+18

+18


Extra: La camisola mágica

Página 45 de 52

Extra: La camisola mágica

 

DRAKE

Marzo de 2017.

De alguna manera sé que debería sentirme culpable. Oh, muy culpable.

Pero no lo hago y eso me hace más que un poco bastardo, aunque mi consciencia pensará sobre ello más adelante, tal vez durante el amanecer o quizá por la tarde, porque ahora estoy demasiado ocupado introduciendo en la cerradura de la puerta de la casa de los Hans las llaves de Alaska que me dejó esta tarde en mi habitación junto a una nota en la que decía: «Te espero esta noche, novio, no hagas ruido al entrar» (el entrar así es lo que debería ocasionarme culpa), y aquí estoy, cerrando la puerta con cuidado detrás de mí.

Las luces se encuentran apagadas porque sus padres duermen y sé que Alice salió a alguna fiesta, sin embargo conozco tan bien esta casa como la mía, por lo que camino a ciegas hacia las escaleras y luego subo los quince peldaños sin caerme y partirme la cabeza.

Estoy enarcando las cejas cuando al acercarme a la habitación de Alaska se escucha una suave canción y, al abrir la puerta, consigo ver la habitación vacía, con las cortinas de la ventana corridas y la cama perfectamente arreglada, lo destacable es el agradable olor a chocolate mezclado con fresas cortesía de unas cuantas velas aromáticas que se encuentran encendidas.

Cerrando la puerta con seguro detrás de mí, camino hacia su mesita de noche, en donde se encuentra una nota con mi nombre escrito lo suficiente grande para que no lo pasara por alto y cuando lo tomo, al leer, respiro bastante hondo.

Cuando lo compré aún no teníamos nuestro primer beso, pero te vi.

Me miré en el espejo y te imaginé detrás de mí, deslizando los dedos sobre la tela, sobre mí.

Llegué a pensar que el tacto de mi mano era la tuya.

Pero dije: nunca sucederá.

Y la única razón por la que lo compré fue porque empapé las bragas y no podía devolverlo así.

No imaginaba usando con otros algo que mojé al pensar en ti, así que supuse que se quedaría guardado eternamente porque tú y yo nunca sucederíamos.

Me alegra haber estado equivocada, novio, porque hoy finalmente mi fantasía se hace realidad y tus manos estarán sobre mí, tocando, acariciando y quitando.

Te amo.

Guau, simplemente, guau.

Sus palabras me han afectado, el pantalón de cuadros de mi pijama puede dar prueba de ello por la manera en la que el bulto de mi erección se manifiesta.

—Hola, novio.

Giro con lentitud y por un momento me olvido de respirar, pero por suerte lo hago porque no quiero morirme y perderme este momento.

Alaska se ve… impresionante, siempre lo hace, pero este juego de seducción me ha dejado sin palabras.

Su cabello, como siempre, es una melena oscura abundante y ondulada, pero esta noche trae más volumen, está maquillada de una manera en la que sus ojos grises se ven más grandes y sus pestañas son una obra de arte, sus labios se ven aún más rellenos y carmines. ¿Y en cuanto a su cuerpo? Lo cubre una camisola que debería ser considerada mágica.

Blanca, con tirantes finos sujetándola a sus hombros, un profundo escote en V que amenaza con dejar al descubierto sus areolas que de hecho se vislumbran a través de la delgada seda blanca cubriéndolas. Es lo suficiente corta para permitirme ver el triángulo blanco de encaje entre sus piernas y, como si eso no fuese suficiente, trae ligueros sosteniendo medias blancas que terminan con un par asesinos de tacones negros que nunca le he visto.

Me repito una y otra vez que no puedo morirme en tanto la veo de pie, sacando una cadera y con una sonrisita traviesa. No sé de dónde salió, posiblemente de su enorme armario, pero tampoco me importa ese detalle.

—¿Dirás algo? —me pregunta.

No suena insegura o nerviosa porque es muy consciente de que en este momento me tiene en sus manos y en donde quiera.

En silencio, la veo caminar a paso lento hacia el interruptor de las luces y, cuando las apaga, la iluminación es bastante sexi debido a las velas aromáticas, después viene hacia mí, deteniéndose tan cerca que puedo percibir su perfume por encima del aroma de las velas.

Clavo la vista durante segundos en sus pezones endurecidos y tan visibles debajo de la tela, con lentitud estiro una mano —agradezco haber recuperado la movilidad casi completa de la otra— acariciándole el hombro, y no me pierdo la manera en la que traga, está igual de afectada que yo.

Pienso muy bien en mis palabras, porque si bien he mejorado muchísimo y hablo con mayor fluidez, hago el ejercicio de pensar en mis oraciones antes de entonarlas, de esa manera mi lengua trabaja mejor y no hago pausas tan largas.

—¿Así lo imaginaste? —pregunto, y luego bajo el rostro para susurrar contra sus labios—. ¿O más picante?

—Más —responde con voz temblorosa.

—Entonces hay que darte más…, novia.

Dejo un beso en su barbilla antes de esconder mi rostro contra su cuello, exhalando ese olor tan propio de ella y deslizando la nariz por su piel. Mi índice se engancha debajo de uno de los tirantes de la camisola y lo deslizo por su hombro, lamiendo la piel y luego dejando pequeños besos húmedos que hacen que el primer gemido escape de ella, amo esos sonidos.

—Háblame de cuando compraste… esto. Por favor.

Necesito que me distraiga de volverme loco y simplemente follarla hasta que nos agotemos. Sé cuánto le encantan los juegos previos y a mí también, no deseo saltármelos cuando se esmeró tanto.

