cierren los pubs. Se me acercó delante del Perseverance. El Percy, lo llaman. Era un coche oscuro, limpio. Él era amable; callado, pero amable. Me dijo que no había dormido mucho, que estaba cansado. Yo le dije que también. Tenía los ojos cargados, muy cargados. Fuimos en el coche a los campos de juego de White Abbey y allí me preguntó cuánto cobraba y yo le dije que cinco y él me dijo que me lo daría después pero yo le dije que lo quería por adelantado, porque a lo mejor luego no me quería pagar como ya me había pasado antes. Me dijo que bien pero que quería que me pasara al asiento de atrás del coche. Así que me bajé del coche y él también y fue entonces cuando me pegó con el martillo en la cabeza. Me dio tres veces y yo caí en la hierba y él intentó pegarme otra vez pero cerré los ojos y levanté la mano y me dio en ella y entonces dejó de pegarme y le oía respirar cerca de mi oído y de repente dejó de oírse la respiración y se marchó y me quedé tumbada, todo en blanco y negro, los coches pasaban, y yo me levanté y fui andando hasta una cabina de teléfono y llamé a la policía y vinieron a la cabina de teléfono y me llevaron al hospital.

Llevaba una blusa color crema y pantalones a juego, los pies juntos, los dedos desnudos de los pies tocándose.

—¿Puede recordar cómo era?

Ka Su Peng cerró los ojos y se mordió el labio inferior.

—Lo siento —dije.

—Da igual. No quiero recordarlo, quiero olvidar, pero no puedo, sólo puedo recordar. Eso es lo único que hago, recordar.

—Si no quiere hablar de ello…

—No. Era blanco, de aproximadamente un metro setenta de altura…

Sentí una mano en la rodilla y allí estaba él de nuevo, como por arte de magia,

sonriendo en la oscuridad, con carne entre los dientes.

—Bajo y robusto…

Se dio una palmada en la panza, eructó.

—¿Tenía acento de la zona?

—No, tal vez de Liverpool.

Arqueó una ceja.

—Me dijo que se llamaba Dave o Don, no estoy segura.

Frunció el ceño y movió la cabeza.

—Llevaba una camisa amarilla y vaqueros azules.

—¿Algo más?

Suspiró.

—Eso es lo único que puedo recordar.

Guiñó un ojo una vez y volvió a desaparecer, como por arte de magia.

—¿Es suficiente? —preguntó.

—Es demasiado —respondí en un susurro.

Tras el horror, mañana y pasado.

De repente preguntó:

—¿Cree que volverá alguna vez?

—¿Es que se ha ido alguna vez?

—A veces, a veces puedo oír su respiración a mi lado en la almohada —dijo, su cara triste marcada por la violencia del instrumento contundente, hojas de cabello azul y negro le caían por encima de la carne maltrecha.

Alargué una mano en la oscuridad.

—¿Puedo?

Ella se acercó y se separó el cabello.

Echó las cortinas del cuarto de atrás.

Dejé el billete de diez libras debajo de reloj que descansaba en la mesilla de noche, nos sentamos dándonos la espalda el uno al otro en lados opuestos de la cama individual y nos desabrochamos la ropa en la mañana de domingo de Bradford.

Me levanté y me bajé los pantalones.

Cuando me di la vuelta, ella estaba tumbada en la cama, desnuda.

Me tumbé encima de ella, el pene flácido.

Ella movió la mano entre mis piernas hasta que paró y me empujó para tumbarme de espaldas y se inclinó hacia la mesilla de noche de dónde sacó un condón.

Me lo puso en la polla y se montó a caballo encima de mí, yo dentro de ella.

Empezó a moverse arriba y abajo, sus tetas nada más que pezones, arriba y abajo, sus huesos visibles, arriba y abajo, los ojos cerrados, arriba y abajo, la boca abierta, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo.

Cerré los ojos.

Abajo.

Nos vestimos en silencio.

Ya en la puerta dije:

—¿Qué tal si otra vez…?

—¿Ahora? —preguntó ella, y ambos nos reímos, sorprendidos.

El comisario jefe George Oldman con una sonrisa grave:

—Caballeros, como muy bien saben, aproximadamente a las tres de la madrugada del sábado día 4, la señora Linda Clark, de treinta y seis años de edad, vecina de Bierley, fue objeto de una violenta agresión en el descampado que se encuentra detrás del templo sij de Bowling Back Lane, Bradford. En el curso de la agresión, la señora Clark sufrió fractura de cráneo y diversas heridas de arma blanca en la espalda y el abdomen. El sábado por la mañana fue sometida a cirugía y tendrá que someterse a otra operación a lo largo de esta semana. Sin embargo, a pesar de la gravedad de sus lesiones, la señora Clark ha podido proporcionarnos una detallada relación de los momentos previos a la agresión.

