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CINCO » Capítulo VIII

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Capítulo   

VIII

DANI Güiza tiene campo ahí. Ya va la segunda línea de mediocampistas, con Fábregas, con Silva y con Iniesta. Y además se suma Ramos, incansable todo el partido de hoy. Fábregas toca y Güizaaaaaaaaaaa… Todos saltan en el bar. ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Goooooooooool! Tenía que llegar el segundo, sí, señor, dice un comentarista. Teníamos que rematar a Rusia. Y ahora sí, España dos y Rusia cerooooooo. ¡La final, la final el domingo ante Alemania ya es un hecho!

¡Yo soy español, español, español!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

¡Yo soy español, español, español!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

El sargento mira el móvil.

Paciencia. Paciencia.

—Coño, ¡qué golazo! —se alegra el gordo Fernández y derrama la cerveza.

—Ya limpio, Carlitos, no te preocupes.

—¡Y trae otra cosa más para picar, Rafa! Un plato para elefantes, no te olvides.

—Claro, claro.

Los cánticos, cambian, se mezclan.

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

¡Yo soy español, español, español!

¡Yo soy español, español, español!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

Afuera, por el ventanal, el sargento observa cómo el árbol sin hojas que parece una mano cadavérica se retuerce. La bandera española se ondea.

El partido se reanuda. Los jugadores rusos no bajan los brazos, pero ya queda muy poco, señores. Minuto setenta y cinco. El domingo nos espera Alemania.

Vuelve a mirar el teléfono. El móvil del cabo no da señales de vida.

—¡Estás chalado, Ledesma!

—…

El sargento observa la alegría, la euforia que le rodea y se da cuenta de que este bar le gusta más de lo que jamás admitirá en voz alta, pero, claro, no así, con tanta gente.

—Aquí les dejo dos cañas más, Paquito.

—Es un cachondo este —el gordo Fernández bufa mirando la tapa—. Mira lo que nos ha traído. Esto ni de coña es un plato para elefantes. A Rafa hay que cobrarle más.

—Ese no es tu asunto.

—Claro, hombre. No te mosquees.

—¿Estás seguro, Ledesma, de que esos dígitos son coordenadas?

—No, sargento. Tal vez sean otra cosa.

—¿Entonces?

—Igual voy a mirar.

Elejalde observa el reloj.

Son casi las 10:20 de la noche.

Iniesta da un pase largo lateral a Fábregas que gana metros. Ahí… Ahí… Silva corre por el centro. Va detrás Capdevila. Silva. Silvaaaaaaa. ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gol! ¡Gooooooooooooool! Ahora sí, sin ninguna duda, estamos en la final, señores. En el minuto ochenta y uno acaba de marcar Siiiiiiiiilva. ¡Qué jugada de España! ¡Qué segunda parte! ¡Qué locura de partido! España tres, Rusia cero.

¡Yo soy español, español, español!

¡Yo soy español, español, español!

¡Yo soy español, español, español!

De pronto vibra el teléfono. El nombre de Ledesma aparece en la pantalla del móvil.

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

—¡Diga! —el sargento pega el teléfono a su oído y aguarda atento.

Al otro lado, escucha una voz hueca. Por el bullicio, apenas logra percibir unos sonidos guturales, ininteligibles.

—¡Joder! —gruñe.

El gordo Fernández se gira y le muestra su rostro porcino.

—¿Qué sucede?

—¡Es Ledesma! —el sargento grita para que le oiga por encima del ruido que les inunda—. ¡Necesita ayuda!

—¡Coño! —el gordo observa nervioso a los chicos del bar que gritan y saltan—. ¿Pero va a venir?

—¡Joder! —es lo único que responde el sargento mientras sale rápidamente del bar.

¡Final! ¡Final del partido! Se acabó. España está en la final, señores. ¡Qué equipo! ¡Qué gran juego!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

—¡Saltad, troncos!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

¡Yo soy español, español, español!

¡Yo soy español, español, español!

Oeeee… Oe oe oeeeeeeeeeeee…

—¡Adiós, Paquito! —se despide el barman, pero Elejalde no alcanza a oírle.

