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Miércoles » Capítulo 35

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Harry estaba en lo cierto. Pryor era un auténtico profesional de los tribunales. Escuché su alegato inicial observando cuidadosamente al jurado.

Cuando terminó, miré a Bobby. Estaba temblando. Se inclinó hacia mí y dijo:

—Todo esto es mentira. Si Carl y Ari estaban liados, yo no lo sabía. Lo juro por Dios, Eddie. Es mentira.

Asentí, pidiéndole que se calmara. Arnold susurró:

—Pryor se ha ganado al jurado. Tienes que sacarles de ahí.

Tenía razón. Pryor había empleado un viejo truco de abogado llamado «verdad matemática». Está basado en el número tres. Cada palabra de Pryor había sido minuciosamente medida, probada y ensayada. Y todo giraba en torno al número tres.

El tres es el número mágico. Ocupa un lugar importante en nuestra mente; lo vemos constantemente en nuestra cultura y nuestra vida diaria. Si alguien te llama por teléfono equivocándose una vez, así es la vida. Si vuelves a recibir una llamada equivocada, es una coincidencia. Si se equivocan por tercera vez, sabes que algo pasa. En nuestro subconsciente, el número tres equivale a una especie de verdad o hecho. De algún modo, es divino. Jesús resucitó al tercer día. La Santísima Trinidad. A la tercera va la vencida. Tres strikes y estás eliminado.

Pryor hizo tres promesas. Dijo la palabra «culpable» tres veces. Utilizó la palabra «tres». Mostró tres dedos. Los ritmos y cadencias de su discurso giraban en torno al número tres.

«No voy a especular. No voy a teorizar. Voy a mostrarles la verdad […] Este caso trata de sexo, dinero y venganza […] Hundió el cuchillo en su cuerpo una y otra y otra vez».

Hasta la estructura de su discurso estaba construida sobre ese número.

Para empezar, anunció al jurado que les iba a decir tres cosas. A continuación, les dijo las tres cosas. Y, en tercer lugar, les explicó lo que acababa de decir.

Tenía motivos para parecer tan satisfecho consigo mismo. El truco estaba bien ensayado, bien pensado, era psicológicamente manipulador y tremendamente persuasivo.

Antes de levantarme para hablar, vi la mirada preocupada de Bobby. Sabía lo que estaba pensando. Se preguntaba si tenía al abogado adecuado. Su vida pendía de un hilo. La gente no suele tener una segunda oportunidad en un juicio por asesinato.

No me lo tomé a mal. Si yo estuviera en su piel, probablemente me hubiera sentido igual. Me puse en pie, me abotoné la chaqueta del traje y me coloqué a, más o menos, un metro de la tribuna del jurado. Lo bastante cerca como para crear cierta intimidad.

Mientras Pryor hablaba con la fuerza y la autoridad de un actor experimentado, yo mantuve el tono de voz a un nivel que pudiera oír el jurado, pero que apenas llegara al fondo de la sala. Por muy demoledor que fuese, Pryor había demostrado tener un punto débil: la vanidad.

—Me llamo Eddie Flynn. Ahora represento al acusado, Robert Solomon. A diferencia del señor Pryor, no necesito que recuerden mi nombre. No soy importante. Lo que yo crea, no importa. Y no voy a hacerles ninguna promesa. Voy a pedirles que hagan una cosa. Quiero que cada uno de «ustedes» mantenga la promesa que hizo ayer cuando cogió la Biblia en la mano y juró dar un veredicto verdadero y fiel en este caso.

»Verán, al convertirse en jurados, asumieron una responsabilidad. Son responsables de todas las personas en esta sala, de todas las personas en este estado y de todas las personas en este país. Tenemos un sistema de justicia que afirma que es preferible que cien hombres culpables salgan libres a que uno inocente vaya a la cárcel. Son ustedes responsables de cada hombre y mujer inocente acusado de un crimen. Tienen que protegerlos.

Di un paso hacia delante. Dos mujeres y un hombre del jurado se inclinaron hacia mí. Mis manos se agarraron a la barandilla de la tribuna y me agaché.