Hizo una pausa, tomó un trago de agua y continuó:

—La señora Clark pasó la noche del viernes en el salón de baile Mecca, en el centro de Bradford. Llevaba un vestido largo de terciopelo negro y una chaqueta de algodón verde. Aproximadamente a las dos de la madrugada, salió del Mecca y se acercó a Cheapside, donde se dispuso a hacer cola para coger un taxi. Al cabo de unos quince minutos decidió ponerse a andar en dirección a Bierley. Unos treinta minutos después, aceptó el ofrecimiento del conductor de un Ford Cortina Mark II con el techo negro satinado que se le acercó en Wakefield Road y le dijo que la llevaría a su casa. La llevó a Bowling Back Lane, donde tuvo lugar el asalto. La señora Clark ha podido proporcionar una descripción detallada del conductor.

Hizo otra pausa.

—El hombre con el que nos gustaría hablar es blanco, de unos treinta y cinco años de edad, aproximadamente un metro ochenta de estatura y de complexión fuerte. La señora Clark ha dicho que tenía el pelo castaño claro hasta los hombros con cejas gruesas y mejillas rellenas. Hacemos un llamamiento a cualquier miembro de la comunidad que conozca a un hombre que se ajuste a dicha descripción y que conduzca un Ford Cortina Mark II blanco o amarillo con techo negro, o que tenga acceso a un vehículo como ese, para que, por favor, se ponga en contacto urgentemente con el centro de investigaciones policiales de Bradford o con la comisaría de policía más cercana.

Otro sorbo de agua, otra pausa.

—Me gustaría añadir que las pruebas forenses recogidas en el lugar de la agresión me llevan a pensar que el hombre responsable de la agresión a la señora Clark es el mismo que asesinó a Theresa Campbell, Clare Strachan, Joan Richards y Marie Watts, el mismo hombre que creemos que atacó a Joyce Jobson en Halifax en 1974, a Anita Bird en Cleckheaton, también en 1974, y a la señorita Ka Su Peng en Bradford el octubre pasado.

Pausa.

Toda la sala:

El Destripador de Yorkshire.

Yo escribí:

¿Clare Strachan?

Rodeé su nombre con un círculo.

Oldman estaba pidiendo preguntas:

—¿Roger?

—Jefe, ¿le sería posible dar más detalles sobre las pruebas forenses que conducen a pensar que esta última agresión es obra del Destripador de Yorkshire?

—En este momento, no.

Se está escapando

—¿Jack?

—La descripción que ha dado la señora Clark parece contradecir las descripciones anteriores que se conocen. Por ejemplo, tanto Anita Bird como Ka Su Peng dijeron que su agresor tenía el pelo oscuro y rizado y barba o bigote…

George saca el puñal:

—Sí, pero, Jack, la mujer de Bradford, la señorita Peng, también aseguraba que su agresor tenía acento de Liverpool, lo que contradice a Anita Bird, y la descripción que nos dio la señorita Bird estaba basada en la suposición de que el hombre con el que se cruzó en la calle era el mismo que la atacó poco después.

—Una suposición que ustedes apoyaron anteriormente.

—Eso fue entonces, Jack. Eso fue entonces.

Volví andando por el mercado de Kirkgate, con la tranquilidad del domingo por las calles de la ciudad, engalanada para la fiesta, todo rojos, blancos y azules, bajo el sol de las tres de la tarde.

Entré en un callejón adoquinado a resguardo del calor, buscando la pared y una palabra escrita en rojo.

Pero la palabra había desaparecido o aquél no era el callejón que buscaba y las únicas palabras eran

Odio y

Leeds.

Así que me fui por Brigade hasta Headrow, llegué a la catedral y entré en ella.

Me senté al fondo, en el fondo fresco y silencioso, sudando después del paseo, jadeando como un perro.

En el primer banco había una anciana con un bastón que intentaba ponerse de pie, un niño que leía un libro, las luces del altar bajas y oscuras, las estatuas y los cuadros con los ojos fijos en mí.

Levanté la cabeza, el sudor ya seco, la respiración sosegada.

Y de pronto me encontré delante de Él, delante de la cruz, mientras pensaba en follar y en asesinatos con martillos, vi los clavos de sus manos mientras pensaba en follar y en asesinatos con destornilladores, miré los clavos de sus pies, las lágrimas en sus ojos, las lágrimas en los de Él, las lágrimas en los míos.

Y entonces el niño llevó de la mano a anciana por el pasillo central y cuando llegaron a mi banco se detuvieron debajo de las imágenes y los cuadros, debajo de las sombras del altar, y el niño me ofreció su libro de oraciones y yo se lo cogí y vi cómo se iban.

