1977

1977


Cuarta parte » Capítulo 17

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La anciana del otro lado de la mesa se acaba el último sándwich y arruga el papel de aluminio hasta convertirlo en una pelota muy, muy pequeña, huevo y queso en sus dientes falsos, migas pegadas a sus polvos faciales, me sonríe, una gárgola, los dientes del marido sangran en la gran manzana roja, en este gran mundo rojo, rojo, rojo.

1977.

En 1977, el año en que el mundo se tiñó de rojo.

Mi mundo:

Necesitaba ver las fotografías.

El tren seguía su camino.

Tenía que ver las fotografías.

El tren se paró en otra estación.

Las fotografías, las fotografías, las fotografías.

Clare Morrison, Jane Ryan, Sue Penn.

Estaba llorando y quería parar, quería recuperarme, pero, cuando lo intentaba, las piezas no encajaban.

Faltaban piezas.

1977.

En 1977, el año en que el mundo se hizo trizas.

Mi mundo:

Me hundo, hasta el fondo del mar, mejor estaría muerto, ese fondo malvado, malvado, esas olas secretas bajo el agua que me reflotaron hinchado, que me sacaron del fondo del mar.

A la playa, arrastrado por la marea.

1977.

En 1977, el año en que el mundo se hundió.

Mi mundo:

1977 y yo necesitaba ver las fotografías, tenía que ver las fotografías, las fotografías, las fotografías.

En 1977, el año…

1977.

Mi mundo:

Una fotografía imaginaria.

Ponte algo bonito

No me paré en Bradford, sólo cambié de tren para Leeds y me senté en otro tren que cruzaba lento el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno, el infierno:

El infierno.

Una vez en Leeds crucé Boar Lane bajo la lluvia negra, tambaleándome, tropezando por el barrio, hasta llegar a Briggate, cayéndome, hasta la librería de adultos de Joe.

¿Spunk? ¿Números atrasados?

—Al lado de la puerta.

—¿Tiene todos los números?

—No lo sé. Eche un vistazo.

De rodillas, me puse a buscar, haciendo una segunda pila a un lado y separando cada ejemplar diferente que encontraba, agarrándolos de su envoltorio de plástico.

—¿No hay más?

—Puede que haya algunos en el almacén.

—Los quiero.

—Vale, vale.

—Todos.

Esperé mientras Joe iba al almacén bajo la brillante luz rosada, los coches se deslizaban fuera bajo la lluvia, algunos fulanos curioseaban los productos de la tienda y me echaban miradas de soslayo.

Joe regresó con seis o siete revistas en las manos.

—¿Ya está?

—Debe tenerlos ya todos.

Miré las que llevaba y debían de ser unas trece o catorce.

—¿Todavía se publica?

—No.

—¿Cuánto es?

Hizo el gesto de quitármelas de las manos, pero luego preguntó:

—¿Cuántas son?

Las solté para contarlas y luego las recogí.

—Trece.

—Ocho cuarenta y cinco.

Le di un billete de diez.

—¿Quiere una bolsa?

Pero ya me había ido.

En los lavabos del Market, la puerta del retrete cerrada con pestillo, en el suelo, rasgo los envoltorios de plástico, paso las páginas nerviosamente, paso imágenes y fotografías, fotografías de traseros y tetas, de coños y clítoris, de partes peludas, de partes oscuras, de partes rojas, rojas con la sangre, hasta que llego… llego a las zonas amarillas.

Por esto muere la gente.

Por esto la gente.

Por esto.

Entré en otra cabina y marqué.

—George Oldman, por favor.

—¿Quién le llama?

—Jack Whitehead.

—Un momento.

Esperé en la cabina.

—¿Señor Whitehead?

—Sí.

—El despacho del jefe Oldman ha decidido no responder a más llamadas de la prensa. ¿Podría, si es tan amable, llamar al inspector Evans en el…?

Colgué y vomité en el suelo de la cabina de teléfonos roja.

En la cama, una cama de papel y pornografía, rezo, el teléfono suena y suena y suena y suena, la lluvia contra los cristales cae y cae y cae, el viento por los marcos de las ventanas sopla y sopla y sopla, los golpes en la puerta retumban y retumban y retumban.

