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3. Sueños peligrosos

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Sueños peligrosos

DRAKE

Veo con asombro cómo el rostro de Alaska pasa por una palidez mortal antes de volverse de un rojo que me asusta. Luego, empieza a inspirar y espirar tan rápidamente que me alarmo al creer que se está asfixiando. Entonces emite un extraño quejido antes de ponerse de pie, tomar la mochila que había dejado a mis pies y salir a toda prisa de la cafetería.

Mierda.

Me pongo de pie rápidamente y agarro nuestras bebidas, olvidando que como se supone eran para tomar aquí no tienen protector, razón por la que me quemo y maldigo mientras dejo caer los vasos con el contenido. La cajera se queja, tomo las galletas envueltas en unas servilletas y corro para alcanzar a Alaska.

La muy tonta está corriendo como si huyera de un asesino. Grito su nombre y se vuelve, pero sin detenerse. Corro para alcanzarla; sin embargo, ella llega a una parada de autobuses y sube a uno de ellos. Disminuyo mi trote al ver que el bus se aleja.

—Oh, no vas a escapar, pequeña escritora. Somos vecinos.

Para poder atrapar a Alaska debo esperar hasta que llega el siguiente bus. No dudo en tomarlo. Va un poco lleno y me quedo de pie tratando de no magullar las galletas entre el jaleo de las personas. El viaje se me hace eterno porque casualmente en cada una de las paradas quiere bajarse alguien, y cuando finalmente estoy a tres manzanas de nuestra residencia, me bajo yo del bus.

Camino hasta llegar a nuestra cuadra, pero antes de entrar en mi casa, me detengo en la casa de los Hans, de la cual proviene una música a todo volumen, lo que me confirma que los padres de Alaska no se encuentren en ella. Pese a la intensidad del sonido, parece que me oyen porque la música se detiene y, segundos más tarde, la mayor de las hermanas abre la puerta.

—Oh, eres tú —dice Alice para luego verme de manera desafiante—. ¿Qué le has hecho a Aska? Ella me ha pedido que te diga que murió y enterramos su cuerpo en algún país extranjero de otro continente. ¿Qué te parece en Colombia o en Guatemala?

Por un momento su pregunta me desconcierta, pero sacudo la cabeza concentrándome en preguntarle dónde se encuentra Alaska.

—Arriba —responde—, pero en serio. ¿Qué le has hecho? Nunca la he visto tan sonrojada y acelerada en su vida.

—He leído sus historias. ¿Sabías que ella escribe?

—Sí, sé que mi hermana se pasa horas escribiendo en su portátil. ¿Ella lo publica?

—Lo hace.

—¿Dónde? Debo leerla, siempre es muy reservada sobre ello.

Y ahora entiendo por qué. No pretendo incomodar más a Alaska. Si ella no desea que las personas de su entorno lo sepan, los demás tendrán que descubrirlo del mismo modo en el que yo lo hice. Siento que esto es una cuestión de confianza y que, por respeto a ella, debo mantener oculto.

—Lo siento, pero le guardo el secreto. ¿En dónde está?

—En su habitación, aprovecha que papá y mamá no están, pero no intentes pasarte de listo —me advierte.

La respuesta que le doy es un asentimiento mientras me dirijo hacia las escaleras. Alice me llama y cuando me vuelvo, sus ojos, que admito que son impresionantes y preciosos, me miran con diversión.

—¿Sus historias son buenas? —quiere saber.

Depende de cómo lo mires: ¿me calenté leyendo escenas de sexo escritas por mi vecina? Sí. ¿Puede hacerte leer escenas rosas sin que te dé diabetes? Sí. ¿Te puede presentar una discusión tan frustrante que quieres entrar en el libro y golpear a todos? Sí. ¿Mata a su antojo y te hace pensar sobre la vida? Sí.

Alaska Hans tiene talento.

—Es muy buena.

—Genial, no esperaba menos de mi hermanita. Ella tiene ese aire de superestrella.

Asiento en señal de acuerdo y subo las escaleras de dos en dos, queriendo llegar hasta la pequeña escritora. Mi familia y la de los Hans han sido vecinas desde siempre, así que conozco esta casa como la mía propia y en consecuencia sé dónde queda la habitación de Alaska porque está justo frente a la mía. Al llegar toco la puerta.

—Déjame —responde.

—Aska, soy yo, tu genial vecino Drake.

—Déjame al cuadrado —se queja.

No puedo evitar reírme y apoyo mi frente en la puerta. Tiene cada ocurrencia… Alaska es encantadora y sus acciones siempre tienen un efecto en mí.

—¿No puede un lector hablar con su escritora favorita? —intento.

—Cállate. Esto es muy vergonzoso —vuelve a quejarse—. Por favor, olvídalo.

—De acuerdo, lo haré. —Cruzo los dedos porque esa declaración es una mentira.

