13

13


Lunes » Capítulo 14

Página 18 de 84

14

Repasé el resto de los archivos del caso Solomon en menos de dos horas; la mayoría los revisé fácilmente de una sola hojeada. Eran declaraciones rudimentarias de agentes confirmando la cadena de custodia, extensos informes de la Policía Científica, declaraciones de testigos. Había varias pruebas clave.

La llamada de emergencia al 911 de Bobby Solomon a las 00:03. Tenía la transcripción y una grabación en audio. Bobby parecía cegado por el pánico, atragantándose con las lágrimas, la rabia, el miedo y su inmensa pérdida. Estaba todo ahí, en su voz.

Operadora: Emergencias, ¿con quién le conecto: bomberos, policía o ambulancia?

Solomon: Ayuda… ¡Por Dios!… Estoy en el 275 de la calle 88 Oeste. Mi mujer… Creo que está muerta. Alguien… ¡Ay, Dios!… Alguien los ha matado.

Operadora: Voy a mandar a la policía y una ambulancia. Cálmese, señor. ¿Está usted en peligro?

Solomon: No… No lo sé.

Operadora: ¿Está usted en el inmueble ahora mismo?

Solomon: Sí… Eh…, acabo de encontrarlos. Están en el dormitorio. Muertos.

[Sonido de lloro].

Operadora: ¿Oiga? ¿Señor? Respire, necesito que me diga si hay alguien más en el inmueble ahora mismo.

[Ruido de cristales rompiéndose y alguien tropezando].

Solomon: Estoy aquí. Ah, no he revisado la casa… Mierda… Por favor, manden una ambulancia ahora mismo. No respira…

[Solomon suelta el teléfono].

Operadora: ¿Oiga? Por favor, coja el teléfono. ¿Oiga? ¿Oiga?

ϒ

Bobby le dijo a la policía que había estado bebiendo toda la tarde. También había tomado pastillas. No recordaba dónde había estado, pero sí que fue a varios bares: se encontró con diversas personas, pero tampoco recordaba sus nombres. Cogió un taxi a la puerta de una discoteca y llegó a casa justo después de la medianoche. La luz del recibidor estaba apagada. Carl no estaba en la cocina ni en el salón. Subió a buscarle al piso de arriba. Vio que la puerta de Ariella estaba abierta y que había una lámpara encendida. Entró y se los encontró a los dos muertos.

En un principio, la llamada y la versión de Solomon parecían totalmente plausibles. Bobby tenía antecedentes por faltas leves por embriaguez y era habitual que se acordara… o recordara poco de lo que había hecho bajo los efectos del alcohol.

Como coartada, era mala. Pero no había motivo para dudar de su versión.

Hasta que leí la declaración de Ken Eigerson. Vivía en el número 277 de la calle 88 Oeste. Tenía cuarenta y cinco años y era gerente de un fondo de cobertura. Eigerson declaró que aquel día llegó a su casa a las nueve de la noche y le dijo «hola» a su famoso vecino, Bobby Solomon. Le vio subir los escalones que conducían a su casa. Recordaba la hora con exactitud porque los jueves su mujer siempre trabajaba hasta tarde y la canguro se iba a las nueve. Connie Brewkowsi, la au pair de veintitrés años de los Eigerson, confirmó que se marchó de la casa cuando este regresó: a las nueve.

Estaba pensando en posibles formas de dar la vuelta a todo aquello. Algún punto de ataque. Y entonces pensé en el vídeo. Grabaciones de las cámaras de seguridad en el exterior del inmueble. Con fecha y hora de la noche del crimen. Y a las nueve de la noche aparecía Solomon entrando en la propiedad.

La cámara se activaba por un sensor de movimiento. No había nada más grabado hasta que los policías aparecieron a las doce y diez.

Ninguna grabación que mostrase a Bobby llegando a casa cuando afirmaba haberlo hecho, a medianoche. La Policía de Nueva York halló a Ariella y a Carl muertos cuando Bobby les dejó entrar, a las doce y diez.

¿Conclusión? Bobby Solomon mintió sobre la hora a la que llegó a casa.

La Policía Científica sellaría el destino de Bobby. Su sangre sobre el bate de béisbol y sus huellas en la empuñadura. La sangre de Ariella sobre la ropa de Bobby. Y la guinda del pastel: el billete de dólar en forma de mariposa en la boca de Carl con las huellas de Bobby y con su ADN. Bobby le dijo a la policía que jamás había visto aquel billete y que, desde luego, no lo dobló ni lo metió en la boca de Carl.

Game over.

