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Lunes » Capítulo 4

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Kane se miró en el espejo de cuerpo entero del dormitorio que tenía delante. Entre el marco y el cristal, había metido decenas de fotografías del hombre que en ese instante se disolvía lentamente en su propia bañera. Él mismo había traído las fotos. Necesitaba un poco más de tiempo para estudiar a su objetivo. Una foto en concreto (la única que había conseguido tomar del hombre en posición sentada) llamaba su atención. Estaba en un banco de Central Park, tirando migas a los pájaros. Tenía las piernas cruzadas.

El sillón que se había traído de la sala de estar era unos doce centímetros más bajo que el banco de la foto. Le costaba acertar con el ángulo de las piernas. Él nunca las cruzaba. Nunca le pareció cómodo, ni natural. Pero, a la hora de convertirse en otra persona, era un perfeccionista. La perfección era esencial para el éxito.

La imitación era un don que había descubierto en el colegio. Durante el recreo, Kane imitaba a los profesores ante el resto de la clase; sus compañeros se tiraban por los suelos de la risa. Él nunca se reía, pero disfrutaba con la atención que le prestaban. Le gustaba el sonido de la risa de sus compañeros, aunque no entendía por qué se reían ni la relación entre las risas y su imitación. No obstante, lo hacía de vez en cuando. Le ayudaba a encajar. De niño, se había mudado muchas veces: colegio nuevo y ciudad nueva, casi cada año. Su madre acababa perdiendo el trabajo inevitablemente, ya fuera por enfermedad o por el alcohol. Y entonces empezaban a poner carteles por todo su barrio: fotos de mascotas que habían desaparecido.

Ese solía ser el momento en que había que seguir el viaje.

Kane había desarrollado la habilidad de conocer rápidamente a la gente. Se le daba bien hacer amigos y tampoco le faltaba práctica. Las imitaciones rompían el hielo. Las chicas de su clase dejaban de mirarle raro durante unos días, mientras que los chicos le incluían en sus conversaciones sobre béisbol. Al poco tiempo, Kane ya estaba imitando a famosos y a miembros del profesorado.

Se irguió en el sillón y volvió a intentar pasar una pierna por encima de la otra para imitar la fotografía. Gemelo derecho sobre rodilla izquierda, pie derecho extendido. Su pierna derecha resbaló de la rodilla izquierda y cayó. Kane se maldijo. Esperó un momento y puso el pangrama que había grabado el hombre justo antes de meterle una bala en la cabeza. Recitó las palabras, susurrándolas suavemente. Poco a poco, fue subiendo de volumen. Volvió a reproducir la grabación, una y otra vez. Con los ojos cerrados, escuchó atentamente. La voz que salía de la grabadora podía haber sido mejor. Se notaba el miedo. Los temblores que salían del fondo de la garganta creaban ondas en algunas palabras. Kane trató de aislarlas y las repitió con confianza, probando cómo sonarían sin miedo. En la grabación, la voz también sonaba bastante profunda. Bajó una octava y bebió un poco de leche entera para saturar sus cuerdas vocales. Funcionó. Tras algo de práctica y una vez que logró oír el tono en su cabeza, Kane se sintió capaz de repetirla, o al menos de hacerla muy parecida sin necesidad de beber leche para inflamar la garganta.

Un cuarto de hora después, los sonidos de la grabación y el habla de Kane eran idénticos. Cuando intentó cruzar una pierna sobre la rodilla contraria, esta se mantuvo.

Satisfecho, se levantó, fue a la cocina y volvió a abrir la nevera. Al servirse la leche, había visto algunos ingredientes que llamaron su atención: beicon, huevos, algo de queso en una lata de aerosol, un paquete de mantequilla, unos tomates algo blandos y un limón. Pensó que unos huevos con beicon, tal vez con un poco de pan frito, contribuirían a su ingesta calórica. Necesitaba ganar algunos kilos para igualar el peso de su víctima. Visto lo visto, probablemente se saldría con la suya pesando menos. Además, siempre podía ponerse relleno en el estómago… No obstante, Kane hacía las cosas de forma metódica. Si podía acercarse medio kilo más a su objetivo hoy mismo con una comida abundante y grasa, eso es lo que haría.

Encontró una sartén bajo el fregadero y preparó un plato. Leyó algunas de las revistas de pesca American Angler que había sobre la mesa de la cocina mientras comía. Una vez lleno, apartó el plato. Según se desarrollara la tarde, sabía que tal vez no tendría oportunidad de comer otra vez hasta después de las doce.

Esta noche, pensó, podía estar verdaderamente ocupado.

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