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18. El argumento

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El argumento

DRAKE

El destino quiere hacer que mi tentación sea muy grande, esa es la única conclusión a la que puedo llegar después de que mis padres se fueran a cenar con Holden y se llevaran a Hayley con ellos. Además de eso, Dawson actuó de una manera rara y luego se fue llevándose el auto consigo. ¿Resultado? Cuando Alaska toca el timbre de la casa estoy preparándome para estar completamente a solas con ella.

Me levanto del sofá y cuando abro la puerta me la encuentro con un short alto tejano y una camisa corta negra y ajustada. ¿Por qué mi novia tiene este cuerpo que me vuelve loco y me incita a pecar? ¿Por qué todo en Alaska me seduce cuando no lo intenta?

Me sonríe y pasa por mi lado, ajena a toda la batalla interna que yo tengo. Cierro la puerta detrás de mí y apoyo la frente contra la superficie fría. Inmediatamente la escucho reír.

—¿Qué te pasa, Drake?

—Nada. —Me doy la vuelta para observarla.

—¿Por qué todo está tan silencioso?

—Porque estoy solo en casa.

Parece procesar mi respuesta mientras mira alrededor como si verificara que no estoy mintiendo, luego se balancea sobre sus pies con las manos en los bolsillos delanteros de su short.

—¿Y mis ejercicios? —pregunta finalmente. Enarco una ceja en respuesta.

—¿Y mi saludo? —devuelvo.

—Hola, Drake. ¿Qué tal estás?

—Oh, eso no funciona. Estamos en una situación algo diferente. Esos saludos ya no nos sirven.

—Primero dame mi tarea —negocia.

No puedo evitar reír de su astucia, camino hacia las escaleras y ella me sigue en completo silencio, las subimos y recorremos el pasillo hasta mi habitación. Un coro de voces está cantándome en la cabeza: «Estamos solos, estamos solos».

Tomo las dos hojas de ejercicios sobre el escritorio de trabajo y se las entrego. Lo inspecciona como si tuviese el conocimiento para notar algún error en ello. Alaska sabe que no debe escoger una carrera que incluya química, porque ella la odia. Cuando parece complacida con mi trabajo, deja las hojas sobre el escritorio una vez más antes de girarse hacia mí.

—Bien, has cumplido.

—Ahora, dame mi saludo, Aska.

Se acerca a mí con un rastro de timidez, pero no deja de sonreír ni de lucir esa confianza que siente hacia mí. Me impaciento de lo lento que está resultando su acercamiento y acorto la distancia entre nosotros pegando su torso al mío. La rodeo con uno de mis brazos y la alzo sobre mis pies para tenerla a ras de mi cuerpo. Mantengo la mirada fija en su boca y lamo mis propios labios antes de hacer lo mismo con los suyos, siento el aire que deja escapar entre ellos. Atrapo con mis dientes su labio inferior, no le hago daño, es una suave presión mientras tiro de ellos y luego me dejo de tonterías para comenzar a besarla. No será el primer beso, pero tiene la capacidad de desarmarme que tuvo aquel. Besarla es totalmente adictivo.

Sus brazos se colocan alrededor de mi cuello y siento sus dedos en el cabello que pretenden acercar mucho más nuestros rostros. Me abro paso a su boca con mi lengua y me encargo de acariciar muy lentamente la suya; una de mis manos va a su espalda y me deleito con la franja de piel desnuda que hay entre su camisa corta y el short de corte alto. Me alejo y casi río cuando su rostro, con los ojos cerrados, persigue al mío en busca de más.

—Ese es un saludo digno —susurro. Sus ojos se abren.

—Es el mejor.

—¿Ya debes irte? —No despego mi mano de su espalda ni dejo de rodearla con mi brazo alrededor de la cintura.

—No. No tengo nada que hacer y no voy a dejarte solo.

Retrocedo sin despegar mis manos de ella dejándome caer de espaldas sobre la cama, de tal manera que mis pies se encuentran apoyados en el suelo, pero Alaska, que es bastante baja de estatura, está toda sobre mí. Sus piernas están enredadas con las mías y su cabello me hace cosquillas en el cuello.

—¿Me alcanzas una almohada, por favor?

Ella asiente y hace un delicioso movimiento que no me esperaba y que me tortura. Se incorpora, se alza por encima de mí, se inclina de tal manera que tengo sus pechos a centímetros de mi rostro y no puedo evitar enterrar mi nariz entre ellos. Casi podría escudarme diciendo que es un instinto. Ella se paraliza y se queda muy quieta, luego se relaja mientras inhalo con fuerza y arrastro mis manos debajo de su camisa corta, acariciando el broche de su sujetador.

No sería tan malo si lo desabrocho, ¿verdad? No significa que vaya a hacer algo o que vaya a desnudarla. Con ese falso argumento, desabrocho el sujetador y mis palmas suben y bajan ahora por su espalda desnuda, acariciando su piel suave y tibia. Se estremece y se mueve trayendo consigo la almohada. Se inclina aún más mientras la deja debajo de mi cabeza, que levanto ligeramente para facilitarle el movimiento. Para mi absoluta sorpresa, con un sonrojo que aumenta el color ya natural de sus pómulos, ella se sienta sobre mis caderas y se baja los tirantes del sujetador para luego sacarlo por debajo de su camisa. Trago. La camisa es un poco holgada.