Y miré para abajo y leí en voz alta las palabras que encontré:

SALMO 88

Porque estoy saturado de infortunios,

y mi vida está al borde del Abismo;

me cuento entre los que bajaron a la tumba,

y soy como un hombre sin fuerzas.

Yo tengo mi lecho entre los muertos,

como los caídos que yacen en el sepulcro,

como aquellos en los que tú ya ni piensas,

porque fueron arrancados de tu mano.

Me has puesto en lo más hondo de la fosa,

en las regiones oscuras y profundas;

tu indignación pesa sobre mí,

y me estás ahogando con tu oleaje.

Apartaste de mí a mis conocidos,

me hiciste despreciable a sus ojos;

estoy prisionero, sin poder salir,

y mis ojos se debilitan por la aflicción.

Yo te invoco, Señor, todo el día,

con las manos tendidas hacia ti.

¿Acaso haces prodigios por los muertos,

o se alzan los difuntos para darte gracias?

¿Se proclama tu amor en el sepulcro,

o tu fidelidad en el reino de la muerte?

¿Se anuncian tus maravillas en las tinieblas,

o tu justicia en la tierra del olvido?

Yo invoco tu ayuda, Señor,

desde temprano te llega mi plegaria.

¿Por qué me rechazas, Señor?

¿Por qué me ocultas tu rostro?

Estoy afligido y enfermo desde niño,

extenuado bajo el peso de tus desgracias;

tus enojos pasaron sobre mí,

me consumieron tus terribles aflicciones.

Me rodean todo el día como una correntada,

me envuelven todos a la vez.

Tú me separaste de mis parientes y amigos,

y las tinieblas son mis confidentes.

Follar y asesinatos con martillos, los clavos de Sus manos, follar y asesinatos con destornilladores, los clavos de Sus pies, follar y asesinatos, las lágrimas de Sus ojos, follar, lágrimas en los de Él, asesinatos, lágrimas en los míos.

Podemos subir ahora mismo y todo se acabará.

Y salí corriendo de la catedral por la puerta doble de madera, huyendo del martillo, por las calles calientes y negras, huyendo de Él, entre los adornos rojos, los azules y los blancos habían desaparecido, huyendo de todos ellos, a través del 5 de junio de 1977, corriendo.

Oh, Carol.

Y de repente me encontré por fin delante del Griffin, la ropa me ardía, las manos y los ojos hacia el cielo, grité:

«Carol, Carol, tiene que haber otra manera».

La oficina estaba desierta.

Me senté en mi mesa y escribí:

EL DESTRIPADOR ATACA DE NUEVO

Ayer, la policía dio un nuevo paso en la caza del que se ha dado en llamar «Destripador de Yorkshire», el hombre que la policía cree que podría ser responsable de los asesinatos de cuatro prostitutas y las agresiones a tres mujeres, más una cuarta la mañana de este sábado.

La señora Linda Clark, de treinta y seis años, vecina de Bierley, fue agredida en un descampado cerca de Bowling Back Lane, tras una salida nocturna al salón de baile Mecca de la ciudad.

La señora Clark sufrió fractura de cráneo y heridas de arma blanca en el estómago y la espalda, después de aceptar que la llevara un coche en Wakefield Road. La señora Clark se someterá a una segunda operación a lo largo de esta semana.

La policía ha emitido la siguiente descripción del vehículo y del conductor al que querría interrogar en relación con la agresión a la señora Clark:

El hombre es blanco, de unos treinta y cinco años, cerca de un metro ochenta de estatura y constitución fuerte. Tiene el pelo castaño claro hasta los hombros, y las cejas espesas. Conducía un Ford Cortina Mark II blanco o de color claro con techo negro. La policía anima a todos los ciudadanos que dispongan de alguna información a ponerse en contacto urgentemente con el centro de investigaciones policiales de Bradford, llamando directamente al 476532 o al 476533, o con la comisaría de policía más cercana.

Dejé de escribir y abrí los ojos.

Subí al piso de arriba y puse la hoja de papel en la bandeja de Bill.

Estaba a punto de marcharme pero decidí volver, saqué la pluma y escribí con tinta roja en la parte superior del papel:

No es él.

Bajé y salí de la oscuridad para entrar en más oscuridad.

El Club de Prensa, la animación del domingo por la noche.

George Greaves, boca abajo sobre la mesa, los cordones de una bota atados a los de la otra, Tom y Bernard con dificultades para encender sus propios cigarrillos.

—¿Un día ajetreado? —preguntó Bet.

—Sí.

—Ese Destripador vuestro no os da tregua.

Asentí con la cabeza y me eché el Escocia al coleto.

