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Viernes » Capítulo 68

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Miré mi reloj.

Las dos de la mañana.

El culo se me estaba quedando helado en la parte de atrás del vehículo de mando del FBI. Era algo más grande que una furgoneta y tenía el suelo de acero y una batería de pantallas de ordenador en un lado.

Iba sentado en la parte de enfrente, soplando la superficie de una taza de café humeante y abrazando el vaso con las manos para calentarme. Llevaba quince horas sin ingerir nada más que café y morfina. Ambos eran buenos, aunque en ese momento la morfina iba con un poco de ventaja. Estaba aturdido, pero el dolor había disminuido. La noche no había sido tan terrible como creía. Después de cuatro horas en una comisaría, me habían dejado marchar. De no haber sido porque un juez del Tribunal Supremo de Nueva York, una detective exagente del FBI y una agente federal respaldaron mi versión de los hechos, no habría salido del calabozo hasta al cabo de dos días. Al final, Harper lo zanjó todo: no solo contestó a mi llamada, sino que la grabó.

En menos de una hora, Asuntos Internos se había unido a la investigación y tenían un archivo kilométrico sobre Anderson y Granger. Accedieron inmediatamente a los registros de llamadas de los móviles de ambos, a su buzón de voz, mensajes de texto y wasaps. Estaba todo allí. Temían que, viéndome ante una cadena perpetua por asesinar a Arnold, intentase delatarlos ante el fiscal a cambio de que redujeran mi condena. En el mundo de los policías corruptos, la mafia y prácticamente cualquier operación de crimen organizado, nada es más mortal que te detengan.

Ya lo había visto antes.

El plan era matarme. Luego Anderson cogería la pistola pequeña y pegaría dos tiros en la cabeza a Valasquez. Culparían al policía de fuera de la ciudad de no haberme cacheado. Estaba todo allí, en sus mensajes y sus buzones de voz. No habían tenido tiempo de deshacerse de los teléfonos desechables que habían utilizado.

Anderson y Granger habían decidido arriesgarse después de saber que la policía de Rhode Island tenía pruebas científicas contra mí. Me preguntaba si Dollar Bill habría previsto que intentarían matarme. No encajaba en su modus operandi. Él quería un juicio público y complicado. No habría querido que me mataran de un tiro en el asiento trasero de un coche de policía.

Las pruebas científicas preliminares llegaron tres horas más tarde y confirmaron que Valasquez había recibido un disparo desde fuera del coche con el arma de Granger. Él dio positivo en residuos de disparo. Yo no.

Tendría que volver a comisaría a prestar declaración ante Asuntos Internos, para que pudieran barrer como un tornado el resto de la Brigada de Homicidios. No obstante, por el momento, no pusieron inconveniente en que fuera al médico, después de pasar por enfermería a que me dieran un calmante para el dolor.

Cuando salí, Harper y yo teníamos un montón de llamadas perdidas de Delaney. Harper la llamó y fuimos directamente a Federal Plaza. Nos pidió que lleváramos a Harry con nosotros. El FBI había avanzado en la investigación. Iban a necesitar una orden de registro federal y precisaban a Harry para conseguirla.

Desde entonces habían pasado unas horas. Ahora estaba con el culo congelado en la parte de atrás de un furgón aparcado en una calle de un solo sentido que desembocaba en el Grady’s Inn. Las puertas de atrás se abrieron y Harry se subió seguido de June, la taquígrafa del juzgado. Rondaría los cincuenta años y llevaba una blusa color perla, una falda pesada y un grueso abrigo de lana. Se había traído la máquina de estenotipia en una bolsa. A juzgar por su expresión, no estaba demasiado contenta con que la hubieran sacado de la cama a las dos de la mañana para venir.

—Pryor está aquí. He visto su coche aparcando —dijo Harry.

Asentí, bebí un sorbo de café. Harry sacó una petaca y le dio un buen trago. Cada uno tiene sus métodos para mantener el calor. June se sentó al lado de Harry, abrió su bolsa y colocó la máquina sobre su regazo.

Pryor se subió al furgón, seguido de Delaney. Estábamos sentados en los asientos abatibles a un lado del vehículo. El furgón era bastante grande y cabían cuatro o cinco personas más, siempre y cuando uno mantuviera la cabeza agachada. Delaney estaba sentada en una silla giratoria, mirando las pantallas. Se puso unos auriculares con micrófono y dijo:

—Equipo Zorro, atentos a las órdenes.

