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CUATRO » Capítulo VI

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Capítulo   

VI

LA lluvia sigue, pero es más tenue.

El viento, en cambio, persiste. Aúlla. Las pequeñas gotas que caen, golpean contra el cristal de la ventana y se deslizan como gusanos transparentes.

Las cortinas cerradas de color naranja te desagradan. Contrastan demasiado con el cuerpo de ella. Te recreas con su desnudez. Te acercas, la miras y no puedes evitar percatarte de que en la cama su cuerpo se ve mucho más pequeño que antes. Como si tuviese nueve años, otra vez. Tus dedos se deslizan entre sus cabellos abriendo surcos largos que desaparecen inmediatamente en una catarata de oro que cae sobre la almohada. Ella permanece quieta, con los ojos cerrados. Parece una princesa, te dices. Una de cuento de hadas hechizada por el maleficio de alguna nefasta bruja. Le pones la mano en la frente. Se la acaricias. Sí, una princesa que espera, plácida, tranquila, el momento en el que va a desaparecer, por fin, el mal que la domina. Entonces, te echas a su lado, palpas su piel, el calor que se va de ella, que se aleja, que te abandona también a ti al tocarla.

Cuando presientes que ya es libre, le das un beso de despedida y te levantas. Caminas por la habitación. Miras el reloj con calma y entre tus cosas buscas el palo con el que vas a violentarla y la tijera. Será el dedo meñique del pie izquierdo, te dices mientras escuchas cómo, afuera, el viento aúlla.

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