Steph me apretó el brazo.

—¿Otro?

—Sólo por no parecer poco sociable.

—Éste no es tu estilo, Jack —rio ella.

Bet volvió a llenar el vaso.

—No sé qué decirte, antes he tenido una visita.

—¿Yo?

—Un chico joven, rapado.

—¿Sí?

—Sí. Le he visto antes, pero no soy capaz de acordarme de cómo se llama así me maten.

—¿Te dijo qué quería?

—No. ¿Otro?

—Por no ser poco sociable, supongo.

—Así me gusta.

—Venga —dije, y me engullí el siguiente.

Me detuve en las escaleras y abrí la puerta.

La sala estaba vacía, las ventanas abiertas, mis cortinas sucias ondeaban como las velas grises de un viejo barco de pioneros rumbo a un Nuevo Mundo, el cálido aire de la noche me acariciaba.

Me senté y me serví otro trago de Escocia, lo bebí y cogí el libro que estaba leyendo, pero empecé a dar cabezadas.

Y fue entonces cuando se me apareció, en las colinas que me parecían tan altas, como si hubiera ido muy, muy lejos.

Me puso las manos sobre los ojos, frías como dos piedras muertas:

—¿Me has echado de menos?

Intenté mirar, pero me sentía muy débil.

—Me has echado de menos, Jackie querido.

Asentí.

—Bien. —Y puso su boca sobre la mía.

Evité su lengua, su lengua larga y dura.

Ella se detuvo, su mano encima de mi polla.

—Fóllame, Jack. Fóllame como te has follado antes a esa puta.

La calle consiste en seis garajes estrechos, cada uno de ellos salpicado de pintadas blancas, las puertas muestran restos de pintura verde. Se encuentran nada más cruzar Church Street, donde los garajes forman un pasaje que llega hasta el aparcamiento de varios pisos que hay al otro lado de la calle. Los seis garajes son propiedad del señor Thomas Morrison, que murió sin hacer testamento, y por eso los edificios han caído en desuso y en el abandono. El número 6 se ha convertido en una especie de hogar para los sin hogar, los indigentes, alcohólicos, drogadictos y prostitutas de la zona.

Es pequeño, de unos cuatro metros cuadrados, y se entra por cualquiera de las dos hojas de la puerta delantera. Hay bultos embalados, montones de madera y otros desechos. Un fuego intenso arde en una estufa improvisada y entre las cenizas se distinguen restos de prendas de vestir. En la pared de enfrente de la puerta se lee La viuda del pescador

en pintura roja todavía fresca. Por lo demás, el espacio está ocupado por botellas, botellas de jerez, botellas de licores, botellas de cerveza, botellas de productos químicos, todas vacías. Un chaquetón marinero de hombre hace las veces de cortina en la ventana, la única que existe, que mira a la nada.

Desperté sintiendo todavía su aliento rancio y cálido en mi almohada.

Habían sacado los libros de las estanterías, los habían tirado por toda la habitación, todos mis queridos libros sobre Jack el Destripador, todos y cada uno de ellos, joder, y también mis cintas, las habían sacado del cajón de abajo, todas mis queridas cintas con sus fechas y sus lugares cuidadosamente marcados, todas tiradas por el cuarto, lo mismo que mis recortes.

Ella cruzaba la habitación con un recorte de papel entre los dientes:

Preston, noviembre de 1975.

Yo estaba de pie en la cama, luego en el suelo de rodillas.

Comparto tu terror, estoy

entre la espada y la pared.

Un diario.

Comparto tu terror, estoy

entre la espada y la pared.

Había un diario.

Destrozo la habitación, los seis giran y gimen en una cacofonía asesina, libros por los aires, cintas por el suelo, recortes en el viento, dedos en mis oídos, sus manos encima de mis ojos, sus mentiras, mis libros, las mentiras de él, mis cintas, las mentiras de ella, mis recortes, su puto diario:

Comparto tu terror, estoy

entre la espada y la pared.

El teléfono sonaba.

John Shark: Bueno, sir Robert Mark[22] dijo, y cito

[lee]: «El cáncer de corrupción que existe en el Departamento de Publicaciones Obscenas ha sido desvelado y exorcizado».

Oyente: Chorradas, John, y nada más.

John Shark: ¿No le impresiona?

Oyente: Por supuesto que no. También dijo que nada de aquello habría salido a la luz pública de no haber sido por la puñetera prensa. Eso no es muy tranquilizador, ¿verdad? Que tengan que apoyarse en vosotros.

John Shark: Creo que sir Robert dijo que todo el país está en deuda con nosotros.

Oyente: Yo desde luego no. Yo no.

The John Shark Show

Radio Leeds

Lunes, 6 de junio de 1977

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