13

13


13

Página 26 de 26

Sacudió la cabeza con incredulidad ante el cadáver.

—No había nadie como él. Nadie podía hacerle daño. No sentía dolor. Era como si no fuera humano —dijo Holten.

—La cafetería. Cogiste el dinero que había contado para pagar la cuenta, me lo devolviste y dijiste que pagabas tú. Le diste uno de esos dólares a Kane y le ayudaste a tenderme una trampa. Le has estado ayudando en todo esto —dije.

Se puso en pie y, volviéndose hacia mí, sonrió.

Era una sonrisa retorcida y malvada. Había visto la foto que envió el policía de Chapel Hill a Harper: Holten no había cambiado nada. Quería que supiese que le habían descubierto, que ya no podría esconderse tras un nombre falso. Pero la voz se me quebraba por el dolor. De algún modo, conseguí decir:

—Cambiaste la muestra de Richard Pena por la de Kane en Chapel Hill, ¿no es cierto, agente McPartland?

Volvió a meter el cargador, cargó el arma y me apuntó a la cabeza.

Apreté los dientes y le miré a los ojos.

Su cuerpo empezó a dar sacudidas y los vidrios rotos que había pegados al marco de la ventana se tiñeron de un rojo violento antes de que el cuerpo de Holten cayera por el hueco.

Delaney y Harper estaban en el rellano, una al lado de la otra. Bajaron las armas. Oí que Delaney llamaba a una ambulancia y entonces todo se volvió oscuro otra vez. Intenté abrir los ojos, pero no podía. Me pesaba la cabeza y estaba empapado de sudor. Noté mi espalda resbalando contra la pared y no lograba que mis piernas aguantaran. Estaba cayendo, rápido.

Antes de perder el conocimiento, sentí una mano sobre la mejilla. No entendía lo que decían. Alguien estaba golpeando una puerta de metal. Era Bobby, preguntando si podía salir. Intenté decirle que sí. Que ya no tenía que ir al juzgado por la mañana, que el caso contra él había acabado, pero no encontraba las palabras.

7

3

En las ocho semanas transcurridas desde el tiroteo de la calle 39, salió a la luz toda la verdad sobre los crímenes de Dollar Bill. Yo estaba demasiado débil para ver a Delaney, pero llamó a Harry y se lo contó. Me habían trasladado a su piso mientras me recuperaba. Harry me lo explicó todo.

Kane había sido un asesino prolijo. Se encontró su ADN en tres escenas del crimen más. Un hombre llamado Wally Cook había desaparecido la semana del juicio. Hallaron ADN de Kane en el neumático rajado del coche de Cook, que estaba aparcado a la entrada de su casa. El cuerpo había sido quemado, pero lo pudieron identificar a través de los registros dentales. Era uno de los candidatos para formar parte del jurado en el caso Solomon.

Encontraron el cadáver de Art Pryor al volante de su Aston Martin, aparcado en la calle donde vivía Bobby.

Al salir del Grady’s Inn, Kane se había encontrado con Pryor y, tras quedarse con su ropa, le mató y le puso un abrigo y un sombrero sobre la cara para taparle el agujero del ojo.

A pesar de que no se podía demostrar con certeza, se creía que Kane también era responsable de los asesinatos de los jurados Manuel Ortega y Brenda Kowolski.

Delaney también encontró más información sobre Holten, cuyo verdadero nombre era Russell McPartland. Había sido expulsado del Ejército por conducta deshonrosa después de una serie de acusaciones de acoso sexual. Aunque no se llegó a demostrar la veracidad de ninguna de ellas, fue suficiente motivo para que sus superiores le echaran por varias infracciones leves, la mayoría de las cuales fueron inventadas por sus compañeros. McPartland consiguió trabajo como guardia de seguridad en la Universidad de Chapel Hill, poco antes de que se empezaran a producir una serie de violaciones brutales en el campus. Las jóvenes alumnas le veían como un policía y confiaban en él siempre que las abordaba. Cuando encontraron a la primera víctima del Estrangulador de Chapel Hill, se pensó que el violador había subido el listón, pero el FBI había cambiado de idea. Delaney estaba convencida de que Kane buscó a McPartland y le amenazó con delatarle si no le ayudaba a ocultar sus crímenes.

