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Miércoles » Capítulo 42

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Al final, tuvieron que traer a todo el personal de seguridad del juzgado para calmar al jurado. Cinco guardias. Cuando se los llevaron de la tribuna, aún seguían peleándose. Era la primera vez que veía que un jurado corría el riesgo de ser acusado por desacato al tribunal.

Chris Pellosi, un tipo de tez pálida que diseñaba páginas web, agarró del jersey a Spencer con una mano mientras con la otra señalaba a Manuel Ortega. Daniel Clay, aficionado a la ciencia ficción, se unió al anciano Bradley Summers y a James Johnston, traductor, tratando de hacer callar al grupo a base de gritos. No lo lograron. Gritar a la gente para que se calle nunca funciona.

Manuel, el músico, se encaró con el corpulento Terry Andrews, mientras Betsy y Rita soltaron un torrente de insultos contra Spencer Colbert.

Solo una persona se mantuvo ajena a la pelea, tranquilamente sentada con la cabeza agachada: Alec Wynn. Los oficiales del juzgado hicieron salir al jurado de la sala.

Al cerrarse la puerta que daba al pasillo, seguía oyéndose la discusión.

—¿Qué pasa? —preguntó Bobby.

Volví con mi cliente e intenté tranquilizarle.

—No tengo ni idea, pero sea lo que sea, puede que te venga bien —contesté.

—¿Qué? ¿Cómo me puede venir bien? —dijo.

—Esto está empezando, pero el jurado parece un poco «dividido» por ahora. Es buena señal. Esperemos que siga así.

Pareció comprender lo que decía. Tenía mejor aspecto. Volvía a tener color en las mejillas. Le daba cierto rubor.

Aquello merecía la pena. Había renunciado a muchas cosas para representar a Bobby Solomon. Pero, al mirarle en ese momento, supe que había tomado la decisión correcta.

—Entonces, ¿tenemos alguna posibilidad? Es la primera vez que veo ese cuchillo, Eddie. Te juro que nunca lo había visto, y menos aún tocado —dijo.

—Bobby, el bate estaba en el dormitorio. Rudy me dijo que solías guardarlo en el recibidor. ¿Es eso cierto?

—Sí, totalmente. Me crie en una granja. A mi padre no le gustaban las armas de fuego. Siempre tenía una tabla de madera junto a la puerta de entrada, para protegerse. Una vez se la partió encima a un cobrador de deudas. Estuvo varios meses en la cárcel por ello. Cuando salió, fue a comprarse un bate de béisbol. Y lo guardaba en el mismo sitio. En el cuartito al lado de la puerta. Decía que no se rompería tan fácilmente. Yo siempre he hecho lo mismo, viviera donde viviera y por mucha seguridad que hubiese. Pero nunca lo he usado.

—De acuerdo —dije. Había tenido una idea sobre el bate del recibidor y su conexión con el misterioso hematoma en el cuello de Carl Tozer.

La secretaria del juzgado se acercó a toda prisa. Harry quería ver a los letrados inmediatamente. La seguimos hasta su despacho, esta vez sin que Pryor abriera la boca. Le preocupaba el jurado. Doce personas que se llevan mal no dan un veredicto unánime. Estaba luchando por volver a ganárselos, y lo sabía.

Harry estaba sentado detrás de su escritorio. Se había quitado la toga y la había colgado. Llevaba camisa blanca y pantalón negro con tirantes. Había una bola de papel sobre su mesa y, junto a ella, un montón de cuadernos.

Nos sentamos en los cómodos sillones enfrente de Harry. La secretaria tomó asiento en su mesa y el taquígrafo también entró en el despacho. Se puso a escribir en cuanto Harry empezó a hablar. Aquella conversación constaría en acta.

—Caballeros —dijo Harry—. Tenemos un jurado corrupto.

—¡Maldita sea! —exclamó Pryor, golpeando la mesa de Harry.

Me froté la cara y le pedí un poco de agua. Tomé otra dosis de calmantes. Los necesitaba. Más que nunca. Aparte de la costilla rota, la cabeza me estaba matando. Había estado bien durante gran parte del día, siempre que no me tocara la parte posterior del cráneo. Sin embargo, empezaba a dolerme la cabeza. Y no tenía nada que ver con el bate que me había sacudido la noche anterior.

Cada palabra de Harry me golpeaba como un piano cayendo de una grúa.

Un jurado corrupto.

Aunque había oído muchas historias y había leído sobre ello en los periódicos, nunca había tenido ninguno. Un jurado es corrupto cuando tiene intenciones ocultas. En la mayoría de los casos, conocen al acusado. Son un pariente lejano o un amigo. Tienen un solo objetivo in mente: meterse en el jurado y decantar el juicio según convenga a su propósito.

—¿Quién es? —preguntó Pryor.

—Echen un vistazo a esto, pero no lo cojan —dijo Harry—. Ya tiene suficientes huellas.

