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Miércoles » Capítulo 40

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Hay tres ingredientes fundamentales para un buen timo. Da igual que seas timador en La Habana, Londres o Pekín. Dondequiera que estés, pasas por estas tres fases. Puede que tengan nombres diferentes y que se utilicen para fines distintos, pero, llegado el momento, estos tres procesos conducen al éxito en el timo.

El número mágico, una vez más.

Curiosamente, un buen interrogatorio también consta de tres fases. Y da la casualidad de que esas fases son exactamente las mismas que emplean los timadores de poca monta y los de alto standing. El arte del timo y el arte del «contra» son uno solo. Y yo sabía manejar ambos.

Primera fase. Convencer.

—Inspector, a partir de las fotografías que hemos visto, de los informes de las autopsias realizadas a las víctimas y de su propia investigación, estos asesinatos podrían haber sido cometidos por alguien distinto al acusado, ¿correcto?

Ni siquiera se detuvo a pensarlo. Contaba con ello. Cuando a un policía de Homicidios se le mete algo en la cabeza, es prácticamente imposible hacerle cambiar de idea.

—No, no es correcto. Todas las prueban apuntan a que el acusado es el asesino —contestó serenamente.

—La defensa no lo acepta, pero digamos, por un momento, que está usted en lo cierto: que todas las pruebas apuntan al acusado como el asesino. ¿Cabe la posibilidad de que el verdadero autor de este crimen quiera simplemente que usted, sus compañeros y el fiscal creyeran que el «acusado» es culpable de este crimen?

—¿Quiere decir que alguien entrara y saliera flotando de la casa sin ser visto y que dejara pruebas para inculpar a Bobby Solomon? No —dijo, conteniendo la risa—. Lo siento, pero eso es ridículo.

—Según ha explicado al jurado, Carl Tozer fue asesinado con un bate; posteriormente, Ariella Bloom murió por las heridas recibidas con un cuchillo cuando ambos estaban en la cama. ¿Es esa la única forma en la que pudieron producirse los asesinatos?

—Es el único escenario que encaja con las pruebas —dijo Anderson.

Abrí mi portátil, accedí al sistema de vídeo del juzgado con mi contraseña y subí dos de las fotografías que Harper y yo habíamos sacado el día anterior. Al mirar la pantalla, vi que Pryor había dejado puesta la imagen de la escena del crimen. Sería útil. Di instrucciones a Arnold para que fuera pasando las imágenes y poniéndolas en la pantalla de la sala. Me dio el visto bueno, se levantó y movió nuestro equipo al «pozo del tribunal», el espacio que hay entre juez, jurado y testigo.

Al levantarme no pude evitar hacer una mueca por el dolor que sentía en el costado. Cada vez era más intenso; en breve, echaría mano de los calmantes. Solo tenía que aguantar un poco más. Por un instante, me quedé mirando las cajas y el colchón, así como la bolsa dispuesta encima de este.

Segunda fase. La trampa.

—Inspector Anderson, ¿encontraron a las víctimas en la escena del crimen exactamente como muestra la foto en la pantalla? —pregunté.

Volvió a mirar la imagen. Carl estaba de lado, con la parte trasera de la cabeza manchada de sangre. Ariella estaba boca arriba, con manchas de sangre en el estómago y en el pecho, pero en ningún otro sitio.

—Sí, así es como los encontramos.

Había leído el informe del forense sobre la escena del crimen. Daba una descripción detallada de las posturas y de las heridas de los cadáveres. La forense llegó hacia la una de la madrugada: dictaminó que la hora de la muerte había sido entre tres y cuatro horas antes de su llegada.

Hice un gesto a Arnold mostrándole dos dedos y cambió la foto en la pantalla de la sala. Era un primer plano de la etiqueta del colchón en la escena del crimen.

—Inspector, este colchón que hemos colocado en el suelo es un NemoSleep, con número de producto 55612L. ¿Puede confirmar que es el mismo número de producto que el del colchón que muestra la fotografía con las manchas de sangre de la víctima?

Miró la foto y contestó:

—Eso parece.