Rudy contestó a mi llamada inmediatamente.

—La cagó —dije.

—Estoy de acuerdo —respondió Rudy—, pero no estás indagando lo suficiente. La Policía Científica incriminó a Bobby colocando su ADN ahí.

—¿Qué te hace estar tan seguro? —pregunté.

—Las pruebas que hicieron demostraron que había más de un perfil de ADN.

—Dame un segundo —dije, y abrí la carpeta de la Científica.

En efecto: había un informe que identificaba los perfiles de ADN encontrados en el dólar. Estaban clasificados como «A» y «B». El perfil «A» era el ADN de Bobby. El perfil «B» encajaba con un perfil existente en la base de datos de un hombre llamado Richard Pena.

—Espera, Rudy. Lo normal es que haya más de un rastro de ADN en cualquier billete en circulación. Lo que me sorprende es que no encontraran veinte perfiles distintos. Eso no significa que la policía intentara incriminar a Bobby.

—Sí. El cotejo del perfil de Richard Pena demuestra que hubo contaminación de ADN en el laboratorio —dijo Rudy.

—¿Cómo?

—Hemos descubierto algo en los antecedentes de Richard Pena. La Policía Científica tenía su ficha muy enterrada. Era un asesino en serie que estuvo en la cárcel. Entre 1998 y 1999, mató a cuatro mujeres en Carolina del Norte. La prensa le llamaba «el Estrangulador de Chapel Hill». Le cogieron, le condenaron y, después de rechazar las apelaciones, le ejecutaron de manera fulminante en 2001.

Sin esperar a que dijera nada más, saqué una foto que habían hecho del dólar desdoblado. La primera imagen que apareció era del dorso del billete. Noté que estaba ligeramente decolorado alrededor de la imagen del águila americana, como si se hubiera rozado con un bolígrafo, tal vez al estar suelto en un bolsillo. No le presté demasiada atención: quería ver el otro lado del dólar. Volví a apretar el sensor. Esta vez sí que apareció lo que estaba buscando. En la cara del billete, a la derecha de George Washington, había un número de serie. Solo se crea un número de serie nuevo en tres circunstancias. La primera es cuando se emite un nuevo diseño de billete. Los otros motivos para sacar una serie nueva también están relacionados con cambios en los billetes. Cada billete tiene dos firmas, una a cada lado de la imagen de George Washington. La primera es la firma del tesorero de Estados Unidos; la otra, del secretario del Tesoro. Las firmas en el billete hallado en la boca de Carl eran de la tesorera Rosa Gumataotoa Ríos y del secretario Jack Lew. El número de serie correspondía al año de nombramiento de Lew: 2013.

Rudy me lo aclaró un poco más.

—Es imposible que Richard Pena tocara ese billete. Llevaba doce años muerto cuando se imprimió.

—Y no hay huellas de Pena, solo su ADN —dije.

—Así es.

—Si las únicas huellas sobre ese dólar son de Bobby…, pero hay rastros de ADN de Bobby y Pena sobre el billete…, estoy pensando que el técnico de la Científica frotó el billete antes de colocar el ADN de Bobby y, de algún modo, dejó también el ADN de Pena al mismo tiempo y por error —dije.

—Lo vas cogiendo. Es la única teoría posible. El ADN puede desaparecer por exposición a detergentes domésticos. Es fácil de eliminar. ¿Cuántas manos han tocado ese billete desde 2013? Tienen que ser centenares, si no miles. La cagaron intentando empapelar a Bobby. Limpiaron el billete y luego se equivocaron al colocar su ADN en él. El de Pena se añadió de alguna manera mientras estaba en el laboratorio. Es la única explicación. Los hemos pillado —dijo Rudy.

Tenía sentido. Sin embargo, algo seguía preocupándome. De algún modo, la mariposa era simbólica. Era importante para alguien. Probablemente para el asesino o para la víctima. Y la policía se había aprovechado de esa prueba. El Departamento de Policía de Nueva York la había intentado usar para incriminar a Bobby, colocando su ADN sobre ella, pero se había equivocado.

—Las pruebas de ADN de Pena tuvieron que hacerse en otro estado. ¿Cómo llegó al laboratorio de la Policía de Nueva York?

—No lo sabemos. Pero llegó.

