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Miércoles » Capítulo 31

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Rudy y yo vimos a Bobby recobrando el conocimiento en la enfermería. Al principio estaba grogui. No sabía dónde se encontraba ni qué había pasado. Una enfermera le iba dando agua a sorbitos. Dijo que se tumbara. Rudy estaba en un rincón, hablando furiosamente por el móvil.

—No, no está listo. Todavía no. Dame más tiempo —dijo.

Aunque solo podía oír parte de la conversación, era evidente que no iba bien.

—¿Y qué pasa si lo ha visto la prensa? Sigue siendo un artista de primera fila. Deme dos semanas y conseguiré…

Quienquiera que estuviese al otro lado de la línea colgó. Rudy encogió el brazo, a punto de arrojar el móvil contra la pared. Maldijo y dejó caer el brazo a un lado.

La enfermería consistía en una camilla, una cajonera llena de calmantes y vendas, y un desfibrilador en su maletín, colgado de la pared. Rudy pidió amablemente a la enfermera que nos diera un momento. Antes de salir, nos dijo que no moviéramos a Bobby durante al menos un cuarto de hora y le dejáramos salir de su estado poco a poco.

—Vi a dos periodistas al fondo de la sala. Se suponía que no debían entrar hasta que todo el mundo estuviese listo para empezar, pero debieron de colarse. Lo han visto todo. Y tienen fotos. Saldrá en los titulares de las noticias esta noche —dijo Rudy.

—Ya me da igual. Aún puedo hacer muchos papeles —respondió Bobby.

—Espera, no te sigo. ¿Qué tiene que ver aquí el hecho de que Bobby haya tenido un ataque epiléptico? —pregunté.

Rudy suspiró, miró al suelo y contestó:

—Hasta hoy, nadie sabía que fuera epiléptico… No puedes trabajar en una película con un presupuesto de trescientos millones de dólares si cabe la posibilidad de que te dé un ataque y te caigas de una plataforma. Solamente las primas del seguro de Bobby costarían cincuenta millones. El estudio estaba presentando a Bobby como el nuevo Bruce Willis. Pero todo eso se ha acabado.

—Hay cosas más importantes en las que pensar que su carrera —dije—, como que vaya a la cárcel por asesinato…

—Lo sé, pero ya no podemos hacer nada. Bobby, lo siento, el estudio estrena la película el viernes y van a retirar al bufete de tu caso —dijo Rudy.

Bobby no podía hablar. Cerró los ojos y se recostó. Era como un hombre a punto de caer por un acantilado escarpado.

—No pueden hacer eso —dije.

—Lo he intentado, Eddie. Los carteles de la película han salido por el juicio. El estudio ya no necesita mucha promoción ni gastarse mucho más dinero en publicidad. Están teniendo gratis toda la publicidad que podrían desear. Si se publica que tiene epilepsia, el acuerdo con Bobby ya no le convendrá al estudio. Y él lo sabe: firmó el contrato. Los había convencido de que esperaran a que terminase el juicio y consiguiéramos la absolución. Pero ya no le ven sentido y no quieren arriesgarse por un veredicto de «no culpable». Van a sacar la película mientras aún sea inocente.

—No podemos abandonarle —dije.

—Ya está hecho. Se me hace un nudo en la garganta, pero nuestro cliente es el estudio. Se lo comunicaré al juez, Bobby. Te concederán un aplazamiento.

Bobby lo había oído todo. Tal vez fuera una estrella, pero a mí me parecía un niño asustado. Tenía la cabeza hundida entre las manos y sus hombros temblaban por los sollozos.

Rudy se disponía a salir de la enfermería cuando me habló por encima del hombro:

—Venga, Eddie, nos vamos.

No me moví.

Se detuvo, volvió a entrar y se dirigió a mí claramente.

—Eddie, el estudio da marcha atrás en este juicio. Ellos son nuestro cliente. Puedes venir conmigo ahora mismo y empezar en tu nuevo puesto mañana. Gran sueldo, trabajo fácil. Venga, te lo mereces. No nos queda otra.

