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Jueves » Capítulo 51

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El oficial de vigilancia llevaba casi veinte minutos aporreando la puerta. Eran las siete y media. En el pasillo, el olor a verdura pasada se había convertido en olor a huevos cocidos. La mayoría del jurado ya estaba abajo. Kane, el oficial, Betsy y Rita seguían en el pasillo, llamando al ocupante de la habitación para que abriera la puerta.

—Maldita sea, ¿dónde está el mozo con la llave? —dijo el oficial.

Volvió a golpear la puerta, llamando.

En ese momento apareció el viejo mozo del hotel por la esquina del pasillo y le entregó la llave al oficial del juzgado.

—Te has tomado tu tiempo, ¿eh?

El mozo se encogió de hombros.

—Vamos a entrar —dijo Betsy.

Kane estaba completamente vestido, igual que los demás. Se había duchado, cambiado y maquillado para cubrir los hematomas de la cara causados por la fractura de nariz. Intentó disimular la emoción mientras veía al oficial meter la llave en la cerradura y abrir la puerta.

—¿Está despierto? Seguridad del juzgado —dijo el oficial entrando en la habitación.

Kane le dio un golpecito con el codo a Betsy para que se apartara y le siguió.

La habitación estaba impoluta. Había una bolsa de deporte sobre la cama. Las sábanas estaban deshechas, pero la cama a la derecha de Kane estaba vacía. El oficial se acercó hacia ella, gritando.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó Betsy.

El oficial se volvió rápidamente. Kane también. Betsy y Rita gritaron. Estaban mirando el estrecho espacio entre la cama y la pared de la izquierda, la más cercana a la puerta. El oficial movió el somier de la cama, apartándola de la pared. Todos se quedaron mirando el cuerpo de Manuel Ortega. Tenía el cuello envuelto en una sábana. Estaba sentado, casi desplomado sobre el suelo. El otro extremo de la sábana estaba atado al poste de la cama. Daba la impresión de que se había estrangulado.

Kane se tambaleó hacia atrás, manteniendo a Betsy y a Rita en su campo de visión, cubriéndose la boca con la mano. Mientras ellas contemplaban horrorizadas el cadáver de Manuel de espaldas a él, Kane se quitó rápidamente la toalla de los hombros y cubrió la cerradura de la ventana. Con un rápido giro de muñeca cerró la ventana desde dentro. Ni una huella, ni rastro de ADN. Limpio. Volvió a echarse la toalla al hombro y dio varios pasos hacia delante.

Parecía un suicidio. El oficial ya estaba hablando por su radio, pidiendo ayuda policial. Manuel tenía los ojos abiertos de par en par y le sobresalían del cráneo, mirando hacia la moqueta beis.

Esa madrugada, Kane había llamado a su ventana. Al principio le sobresaltó, pero después le dejó entrar.

—¿Qué haces, tío? —susurró Manuel.

—Es la única manera de hablar en privado. Me preocupa mucho este caso. Creo que la policía está intentando inculpar a Solomon. Tenemos que asegurarnos de que salga libre. No creo para nada que matara a esa gente.

—Yo tampoco. ¿Cómo lo hacemos? —dijo Manuel.

Estuvieron discutiendo sobre cómo influir sobre el resto del jurado. Diez minutos después, Manuel fue al cuarto de baño. Kane le siguió, poniéndose los guantes. Le cogió por detrás, le metió un trapo en la boca y se la mantuvo tapada. Con el otro brazo, rodeó su tráquea. No tardó mucho en caer. Fue silencioso, rápido; para cuando le había estrangulado, ni siquiera había roto a sudar. Movió el cuerpo hacia el espacio que había entre la cama y la pared, ató un extremo de la sábana al poste de la cama y el otro a su cuello. Tensó bien los nudos.

Luego salió igual que había entrado. Lo único que no pudo hacer en ese momento fue cerrar la ventana con pestillo.

Ahora ya lo había hecho.

El oficial del juzgado en el pasillo, la puerta de la habitación cerrada y la ventana ahora también cerrada. Esa combinación llevaría a la policía de Nueva York a clasificarlo, de entrada, como un suicidio. No podía haber ocurrido de otro modo.

—Todo el mundo fuera —ordenó el oficial.

Kane, Betsy y Rita salieron de la habitación. Hicieron una piña en el pasillo. Kane rodeó a Rita con su brazo mientras lloraba. Betsy dijo:

—Tengo que salir de aquí. Esto es horrible. ¿Qué demonios está pasando?

Kane les sugirió con un tono de voz suave que bajaran al piso de abajo y se tomaran una copa para calmar los nervios. Y así, con el ruido de las sirenas de policía acercándose al Grady’s Inn, se llevó por el pasillo a las dos jurados, una de cada brazo.

Bajaron las escaleras hacia el bar.

El jurado ya estaba limpio. El resto estaba abierto a su persuasión. Manuel era la última posibilidad de que absolvieran a Robert Solomon. Kane por fin tenía su jurado.

CARP LAW

Suite 421, Edificio Condé Nast. Times Square, 4. Nueva York, NY.

 

Comunicación abogado-cliente sujeta a secreto profesional

Estrictamente confidencial

Memorando sobre jurado

El pueblo vs. Robert Solomon

Tribunal de lo Penal de Nueva York

 

 

Christopher Pellosi

Edad: 45

Diseñador de páginas web. Trabaja desde casa. Soltero. Divorciado. Alto consumo de alcohol los fines de semana (todo el consumo en casa). Poca vida social. Ambos padres viven en una residencia en Pensilvania. Mala situación económica. Perdió gran parte de su dinero en malas inversiones antes de la crisis. Interés en la comida y cocinar. Toma medicación suave para la depresión y la ansiedad.

 

Probabilidad de voto NO CULPABLE: 32%

 

ARNOLD L. NOVOSELIC

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