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Jueves » Capítulo 56

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—Me van a declarar culpable, ¿verdad? —dijo Bobby.

—Aún no hemos perdido, Bobby. Todavía nos quedan algunas sorpresas —le contesté.

—Eres inocente, Bobby. El jurado lo verá —intervino Holten.

Bobby estaba sentado en la sala de reuniones con la comida delante. No la había tocado. Holten había salido a comprar sándwiches. Yo tampoco me sentía capaz de comer. Kinney había sido un auténtico golpe para la defensa de Bobby. No sobreviviríamos a otro así. Y a Pryor aún le quedaban dos testigos. El técnico de vídeo que había examinado la cámara de seguridad con sensor de movimiento en casa de Bobby y el periodista Paul Benettio. Gracias a Harper, tenía un buen punto en contra del técnico de vídeo. El periodista no había aportado nada que me preocupara. Simplemente decía que la relación entre Bobby y Ariella no iba bien.

Estaban casados. Eso no significa que él la matara.

Había estado hablando con el agente que vino con Harper. Trabajaba de especialista en comunicación digital para el FBI y era listo como un lince. Joven, pero muy preparado. Harper me lo presentó como Ángel Torres. Me enseñó lo que había descubierto en su visita a la casa de Bobby unas horas antes. No era un golpe maestro para la defensa, pero desde luego ayudaría.

—¿Os vio trabajando el policía en la escena del crimen? —pregunté.

—No —negó Harper—. Era fan de los Knicks. Así que me quedé charlando con él en el salón. Tampoco le importaba demasiado lo que hiciéramos. Lo único que le importaba eran los resultados del equipo. En cuanto Torres le enseñó su placa, el tipo se relajó.

—De todos modos, tampoco tardamos mucho. Entramos y salimos en cinco minutos —apuntó Torres.

—Bien —dije.

Holten, Torres y Harper estaban comiendo sus sándwiches de pie. Yo cogí más calmantes y me los tragué con un poco de gaseosa.

Delaney entró en la sala de reuniones. Traía un montón de carpetas consigo.

—¿Cómo va con el jurado? —preguntó.

Bobby se quedó mirándome, esperando una respuesta más alentadora.

—El ADN nos ha hecho daño, pero ya me lo esperaba. Tal vez haya conseguido suavizar un poco el golpe. Habrá que esperar a ver. Aguanta, Bobby. Todavía no hemos acabado —dije.

—¿Ya le has contado a Eddie lo de los jurados? —preguntó Delaney.

—Estaba a punto de hacerlo —contestó Harper—. Después de que Torres y yo saliéramos de casa de Bobby, volvimos a las oficinas del FBI. Revisamos un montón de artículos que los agentes habían sacado de los archivos de los periódicos locales. He encontrado dos noticias. La primera es un poco más interesante. Parece ser que una mujer fue asesinada a tiros durante un robo a mano armada. Estaba en el jurado del juicio a Pena.

Me enseñó el artículo en su teléfono.

La señora tendría sesenta y pocos años. Se llamaba Roseanne Waughsbach. Trabajaba en una tienda de artículos de segunda mano en Chapel Hill, Carolina del Norte. Un animal le pegó dos tiros en la cara con una escopeta. No se llevaron gran cosa de la tienda, pero cogieron el contenido de la caja registradora y un tarro de donativos. El propietario decía que se habían llevado casi cien dólares. El artículo se centraba en la pérdida de una vida y en la violencia, ¿por qué? Por cien pavos y algo de cambio.

—¿Notas que hay algo mal? Mira la foto —dijo Harper.

Era una imagen de la calle con la tienda cerrada. Y la escena del crimen precintada en la puerta.

Sabía exactamente lo que estaba mal. Justo al lado de la tienda de segunda mano había un Seven Eleven. Al otro lado de este, una tienda de licores. Y la puerta siguiente era una sucursal bancaria de pueblo.

—Esto no fue un robo. Fue un asesinato —señalé.

—Pensé lo mismo. Las tiendas de artículos de segunda mano no suelen guardar mucho dinero. No tienen nada que valga la pena robar y casi nada que valga la pena comprar. Si fuera a robar una tienda en esa calle, iría al Seven Eleven. Probablemente, el propietario de la tienda de licores estaría armado; el banco tendría bastante seguridad, pero el Seven Eleven, poca. Quizás un bate de béisbol. Tampoco es probable que alguien que trabaje de dependiente en un Seven Eleven haga heroicidades. ¿Quién se arriesgaría por tan poco dinero? Y allí mueven mucho efectivo. Mucho más que una tienda de artículos de segunda mano.

—¿Cuál es la otra noticia? —le pregunté.

—No la he traído. Era un anuncio en el Wilmington Standard. Después de que Pete Timson fuera condenado por el asesinato de Derek Haas, desapareció uno de los jurados. No tenía familia, pero sí trabajo. Una vez acabado el juicio, no se presentó en su puesto y el jefe se preocupó. Se puso en contacto con la policía y hasta publicó un anuncio. Nadie volvió a verlo después de salir de la sala del jurado.