—¿Les importaría decirme qué estoy haciendo aquí? —preguntó Pryor.

—¿Esto ya consta en acta, June? —dijo Harry.

La taquígrafa apretó los labios, pero la ferocidad con la que golpeaba las teclas de su máquina bastó para responder a la pregunta de Harry.

—Señor Pryor, esta conversación consta en acta en el caso del pueblo contra Solomon. He querido que viniera porque estoy a punto de autorizar a los cuerpos de seguridad para que tomen medidas con un jurado del caso. Legalmente, según las normas de secuestro, el jurado está bajo mi protección y sometido únicamente a mi autoridad hasta que dé un veredicto. Dado que todavía no lo tenemos, si cualquier agente de los cuerpos de seguridad o del Gobierno desea hablar con uno de los jurados, necesitaría mi autorización. Quería que usted y el señor Flynn estuvieran presentes por si tienen alguna objeción. También para presenciar la intervención, en caso de que esta se produzca. Estamos en este lugar a petición del FBI y por la seguridad de los jurados. Es una situación volátil y el FBI no puede perder tiempo yendo al juzgado, así que esta operación debe ser autorizada in situ. ¿Está claro?

—No. ¿Qué está pasando? —preguntó Pryor.

—Es Dollar Bill. Está en el jurado —contesté.

Todo el furgón retumbó por el cabezazo de Pryor contra el techo. Era un abogado nato, y los abogados exponen sus argumentos de pie. Volvió a sentarse, frotándose la parte superior de la cabeza.

—Son todo cortinas de humo y espejos. Si autoriza esta interferencia en el jurado, estará dando credibilidad al argumento del acusado. Básicamente, estará diciendo que la defensa tiene razón. Señoría, no puede hacer eso —dijo Pryor.

—Sí puedo, señor Pryor. ¿Me está pidiendo que declare el juicio nulo? —preguntó Harry.

Eso le hizo callar. Sabía que tenía argumentos sólidos. Ahora debía evaluar si todo esto decantaba la balanza a mi favor.

—Me reservaré mi postura ante un juicio nulo hasta mañana, señoría, si le parece al tribunal —dijo Pryor cuidadosamente.

—Muy bien. Ahora, en función de la información que me ha sido transmitida por la agente especial Delaney, autorizo la detención del jurado llamado Alec Wynn —dijo Harry—. Tenemos motivos para creer que Wynn es el asesino en serie conocido como Dollar Bill, cuyo modus operandi consiste en incriminar a personas inocentes por sus asesinatos colocando en la escena del crimen billetes de dólar que relacionan a dichas personas con los crímenes del asesino real. Posteriormente, para asegurarse de que sean condenados por sus crímenes, Dollar Bill mata y arrebata la identidad a uno de los candidatos a entrar en el jurado del juicio que se celebra contra dicha persona inocente. Las convincentes pruebas que me ha mostrado la agente Delaney esta noche son…

Ya conocía las pruebas. Delaney las había repasado con Harper y conmigo en Federal Plaza. Todo encajaba.

Harry continuó, para que constara en acta:

—He autorizado un análisis científico de los cuadernos de todos los miembros del jurado que guardé en mi posesión después de recusar al jurado Spencer Colbert. El FBI ha tomado posesión de dichos cuadernos con mi permiso; de acuerdo con la declaración jurada de la agente Delaney, el primer cuaderno objeto de examen fue el del jurado Alec Wynn. La agente confirma que este cuaderno fue elegido para su análisis en función de pruebas de causa probable aportadas por el abogado defensor, Eddie Flynn.

Pryor deslizó su mirada hacia mí y volvió a Harry. Estaba furioso.

—Señor Flynn, para que conste en acta, ¿qué pruebas aportó a la agente Delaney?

—Le transmití el contenido de una conversación telefónica que mantuve con Arnold Novoselic, un experto en jurados contratado por la defensa. Había advertido comportamientos sospechosos en este jurado…

—Protesto —saltó Pryor—. ¿Comportamientos sospechosos?

—Había notado que su aspecto cambiaba. Su expresión facial. Arnold era experto en lenguaje corporal, entre otras cosas, y ese comportamiento le pareció lo suficientemente anormal como para comunicármelo —dije.

