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Viernes » Capítulo 72

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El primer bote estalló en un rincón del dormitorio. Empecé a oír cristales rompiéndose por todas partes. Dos federales con el uniforme del SWAT y máscaras de gas irrumpieron por la ventana. Oí más cristales rompiéndose en el rellano. Vi a otro agente del SWAT caer de pie detrás de Kane. El agente que tenía más cerca me pasó una máscara, me arrodillé y repté hasta el rincón para ponérmela. Para cuando conseguí cerrar la tira de Velcro detrás de la cabeza, los ojos me picaban mucho.

Los agentes se anunciaron y ordenaron a Kane que soltara el cuchillo y se tirara al suelo. No los veía. Con las ventanas del dormitorio y del rellano rotas, con el viento invernal del exterior, el dormitorio se había convertido en una nube de humo blanco impenetrable. Por los vanos de las ventanas iba saliendo al exterior, pero en esos primeros instantes no se veía nada.

Una ráfaga de disparos automáticos y casquillos vacíos tintineando al caer al suelo. Luego nada. Oí un gemido y el ruido de algo pesado cayendo al suelo. Entonces empezó el tiroteo de verdad. Dos fuertes series de disparos. En medio del humo, vi destellos de la boca de un cañón, pero no sabía hacia dónde iban dirigidos.

Una silueta se movió rápidamente entre el humo. Solo vi su perfil. Se agachó en un rincón del dormitorio, se incorporó; entonces oí un cristal rompiéndose y vi un arco de humo entrando por la ventana. Pasos en las escaleras. Pesados. Rápidos.

El humo se aclaró un poco más. Me levanté y estuve a punto de tropezar con el cuerpo de un agente en el suelo. Era el que me había dado la máscara antigás. Le había degollado. Y no tenía su arma. Un poco más allá, había otro agente boca abajo. Entonces vi a Kane en el rellano, de pie sobre el cuerpo del último agente que había entrado por la ventana del segundo piso. Estaba tumbado sobre la moqueta, convulsionando. Vació el resto del cargador sobre él. El agente se quedó inmóvil. Kane soltó el arma, cogió su cuchillo y vino a por mí.

Tenía los ojos rojos y llorosos, pero no parecía importarle. Vi una mancha oscura en su camisa, sobre el estómago. Antes de matar al primer agente y quitarle el arma, le habían alcanzado.

Sin embargo, la herida no parecía haberle perturbado ni ralentizado sus movimientos en lo más mínimo.

¿Quién demonios era aquel tío?

Había tres metros entre Kane y yo. Los pasos en las escaleras se oían cada vez más fuerte. Reculé hasta que mis piernas dieron con la puerta de acero de la habitación del pánico. Kane avanzaba dando zancadas, sonriendo.

Saqué la Glock de Holten del bolsillo de mi chaqueta y le disparé al pecho. Le había cogido el arma mientras estaba de espaldas cerrando la puerta de la entrada. El disparo le hizo recular varios pasos, pero milagrosamente seguía en pie. Bajó la mirada y vio la enorme herida de bala. Volvió a levantar la vista y abrió la boca. Le salía sangre de los labios. Empezó a avanzar hacia mí de nuevo.

Le disparé otra vez en el hombro. Ni siquiera se detuvo.

Estaba a dos metros y medio de mí. Y con el maldito cuchillo en la mano.

Apreté el gatillo otra vez, y otra, y otra. Fallé la primera, luego le di en el estómago y en el pecho, pero el cabrón seguía acercándose.

Un metro y medio. Los pasos se oían ya en el rellano.

Apunté más abajo y disparé dos veces. Fallé el primer disparo. El segundo le destrozó la rodilla y cayó al suelo. Empezó a reptar, escupiendo sangre.

Estaba a menos de un metro y soltó un latigazo con el brazo que sostenía el cuchillo. El filo me mordió el muslo. En aquel último segundo, sus ojos cambiaron. Se suavizaron, se apaciguaron. Fue casi como si se quitara un peso de encima al mirar al cañón de la Glock.

Volví a apretar el gatillo y le volé la tapa de los sesos.

Mis rodillas cedieron al sentir el dolor atravesándome. Tenía un corte largo y horizontal en el muslo y notaba la sangre empapándome los pantalones. Mi mente empezó a flotar. La habitación me daba vueltas. Debí de desplomarme en el suelo. Vi el arma de Holten delante de mí. Se me habría caído. Alcé la vista y vi a Holten de pie, jadeando. Se agachó y recogió la pistola.

Al mirarle, vi la decisión en su cara. Sacó el cargador y se quedó mirándolo. Quedaban un par de balas al menos. La maldita máscara no me dejaba respirar, así que me la quité.

—El martes, en la cafetería. Fuimos a desayunar antes de ir a la escena del crimen —dije.

Holten se arrodilló, mirando el cuerpo de Kane.

—Nunca creí que llegaría este día —respondió Holten.

Sacudió la cabeza con incredulidad ante el cadáver.

—No había nadie como él. Nadie podía hacerle daño. No sentía dolor. Era como si no fuera humano —dijo Holten.

—La cafetería. Cogiste el dinero que había contado para pagar la cuenta, me lo devolviste y dijiste que pagabas tú. Le diste uno de esos dólares a Kane y le ayudaste a tenderme una trampa. Le has estado ayudando en todo esto —dije.

Se puso en pie y, volviéndose hacia mí, sonrió.

Era una sonrisa retorcida y malvada. Había visto la foto que envió el policía de Chapel Hill a Harper: Holten no había cambiado nada. Quería que supiese que le habían descubierto, que ya no podría esconderse tras un nombre falso. Pero la voz se me quebraba por el dolor. De algún modo, conseguí decir:

—Cambiaste la muestra de Richard Pena por la de Kane en Chapel Hill, ¿no es cierto, agente McPartland?

Volvió a meter el cargador, cargó el arma y me apuntó a la cabeza.

Apreté los dientes y le miré a los ojos.

Su cuerpo empezó a dar sacudidas y los vidrios rotos que había pegados al marco de la ventana se tiñeron de un rojo violento antes de que el cuerpo de Holten cayera por el hueco.

Delaney y Harper estaban en el rellano, una al lado de la otra. Bajaron las armas. Oí que Delaney llamaba a una ambulancia y entonces todo se volvió oscuro otra vez. Intenté abrir los ojos, pero no podía. Me pesaba la cabeza y estaba empapado de sudor. Noté mi espalda resbalando contra la pared y no lograba que mis piernas aguantaran. Estaba cayendo, rápido.

Antes de perder el conocimiento, sentí una mano sobre la mejilla. No entendía lo que decían. Alguien estaba golpeando una puerta de metal. Era Bobby, preguntando si podía salir. Intenté decirle que sí. Que ya no tenía que ir al juzgado por la mañana, que el caso contra él había acabado, pero no encontraba las palabras.

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