El dolor en mis costillas empezó a disminuir. En su lugar sentía un vacío en el pecho y un ardor en la garganta. Delaney tenía razón con su teoría sobre Dollar Bill desde el principio. El problema era que todavía no habíamos visto casi nada. Me hundí un poco en el asiento, cerré los ojos y me froté el chichón en la parte trasera de la cabeza. Necesitaba una descarga de dolor.

Por primera vez en aquel juicio, sentí miedo. Dollar Bill era mucho más sofisticado de lo que habíamos imaginado.

—Hemos estado buscando en el lugar equivocado —dije—. Todas las personas a las que inculpó de sus crímenes acabaron condenadas. Todas. Un juicio siempre puede decantarse hacia el otro lado. Incluso con pruebas científicas. ¿Cómo pudo asegurarse de que los condenaran? A ese tipo no le basta con colocar pruebas. Dollar Bill no vio esos juicios cómodamente entre el público. Estaba en el jurado. Como dijo el propio Harry: tenemos un jurado corrupto.

—¿Cómo? —Harper y Delaney saltaron a la vez.

Bobby y Holten se miraron, boquiabiertos.

—De alguna manera, consiguió meterse en el jurado. ¿El jurado desaparecido en el caso de Derek Haas? Creo que no se presentó al trabajo una vez acabado el juicio porque estaba muerto. Probablemente, llevara bastante tiempo muerto. Al menos desde la semana previa al juicio. Bill ocupó su lugar. A Brenda Kowolski la atropelló en la calle, a Manuel Ortega le estranguló y disparó a la jurado anciana en el caso de Pena. Se deshizo de ellos porque no iban a votar como él quería.

—Mata a un jurado antes de la selección y usurpa su identidad. Es la única manera de que funcione. Por eso el jurado no desapareció hasta después del juicio —dijo Delaney fríamente. La idea cubrió su expresión como un viento helado.

—¿Cómo sabía él quiénes eran los candidatos a entrar en el jurado? —preguntó Harper.

—Puede que pirateara el servidor del juzgado. O las oficinas del abogado. O las del fiscal. O que se colara en la sala del correo de algún modo —dijo Holten.

—Esto es de locos —replicó Harper.

—No, esto es Bill —dijo Delaney—. Os lo dije. Este tipo es muy inteligente. Posiblemente el más listo al que nos hayamos enfrentado nunca. Necesitamos las listas con los miembros del jurado en todos estos casos. Podemos comprobar su identidad con Tráfico, Control de Pasaportes y cualquier maldita base de datos que tengamos. Tampoco puede cambiar totalmente de aspecto. Empezamos con el jurado que desapareció después del juicio de Haas. Vamos a coger a este tío. Eddie, testificaré. Haré lo que haga falta —dijo Delaney.

Hablamos acerca de la estrategia. Esta vez vigilaríamos al jurado. Pero eso conllevaba un riesgo.

—Bobby, si esto funciona, deberíamos conseguir que el juicio se declare nulo. Eso es lo que queremos. De ese modo, todo queda en suspenso. Delaney podrá vigilar al jurado, seguirles el rastro hasta que averigüemos quién es el asesino. Hay que parar el juicio. No puedo dejar que quede en manos del jurado. No si el asesino está entre ellos. Pero debes saber que puede que no funcione. Tenemos una teoría, pero no hay pruebas. Si el juez se niega a declarar el juicio nulo, cabe la posibilidad de que Pryor vuelva todo esto en nuestra contra.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Bobby.

—Si planteamos que hay un asesino en serie en el jurado, y ahora mismo no sabemos cuál de ellos es, el jurado entero pensará que les estamos acusando del crimen. Se lo tomarán como algo personal. Probablemente, eso haga que te declaren culpable. Si lo intentamos y no funciona, si no atrapamos a ese tío, podrías pasar el resto de tu vida entre rejas.

Me caía bien. A pesar de todo el dinero y la fama, apenas había cambiado del chico de granja que dejó su casa con los ahorros de su padre en el bolsillo. Evidentemente, tenía sus problemas. Todos los tenemos. Pero no venía al juzgado en un Bentley. Ni tenía nueve lacayos colgados del cuello, diciéndole las veinticuatro horas del día lo maravilloso que era. Bobby había descubierto muy pronto qué quería hacer con su vida. Tuvo la suerte de que se le daba bien, persiguió su sueño, se enamoró e hizo realidad aquello que había soñado. Ahora era un joven llorando la muerte de su amor. Ni todo el dinero del mundo podría cambiar tal cosa.

—Este hombre mató a Ariella y a Carl. Y a toda esa otra gente. Quiero que le cojáis. Haced lo que haga falta. Yo no importo. Sé que le vais a atrapar —dijo Bobby.

—Tiene que haber otro modo —intervino Holten.

Tampoco quería poner en peligro a Bobby. Pero, en ese momento, no se me ocurría otro plan. Sabía que algo se me escapaba. El ADN me había preocupado desde el principio. ¿Cómo demonios había ido a parar el ADN de un fallecido a un billete de dólar?

Era imposible.

Sin embargo, en cuanto aquel pensamiento pasó por mi mente, entendí cómo había acabado el ADN de Pena en el billete que se encontró en la boca de Carl. Di una breve lista de comprobaciones a Delaney.

Dollar Bill era muy listo.

Pero nadie es perfecto.

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