—Entré a una tienda de lencería con Alice… Muchas de mis compras ya las has visto y me las has quitado —dice entre jadeos cuando llevo mis besos hacia su cuello y deslizo las manos por sus costados sintiendo la tela y su cuerpo—. Cuando me lo probé, me vi en el espejo y lo amé, me sentí poderosa, pero entonces, cuando me toqué el cuello…

—¿Sí? —Le muerdo el cuello y mis manos llegan hasta sus pechos, tomándolos en mis manos.

—Vi el reflejo en el espejo y te vi o imaginé detrás de mí. —Está sin aliento mientras presiono los pulgares contra sus pezones endurecidos, haciendo movimientos circulares—. Entonces eras tú quien me tocaba… sintiendo la tela de seda y mi cuerpo.

Mis besos bajan por el centro de su garganta hasta llegar entre sus pechos y luego tiro de la camisola para revelar un pecho, maravillándome por ese brote rosa endurecido clamando por mi atención. Lo lamo, dejándolo húmedo, y luego soplo haciéndola gemir.

—¿Y luego? —pregunto, alzando la vista para encontrarme con los suyos apasionados.

—Y luego… Alice llegó y mi fantasía terminó.

—No, novia, no terminó. —Vuelvo la vista a su pecho—. Ahora continúa.

Y capturo su pezón en mi boca, pellizcando con mis dientes y luego calmando con mi lengua antes de chupar, sin dejar de estimularle el otro con la mano, desnudándolo de igual manera, haciéndola arquearse y gemir, ofreciéndose a mí.

Chupo, lamo y muerdo en un pecho dejándolo húmedo cuando me traslado al otro, haciendo que la camisola mágica se acumule alrededor de sus caderas, tomándole la cintura en mis manos para mantenerla en donde quiero y sintiendo sus clásicos tirones sobre mi cabello. Cuando me alejo, está temblando, sonrojada, y tocándola entre las piernas siento su humedad a través del encaje.

—Eres preciosa.

No me responde porque no le doy la oportunidad, la beso de manera profunda y húmeda, mientras mi lengua se abre paso en su boca para saborearla, mis manos retiran la camisola, haciéndola salir de ella y sintiendo sus nalgas en mis manos cuando me doy cuenta de que sus bragas son algo muy parecido a una tanga.

La hago retroceder y luego la subo a la cama, presionando mi nariz entre sus piernas y luego tomándola por sorpresa cuando la hago girar, estrujándole las nalgas con mis manos y presionando los dedos. No le quito los tacones y tampoco las bragas.

—Sobre manos y rodillas.

No pregunta, tampoco hay objeciones, quiere esto tanto como yo. Así que cuando se ubica sobre manos y rodillas, le hago las bragas a un lado y en esa posición la saboreo, lamiendo y chupando tanto como puedo, haciéndola contonearse y pedir más antes de que dos de mis dedos se sumerjan en su interior poniéndola tan húmeda que se le moja el interior de los muslos, solo entonces me muevo para tomar uno de los preservativos que guardamos en su mesita de noche, desnudándome y cubriéndome.

No la desnudo del todo, solo le saco las bragas y luego la veo, sobre sus antebrazos y rodillas, abierta, brillando húmeda, con los ligueros y medias, con los zapatos de tacón. Me agacho dándole otra lamida antes de torturarnos a ambos con mi miembro deslizándose por su entrada y entonces de una sola estocada estoy dentro de ella.

Tomándola de la cintura comienzo a embestir en ella, enamorado de los sonidos de nuestros cuerpos al unirse y de la forma en la que me toma en su interior. Sudo y me muerdo el labio inferior con fuerza para no ser ruidoso. Amo la manera en la que las luces de las velas se reflejan junto a sombras sobre su piel, los sonidos ahogados y cómo su cuerpo se balancea con cada estocada.

Alaska y yo durante el sexo podemos ser románticos, apasionados, duros o lentos, siempre nos funciona, siempre nos volvemos locos. Nos gusta de cualquier forma y quizá es lo que hace que la llama de nuestra vida sexual nunca se apague. Eso y que mi novia es curiosa, siempre practica conmigo lo que quiere escribir y siempre recreamos alguna escena sucia que leemos en algún libro, nunca nos aburrimos.

Estamos cerca, sé que necesita que la toque entre las piernas para que su orgasmo llegue, pero la mantengo en el borde durante un par de minutos, acelerando y desacelerando en tanto me aprieta y moja, me maldice y se queja, pero cuando el corazón me late deprisa y mis pelotas ya no lo soportan, me doy cuenta de que no podemos retenerlo más, así que la giro, encontrándome con su rostro sonrojado y labios entreabiertos. Abre sus piernas lo suficiente para no esconder nada y una de sus manos viaja hasta presionar dos dedos contra el pequeño nudo de nervios hincado entre sus piernas. Veo sus dedos moverse y también me veo a mí entrando y saliendo de su cuerpo con lentitud, pero vuelvo la atención a su rostro cuando le tomo la cintura con fuerza.

—Te amo —me dice.

—También te amo.

Y embisto con fuerza y rápido una vez más mientras ella se toca, consiguiendo que en menos de un minuto ambos nos corramos, colapsando sobre ella y con las respiraciones hechas un completo desastre.

Mi miembro sale de ella, pero permanezco encima de su cuerpo, en donde me acaricia con la mano la espalda sudada.

—Entonces… —Rompe el silencio aún sonando agitada—. ¿Te gustó mi camisola?

Río, incorporándome para plantar un beso en su boca antes de hacerme a un lado.

—La amo, es una camisola mágica.

—Bien.

Me sonríe y, como siempre, le devuelvo el gesto. Mi escritora favorita, mi novia, mi amor.

Ir a la siguiente página

Report Page