Escuché a Rudy soltando de todo sobre la corrupción policial, la tormenta mediática que desataría esta prueba y acerca de cómo esto era el eje de la defensa de Bobby. Después de treinta segundos, dejé de escucharle. En mi mente, volvía a estar en las oficinas de Carp Law. Sentado al lado de Bobby, oyéndole defender su inocencia. En ese momento, me pregunté si me había dejado convencer por aquel chico. Era un actor de talento. Sin duda. No todas las estrellas de cine son grandes actores. Bobby era un artista y tenía técnica. Y me preocupaba algo más. En la mayoría de los casos, si la policía colocaba una prueba incriminatoria contra un sospechoso, normalmente era porque le creían culpable. No se me ocurría cómo alguien más podía haber entrado o haber salido de la casa sin ser captado por la cámara de seguridad, que se activaba con el movimiento. Y luego estaba el testimonio del vecino.

—Rudy, me creí la historia de Bobby. No te voy a mentir ni me voy a mentir a mí mismo. Cuando me dijo que era inocente, le creí. No puedo dejar que nada más enturbie esa opinión. Si no te importa, voy a ponerme ya con mi propio detective. Aún no tenemos el cuchillo que se utilizó con Ariella. Dime, ¿qué dice Bobby acerca del bate de béisbol con el que mataron a Carl?

—Dijo que guardaba ese bate en el recibidor. Tenían sistemas de seguridad, claro, pero su padre siempre tenía un bate junto a la puerta de entrada. Y Bobby siempre ha hecho lo mismo. Es su bate, así que eso explica por qué sus huellas están sobre él…

—Pero no la sangre. Tengo que indagar más en ese tema —dije.

—Ya se ha emitido un giro a tu cuenta con tus honorarios. Si quieres gastar parte de eso en detectives, es cosa tuya. Yo me ocuparé de la selección del jurado. Dame un toque por la mañana. Y duerme un poco —dijo antes de colgar.

Empecé a revisar los contactos de mi teléfono hasta que encontré uno que decía: «QUE TE DEN». Apreté el botón de llamada. No miré la hora. La persona a quien llamaba estaba acostumbrada a contestar a todas horas. Formaba parte de su trabajo. Empezó a dar tono. Respondió una voz de mujer. Rasgada, con un leve acento del Medio Oeste.

—Eddie Flynn, timador de ley. Me preguntaba cuándo me llamarías.

La voz era de una antigua agente del FBI llamada Harper. Nunca me había dicho su nombre de pila. Pensándolo bien, tampoco estaba seguro de habérselo preguntado. Nos habíamos conocido hacía un año, justo antes de que dejara el FBI con su pareja, Joe Washington. Montaron una unidad de seguridad e investigación privada en Manhattan; por lo que había oído, les iba bastante bien. La primera vez que nos vimos me aplastó la cabeza sobre el capó de mi Mustang. Unos meses más tarde, estábamos persiguiendo al mismo malo. Y, aparte de la mía, salvó la vida de varios de sus compañeros. Tenía instinto. Me fiaba de su opinión: si ella creía que Bobby era culpable, tal vez me lo pensara dos veces.

—Me alegro de hablar contigo. Siento no haber mantenido el contacto, estaba esperando el caso adecuado. Necesito un detective. ¿Conoces alguno bueno?

—Que te den… ¿Quién es tu cliente?

Sabía lo que me esperaba, aun antes de decirlo. De todos modos, se lo conté.

—Estoy en el equipo de la defensa de Bobby Solomon. Vamos a demostrar que el Departamento de Policía de Nueva York le incriminó. Y tú me vas a ayudar.

Soltó una carcajada y dijo:

—Muy bueno. Lo siguiente será decirme que vas a defender a Charles Manson.

—Va en serio. Dentro de un hora o menos, un guardaespaldas de Carp Law estará en tu apartamento con un portátil. Esperará mientras lees los expedientes. Es un asunto delicado. Si se filtra algo de esto antes del juicio…

La carcajada de Harper se ahogó en su garganta.

—Venga, Eddie. ¿Va en serio?

—En serio. Parece que solo tendremos uno o dos días para hacernos con el tema. Lee los expedientes del caso. Llámame cuando termines. Empezamos mañana por la mañana en la escena del crimen. A no ser que prefieras llevarlo a otro sitio…

—Te llamaré cuando termine con los expedientes. Por lo que he visto en televisión, todo apunta a que Solomon es el asesino. Lo sabes, ¿verdad? Tiene pinta de perdedor.

—También he leído los periódicos. He oído a todos los expertos legales de la CNN. Creen que el juicio está acabado antes de empezar. Puede que tengan razón. Pero yo he hablado con Bobby. Y Rudy Carp también. No creemos que sea capaz de haber cometido unos asesinatos así. Lo único que tenemos que hacer es convencer a doce personas de que estamos en lo cierto.

Ir a la siguiente página

Report Page