Vuelve a su posición inicial de acostarse sobre mí y enredar sus piernas en las mías, pero antes de eso se saca las sandalias. Estoy muy seguro de que a un lado de su cintura ella percibe la dureza que se está formando ante mi evidente excitación. Descansa sus manos sobre mi pecho y apoya su barbilla contra ellas mirándome. Acaricio con los dedos su espalda cada vez llegando más arriba y sé que las caricias le gustan porque suspira.

—Ya terminarás tu penúltimo año —comento.

—Sí, me queda muy poco. Solo dos semanas, y me irá muy bien.

—Porque tienes quien te hace la tarea de química siempre.

—¡No siempre me ayudas!

—Cuando no lo hago yo, sé que se lo pides a Dawson.

—Bueno, una pequeña ayuda no hace daño. —Sonríe y yo río.

Mis caricias descienden hasta la parte baja de su espalda y hay un leve estremecimiento de su cuerpo contra el mío.

—¿Pequeña ayuda?

—Bueno, no tan pequeña —concede.

Tomándola por sorpresa nos hago girar y con mis dedos le hago cosquillas a los costados ocasionando que se retuerza y que mis hormonas encuentren eso placentero, teniendo en cuenta que prácticamente nos rozamos. Cuando me detengo, sus mejillas están muy sonrojadas y se mantiene sonriendo. Apoyo mi peso en uno de mis codos al lado de su cabeza, mi otra mano se dedica a acariciar su abdomen, ahora desnudo. Me es difícil ignorar el hecho de que nuestras caderas se presionan y sus piernas me han hecho un espacio entre ellas.

—Creo que esto es peligroso —susurro.

Una de sus manos se posa en mi cuello, deslizándose hasta llegar a mi nuca y acariciarme el cabello.

—¿Por qué?

—Porque no vamos a hacer esto.

—¿Esto?

—Sexo —digo sin preámbulos o vueltas.

Es gracioso y dramático al mismo tiempo ver cómo su sonrisa se borra antes de que su entrecejo se frunza. Una mueca de disgusto se dibuja en su rostro.

—¡¿Qué?! ¿Qué clase de estafa es esa? No puedes venderme un noviazgo así. ¡Es como venderme un helado de dos sabores con un solo sabor! No tiene sentido.

Intenta hacerme a un lado, pero presiono mucho más contra su cuerpo para no dejarla ir. La manera en la que nuestras caderas conectan y su entrepierna acoge a la mía, muy endurecida, contradice totalmente mi declaración anterior.

—Y menos sentido tiene que digas cosas como esas y luego estés pegándote a mí de esta forma. No es justo, es una mierda. Eres una persona horrible por esto.

—¿Muy horrible?

—Horrible. Mis personajes nunca les dicen eso a las chicas, normalmente quieren desvestirlas.

—Ya… ¿Y tú quieres que te desvista? —Enarco mi ceja para acompañar la pregunta.

—Bueno…

—Vamos a esperar —no sueno muy convincente— o, por lo menos, lo intentaremos. Porque somos más que hormonas.

—Claro, por supuesto. —Guardamos silencio y luego ríe—. ¿Qué vamos a esperar? Necesito saberlo.

—Que tengas… dieciocho años, por ejemplo. Sí, eso funciona.

—Tengo diecisiete, Drake —lo dice de manera muy seria—. Cumpliré dieciocho dentro de unos meses.

—Dentro de dos meses.

—Eso es mucho tiempo de espera. ¿Es que no tienes hormonas en tu cuerpo? ¡Vivías durmiendo con chicas! Y ahora a mí me sales con estas. Menuda estafa.

—Pensaré que solo me quieres para acostarte conmigo y eso me pondrá muy triste. —Finjo hacer un puchero—. Sé que parece mucho tiempo…

—Sí, mira. No llevamos ni un mes y estás con ropa, pero entre mis piernas. Eso dice mucho.

—Y te quité el sujetador.

—Totalmente cierto —afirma. Le doy un beso rápido.

—Bien, no pautemos cosas que no vamos a lograr, pero… no lo haremos ahora, Alaska. Es apresurado, eres joven…

—Te patearé las pelotas.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Cuando digas lo de la experiencia. Eres mi novio y eres quien debe darme orgasmos, no enviarme a experimentarlos a la calle.

No puedo evitar reír. Apoyo de nuevo la mano en su abdomen y comienzo a ascender lentamente ocasionando que ella trague con fuerza. No despego mi mirada de la suya y siento mi pulso acelerarse cuando llego entre sus pechos, bajo un poco antes de ir al lado derecho y estiro mis dedos, haciendo que las yemas de mis dedos acaricien el contorno de uno de esos suaves globos. Al notar el contacto, ella deja escapar un lento suspiro.