Trabajaban bien juntos. McPartland tenía experiencia en seguridad y contactos entre la policía. Todos los recursos que necesitaba Kane. Y, por supuesto, conocía a la gente adecuada para cambiar de identidad. Lo de Kane en todos estos años no había sido pura suerte: también había tenido ayuda.

A partir de ese momento, empezaron a producirse exoneraciones. Algunas fueron póstumas, pero la mayoría no. Los hombres encarcelados por los crímenes de Dollar Bill fueron puestos en libertad y emprendieron el largo camino para cobrar daños y perjuicios por haber sido condenados erróneamente. Ahora bien, por mucho que consiguieran, ya nada les devolvería sus vidas.

Estaba tumbado en el sofá de Harry viendo reposiciones de

Cagney y Lacey. Bobby me había llamado todos los días para darme las gracias por salvar su vida. Una vez más, Harry tuvo el detalle de hablar con él de mi parte. Vi la entrevista que le hicieron en la CNN. Habló de la odisea de ser juzgado por un crimen que no había cometido. Habló de su epilepsia y de cómo la había ocultado a los ojos de la industria. Y también habló de su sexualidad. Según explicó al periodista, la noche en la que asesinaron a Ariella y a Carl, estaba con otro hombre. Otro actor. Otro hombre de fama mundial, que vivía en una mentira. Aquello seguía obsesionándole y se lo había ocultado a todos, incluso a sus abogados.

Hollywood no parecía dispuesta a perdonar a Bobby, pero Estados Unidos sí lo hizo.

Oí que se abría la puerta de entrada y Harry apareció en el salón con una bolsa marrón con forma de botella. Dejó la bolsa sobre la mesita de café junto con un fajo de cartas, cogió dos vasos y nos sirvió una copa.

—¿Qué estás viendo? —dijo.

Cagney y Lacey —contesté.

—Siempre me ha gustado. —Dio un trago al

bourbon, dejó el vaso y dijo—: Bobby Solomon quiere contratarte.

—¿Para qué?

—Está haciendo el piloto para una serie de Netflix sobre un timador que se convierte en abogado —dijo, sonriendo.

—No tendrá éxito —respondí.

Harry me vio mirando el correo. Lo cogió y se lo llevó.

—¿Hay documentos para mí? —pregunté.

No contestó. Había visto un sobre grande marrón que me resultaba familiar.

Suspiró, cogió el sobre del montón de cartas y me lo acercó.

—No tienes por qué hacerlo ahora —dijo.

Abrí el sobre, saqué los documentos y me incorporé. La pierna me seguía doliendo mucho, pero ya estaba mejor. El médico había dicho que, al cabo de unas semanas, podría dejar el bastón. En ese momento, solo notaba molestias. Y, en realidad, los documentos que tenía sobre la mesa delante me dolían mucho más. Cogí un bolígrafo del tarro que Harry tenía sobre la mesa, hojeé varias páginas y firmé los papeles del divorcio y de concesión de la custodia.

Me bebí la copa de un solo trago, sintiendo el primer chute del alcohol desde hacía mucho tiempo. Harry rellenó mi vaso.

—Puedo hablar con Christine —dijo.

—No lo hagas —le contesté—. Es lo mejor para ellas. Cuanto más lejos de mí, más seguras estarán. Así son las cosas. Cuando estaba en casa de Bobby en Midtown, cuando Kane amenazó con matarnos a mí y a Harper, casi me alegré. Si hubiera estado con Christine y con Amy, habría amenazado con matarlas a ellas… o algo peor. Es mejor que estén lejos de mí.

—Bobby te ha pagado bien. Podrías salirte de todo este juego, Eddie. Hacer otra cosa.

—¿Qué otra cosa iba a hacer? No estoy en las mejores condiciones para volver a meterme en el mundo de las estafas.

—No me refería a eso. Ya sabes, emprender otra carrera. Algo legal.

Empezaron los anuncios. El primero era un tráiler de un documental sobre Bobby Solomon y Ariella Bloom. Los medios estaban sacándole el máximo jugo a Bobby ahora que estaba de moda.

Después del tráiler, anunciaban una entrevista a Rudy Carp. Había salido en todos los programas de debate y canales de noticias adjudicándose la victoria en el caso Solomon. A mí me daba igual. Toda para él. No tenía sentido luchar por la gloria con un abogado como Rudy. Tampoco había aceptado el caso por la publicidad. Era lo último que necesitaba.