—La forense recoge en su informe que el torso de Ariella estaba a treinta centímetros del borde izquierdo de la cama; su cabeza, a veintitrés centímetros del borde superior. ¿Es correcto?

—Eso creo, no lo recuerdo exactamente, sin volver a leer el informe —dijo.

Hizo una pausa mientras el ayudante del fiscal buscaba una copia del informe y se lo entregaba a Anderson. Le dije de memoria la página exacta. Es una habilidad que me ha resultado muy útil en la abogacía. Nunca olvido.

—Sí, diría que es correcto —me concedió.

Anderson confirmó también que la cabeza de Tozer estaba a sesenta y un centímetros del borde superior de la cama, y a cuarenta y seis del borde derecho de la misma, según la forense.

Cogí la bolsa que había encima del colchón y expuse su contenido sobre el suelo.

Una cinta métrica. Un rotulador. Un vaso de chupito. Sirope de maíz. Una botella de agua. Colorante alimentario. Una sábana.

Desdoblé la sábana y la extendí sobre el colchón. Medí las distancias de la posición de las víctimas según el informe de la forense y dibujé un círculo alrededor de ellas sobre la sábana con el rotulador. A continuación, le enseñé un dedo a Arnold: necesitábamos la primera foto.

En la pantalla, la imagen cambió. Ahora mostraba una foto del colchón tomada el día anterior. Se veía una mancha de sangre ancha y espesa en el lado de la cama de Ariella; en el lado de Tozer, solo una manchita debajo de su cráneo, más o menos del tamaño de la base de una taza de café.

—Inspector, ¿está usted de acuerdo en que las marcas que he hecho sobre esta cama son equivalentes a las manchas de sangre de la foto?

Se tomó un momento para mirar la pantalla y el colchón en el suelo.

—Sí, más o menos.

—Tiene usted delante el informe de la forense. Recogió que Ariella Bloom pesaba cincuenta kilos. Carl Tozer, ciento cinco. ¿Es correcto?

Pasó varias páginas:

—Sí —dijo.

—Inspector, esto no es un examen de matemáticas, pero Carl Tozer pesaba más del doble que Ariella Bloom, ¿no?

Asintió, recolocándose en el asiento.

—Tendrá que contestar para que conste en acta —dije.

—Sí —respondió, inclinándose hacia el micrófono.

Abrí la caja y saqué dos pesas rusas. Se las mostré a Anderson. Corroboró que una pesaba diez kilos y la otra veinte. Coloqué una en el lado de la cama de Ariella y la otra justo debajo de la mancha en el lado de Tozer. Sabía que aquella demostración funcionaría incluso antes de empezar. Lo sabía desde que Harper y yo nos tumbamos sobre la cama del dormitorio de Bobby. La pesa de veinte kilos estaba más baja sobre el colchón. Se había hundido con el peso. La de diez kilos estaba al menos un par de centímetros más alta.

—Inspector, volviendo una vez más al informe, la forense indicó que Ariella había perdido mucha sangre. Casi mil centímetros cúbicos, ¿cierto?

Comprobó el informe.

—Sí.

Abrí la botella de agua, vertí un poco en mi vaso sobre la mesa de la defensa. Luego eché un chorrito de sirope de maíz y dos gotas de colorante en el agua que quedaba en la botella. Volví a poner el tapón y la agité. Lo desenrosqué y llené el vaso de chupito.

—Inspector, como verá, este vaso de chupito tiene una capacidad de cincuenta centímetros cúbicos. ¿Desea comprobarlo? —pregunté.

—Me fío de su palabra —contestó.

—El laboratorio criminalístico del Departamento de Policía de Nueva York emplea una mezcla compuesta por una medida de sirope de maíz y cuatro de agua para replicar la consistencia de la sangre. Está en el manual de reconstrucción para expertos en salpicaduras de sangre. ¿Lo sabía?

—No, pero, de nuevo, no se lo discuto —dijo.

Anderson procuraba no ceder puntos sabiendo que tenía un as en la manga. Podía debilitar su testimonio si discutía innecesariamente. Todos los policías de Nueva York tienen la misma formación como testigos. Ya había interrogado a bastantes para saber cómo hacerlo.