De ninguna manera olvidaré esto. Aunque lo quisiera borrar, me resultaría imposible. ¿Todo ese talento? ¿Sus historias? ¿El sexo sucio y explícito? Sí, todo eso se ha quedado en mi cabeza para siempre.

—Abre y al menos toma mi ofrenda de paz… Son galletas.

Tarda, pero la tentación parece ser más grande que su vergüenza porque la puerta finalmente se abre. Cuando la veo me muerdo el labio mientras me recuerdo que no puedo ver a Alaska de esa manera. Y es que ella es una chica preciosa, demasiado, y no es algo que ignore, razón por la cual ya no estoy tan abierto a conversar con ella con tanta frecuencia como lo hacía antes.

Salgo de mis pensamientos y le extiendo las galletas. Ella no duda en tomarlas mientras parece que intenta evitar mi mirada.

—No hablaremos nunca de esto y no volverás a leerme —sentencia.

Todo lo que hago es mirarla mientras engulle una de las galletas, a la espera de que confirme que olvidaremos todo esto. Sonrío de manera amplia y sus ojos se entornan.

—Hum… No lo sé —termino por responder.

La reacción de Alaska es cerrar la puerta en mi cara, en una clara muestra de lo molesta que está. Suelto una risa y vuelvo a tocar su puerta, atreviéndome a un segundo intento.

—Vete —me dice.

—De acuerdo, solo quiero decirte algo. —Sé que me está escuchando—. Cuando tu chica le haga mamadas a tu personaje, procura que cubra sus dientes, lo olvidaste en tu escena superdetallada del capítulo cinco y temía que le mordiera la polla.

—¡Oh, Dios mío! ¡Solo vete, estúpido idiota!

Sacudo la cabeza riendo aún más mientras bajo las escaleras de su casa.

21 de mayo de 2015

—Pareces muy pensativo, copia mal hecha.

Sonrío sin darme la vuelta para ver a mi gemelo. Él se sienta a mi lado en las escaleras frente a la puerta de nuestra casa. Bloqueo el teléfono para que no sepa que estoy leyendo la historia de Alaska… Una vez más, y no cualquiera, se trata de Caída apasionada, la historia supersucia.

Alaska no ha subido ningún capítulo nuevo desde que la descubrí hace semanas, tal vez ha pasado incluso un mes. Muchos de sus lectores se encuentran preocupados y otros molestos. En mi caso, me siento culpable porque creo que tuve mucho que ver con el hecho de que no volviera a actualizar la historia que gusta tanto.

Mi intención no era cohibirla sobre el hecho de escribir, no pensé que esa sería su reacción. Tampoco pensé que yo sería esta persona que ha releído una vez más todos los capítulos mientras espera a que ella decida de nuevo retomar su famosa historia sucia.

Cada vez me encuentro más intrigado sobre los pensamientos de Alaska. En esa historia no hay nada inocente, el sexo se lee muy real incluso si algunas de las cosas son un poco surrealistas. ¿Estas son las cosas que rondan en su cabeza? ¿Son las cosas que Alaska quiere experimentar? ¿Y por qué rayos me enfrasco en estos pensamientos?

—¿Qué pasaría si…? —comienzo a preguntarle a Dawson después de un rato largo de silencio, pero me callo abruptamente.

—¿Sí? —me insta con paciencia, una cualidad que posee mi gemelo.

No prosigo, pero lo que me preguntaba es qué pasaría si admito que me estoy sintiendo muy extraño acerca de mi vecina unos años menor que yo.

—Nada —termino por responder a mi hermano—. Era una tontería.

—¿Seguro? —pregunta, y yo asiento—. No te creo, pero supongo que me lo dirás cuando sientas que es correcto hacerlo, mi superconexión de gemelo me lo dice.

Eso me hace reír y él despeina mi cabello antes de ponerse de pie. Me avisa de que usará el auto y, en vista de que no tengo ningún plan por el momento, no hago objeciones. De esa manera una vez más me quedo solo con mis pensamientos y desbloqueo el teléfono para continuar el último capítulo que Alaska subió hace un mes. Cuando termino, dejo un mensaje en su perfil, entre tantos, que no es para ella sino para sus locos fanáticos desesperados:

¡Locos! Hay que tener paciencia. Alas no va a abandonarnos, ella tendrá sus razones. Solo esperemos. Cuando vuelva estoy seguro de que lo hará con todo. Alas, si lees esto: siempre contigo.

Presiono «publicar» y sonrío. Dudo que Alaska lea mi mensaje entre tantos, pero al menos espero que sus lectores lo hagan. De verdad, parece que están a nada de volverse locos.

