1969

1969


El Lolo

Página 11 de 43

—¿La Tercia?

—Sí, un pueblo de esos perdidos, de camino a Cartagena.

—Una fiesta, sí, algo así me imaginaba. ¿Qué pasaría?

Leyó la cara del Lolo. No sabía nada más, le pareció evidente. El chapero comenzaba a bloquearse de nuevo; estaba asustado. Alsina decidió ir donde

Madame La Croix, a buscar dinero en su abrigo. Con esa pequeña suma el Lolo podría pagarse un billete para salir de allí.

—Espera aquí —ordenó.

—¡No! —gritó el otro—. No voy a dejar que me entregue.

Antes de que pudiera reaccionar, el joven había abierto la ventana y, para su sorpresa, saltó ágilmente por la misma. Se escuchó un golpe tremendo y cuando el policía pudo asomarse contempló cómo el huido intentaba levantarse a duras penas. La caída desde el primer piso le había doblado un tobillo hacia afuera, de manera antinatural, pero, no obstante, logró incorporarse lo justo para que lo arrollara un Dodge negro que, imponente, apareció de pronto tras la esquina. Al estridente sonido del frenazo siguió el grito de una mujer que paseaba un cochecito de bebé y lo vio todo. El golpe seco contra el cuerpo del joven hizo estremecerse al policía.

El Lolo quedó tirado en el suelo, inmóvil. Un charco de sangre, oscura y viscosa, surgió de su sien derecha, la que quedaba en contacto con la calzada.

Alsina bajó las

escaleras a toda prisa, aunque sabía que no había nada qué hacer. Al fondo se escuchaban los gritos de

Madame La Croix. Alsina quedó inmóvil por un momento. Todo había ocurrido vertiginosamente, como en un sueño. Su mente no acertaba a procesar toda aquella información surgida en un segundo, tan desagradable, tan irreal.

Se arrodilló junto al muerto y comprobó que, en efecto, era tarde.

Alguien le puso la mano en el hombro. Era la dueña de la casa de citas:

—Váyase, rápido. Yo me hago cargo —susurró sin que lo oyera ninguno de los curiosos que ya se acercaban por docenas.

Ir a la siguiente página

Report Page