Lentamente, vertí el contenido del vaso de chupito sobre la pesa que había colocado en el lado de la cama de Ariella. Se formó un pequeño charco alrededor de la base de la pesa y la mancha oscura se fue extendiendo. Fluyó en un hilo por la superficie de la cama y avanzó serpenteando alrededor de la pesa del lado de Tozer. La bola de músculo en la mandíbula de Anderson empezó a moverse como una bomba. Aunque estaba a tres metros, podía oír cómo le rechinaban los dientes.

—Inspector, si lo desea, puede levantarse para examinar el colchón antes de contestar a mi pregunta. Mire la fotografía del colchón en la pantalla y dígame, ¿qué está mal en la foto?

Anderson observó la pantalla y luego el colchón. No era un buen actor. Se frotó las sienes y sacudió la cabeza intentando fingir confusión, sin éxito.

—No sé qué me quiere decir —dijo.

Estaba tratando de ponerme las cosas difíciles, pero se había equivocado en la respuesta. Eso me daba pie a que se lo explicara todo a él y, aún más importante, al jurado.

Arnold cambió la imagen de la pantalla y subió la foto de las víctimas tomada en la escena del crimen. Él y yo sí nos entendíamos. Antes de proseguir, vi que Harry tomaba notas. Iba muy por delante de mí.

—Inspector, no hay sangre de Ariella Bloom en el cuerpo de Carl Tozer, ¿verdad?

—No, supongo que no —contestó.

Pryor ya había escuchado bastante. Saltó de su asiento y se puso a mi lado.

—Señoría, la acusación tiene que protestar ante esta… esta charada. El hecho de que la sangre, o lo que sea que hay en este colchón, fluya cuesta abajo a otra parte de este colchón no significa nada. El colchón de la casa del acusado no ha sido analizado. Es distinto. No hay pruebas que demuestren que lo que ocurre en este colchón por principio hubiera ocurrido en el colchón de la escena del crimen.

Las cejas de Harry se arquearon y empezó a dar golpecitos con el bolígrafo sobre su mesa.

—Señor Flynn, le he dejado proceder hasta ahora, pero el señor Pryor ha planteado una cuestión razonable —dijo Harry.

Tercera fase. El momento en que comprendes que eres un primo.

Miré hacia el público, que esperaba ansioso mi respuesta. Vi muchas cosas en los rostros que me observaban. Algunos estaban recelosos; otros, confusos. No obstante, la mayoría estaban intrigados. Llevaban meses escuchando una única versión de los hechos: a saber, que Bobby Solomon mató a su mujer y a su jefe de seguridad. Ahora, tal vez, estaban ante una versión distinta.

A todo el mundo le gusta una buena historia.

Encontré una cara que había estado buscando en el público.

—Señor Cheeseman, ¿le importaría levantarse?

En la segunda fila de los asientos reservados al público, un hombre que rondaba los cincuenta años se puso en pie con orgullo. Tenía una cabellera fuerte y negra, que llevaba bien peinada. Lucía un bigote que parecía cuidado como la mascota familiar preferida. Era un hombre grande, en todos los sentidos. Vestía un traje azul oscuro, camisa blanca y corbata de color esmeralda.

Me volví hacia Harry.

—Señoría, este es el señor Cheeseman. En 2003 diseñó y patentó el colchón NemoSleep. Está hecho de látex y un tejido recubierto de Kevlar cien por cien resistente al agua. Garantizado. Este colchón tiene el mismo índice de absorción que un acero de alto contenido en carbono. También es hipoalergénico, antibacteriano, antifúngico y se utiliza en la industria hotelera de todo el mundo. Si es necesario, el señor Cheeseman podría testificar ahora, fuera de turno… En caso de que el señor Pryor desee contrainterrogarle.

Harry apenas pudo esconder el placer en su rostro al ver al señor Cheeseman. La cara de Pryor lo hacía más delicioso todavía. La palabra sorpresa se quedaba corta. Acababa de comerse una pared de ladrillo con «NO CULPABLE» escrito en letra bien grande.

—Eh…, señoría, la acusación se reserva su posición respecto al señor Cheeseman por el momento —dijo.