Guardo mi teléfono, alzo la vista al cielo y respiro hondo. Cierro los ojos sintiendo el aire frío contra mi rostro. Hago un repaso en mi cabeza de los trabajos pendientes que tengo y me planteo si debo escribirle a alguna de mis amigas para saber si quiere quedar para un rato de diversión, pero todo ello queda atrás cuando oigo unos pasos acercarse. Al alzar la vista me encuentro con la persona en la que justamente pensaba unos minutos atrás. Ella me da una tímida sonrisa y se sienta a mi lado sin decir ni una palabra.

La verdad es que, desde el día en el que le dije que sabía que escribía, Alaska me ha estado evitando. Lo he tomado como que de verdad no quiere hablar del tema y, aunque no estoy de acuerdo, decido que por hoy fingiré que aquel día no ocurrió. Es la primera vez en semanas que hablamos porque ella quiere y no por casualidad.

—¿Qué hacías aquí sentado? —me pregunta tras un breve silencio.

Muerdo mi labio pensando en qué responderle. Si le digo que releía su historia, seguramente enloquecerá. Pruebo con ir con una verdad a medias.

—Estaba pensando sobre cómo mi vecina me evita —digo.

—No te evito.

—No dije que estuviese hablando de ti, Aska.

Me vuelvo a verla y está frunciendo el ceño. Cuando gira la cabeza, su mirada se encuentra con la mía. De nuevo ahí está la sensación que no debería existir cuando la miro.

—¿Estás molesta conmigo? —pregunto.

—No. ¿Por qué debería estar enojada contigo? —Baja sus manos a sus pies y juega con los cordones de sus Converse—. Si estuviera enfadada, no habría bajado para estar contigo al verte desde la ventana.

Me inclino hacia ella y beso su mejilla tomándola por sorpresa, de inmediato su piel se sonroja mientras sus ojos me miran con curiosidad. Sin duda, es de las chicas más hermosas que he visto nunca.

La veo lamer sus labios y mira hacia el suelo antes de alzar de nuevo la vista e inclinarse hacia mí. Ahora es ella quien deja un suave beso contra mi mejilla y, por unos desconcertantes segundos, siento la tentación de mover mi rostro para que sus labios hagan contacto en otro lugar.

¡Estoy mal! Parece que estoy perdiendo la cordura por culpa de mi vecina menor que yo. ¿Qué carajos me está pasando? Necesito ubicarme y darme cuenta de que no estamos en la misma onda ni en las mismas etapas de la vida.

—¿Quieres ir por un helado, Aska? —pregunto tras ordenar mis pensamientos.

—¿Como cuando éramos más pequeños y me invitabas?

Suena genuinamente entusiasmada y me siento un idiota porque, cuando Alaska dejó de verse como una tierna niña para convertirse en esta chica sexi y despampanante, tomé distancia para proteger nuestra amistad y ser sensato, pero no me di cuenta de que tal vez, al igual que yo, ella extrañaría estos momentos pequeños en donde compartíamos pensamientos y conversaciones.

—Sí, pero ahora tengo más dinero para comprarte un helado más grande.

—Oh… No, de ninguna manera puedo rechazar esa invitación.

Me levanto y estiro mi mano para que la tome, ella lo hace y tiro hasta ponerla de pie. Es más baja que yo y no puedo evitar pensar que esa es la razón por la que siempre he sentido que nuestros abrazos eran perfectos. Me mira con entusiasmo y le devuelvo el gesto.

—Iré adentro por mi billetera. Debemos ir caminando o en bus, Dawson tiene el auto.

—No hay problema. Todo sea por el helado.

Río divertido y le doy una larga mirada antes de espabilar, girarme y entrar en casa a por mi billetera. me acompaña el constante pensamiento de que entre Alaska y yo cada vez las cosas se sienten de manera más diferente. Y no sé si eso es algo bueno.

4 de junio de 2015

Me encuentro sentado trabajando en mi escritorio con el ordenador portátil encendido, analizando el concepto para la publicidad de un cliente nuevo que me pagará muy bien. Por esta razón tardo en notar que han llamado a mi puerta. Digo un «adelante» mientras escribo en el teclado un desglose de los elementos en los que debo centrarme para que esta publicidad funcione.

Estoy demasiado concentrado en la pantalla hasta que unas suaves manos cubren mis ojos. La reconozco antes de que pueda incluso hablar.

—¿Adivinas quién soy? —pregunta con voz ronca.

—Alaska —digo sin duda y con mi respiración un tanto pesada.

La escucho reír mientras sus manos bajan a mi cuello y lo acaricia de una manera que me hace estremecerme. ¿Qué está haciendo?

Abro los ojos. ¡Mierda, mierda! No, no, no. No puede ser. Acabo de tener un jodido sueño con Alaska.

En las últimas semanas parece que he tenido demasiado a Alaska en mis pensamientos, pero nunca lo había llevado a este nivel en donde mi inconsciente me haría soñar algo tan adulto. Me siento avergonzado.

No, no puede pasarme esto. Esto simplemente no puede suceder.

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