—Ahora mismo, la ley de nuestro país dice que Robert Solomon es inocente. La acusación debe hacerles cambiar de idea. Tienen que convencerlos más allá de cualquier duda razonable de que él cometió estos asesinatos. Recuérdenlo. ¿Están seguros de que todo lo que dice la acusación es correcto? ¿Es cierto? ¿Es eso lo que ocurrió? ¿O cabe la posibilidad de que ocurriera de otro modo? ¿«Pudo ser» otra persona la que mató a Ariella Bloom y a Carl Tozer?

»La defensa demostrará que hay otro sospechoso que la acusación ha pasado por alto. Otra persona que dejó su huella en la escena del crimen. Alguien a quien el FBI lleva años buscando. Alguien que ya ha matado antes, muchas veces. ¿Pudo cometer esa persona los asesinatos que nos ocupan? Al término de este juicio, tendrán que hacerse esa pregunta. Si la respuesta es “sí”, dejen que Robert Solomon se vaya a casa.

Me mantuve agarrado a la barandilla, mirando detenidamente a los miembros del jurado uno por uno. Luego, volví hacia la mesa de la acusación. De camino, no pude resistirme a mirar a Pryor.

Su mirada fue muy elocuente: «a jugar».

Por primera vez aquel día, vi que algo se despertaba en los ojos de Bobby. Algo pequeño, pero importante.

Esperanza.

Arnold se inclinó hacia delante haciéndome un gesto para que hiciera lo propio.

—Buen trabajo. El jurado se lo ha tragado. Hay uno que… —dijo, pero Pryor ya se había levantado, y Arnold lo vio—. Nada, no importa —dijo.

—La acusación llama a declarar al inspector Joseph Anderson —anunció Pryor.

El fiscal no quería dejar que mi discurso siguiera resonando en los oídos del jurado. Tenía que mover ficha rápido, ganárselos de nuevo y retenerlos. Yo ya había leído la declaración de Anderson. Era el inspector principal.

Un tipo corpulento con pantalones grises y camisa blanca se dirigió hacia el estrado. Mediría uno noventa y tantos. Tenía el pelo corto y moreno. Subió a su sitio y se volvió hacia la sala. Sus ojos eran pequeños y de color oscuro. Tenía un bigote espeso y nada de cuello. Llevaba una escayola en la mano derecha que le llegaba hasta el codo y la camisa arremangada hasta el principio de la escayola.

Aunque en ese momento no lo sabía, ya conocía al inspector Anderson. De la noche anterior. Era uno de los tipos del grupo del inspector Mike Granger. El que había intentado hacerme un boquete en el pecho antes de que yo le partiera la mano bloqueando su puñetazo.

Él ya me había reconocido. Lo veía en sus pequeños y penetrantes ojos.

Por primera vez desde hacía tres días, me relajé un poco. Si Anderson era tan sucio como Granger, eso quería decir que cabían serias posibilidades de que estuvieran intentando tomar el camino más fácil en este caso. Y era probable que hubiesen atajado, colocando pruebas incriminatorias y haciendo todo lo necesario para inculpar a su autor.

La cosa se ponía interesante.

CARP LAW

Suite 421, Edificio Condé Nast. Times Square, 4. Nueva York, NY.

 

Comunicación abogado-cliente sujeta a secreto profesional

Estrictamente confidencial

Memorando sobre jurado

El pueblo vs. Robert Solomon

Tribunal de lo Penal de Nueva York

 

 

Terry Andrews

Edad: 49

Expromesa del baloncesto. Sufrió una grave lesión de ligamentos y se retiró del deporte a los diecinueve años. Propietario de un restaurante: cafetería y parrilla tradicional en el Bronx, donde también es el chef de parrilla. Divorciado en dos ocasiones. Padre de dos hijos. No tiene contacto con su familia. No tiene historial como votante ni afiliaciones políticas. Aficionado al jazz. Mala situación económica, el restaurante ha estado a punto de cerrar.

 

Probabilidad de voto NO CULPABLE: 55%

 

ARNOLD L. NOVOSELIC

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