—Voy a permitir que continúe esta línea de interrogatorio por ahora —apuntó Harry.

Volví a poner a Anderson contra las cuerdas antes de que Pryor alcanzara la mesa de la acusación.

—Inspector, como ya hemos demostrado, no hay sangre de Ariella Bloom sobre el cadáver del señor Tozer. Ni una gota. Si las víctimas estaban ubicadas tal y como usted las encontró cuando fueron asesinadas, tendría que haber sangre sobre el señor Tozer. ¿Está de acuerdo?

—No, creo que las víctimas fueron asesinadas donde yacían —contestó.

—¿Está usted de acuerdo en que el líquido fluye cuesta abajo? —pregunté.

—Eh, sí…, claro —dijo.

—Es pura física, inspector. Carl Tozer pesaba mucho más que Ariella Bloom. Su peso haría que el colchón se hundiera. Según las leyes de la gravedad, cualquier sangre que saliera del cuerpo de la señora Bloom caería cuesta abajo y se habría encontrado sobre el señor Tozer, ¿correcto?

Vaciló. Sus labios se movieron, pero no salió ni un sonido de su garganta.

—Es posible —contestó.

Entré a matar. La pantalla mostraba la foto que Harper había hecho de las manchas sobre el colchón.

—Si Tozer estaba en esa cama cuando la señora Bloom fue asesinada, se habría manchado de sangre. Inspector, ¿no le parece obvio, habiendo visto la demostración, que Carl Tozer no estaba en esta cama cuando la otra víctima fue asesinada? Tuvo que pasar tiempo para que la sangre se secara y coagulara antes de que se pusiera el peso de Carl Tozer sobre ella, ¿no cree?

—Es posible —dijo.

—¿Quiere decir que es probable?

Habló apretando los dientes.

—Es posible.

—Al comienzo de este contrainterrogatorio, dijo usted a los miembros del jurado que los asesinatos solo pudieron producirse cuando ambas víctimas estaban tumbadas juntas sobre la cama. Las pruebas apuntan ahora hacia otro lugar, ¿no? —dije.

—Puede. Eso no cambia el hecho de que su cliente fue quien los mató —contestó.

Estaba a punto de lanzarme a por Anderson. Había muchos más interrogantes en torno a aquella investigación. Sin embargo, el juez levantó la mano y me pidió que parara. Un oficial del juzgado estaba susurrándole algo. Harry se levantó y dijo:

—Se suspende la vista durante veinte minutos. Quiero ver a los letrados de la acusación y la defensa en mis dependencias ahora mismo.

Parecía enfadado. Oficial y juez intercambiaron unas palabras. Harry desapareció por el pasillo trasero antes de que el oficial dijera:

—Todo el mundo en pie.

No sabía qué estaba pasando. Pryor tampoco.

Pero algo pasaba. Vi a la guardia del jurado recogiendo los cuadernos de sus miembros. Mierda. Lo último que necesitaba era un jurado nuevo. Justo cuando empezaba a ganarme a aquella gente.

Fuera lo que fuese lo que había ocurrido, Harry estaba furioso.

Un ruido llamó mi atención. Eran voces gritando. Localicé el origen del barullo y di un paso atrás. En todos mis años de experiencia, nunca había visto nada como aquello.

Había estallado una pelea en la tribuna del jurado.

CARP LAW

Suite 421, Edificio Condé Nast. Times Square, 4. Nueva York, NY.

 

Comunicación abogado-cliente sujeta a secreto profesional

Estrictamente confidencial

Memorando sobre jurado

El pueblo vs. Robert Solomon

Tribunal de lo Penal de Nueva York

 

 

Manuel Ortega

Edad: 38

Pianista, flautista, guitarrista. Principales ingresos como músico de estudio. En la actualidad, no forma parte de ningún grupo. Divorciado. Un hijo varón, de diez años, con su exmujer. Situación financiera precaria (acreedores agresivos). Se mudó a Nueva York desde Texas hace veinte años. Un hermano en la cárcel. Publicaciones en redes sociales demuestran fuertes opiniones contra el sistema penitenciario.

 

Probabilidad de voto NO CULPABLE: 90%

 

ARNOLD L. NOVOSELIC

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