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Jueves » Capítulo 60

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Me encanta Estados Unidos. Me encanta Nueva York. Me encanta su gente. Pero a veces me deprime. No las personas, sobre todo los medios de comunicación. A pesar de tener tantos canales, periódicos y noticias digitales, los estadounidenses no están bien abastecidos de información. El juzgado estaba mayoritariamente lleno de representantes de los medios. Y lo que se oyó en la sala cuando Benettio dijo que Robert era gay fueron sus gritos de sorpresa.

Aquellos periodistas no se habían inmutado cuando Pryor puso en la pantalla las fotos del cadáver de Ariella, sus heridas, su joven vida destrozada y expuesta en alta definición. Pero sacan a la luz que un famoso lleva un estilo de vida distinto al heterosexual, y se vuelven locos.

Bobby sacudió la cabeza y le susurré que todo iría bien. Asintió y dijo que no pasaba nada.

—Señor Benettio, esa afirmación es bastante extraordinaria y no figura en su declaración ni en su deposición. ¿Por qué no? —dijo Pryor.

—Quería proteger a mi fuente. Ahora que ha llegado el juicio, me siento en la obligación de contar la verdad —contestó.

—¿Y quién es su fuente?

—Mi fuente era Carl Tozer. Me ofreció información sobre lo que realmente pasaba en su matrimonio. Ariella siempre lo había sospechado. Incluso se llevó a Carl a la cama. Ella y Robert llevaban vidas separadas. Posaban juntos para las cámaras, pero eso era todo. Yo creo que…

—Protesto, señoría —dije, pero antes de que Harry le mandara callar, Benettio continuó, incluso hablando por encima del juez.

—Creo firmemente que Robert Solomon se enteró de que Carl estaba en contacto conmigo y por eso le mató, y también a Ariella. Robert había vivido una mentira y no era capaz de enfrentarse a la verdad. Salir del armario en Hollywood habría acabado con su carrera. Él lo sabía. ¡Así que los mató! —sentenció Benettio.

Volví a protestar, alegando especulación. Harry la aceptó y pidió al jurado que no tuviera en cuenta nada de lo que había dicho el testigo. Demasiado tarde. Incluso cuando me había dirigido a Harry, Benettio había seguido hablando. El jurado lo había oído todo. El daño estaba hecho.

—No hay más preguntas —dijo Pryor.

Sabía que, si empezaba a interrogar a Benettio, intentaría sacar el tema otra vez. El juez había pedido al jurado que ignorase su testimonio. No sacaríamos nada centrando el juicio en torno a la sexualidad de Bobby. Le dije a Harry que no tenía preguntas.

—La acusación descansa —dijo Pryor.

Había llegado el momento de decidir. Pryor ya me había dicho que no quería contrainterrogar al testigo del colchón, el señor Cheeseman. Y el informe de Torres ya se había incluido como prueba, así que Pryor no podría excluirla.

Solo tenía dos testigos reales. Delaney y Bobby.

—La defensa llama a la agente especial Delaney —dije.

Delaney estuvo explicando el caso al jurado durante más de una hora. Dollar Bill expuesto en toda su espantosa gloria. Explicó en detalle caso por caso, víctima a víctima, los dólares y las pruebas que conducían a los inocentes que acabaron condenados injustamente por los crímenes de Dollar Bill, las marcas en cada billete y la psicología del asesino.

No aparté ni por un momento la mirada del jurado. Especialmente de los hombres. Todos escucharon transfigurados el testimonio de Delaney. Daniel Clay, el loco de la tecnología y desempleado, parecía entusiasmado por sus palabras. Por la edad encajaba, pero no le creía capaz de algo así. Me lo decía algo en sus ojos. Parecía asqueado con cada caso que Delaney explicaba. No era él. Aunque sería fácil usurpar su identidad.

El traductor, James Johnson, cumplía bastantes requisitos. Tenía la edad adecuada y pocas personas lo notarían si desapareciera unos cuantos días. Trabajaba desde casa. Pero, de nuevo, observaba a Delaney completamente fascinado. Su lenguaje corporal y el movimiento de sus labios me decían que creía lo que decía la agente. Y le aterraba. No. Tampoco era James.

Terry Andrews, el tipo de la parrilla, y Chris Pellosi, el diseñador de páginas web, también eran candidatos a ser Dollar Bill. Su identidad podía ser arrebatada durante un breve periodo de tiempo. Sin embargo, Andrews era muy alto. Y me parecía que a un asesino le habría costado fingir tanta altura en tantas ocasiones. Pellosi sí era una posibilidad.

Bradley Summers, jubilado y con sesenta y ocho años, no encajaba en la franja de edad. Y parecía bastante popular entre el resto del jurado. Todos parecían respetarle, tal vez por sus años.

Eso dejaba a Alex Wynn. Profesor de universidad en paro. Amante de las actividades al aire libre. Propietario de dos armas y de carácter reservado.

