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DOS » Capítulo VI

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Capítulo   

VI

EN una silla, esperas el instante que tanto te gusta.

Aguardas.

Paciencia. Paciencia.

Tu vista repasa su cuerpo y sabes ahora ya que era más débil de lo que habías previsto. Te sorprendió la escasa resistencia que opuso. Incluso hasta se dejó llevar mansamente al dormitorio.

En cierto modo resultó aburrido. Bastaron dos golpes y cayó pronto. Al principio, lo miraste echado sobre la cama. Su apariencia ostentaba cierto aire de grandeza y de dignidad. A pesar de la edad avanzada, su rostro era bello, tenía rasgos apacibles y muy armoniosos. Sin embargo, difería mucho del hombre que era cuando estaba despierto.

Lo sabías.

Lo habías seguido previamente.

A diferencia de ahora, cuando estaba consciente era bastante repulsivo. Al hablar, tanto en broma como en serio, le afeaban sus diferentes taras: una risa chillona y desagradable, una cólera más repulsiva aún, que le hacía echar espumarajos por la boca, un insoportable balbuceo y una continua agitación de la cabeza que crecía al ocuparse en cualquier cosa por insignificante que fuese.

Lo viste varias veces, en la calle, en el parque dando de comer a las palomas, comprando el periódico o hasta bebiendo un café en el bar de la avenida Juan de Austria.

Sin mujer, sin hijos, con solo un sobrino ex yonki que lo visitaba todos los lunes por la tarde. Conocías su rutina y sabías claramente cómo proceder.

Por eso, ahora que estás a solas con el anciano, como es tu costumbre, aguardas pacientemente ese instante ínfimo, postrero. Observas sus pequeños espasmos hasta que se queda inmóvil. Entonces aproximas tu rostro al suyo y sientes ese último aire tibio, exangüe que sale de su cuerpo.

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