—Creo que seguiré como abogado defensor, al menos por un tiempo —dije.

—¿Por qué? Mira lo que te ha costado, Eddie. ¿Por qué ibas a seguir?

Ni siquiera le estaba mirando, pero noté que ya sabía mi respuesta.

—Porque puedo. Porque tengo que hacerlo. Porque siempre va a haber gente como Art Pryor o Rudy Carp en este negocio. Alguien debe hacer lo correcto.

—Pero no siempre tienes que ser tú —replicó Harry.

—¿Qué pasaría si todos dijéramos eso? ¿Y si nadie se levantara en defensa de los demás esperando que otros lo hagan? Tiene que haber alguien al otro lado de la raya. Si caigo yo, alguien tendrá que ocupar mi lugar. Lo único que he de hacer es mantenerme en pie todo el tiempo que pueda.

—Pues últimamente no estás mucho de pie. Harper quiere verte.

Dejé que el silencio creciera.

Recogí los documentos que había preparado el abogado de Christine y los volví a meter en el sobre. Mi mente volvió a aquel dormitorio, en Midtown. Me quité la alianza y la metí en el sobre. Sería mejor para ellas no ser familia mía. Eran demasiado buenas para mí. Y las quería demasiado.

Aún llevaba la alianza de Christine en la cartera, pero por ahora no sabía qué hacer con ella. Seguiría adelante con el divorcio y haría todo lo que ella quisiera. Claro que sí. Era lo mejor. Lo mejor para ellas.

Apuré la copa, me serví otra y volví a sentarme en el sofá.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora? —preguntó Harry.

Cogí mi teléfono y pensé en llamar a Christine. Quería hacerlo, pero no tenía ni idea de qué decirle. Sin embargo, sentía que tenía muchas cosas que decirle a Harper, aunque pensé que, tal vez, era mejor no decirlas.

Me quedé mirando el teléfono un buen rato, seleccioné un contacto y apreté el botón de llamada.

A

g

r

a

d

e

c

i

m

i

e

n

t

o

s

Gracias, como siempre, a Euan Thorneycroft y a todo el equipo de AM Heath. Un autor no podría soñar con tener un agente mejor. Francesca Pathak y Bethan Jones, de Orion, han dado forma a esta novela con enorme aplomo: les estoy muy agradecido, a ellos y a todo el equipo de Orion, especialmente a Jon Wood, por creer en este libro.

A mi pareja de

podcast, Luca Veste, por mantenerme cuerdo, por hacerme reír y por leer esta novela. A todos mis amigos y compañeros. Gracias a todos los libreros y lectores que me apoyan.

Y gracias especialmente a mi mujer, Tracy, primera lectora, primera opinión, primer todo. Porque es la mejor.

N

o

t

a

s

1

.

Dollar Bill significa «billete de dólar». Juega con el nombre Bill, diminutivo de William.

(N. de la T.)

Título original: Thirteen

© 2018, Steve Cavanagh

Primera edición: mayo de 2019

© de la traducción: 2019, Ana Momplet

© de esta edición: 2019, Roca Editorial de Libros, S. L.

Av. Marquès de l’Argentera 17, pral.

08003 Barcelona

actualidad@rocaeditorial.com

www.rocalibros.com

Composición digital: Pablo Barrio

ISBN: 9788417771744

Todos los derechos reservados. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamos públicos.

Í

n

d

i

c

e

P

r

ó

l

o

g

o

L

u

n

e

s

1

2

3

4

5

6

7

8

9

1

0

1

1

1

2

1

3

1

4

1

5

M

a

r

t

e

s

1

6

1

7

1

8

1

9

2

0

2

1

2

2

2

3

2

4

2

5

M

i

é

r

c

o

l

e

s

2

6

2

7

2

8

2

9

3

0

3

1

3

2

3

3

3

4

3

5

3

6

3

7

3

8

3

9

4

0

4

1

4

2

4

3

4

4

4

5

4

6

4

7

4

8

J

u

e

v

e

s

4

9

5

0

5

1

5

2

5

3

5

4

5

5

5

6

5

7

5

8

5

9

6

0

6

1

6

2

6

3

6

4

6

5

6

6

V

i

e

r

n

e

s

6

7

6

8

6

9

7

0

7

1

7

2

7

3

A

g

r

a

d

e

c

i

m

i

e

n

t

o

s

Has llegado a la página final

Report Page