—¿Qué ha pasado con nuestros 25 Años?

—Se acabó.

—¿La indulgencia y el perdón de los pecados, el final de la penitencia?

—No puedo perdonar las cosas que ni siquiera sé.

—Yo sí, Jack, tengo que poder.

El teléfono sonaba y sonaba y sonaba y ella estaba inmóvil a mi lado en la cama.

Le levanté la cabeza para sacar mi brazo y ponerme de pie.

Descalzo, fui al teléfono.

—¿Martin?

—¿Jack? Soy Bill.

—¿Bill?

—Joder, Jack, ¿dónde te has metido? Se ha armado la de Dios es Cristo.

Asentí con la cabeza en la oscuridad.

—Resulta que la prostituta muerta en Bradford es la puñetera novia de Fraser y es a él a quien han detenido.

Volví la cabeza hacia la cama, la vi inmóvil en la cama.

Jane Ryan, léase Janice.

—Luego llegó a Bradford una carta del Destripador —seguía diciendo Bill—, y no le han dicho nada ni a Oldman ni a nadie, y van y la publican sin más en la edición de la mañana, joder, y se la han vendido a

The Sun.

Me quedé quieto en la oscuridad.

—¿Jack?

—Joder —dije.

—Hundidos en la mierda, compañero. Será mejor que vengas.

Me vestí a la luz del amanecer, la luz mortecina, y la dejé inmóvil en la cama.

En las escaleras miré el reloj.

Se había parado.

Una vez fuera, fui hasta la tienda paquistaní de la esquina y compré un

Telegraph Argus.

Me senté en un murete, de espaldas a un seto, y leí:

¿CARTA DEL DESTRIPADOR A OLDMAN?

Ayer por la mañana el

Telegraph & Argus recibió la siguiente carta de un hombre que asegura ser el Jack el Destripador de Yorkshire.

Las pruebas realizadas por expertos independientes y la información aportada por fuentes fiables de la policía conducen a este periódico a creer que esta carta es auténtica y no la primera de este tipo que ha enviado dicho sujeto.

Sin embargo, aquí en el

Telegraph & Argus, creemos que ustedes, el público británico, tienen derecho a juzgar por ustedes mismos.

Desde el infierno.

Querido George:

Siento no poder darles mi nombre por razones obvias. Soy el Destripador. La prensa me ha calificado de maníaco, pero ustedes no, ustedes me califican de listo porque saben que lo soy. Usted y sus chicos no tienen ni idea; aquella foto del periódico me dio un ataque de risa y de lo de suicidarme, olvídense. Tengo mucho que hacer. Mi propósito es limpiar las calles de esas guarras. Lo único que lamento es lo de esa chica, Johnson, no sé por qué cambió la rutina aquella noche, pero ya les advertí a ustedes y a XXXX XXXXXXXXXX del

Post.

Ustedes creen que ya son cinco, pero hay una sorpresa en Bradford; es que me muevo mucho.

Adviertan a las putas que no salgan a la calle porque siento que me está volviendo a venir.

Lo siento por la chavalita.

Cordialmente suyo.

Jack el Destripador

Puede que vuelva a escribir otra vez, no estoy muy seguro de que la última se lo mereciera. Las putas son cada vez más jóvenes. Espero que la próxima sea una fulana vieja.

El siguiente titular:

¿LO SABÍAN LA POLICÍA Y EL

POST?

Sentado en el murete, la boca llena de bilis, las manos manchadas de sangre, lloré.

Por esto muere la gente.

Por esto la gente.

Por esto.

Oyente: Van a dejar que ese maldito Neilson,

la Pantera Negra, le van a dejar que apele, ¿no?

John Shark: ¿Y tú estás en contra de eso, Bob?

Oyente: Bueno, más bien me da risa. Están encerrando a todos los puñeteros polis y dejando en libertad a los criminales.

John Shark: ¿Crees que se notará la diferencia?

Oyente: Buena observación, John. Buena observación.

The John Shark Show

Radio Leeds

Martes, 14 de junio de 1977

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