Ambos nos levantamos a examinar la bola de papel sobre el escritorio de Harry. El ver la palabra «culpable» escrita en el papel sabiendo que había pasado por todo el jurado desató una nueva ola de dolor en mi cabeza.

—¿Vas a suspender el juicio? —pregunté.

—Todavía no lo sé. He estado revisando los cuadernos que entregamos a los miembros del jurado. Creo que lo he encontrado. Dos de ellos están en blanco. Y el resto, bueno, la letra no se parece ni de lejos. No soy experto en caligrafía, pero esa me parece bastante similar —dijo Harry.

Harry señaló un cuaderno abierto sobre la mesa. La letra no se parecía a la de la bola de papel: era idéntica.

—Yo creo que sí, juez —dijo Pryor.

—Yo también.

Harry mandó a la secretaria a por el jurado en cuestión. No tuvimos que esperar mucho. La secretaria hizo pasar al despacho a Spencer Colbert. Le pidió que tomara asiento en el sillón vacío junto a la mesa de Harry. Tampoco me importaba demasiado perder a aquel jurado. Sobre el papel, su perfil parecía favorable a nosotros. Creativo, hípster y liberal, llevaba jerséis de cuello vuelto y fumaba marihuana. En teoría, era ideal.

Nervioso, tomó asiento, como un chaval que va al despacho del director por pelearse en el patio del colegio.

—Señor Colbert, esta conversación constará en acta. Me gustaría saber si fue usted quien escribió esta palabra en este papel y lo dejó como una especie de mensaje para sus compañeros del jurado —dijo Harry.

—¿Qué? No, yo no tengo nada que ver con eso.

—Se parece mucho a su letra —insistió Harry.

Colbert iba a decir algo, pero luego se lo pensó dos veces. Se encogió de hombros y dijo:

—No sé nada de ese papel. Yo no he sido, señor juez.

—Caballero, no soy tonto. He visto el papel y su cuaderno. Es su última oportunidad —dijo Harry.

El jurado clavó la mirada en el suelo, estuvo a punto de decir algo y negó con la cabeza.

—Espere, señor Colbert. Antes de que diga nada, debería saber que puedo entrar e interrogar al resto del jurado. O bien puede usted ahorrarme un poco de tiempo. Porque, si tengo que perder más tiempo hablando con el resto de sus compañeros, le aseguro que pasará la noche en el calabozo de aquí al lado mientras decido qué hacer con usted —dijo Harry.

No tuvo que decir nada más. La idea de pasar la noche con veinte tíos en una calabozo despertó su honestidad al instante.

—Yo no he escrito esa nota. De todos modos, tampoco creo que el tipo sea culpable —dijo, e inmediatamente deseó no haber abierto la boca.

El juez hizo girar su asiento para dirigirse a nosotros y dijo:

—Señor Colbert, queda usted expulsado del jurado. No debería haber expresado ningún juicio todavía. Solo por eso, ya está excluido. Aparte, tengo que decir que no le creo. Creo que usted sí escribió esa nota. Creo que quería convencer a sus compañeros de que el acusado es culpable. En cualquier caso, no dejaré que interfiera más en este juicio. Aún no he decidido qué hacer con la nota. Pediré al Departamento de Policía que la investigue, y a usted también. Espero por su bien que esté diciendo la verdad. Si sus huellas están en esta bola de papel, pronto volverá a tener noticias mías, ¿entiende?

Spencer asintió y salió rápidamente, para no empeorar las cosas.

—Están cayendo jurados como manzanas podridas, juez —dijo Pryor.

—Qué me va a contar. Debería haber nombrado media docena de suplentes. Le diré al jurado que ignore la nota. ¿Alguno de los dos quiere añadir algo? Puedo asegurarles que no pienso contemplar ninguna moción para declarar el juicio nulo.

Pryor y yo asentimos. No tenía sentido declarar el juicio nulo por esto. Si Harry decía al jurado que obviara la nota, legalmente no había motivos para declarar el juicio nulo. No podía hacer nada más.

—Bien —prosiguió Harry—. Llamaremos a la segunda jurado suplente. Lleva todo el juicio aquí y no creo que tenga problema. Ahora, volvamos al trabajo.

CARP LAW

Suite 421, Edificio Condé Nast. Times Square, 4. Nueva York, NY.

 

Comunicación abogado-cliente sujeta a secreto profesional

Estrictamente confidencial

Memorando sobre jurado

El pueblo vs. Robert Solomon

Tribunal de lo Penal de Nueva York

 

 

James Johnson

Edad: 43

Se mudó a Nueva York desde Washington D. C. hace dos años. Padres fallecidos. Un hermano, que sigue viviendo en Washington D. C. Traductor (árabe, francés, ruso, alemán). Trabaja desde casa para una agencia de traducciones con base privada de videoconferencias. Situación económica estable. Es voluntario en varias asociaciones comunitarias, sobre todo para conocer a gente. No tiene vida social. Le gusta el cine francés, la literatura de ensayo y las catas de queso. No vota.

 

Probabilidad de voto NO CULPABLE: 50%

 

ARNOLD L. NOVOSELIC

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