Era el tipo que llamó la atención de Arnold. El hombre cuya expresión cambiaba, aparentemente.

Arnold no había llegado al juzgado todavía. Tenía que llamarle. Yo iba improvisando y estaba tan acostumbrado a arreglármelas solo en los casos que no me había dado cuenta de que no estaba. Pero le necesitaba allí. Quería su opinión sobre Wynn.

Me puse delante del jurado y formulé la última pregunta a Delaney. La teníamos ensayada.

—Agente Delaney, ¿cómo es posible que Dollar Bill se asegurara de que aquellos hombres fuesen condenados por sus crímenes? Un juicio penal siempre puede decantarse a favor del acusado, aunque haya pruebas sólidas en su contra, ¿no?

Delaney no me estaba mirando. Estaba realizando sus últimas comprobaciones. Había agentes federales al fondo de la sala. Harper estaba en la mesa de la defensa, trabajando y escuchando lo que se decía. Tenía el portátil abierto y llevaba toda la tarde recibiendo artículos. Recortes de periódico y vídeos breves de los juicios contra los hombres condenados por los crímenes de Dollar Bill. Debió de oír mi pregunta, porque cerró la tapa de su ordenador y se quedó mirando al jurado.

Finalmente, Delaney me miró, asintió y los dos nos volvimos hacia el jurado mientras ella hablaba. Yo solo me fijé en un hombre: Alec Wynn. Estaba sentado con una mano en el regazo y las piernas cruzadas, acariciándose el mentón. Escuchó atentamente todas las palabras que iban saliendo de los labios de Delaney.

Había llegado el momento. Lo habíamos hablado. Habíamos debatido los pros y los contras. Y entre todos decidimos que no teníamos otra elección.

—El FBI cree que el asesino en serie conocido como Dollar Bill se infiltró en los jurados de esos juicios y los manipuló para conseguir veredictos de culpabilidad.

Tuvo que haber alguna reacción entre el público. Gritos ahogados, brotes involuntarios de incredulidad. Algo. Seguro. Pero si la hubo, no la oí. Lo único que oía era mi corazón latiendo en los oídos. Estaba absolutamente concentrado. Conocía el rostro de Wynn hasta el último milímetro. Veía su pecho subiendo y bajando, sus manos, hasta el más leve movimiento de su pierna al doblarla sobre la otra.

Mientras Delaney contestaba, su expresión cambió. Sus ojos se abrieron, también sus labios.

Pensaba que lo notaría. Una afirmación como aquella era como desenmascarar a Dollar Bill ante una sala abarrotada. Debería haberle golpeado como un madero en la cabeza.

Sin embargo, no estaba seguro.

Lentamente, el resto del mundo inundó otra vez mi consciencia. Sonidos, olores, sabores y el dolor de costillas me golpearon al unísono, como si volviera a la superficie desde las profundidades.

El resto del jurado reaccionó de forma parecida. Algunos con algo de incredulidad. Otros, consternados y verdaderamente aterrados al comprender que un hombre así pudiera andar libre como un pájaro.

Fuera quien fuera, Bill actuó con una frialdad extraordinaria. No se delató. Volví a mirar detenidamente y por última vez a Wynn.

No estaba seguro del todo.

Tenía una pregunta más. Una pregunta que surgía inevitablemente de la última respuesta de Delaney. Podría haberla formulado en ese mismo instante. Pero no lo hice. Si la formulaba, podría parecer que estaba buscando un juicio nulo. Y también que estaba señalando al jurado con dedo acusador. Sería mejor que fuese Pryor quien la formulase.

Le dejé el honor a él.

—No hay más preguntas —dije.

Pryor ya había disparado su primera salva antes de que me sentara. Parecía un sabueso al que le abren la verja.

—Agente especial Delaney, está usted diciendo que puede que Ariella Bloom y Carl Tozer fueran víctimas de un asesino en serie llamado Dollar Bill, ¿no es así?

—Sí —afirmó Delaney.

—Y ha testificado que Dollar Bill elige a sus víctimas, las asesina y luego coloca pruebas minuciosamente para incriminar a una persona inocente…

—Exacto.

—Pero, a juzgar por la última pregunta que le ha formulado el señor Flynn, usted cree que hay mucho más que eso. ¿Cree que se infiltra en el jurado que juzga por asesinato a la persona inocente para asegurarse de que le declaren culpable?

—Eso creo, sí.

Pryor se acercó al jurado y puso la mano sobre la barandilla de la tribuna. Por su postura parecía que se estuviera posicionando con ellos en todo esto, como si todos estuviesen del mismo lado.

—Entonces, por lógica, ¿cree usted que ese asesino en serie se encuentra en esta sala ahora mismo? ¿Que está sentado entre el jurado detrás de mí?

Contuve la respiración.

—Antes de que conteste a la pregunta, agente especial Delaney —dijo Harry—. Letrados, quiero verles a los dos en mi despacho. Ahora mismo.

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