13

13


Martes » Capítulo 16

Página 21 de 84

16

La cafetería Hot and Crusty, en la esquina de la calle 88 Oeste con Broadway, servía buen café y mejores tortitas. Mi coche seguía en el depósito municipal de vehículos, de modo que había tomado el metro temprano para evitar la hora punta. Eso me dejó algo de tiempo para desayunar. Me comí una montaña de tortitas con beicon crujiente a un lado y dos tazas de café mientras esperaba a Harper. Las ocho y cuarto. Y ya había una fila de obreros, empleados de oficina y turistas esperando sus bagels para desayunar.

Vi a Holten antes que a Harper. Entró por la puerta, me vio y, solo cuando estaba a medio camino de mi mesa, Harper apareció tras él. Y no porque ella fuera menuda. Podrías poner a Holten delante de un Buick de 1952 y no ver el coche. Harper era un poco más baja de la media, delgada y atlética, con el pelo recogido en una coleta. Llevaba vaqueros, botas con cordones y una chaqueta de cuero abrochada hasta el cuello. Holten lucía el mismo traje y venía con el mismo maletín, encadenado a la muñeca.

—Tengo cambio de turno a las nueve y media. Yanni debería llegar antes de esa hora. Él cuidará del portátil hasta que yo vuelva de guardia esta noche —dijo Holten.

—Y buenos días para ti también —repliqué.

—No le culpes, Eddie. Ha dormido en mi sofá. Tú también estarías de mal humor —dijo Harper.

—¿Quieres decir que duerme de verdad? Creía que simplemente se apagaba y se enchufaba a la toma de tierra para recargarse.

—Créeme —dijo Holten—. Si Rudy Carp lo viera factible, ya tendría un cable metido por el culo.

Holten se había soltado mucho. Supuse que la culpable era Harper. Los dos trabajaban en cuerpos de seguridad. Tenían mucho en común.

Harper se sentó frente a mí. Holten estaba a su lado. Ambos se pidieron un bagel y yo decidí que aún no había tomado suficiente café.

—Bueno, ¿tienes permiso del fiscal del distrito para nuestra pequeña misión exploradora? —dijo Harper.

—Sí. Hablé con un ayudante del fiscal y ha suavizado un poco las cosas con el Departamento de Policía. Ha habido tanto interés mediático que la casa se ha convertido en una especie de extraño santuario para fans. El comisario ha tenido que poner un turno extra para que haya un agente en la puerta las veinticuatro horas. Si no, habría gente por toda la casa, desmontándola para sacar suvenires y haciendo fotos para el Hollywood Reporter. El agente que está de guardia ya sabe que vamos para allá —dije.

Harper asintió y dio un golpecito con el codo a Holten, que le sonrió. Era evidente que Harper le molaba. Con aquella sonrisa bobalicona, parecía un chaval de instituto.

—Ya te dije que no tendríamos problemas para entrar. Deberías tener más fe —dijo ella.

Holten levantó las manos, admitiendo la derrota.

Había leído los expedientes del caso. Y Harper también. Los dos teníamos suficiente experiencia como para saber que, por muchas fotografías que viéramos de la escena del crimen, no había nada como ir al lugar. Necesitaba hacerme a la idea del sitio, de la geografía, de la distribución de la habitación. Además, quería asegurarme de que Rudy y la policía no habían pasado nada por alto.

—Bueno, ¿qué te parece el caso? —dije.

La expresión de Harper se ensombreció al instante. Sus ojos se desviaron hacia la mesa y se aclaró la garganta.

—Pongámoslo así: no estoy tan convencida como tú. Yo creo que nuestro cliente tiene que dar demasiadas explicaciones y todavía no ha dado ninguna —contestó.

—¿Crees que miente sobre los asesinatos?

En ese momento, llegó su desayuno. Nos quedamos en silencio hasta que la camarera no pudiera oírnos. Entonces, continuó:

—Miente sobre algo. Algo importante.

No hablamos mientras comían. No fue mucho tiempo. Prácticamente, Holten aspiró su bagel, y Harper comía como si estuviera llenándose el depósito de gasolina para un viaje duro. Ninguno de los dos saboreaba la comida. Mientras, yo bebí mi café esperando.

Harper se limpió los labios con una servilleta y se reclinó en el asiento. Tenía algo in mente.

—No puedo quitarme la mariposa de la cabeza —dijo.

—Ya, la huella de Bobby y los dos ADN. Rudy cree que la policía colocó la prueba de ADN para incriminarle. Puede que tenga razón.

Ella y Holten asintieron.

—Sí, lo que no sé es cómo metió la policía el ADN de Pena en el laboratorio. El tema es chungo. Pero lo que más me impactó fue la propia mariposa. Anoche intenté hacer una. Al parecer está de moda hacer papiroflexia con dólares. Hay tutoriales en YouTube. Estuve tres cuartos de hora intentándolo, mientras me tomaba un descanso de los expedientes. No fui capaz. Quienquiera que la hizo se tomó su tiempo. Y la hizo antes del asesinato. Jugar así con el cadáver es algo muy frío. Está mandando un mensaje.