—Eres mi novia, así que ¿por qué te enviaría a experimentar y vivir esto con alguien más? Solo quiero estar seguro, porque sería jodido darlo todo y que no funcione. —Respiro hondo—. He fantaseado un montón de veces con esto, Alaska, y aunque ahora quisiera hacértelo de mil formas, estoy aprendiendo a ser un novio y a que esto funcione.

»Así que, si queremos que esto sea algo más que una simple calentura, de la cual hay mucha, debemos esforzarnos, aunque duela como el demonio y me tenga que dar placer a mí mismo después para calmarme.

Parece que lo piensa durante largos segundos, pero poco después envuelve sus brazos alrededor de mi cuello y atrae mi boca hacia la suya para darme un beso lento que no hace nada por mi pobre argumento. Es difícil ser razonable y no pensar en la necesidad de mi cuerpo, pero logro contenerme.

—Bien. Me has convencido, pero apuesto que ese argumento no te durará mucho.

—También yo apuesto por ello, de hecho podría durarme tan solo unos minutos como sigamos así —confieso. Porque no soy un santo y me gusta el pecado.

Parece que una idea viene a su cabeza, porque sonríe —muy sonrojada— mientras me obliga a incorporarme.

—Cierra los ojos —me pide, y algo precavido lo hago—. Listo.

Al abrirlos los vuelvo a cerrar al menos tres veces más. Te diré lo que no estoy mirando: el rostro de Alaska.

Y te diré lo que sí estoy mirando: sus pechos… Desnudos.

Alaska Hans se ha sacado la camisa y, a pesar del fuerte sonrojo que va desde sus mejillas hasta su pecho, se mantiene acostada sin cubrirse con una tímida sonrisa dibujada en su rostro. No puedo dejar de mirar.

—Una vez me mostraste tu trasero y me dijiste que un día llegaría mi turno, pues bien. Aquí estoy.

—¡Jesús…!

—¿En tanga? —completa por mí.

Eso me saca de mi estupor y alzo la vista para mirarla, no puedo evitar sonreír al mismo tiempo que me posiciono una vez más sobre ella. Mis manos toman la suya entrelazando nuestros dedos y dejándolas sobre su cabeza. El que se estire hace cosas estupendas por sus pechos.

—¿Se está tambaleando tu argumento?

—Soy fuerte. Soy muy fuerte —trato de convencerme—. Eres una provocadora. ¿De verdad estás lista para tener sexo conmigo ahora? Sé sincera.

Mordisquea su labio inferior antes de lamerlo y sacudir de forma leve su cabeza.

—No, pero me gustaría poco a poco dar pasos contigo hasta llegar ahí.

—Eso está bien, me gusta la idea y también que seas sincera. No tienes que hacer lo que creas que yo quiero.

—Lo sé, nunca haría algo que no quiera, tonto. —Me sonríe—. Eres un buen novio, aunque me olvides.

—No te olvido, Aska. Nunca lo haría.

—Vale, pero te olvidas de escribirme si te estresas; sin embargo, eres un buen novio.

—Y dejaré de serlo si no cubrimos tus bonitos pechos.

—Bien. Por cierto, se supone debía invitarte a cenar con nosotros. Mamá dice que quiere hablar con ese supuesto novio que tengo.

Me incorporo, tomo su camisa y se la doy, pero me pide que primero alcance su sujetador, lo cual hago.

—Tu madre me conoce de toda la vida —le recuerdo lo obvio.

—Sí, pero supongo que le gusta intervenir en ello —me distraigo viendo sus pechos—, así que nos esperan para la cena, que es dentro de unos quince minutos.

—¿Y esperabas que en quince minutos tuviéramos sexo?

—Pensé que, si te lo proponías, podías ser rápido.

—No soy precoz. Me ofendes.

—No es eso lo que insinuaba. —Se ríe terminando de colocarse el sujetador. Luego se pone la camisa.

—¿Por qué debería ser rápido la primera vez?

—Porque no estoy esperando que sea perfecto. Estoy abierta a la posibilidad de un pequeño margen de error —dice bajando de la cama.

—Hoy estás empeñada en ofenderme a mí y mis dotes sexuales.

Camina hasta donde dejó las hojas de ejercicios, las toma, se acerca a mí y se agacha para darme un corto beso, pero enredo mis manos en su cabello dándole profundidad.

—Trataremos de evitar cualquier margen de error. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. —Prácticamente suspira—. Tengo que irme. Se estarán preguntando por qué tardo tanto rato en decírtelo, no saben que me haces mis tareas de química. ¿Te veo en breve?

—Ahí estaré.

—Bien. Te espero en casa.

Comienza a caminar hacia la puerta y la llamo. Cuando se da la vuelta sonrío.

—¿En qué te inspiras?

—A veces, para algunas escenas, en alguien que siempre me gustó. Adivina qué escenas son.

Eso me hace reír de manera ronca y me hace preguntarme cuánto me durará el argumento de que debemos esperar.

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