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Viernes » Capítulo 69

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Mientras el SWAT derribaba la puerta de la habitación contigua a la suya, Kane había abierto rápidamente la ventana y se había subido al tejado. No había tiempo para llegar hasta el tejado inferior y acceder al caballete al final de las tejas.

Cada segundo contaba. Se deslizó por el tejado, arrastrando los brazos. No llevaba camiseta y notaba las tejas raspando su piel. No sentía dolor, solo la sensación de estar arañándose la espalda contra las tejas. Dejó caer las piernas por el borde del tejado y luego el torso. Agarró el canalón con ambas manos, ralentizando la caída y dirigiéndola hacia un montón de nieve.

Rodó hasta caer sobre la nieve amontonada detrás del hotel y salió corriendo hacia los árboles de enfrente, alejándose de las luces. Rojas, blancas y azules. Había una unidad de seguridad apostada a la entrada del camino privado que conducía al Grady’s Inn, de modo que, sin dudarlo, corrió hacia la izquierda de las luces. Jadeaba, con la respiración dibujando nubes de niebla en el frío aire de la noche. A pesar de que estaba desnudo de cintura para arriba, no sentía ningún dolor. Tampoco notaba ni el frío ni el calor como cualquier persona normal. Esos sentidos estaban anulados en él, pero el aire helado le hacía temblar.

A la entrada de la arboleda, vio los faros delanteros de un vehículo saliendo del hotel. Era un Aston Martin blanco. Kane salió al camino agitando los brazos. El coche se detuvo y Art Pryor se bajó por la puerta del conductor.

—¿Señor Summers? —dijo Pryor—. ¿Se encuentra bien? ¿Qué hace aquí fuera con este frío? A su edad… Se va a poner enfermo.

Kane cruzó los brazos sobre el pecho, temblando.

—Su…, su abrigo, por favor —dijo.

Pryor se quitó el abrigo de cachemir y rodeó los hombros de Kane con él.

—He oído disparos, gritos, me ha entrado el pánico y he salido corriendo —dijo Kane.

—Suba. Le llevaré a algún lugar seguro —respondió Pryor.

Kane metió los brazos por las mangas del abrigo, rodeó el coche hasta el asiento del copiloto y se subió. Pryor se sentó delante del volante y cerró la puerta. Cuando se volvió a mirar al jurado que creía que era Bradley Summers, de sesenta y ocho años, se quedó horrorizado. Kane dejó que el abrigo se le abriera sobre el pecho para que Pryor viera su obra.

—Dios mío —dijo Pryor.

Pocas personas habían visto el pecho de Kane. Pryor lo vio en toda su gloria, bajo las luces interiores del coche. Era una masa de tejido cicatrizado blanco. Líneas intrincadas de crestas de piel que dibujaban el Gran Sello. Un águila sujetando flechas y ramas de olivo. Sus garras se extendían a ambos lados del estómago de Kane. El escudo y las estrellas sobre la cabeza del águila estaban agrupados sobre el esternón.

—Sáquenos de aquí. Hay un Holiday Inn a un kilómetro y medio. Aparque ahí y no le haré daño —dijo Kane, sacando el cuchillo del bolsillo del pantalón y colocándolo sobre su regazo.

Pryor aceleró el motor pisando el pedal con demasiada fuerza, con los ojos clavados en el cuchillo. Kane había dicho que se tranquilizara. Se pusieron en marcha y condujeron un par de minutos hasta llegar al Holiday Inn. Pryor jadeaba y suplicaba que no le matara.

Se detuvieron en un oscuro rincón del aparcamiento desierto de la parte de atrás. El Holiday Inn estaba a casi cien metros.

—Voy a necesitar su ropa y su coche. Le dejaré quedarse con la cartera. Hay un paseíto hasta el hotel. Si no hace lo que le digo, tendré que quitárselos a la fuerza.

No tuvo que repetírselo. Pryor se quedó en ropa interior, dejando las prendas en el asiento trasero del coche, tal y como le había dicho.

—Ahora, bájese del coche —dijo Kane.

Abrió la puerta y Kane vio cómo el frío le golpeaba de inmediato. Se quedó de pie, en calcetines, abrazándose contra el frío en el frío aparcamiento vacío y oscuro.

—Mi cartera —dijo Pryor.

Kane se pasó al asiento del conductor, cerró la puerta, bajó la ventanilla y soltó la cartera sobre el asfalto.

Pryor se acercó, agachándose para recoger su cartera. Al incorporarse se encontró cara a cara con Kane, que le observaba.

Pryor quedó paralizado, aunque sus piernas seguían temblando. Entonces Kane sacó su cuchillo de la cuenca del ojo izquierdo del fiscal y dejó que su cuerpo se derrumbara.

Rápidamente, se vistió con la ropa de Pryor. Le quedaba grande, pero tampoco importaba mucho. Al cabo de pocos minutos, iba rumbo a Manhattan en el Aston Martin. No podía permitir que el FBI interfiriera en su patrón. Tenía que matar a un hombre.

Y nada le detendría.

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