—Ya lo había pensado. No sé cómo va a usar la mariposa el fiscal, pero supongo que dirá que demuestra que Bobby no mató a Carl y a Ariella en un ataque de celos. Como dices, es un acto frío. Demuestra intención… y premeditación —dije.

—Es muy raro. Casi un ritual. Como si tuviera más que ver con el asesino que con la víctima. Puede que esté leyendo demasiado entre líneas, pero llamé a un colega del FBI experto en ciencias del comportamiento. Va a comprobar la base de datos. El FBI guarda un registro de los asesinos ritualistas. Tienen un equipo que estudia patrones de comportamiento. Puede que se parezca al modus operandi de alguno —dijo Harper.

Holten contó varios billetes, extendiéndolos entre los dedos. Tenía el maletín con el ordenador sobre el regazo y la larga cadena tintineaba al mover el dinero.

—Rudy ya lo ha intentado. Nos puso a un equipo entero a rebuscar callejones sin salida durante varios días, para encontrar un modus operandi parecido. El FBI no quería hablar con nosotros, así que investigamos a través de artículos de periódico y contactos en la policía. No encontramos nada. Quizá tengas suerte con tu amigo —apuntó Holten.

La camarera se llevó los platos y dejó la cuenta.

—Pago yo —dije, dejando un montón de billetes.

Harper y Holten protestaron. Especialmente, Holten. Los expolicías seguían teniendo la costumbre de mantener las distancias con los bolsillos de los abogados defensores. Bueno, salvo cuando les tenían en nómina, aparentemente.

—Yo me encargo —dijo Holten, devolviendo a Harper su billete de veinte—. El desayuno corre por cuenta de Carp Law. Lo pasaré como gastos.

Recogió mi dinero, puso el suyo y me devolvió mis billetes. El dólar que dejó encima del montón sobre la mesa llamó mi atención. La cara de Washington estaba boca abajo. En el dorso del billete, el Gran Sello de Estados Unidos. Una pirámide con un ojo omnividente en lo alto; en el otro extremo del billete, un águila apostada sobre un escudo de barras y estrellas, con ramas de olivo en una garra y flechas en la otra. En ese instante, algo se puso en marcha en el fondo de mi mente. Pura intuición de que el billete hallado en la boca de Carl era clave en aquel maldito caso.

Los tres dimos la vuelta a la esquina y tomamos la calle 88 Oeste. Llegaba hasta el río, pero no hacía falta ir tan lejos. Pasamos por delante de una iglesia, un par de ferreterías y un hotel. Vimos la casa al otro lado de la calle. Era una brownstone de tres plantas, una de esas casas adosadas hechas de piedra arenisca roja, característica de la arquitectura neoyorquina de los siglos XIX y XX. Delante de la casa había un agente de uniforme tomándose un descanso, sentado en los escalones del porche. Era más pequeño que Holten, pero, aun así, corpulento y rapado, con el cuello grueso. En la calle habría una docena de personas. Todos iban de negro. Habían puesto camisetas, flores y fotos de Ariella sobre las verjas de la casa. Tenían sillas plegables e impermeables. Habían ido para pasar el día, probablemente todos los días. Había velas colocadas al pie de un árbol frente a la casa, así como un póster de Ariella a tamaño natural alrededor del tronco, atado con una cuerda y cinta adhesiva.

Al subir los escalones del porche, el policía se levantó, asintió y se llevó el dedo índice a los labios. Su mirada se desvió rápidamente por encima de mi hombro, luego me guiñó un ojo y dijo:

—Pasen, agentes.

Asentí. A la puerta, los fans lloraban por Ariella. No había visto ninguna camiseta o póster de Bobby. Si el policía les contase que nosotros lo representábamos, la cosa podía ponerse fea. El agente apartó la cinta que precintaba la escena del crimen y abrió la puerta un poco, lo justo para que pudiéramos pasar uno a uno. Se oyeron los pasos de los fans acercándose rápidamente hacia la entrada, tratando de ver algo del interior de la casa.

—Atrás —dijo el agente.

Entramos todos y el policía cerró la puerta detrás de sí.

—Maldita sea, estos chavales están locos —dijo.

Harper se acercó a él, con la mano extendida.

—Hola, soy Harper —dijo, sonriendo. Había sido policía federal durante mucho tiempo y sus vínculos con las fuerzas de seguridad aún eran fuertes.

El policía se metió las manos en los bolsillos del abrigo y le soltó:

—Apártate, puta. Que nadie toque nada. Dentro de media hora, les quiero fuera de aquí.

—Bienvenida al mundo de la defensa criminal, Harper —dije.

Ir a la siguiente página

Report Page