—¿Y ya está? ¿Va a autorizar la detención de un miembro del jurado en función de los testimonios de oídas sobre una expresión facial? —dijo Pryor. Estaba golpeando pronto. Si la operación se torcía, Pryor quería que sus protestas constaran en acta.

—No —dijo Delaney—. Las huellas dactilares obtenidas en el cuaderno de Alex Wynn son convincentes. Encajan con las de un sospechoso que encontramos en la Base de Datos Nacional. Su nombre es Joshua Kane. Hay pocos datos sobre ese individuo. Ni lugar ni fecha de nacimiento. Tampoco dirección actual. Lo que sí sabemos es que se le busca por un triple homicidio y un incendio provocado. No tenemos más información sobre esos crímenes, más allá de que fueron en Virginia. Hemos solicitado el expediente del caso a la policía de Williamsburg y estamos a la espera de recibirlo. La solicitud se hizo hace dos horas; desde entonces, se ha vuelto a pedir varias veces. Esperamos tener el expediente y una foto de Kane en breve.

Harry asintió.

—En función de la identificación de las huellas dactilares y la posible relación con el caso de Dollar Bill, autorizo la detención del jurado Alec Wynn. ¿Alguna objeción, letrados? —preguntó Harry.

—Ninguna —respondí.

—Quiero que mi protesta conste en acta. Esta medida golpea de lleno el juicio justo —dijo Pryor.

—Que conste en acta. Agente Delaney, puede proceder —contestó Harry.

—Unidad Zorro, adelante —dijo Delaney, girando en la silla para mirar las pantallas.

Había cinco pantallas distribuidas a lo largo del furgón. Cuatro estaban conectadas a las cámaras en los cascos del equipo SWAT. La otra mostraba el correo electrónico de Delaney. Se actualizaba cada pocos segundos. Cuanta más información tuviera sobre Kane, mejor. Las imágenes de las cuatro cámaras de los cascos no paraban de moverse. Oímos las pisadas de sus botas al doblar la esquina. Entonces apareció en imagen el Grady’s Inn. Era un lugar viejo. Muy viejo. Parecía un hotel al que los turistas fueran a morir.

El primero de los agentes del SWAT enseñó su placa al conserje, que parecía más viejo aún que el hotel. Habló en voz baja con el mozo de noche que estaba en la recepción, comprobó el número de habitación de Alec Wynn y le dijo que no hiciera ninguna llamada. Subieron lentamente por las escaleras. Yo seguía las cámaras de uno de los agentes que iba en medio. Otro agente que iba delante de él enseñó la placa y le dio una indicación con un gesto al oficial del juzgado que vigilaba el pasillo. Le susurraron que se pusiera detrás de ellos, que tenían una orden del juez para detener a Alec Wynn. El oficial confirmó su número de habitación y los agentes del SWAT avanzaron lentamente por el pasillo.

Se detuvieron delante de la puerta. Encendieron las luces que llevaban bajo la boca de sus rifles de asalto.

El líder del SWAT dio la cuenta atrás.

El reloj de la cámara que llevaban en el casco marcaba las dos y veintitrés de la mañana.

Tres.

Dos.

Bing. Un correo titulado «urgente» entró en la cuenta de Delaney.

Uno.

La puerta se abrió de golpe y las luces alumbraron a Wynn al pie de su cama, con los ojos abiertos de par en par y el torso desnudo. Levantó las manos instintivamente.

—¡FBI! ¡Tírese al suelo! ¡Al suelo!

Se arrodilló, con las manos temblando y extendió los brazos en el suelo. En pocos segundos, le habían cacheado y esposado.

—Ya es suficiente —dijo Pryor.

Se levantó, dobló el abrigo sobre su pecho y se bajó del furgón, dando un portazo. Volví a centrar mi atención en las pantallas. Uno de los agentes del SWAT hizo levantarse a Wynn; otro se quedó mirándole. Teníamos una imagen completa en su cámara.

—¡Por Dios, no me hagan daño, por favor! ¡Yo no he hecho nada! —exclamó. Tenía la cara empapada en lágrimas y mocos, y le temblaba todo el cuerpo del miedo.

El agente del SWAT que estaba delante de él reculó y vimos que se llevaba una mano al rostro. Blasfemó mientras veíamos lo que estaba mirando.

Una mancha oscura se extendió por su entrepierna y empezó a bajarle por una pernera. Había perdido el control de los esfínteres. Estaba tiritando por el pánico, apenas era capaz de hablar.