—¿Y ese discurso que me soltaste sobre creer en Bobby? Solo era una treta para que me uniera a vosotros, ¿verdad? ¿Vas a dejar tirado a este tío el primer día de un juicio por asesinato?

—El juicio todavía no ha empezado. Hablaré con el juez y lo pospondrá hasta que Bobby encuentre un nuevo abogado. Mira, Eddie, no soy un cabrón. No estoy dejando tirado a Bobby. Simplemente, voy detrás de diecisiete millones de dólares en honorarios, al año. Me voy con mi cliente, y tú también. Venga —dijo.

Si le daba la espalda a Rudy, no tendría otra oportunidad. Su oferta de trabajo era mi única posibilidad de recuperar a Christine. Una carrera sólida. Una vida fácil. Sin estrés. Sin riesgo. Sin peligros para la familia. Si aceptaba el puesto en Carp Law, sabía que tenía bastantes opciones de volver con mi mujer. Sin él, Christine ni siquiera creería que me lo habían ofrecido. Sería Eddie Flynn, el mentiroso. Otra vez.

Solté un suspiro. Una respiración larga y constante. Asentí.

Salí al pasillo y seguí a Rudy hasta los ascensores. Se ajustó la corbata y apretó el botón de llamada. Me vio caminar hacia él.

—Chico listo —dijo Rudy.

Me quedé en silencio. Con la cabeza gacha. Se abrieron las puertas del ascensor. Rudy entró, pero yo no me moví.

—Venga, Eddie. Es hora de irnos. Se acabó el caso —dijo.

—No —contesté—. El caso no ha hecho más que empezar. Gracias por la oferta de trabajo.

Di media vuelta y fui hacia la enfermería antes de que las puertas se cerraran. La enfermera ya había vuelto y estaba tratando de consolar a Bobby. El chico me vio en el umbral de la puerta. Tenía la cara empapada. Su camisa estaba calada de sudor y la enfermera estaba intentando que se recostara, pero él se resistía.

—¿Puedo pasar? —le pregunté.

Asintió. La enfermera se echó a un lado. Bobby enganchó las mangas de su camisa con los pulgares y se enjugó las lágrimas de la cara. Se sorbió la nariz. Estaba pálido. Temblaba. Su voz sonaba como ramas secas crujiendo en medio de una tormenta.

—El estudio me da igual. Quiero que se acabe esto. Yo no maté a Ari ni a Carl. Necesito que la gente lo crea.

Cada acusado reacciona de manera distinta ante un juicio penal. Los hay que son un despojo desde el primer día. A algunos les importa una mierda lo que pase; ya han estado en la sombra y les da igual la posibilidad de que les caiga una condena larga. A otros, les golpea por momentos. Al principio se muestran arrogantes. Demasiado entusiastas. A medida que se acerca la vista, van ganando confianza. Pero al mismo tiempo se va acumulando la ansiedad. Su confianza pronto se ve erosionada por un miedo paralizante. Y cuando el engranaje de la maquinaria judicial empieza a girar el primer día de juicio, se desmoronan.

Bobby encajaba en esta última categoría. Y tanto. El primer día de juicio, o te hundes, o nadas. Y era evidente que Bobby se estaba hundiendo.

—Parece que necesitas un abogado —dije.

Por un instante, sus ojos se entornaron. Sus hombros se destensaron, relajándose. Pero el alivio no duró mucho.

—No puedo pagar tanto como el estudio —dijo, volviendo a tensar los hombros. El pánico regresó a su mirada.

—Tranquilo. Rudy me ha pagado bastante. Sigo teniendo su dinero. Pero mi cliente eres tú. Y voy a hacer todo lo que pueda para defenderte. Si me aceptas —dije.

Extendió la mano. Se la estreché.

—Gracias…

—No me las des todavía. Seguimos estando hasta el cuello de mierda.

Bobby echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada larga y nerviosa. Se cortó en seco en cuanto la realidad volvió a golpearle.

—Lo sé. Pero, por lo menos, no estoy solo —contestó.

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