Llama al cuartel y da la alerta mientras camina por la vereda a oscuras, con pasos veloces. Piensa en Ledesma. En todas partes hay gritos, saltos, cánticos. La ovación le rodea. Cruza la avenida Marcelo Usera y se dirige hacia la calle donde aparcó el coche. Las luces de la esquina lo iluminan.

—Joder —vuelve a murmurar.

Sube, enciende el motor y parte. Rumbo a Rivas Vaciamadrid, percibe cómo su corazón late apresuradamente. Es consciente de que el vacío será aún mayor. Inmenso.

Es más, ya empieza a sentir esto incluso ahora.

Es una oquedad que sube desde su estómago y le absorbe, le devora por dentro. Es una sensación extraña, nueva para él. Jamás le había sucedido algo semejante en todos estos años.

Trata de serenarse. Vuelve a recordar al cabo.

—Joder, Ledesma. Si vas a acercarte a esa dirección, que sea hoy. Y ni cuentes conmigo para esto. Eso sí, te advierto, que mañana te obligaré a dejar de lado esta gilipollez. ¿Me oyes?

—Sí, sargento.

—¿Te ha quedado claro?

—Sí, sargento. Voy a ir en la tarde. A la hora de comer.

—Tú verás, Ledesma. Pero que no pase de hoy.

—Me acerco a mirar y le informo, como siempre, sargento.

Respira profundamente, la mirada atenta en la carretera. Afuera, la noche azul, cargada de estrellas le va tranquilizando.

Mientras enrumba por la autopista A3 hacia el lugar de los hechos, intenta ser meticuloso una vez más. Por ella, sobre todo, por ella. Estaba orgullosa de él. No. No podía defraudarle. Acabará esta investigación como es debido. Después de todo, jamás ha dejado ningún caso de asesinato sin su respectivo inculpado en prisión. Por eso mismo hace un repaso por si se le ha pasado algo. Pero no. Piensa en los cadáveres, en los diferentes restos, en las pruebas, en los pocos hallazgos de la Científica.

En breve, ya lo sabe, como lo tenía previsto, arrestarán al gordo Fernández. Encontrarán su ADN, sus huellas, su ropa, dinero oculto en ese viejo edificio y hasta dos de sus cuadernos azules. La policía tendrá al asesino, el capitán, al ladrón que los jodía; y él, el sargento Elejalde, se hará cargo de los negocios de ese cerdo. Todos ganan. Tiempo al tiempo. Paciencia. Paciencia. Sonríe. Sabe que este beneficio se lo merece desde hace mucho. Al menos es una satisfacción extra de lo que lleva construyendo durante tantos años.

Dentro de todo, solo le inspiran algo de consideración Rocío y Ledesma. Ambos eran un poco inocentes.

Avanza por la autopista casi desierta.

Echa de menos a Susana. Fueron casi diez años. Una compañera semejante no se encuentra así nomás en este mundo. Menos una que esté, además, dispuesta a compartir su existencia con uno por un proyecto vital de largo aliento.

Diecinueve, diecinueve, murmura con las manos fijas en el volante. Comprende que le tocará empezar de nuevo. Volverá a tirar el dado. El icosaedro. ¿Qué número saldrá esta vez? ¿Y si es uno grande? ¿Cuántos años tardará? ¿Diez? ¿Doce, quizás? ¿Y quién será el primero? El barman, Rafa, tal vez. Es muy probable, porque casi lo tiene decidido. Aunque de momento, no importa. Sabe que tiene que esperar un buen tiempo. Es consciente de que sin ella, todo será más difícil. Bastante. La echa de menos… Y esa sensación extraña, el vacío en el estómago, regresa.

Ahora que está a punto de llegar, ve dos coches patrulla y no puede evitar emocionarse. Entonces, mira otra vez el cielo poblado de estrellas y recuerda el Volkswagen azul y a Susana y a él, el día que se conocieron, cuando juntos, muy juntos, recostados en los asientos delanteros, observaban aquella noche invertida llena de puntitos negros.

Table of Contents

DIECINUEVE

Créditos

Dedicatoria

Epígrafe

UNO

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

DOS

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

TRES

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

CUATRO

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

CINCO

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

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