Delaney maldijo y comprobó el correo electrónico. Era del Departamento de Policía de Williamsburg. Era un resumen de su expediente sobre Joshua Kane. Harry y yo nos levantamos del asiento para mirar por encima de su hombro. Kane estaba buscado en relación con el asesinato y violación de una alumna de instituto llamada Jennifer Muskie y otro alumno llamado Rick Thompson. La última vez que ambos fueron vistos fue la noche de su graduación. La tercera víctima era Rachel Kane. La madre de Joshua. La policía sospechaba que Kane había raptado, violado y asesinado a Jennifer, y que había escondido su cuerpo en casa de la madre. Rachel Kane había sido asesinada. Incendiaron su apartamento intencionadamente.

El expediente proseguía diciendo que el cadáver de Rick Thompson se encontró en el embalse, dentro de su coche.

Había una foto policial en blanco y negro de Kane: estaba mal escaneada y apenas se distinguían los detalles de sus facciones, pero no se parecía a Wynn.

Volví a mirar el monitor. Wynn se había derrumbado. Estaba llorando y suplicando clemencia. No estaba actuando.

Joshua Kane debía de tener las pelotas de acero para llevar a cabo esos crímenes e infiltrarse en los jurados. Wynn ni siquiera parecía saber dónde las tenía.

—Mierda —dije.

Saqué mi teléfono y busqué el registro de llamadas. Fui pasando hasta encontrar mi última conversación con Arnold el día anterior. Era a las cuatro de la madrugada. No fue una llamada larga. En ese momento entendí que Arnold estaba en casa, en su apartamento de Rhode Island. Aunque hubiese ignorado los límites de velocidad y no hubiese encontrado nada de tráfico, Kane habría tardado unas dos horas y cuarto para volver de Rhode Island al JFK.

—Delaney, dile al agente del SWAT que le pregunte al vigilante a qué hora despertó a los miembros del jurado ayer para bajar a desayunar —dije.

Le transmitió la orden, uno de ellos fue al pasillo y le vimos hablando con el oficial del jurado.

—Yo diría que sobre las siete menos cuarto, como muy tarde —dijo.

Era imposible que hubiese tenido tiempo de asesinar a Arnold después de mi llamada, volver al JFK, esconder el coche y llegar al Grady’s Inn para meterse en la cama.

—Nos hemos equivocado de tío —dije.

Delaney no dijo nada. Seguía leyendo el correo sobre Kane. Harry empezó a frotarse la cabeza y dio otro trago de whisky a la petaca.

—Arnold me dijo por teléfono que Wynn era a quien había visto ocultar su expresión. Pero, ahora que lo pienso, cuando llamé a Arnold, ya estaba muerto. No hablé con él, hablé con Kane —dije.

—¿Kane? —preguntó Delaney.

—Ahora que lo pienso, no tuvo tiempo para llegar al hotel desde Rhode Island. Es imposible, a no ser que ya hubiese matado a Arnold. Dollar Bill desvió nuestra atención hacia Wynn —dije.

—Dios —dijo ella. Cogió su móvil e hizo una llamada. Quienquiera que fuese el destinatario, contestó.

—El cuaderno que analizamos tenía el nombre de Alec Wynn. Quiero que compruebes todos los demás y me digas si está escrito en algún otro —dijo Delaney.

Mientras esperábamos, siguió revisando las páginas del expediente original que la policía de Williamsburg nos había enviado escaneado.

De repente, Delaney dio un salto. Había encontrado algo.

—No es Wynn, seguro —dijo, mirando la pantalla.

Se oyó una voz al otro lado del teléfono, confirmando que el nombre de Alec Wynn estaba en otros dos cuadernos de los miembros del jurado. Kane también había puesto el nombre de Wynn en su cuaderno.

Me acerqué, para ver qué era lo que estaba mirando Delaney.

Jennifer Muskie y Raquel Kane fueron asesinadas en 1969. En ese momento, supe quién era Joshua Kane en realidad. Delaney también. Tenía que actuar con rapidez, tragarse el escepticismo e intervenir de inmediato.

Delaney dio órdenes al SWAT de dejar a Wynn e ir a por otro objetivo.

Sonó un mensaje en mi móvil. Era de Harper: venía de camino y había encontrado una foto de Dollar Bill entre los viejos recortes de periódico. Su mensaje seguía con el nombre de un jurado.

Era el mismo que yo había pensado.

El muy hijo de puta.

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