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Martes » Capítulo 23

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Estaban a punto de dar las siete de la tarde. La temperatura había caído y la respiración de Kane dibujaba nubes de vaho delante de su cara, pero él no tenía frío. Había roto a sudar después de una hora lavando el Chevrolet Silverado en un garaje abandonado. Apenas le había costado abrirlo forzando la cerradura con una palanca y levantando la persiana metálica para aparcar el coche y encerrarse. Tardó cinco minutos a lo sumo. La herida del navajazo en el muslo derecho le tiraba un poco.

En un rincón había un bidón de aceite herrumbroso. El propietario anterior lo utilizaba como barril para quemar. Encima tenía un respiradero de aluminio. Extrajo algo de gasolina del Chevrolet con un sifón, la metió en el bidón, prendió una cerilla y la dejó caer.

De pie ante el barril de gasolina ardiendo, se quitó la camisa y la arrojó a las llamas. Comprobó los bolsillos de sus pantalones, de los que sacó un billete de dólar; se los quitó y los echó dentro del bidón. Por un segundo, se quedó observando el billete; finalmente, lo tiró a las llamas. En el asiento trasero del coche llevaba una muda de ropa dentro de una bolsa. De repente creyó distinguir un tono verdoso en el fuego, aunque no sabía si era real. Tal vez hubiera cobre o algún producto químico en el fondo del bidón. Aquello le recordó al Gatsby, de Scott Fitzgerald, cuando contemplaba la luz verde sobre el agua oscura. El sueño americano: inaccesible y alejándose ante su mirada con cada chasquido de las llamas.

Kane conocía aquel sueño. Su madre le hablaba de él. Estuvo toda su vida persiguiéndolo, pero fracasó. Igual que él, hasta que se dio cuenta de la verdad. El sueño americano no era dinero. Era libertad. Auténtica libertad.

No le gustaba notar la herida en la pierna. Comprobó el vendaje, lo aflojó un poco, se tomó una dosis doble de antibióticos y comprobó su temperatura con un termómetro digital: treinta y siete grados. Perfecto.

Kane sabía mucho del dolor para ser alguien que nunca lo había experimentado. Tenía una importante función fisiológica. Un sistema de alarma. Señales del cerebro para advertirte de que hay un problema. Dolores de cabeza. Lesiones musculares. Infección. Si Kane no monitorizaba su cuerpo atentamente, podía destruirlo.

Oyó que su teléfono móvil vibraba. Lo cogió.

—Unos chicos han encontrado el cuerpo que dejaste en Brooklyn. Lo han denunciado. No te preocupes, tardarán en identificarlo —dijo la voz.

—¿Tengo que adelantar el programa? —preguntó Kane.

—No relacionarán el cuerpo con la citación para el jurado inmediatamente. Puede que nunca lo hagan. Era un tipo retraído con intereses liberales: ahora mismo hay muchos sospechosos y motivos mejores. De todos modos, cuanto más rápido hagas esto, mejor. He visto que esta tarde también has estado ocupado. Quizá deberías calmar un poco las cosas.

—Tendré en cuenta tu consejo —contestó Kane.

Oyó el suspiro del hombre al otro lado de la línea.

—Hay orden de busca estatal sobre el Chevy. ¿Has lavado el coche? ¿Y cambiado la matrícula?

—Claro. Tranquilízate. Nunca encontrarán este coche. ¿Qué sabes de lo que ha pasado esta tarde?

—Conozco a un tío de Homicidios en ese distrito. Él me pondrá al día. Estaré al tanto de los micros ocultos. Te aviso si encuentran algo.

—Hazlo. Si me entero de que me has estado ocultando algo…, bueno, ya sabes cuáles son las consecuencias —dijo Kane.

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